Desde ese punto de vista yo creo que lo que sucede hoy día es «la vuelta al revés», pero eso es sólo una consecuencia histórica de otro revés, del revés mucho más profundo y real, que le sobrevino a la Revolución de Octubre a finales de los años veinte, que les sobrevino a las revoluciones […]
Desde ese punto de vista yo creo que lo que sucede hoy día es «la vuelta al revés», pero eso es sólo una consecuencia histórica de otro revés, del revés mucho más profundo y real, que le sobrevino a la Revolución de Octubre a finales de los años veinte, que les sobrevino a las revoluciones de Europa central en la transición de los años treinta a los cuarenta, de ese fracaso y vergüenza eterna para nosotros que fue el pisotear, aplastar con nuestros tanques, la revolución más prometedora y socialista de la segunda mitad de siglo «en la Praga» del 68. Ahora se trata más bien de la cosecha; nosotros cosechamos las consecuencias de lo que pasó antes [el énfasis es mío].
Kiva Maidanik (1990), «El Estado y el proceso de la transición»
Finalizada la segunda guerra mundial, Checoslovaquia se perfilaba como uno de los países más avanzados de la Europa de postguerra. La rápida recuperación de su tejido industrial y el reconocimiento de la autonomía política de Eslovaquia dibujaban un magnífico camino para la resolución de los principales problemas del país. El Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh) llegó a ser una de las organizaciones comunistas más influyentes en el período de entreguerras, el partido más importante en Centroeuropa y Europa del Este después de 1945. Operando en la clandestinidad desde 1938 tras la invasión alemana, gozó de verdadera popularidad entre la población. A diferencia de lo que sucedía en Bulgaria, Polonia o en otros países del este europeo, el intento de construcción del socialismo en Checoslovaquia parecía fundamentarse en un real apoyo popular que tenía su origen más inmediato en el decisivo papel desempeñado por los luchadores comunistas en la activa resistencia de checos y eslovacos contra el nazismo, combate iniciado años atrás, con su destacada presencia en las Brigadas Internacionales que habían acudido a la llamada de la España republicana.
Con el programa de Kosice, una coalición de ocho partidos políticos de izquierda o centroizquierda unidos en el Frente Nacional gobernó el país desde 1945. El gobierno provisional contaba con un tercio de ministros comunistas. En octubre de ese mismo año se nacionalizaron bancos, compañías de seguros, fábricas siderúrgicas y empresas con más de 150 trabajadores. Por los «decretos de retribución» de mayo y junio de 1945, propiedades alemanas y húngaras en Checoslovaquia fueron transferidas al Estado, quien las distribuyó sin costes de adquisición entre campesinos sin tierra. Un decreto gubernamental de 1945 otorgaba poderes reales, tanto en empresas públicas como en corporaciones privadas, a los consejos sindicales.
En las elecciones generales de mayo de 1946, el PCCh obtuvo algo más del 40% de los votos en la actual República Checa, convirtiéndose en el partido mayoritario en esta parte del país. En Eslovaquia, alcanzó un 30%, mientras los demócratas-liberales rozaban el 62%. En la Asamblea Nacional, los diputados elegidos del PCCh podían formar una neta mayoría parlamentaria con el apoyo del ala izquierda del partido socialdemócrata, quienes había obtenido el 16% de los votos en territorio checo.
En febrero de 1948, ante la negativa de los demócratas-liberales de llevar a cabo unas transformaciones socioeconómicas que el PCCh había propuesto en un proyecto de ley sobre seguros sociales, el partido organizó en Praga una gran demostración de fuerza. Klement Gottwald, entonces presidente del consejo de ministros, solicitó al presidente Benes la formación de un nuevo gabinete que otorgara al partido comunista los principales ministerios. Benes cedió a las peticiones. La movilización y presión de los sindicatos dirigidos por Antonin Zapotocky fue decisiva en la resolución de la crisis.
El nuevo gobierno no se desvió esencialmente de las directrices económicas y sociales que regían en el país desde 1945. Los cambios más destacados fueron la aprobación de un nuevo sistema nacional de seguridad social, la revisión de la reforma agraria de 1920 y la nacionalización del comercio exterior, el comercio al por mayor y las empresas de más de 50 trabajadores. Seguían siendo legales, la pequeña y mediana propiedad privadas. En 1949 Checoslovaquia ingresó en el Consejo para la Ayuda Económica Mutua, el COMECON, y la producción económica del país se empezó a orientar hacia la industria pesada, la minería, la metalurgia y la construcción de maquinaria, en detrimento de los servicios, las infraestructuras, la agricultura, la investigación científica y la industria ligera.
No es contradictorio con este importante apoyo ciudadano que el estalinismo más represivo dictara su ley precisamente allí. El «inadmisible desviacionismo» yugoslavo estuvo probablemente en la base de las nada disimuladas presiones soviéticas a la dirección del PCCh. Artur London viceministro checo de Exteriores, antiguo brigadista en la guerra de España, deportado a Mauthausen en 1944 donde fue uno de los principales artífices del comité de resistencia del campo, fue detenido, torturado y encarcelado por la policía de la Seguridad del Estado. No fue el único caso. La sentencia del Tribunal de Estado de Praga de noviembre de 1952 condenaba a Vavro Hajdu, viceministro de Exteriores, a trabajos forzados a perpetuidad, al igual que a Eugen Löbl. Ladislav Holdos, veterano de las Brigadas Internacionales, miembro de la Resistencia, detenido en 1943 y deportado a Buchenwald, fue condenado como nacionalista burgués a 12 años de cárcel y enviado a las minas de uranio. Fueron condenados a muerte, Rudolf Slansky, Bedrich Reicin, Bedrich Geminder, Ludvik Frejka, Josef Frank, Vladimir Clementis, Karel Svab, Rudolf Margolius, Otto Fisch, Otto Sling y André Simone. En todo el proceso fue esencial la figura de Ladislav Kopriva, antiguo deportado, ministro de Seguridad del Estado. Fue él quien organizó la detención de Slansky, el secretario general del PCCh, con la dirección y apoyo de los agentes soviéticos.
La posterior marginación de Gottwald hizo que Antonin Novotny se aupara a la dirección del PCCh y él mismo, tras la muerte del presidente Zapotocky, el antiguo líder de la organización sindical unitaria, reunió en su persona, a partir de 1957, las funciones esenciales del Estado checoslovaco.
A pesar de que tras el XX Congreso del PCUS y el informe Khrushev, se fue generando en el partido checoslovaco una corriente de opinión favorable a la revisión de los procesos, el poderoso secretario general se opuso frontalmente a ello asegurando la corrección legal de los juicios celebrados. No fue hasta finales de 1962, durante la celebración del XII Congreso del PCCh, cuando Novotny empezó a sufrir una pérdida relativa de poder con la incorporación de nuevos miembros a la dirección del partido, siendo también entonces cuando se elaboró un nuevo programa económico y se inició la revisión de los procesos políticos estalinistas. Si el deshielo del XX Congreso del PCUS apenas alcanzó tierras checas y eslovacas, los efectos del XXII Congreso de 1961 sí se hicieron notar. La dirección del PCCh no pudo seguir permaneciendo amurallada. Incluso cuando en 1964, después de la destitución de Jruschev, los nuevos mandarines soviéticos intentaron frenar las «concesiones» de los dirigentes checoslovacos, el proceso de tímida renovación ya había avanzado suficientemente para que la vuelta atrás fuera imposible.
La renovación que poco a poco iba surgiendo en las sociedades checa y eslovaca fue, sin embargo, duramente reprimida. Desde instancias oficiales se sostenía en discursos y polémicas partidistas que el principal problema político checoslovaco no era el autoritarismo, la alargada sombra del estalinismo, la omnipresencia burocrática o la omnipotente y eterna razón de Estado sino, por el contrario, la radicalidad de una democracia excesiva. La fractura abisal entre palabras y hechos crecía aceleradamente.
Las ansias de renovación se fueron extendiendo entre diversos y amplios sectores ciudadanos. En el IV Congreso de escritores checoslovacos celebrado en 1967, se protestó abiertamente contra las prácticas autoritarias del partido. Rossana Rossanda ha recordado su visita a Budapest y Praga en 1965 presidiendo una delegación de intelectuales comunistas. Después de su encuentro con Lukács y su visita a Budapest, la fundadora de Il Manifesto señala que era evidente que una glaciación había empezado a resquebrajarse. Sus tesis sobre políticas culturales eran recibidas con agrado y acuerdo por Kosik, Antonin Liehm, Novomesko y el «gigante Kundera, joven y timidísimo»-
La torpe reacción de Novotny y el hecho de que el PCUS, con Breznev a la cabeza, no le apoyara claramente, posibilitaron los ansiados cambios políticos en el partido checoslovaco. En enero de 1968, una nueva dirección encabezada por Alexander Dubcek, un trabajador mecánico que había sido secretario general del PCCH de Eslovaquia, tomaba las riendas del partido. De forma inesperada, se adelantaba la primavera en Praga, y con ella las esperanzas socialistas renovadas y reforzadas. De este trasfondo surgió un fuerte movimiento político a favor de un nuevo estilo político, de nuevos contenidos programáticos, de búsqueda de proximidad entre el decir y el hacer, entre nuevas palabras y acciones creíbles. Las reuniones del comité central del PCCh entre octubre y diciembre de 1967 fueron el preludio. La crisis estalló definitivamente el 5 de enero de 1968 y tuvo tres momentos clave: el congreso de los escritores checoslovacos, con su petición de puesta en práctica de las libertades ciudadanas que reconocía la propia Constitución socialista del país; las manifestaciones estudiantiles del campus de Strahov y, finalmente, el tenaz e inteligente enfrentamiento de los comunistas reformadores con los sectores más inmovilistas y cegados del partido. El comunicado de la sesión del comité central del 5 de enero de 1968 no era extenso en explicaciones pero en él se apostaba claramente por la democratización del país. Novotny era revelado de su cargo de primer secretario del partido y Dubcek pasaba a ocupar un primerísimo plano político.
Poco después del pleno de enero, se levantó la censura en el país, se garantizaron los derechos políticos y la libertad de expresión y asociación. La democracia en serio, las libertades ciudadanas y el intento renovado, no meramente nominal, de construcción de una sociedad socialista no eran los polos opuestos de un cortocircuito insuperable. Las luces democráticas también iluminaron otros ámbitos. Se produjeron transformaciones notables en el funcionamiento interno de la propia organización del partido. Se restableció el voto secreto, se situó a un representativo comité central por encima del secretariado y del politburó, y se acordó que el presidium, el máximo órgano de la organización partidista, debía estar formado por miembros del PCCh que no desempeñaran cargos gubernamentales de carácter general, plurinacional. En los que serían últimos días de la Primavera de Praga, el PCCh se encaraba a un proyecto de actualización de los estatutos de la organización que apareció publicado el 10 de agosto de 1968 en Rudé Právo [El Derecho Rojo], el periódico del comité central. El Parlamento volvió a adquirir funciones de control y vigilancia de los órganos del poder ejecutivo y la Administración, y la policía política fue disuelta.
En abril de 1968, el comité central del partido aprobaba el «Programa de Acción». El documento sintetizaba los principios en los que debía basarse el socialismo de rostro humano que postulaban Dubcek y la nueva dirección del PCCh El amplio programa de rectificación defendía, en el terreno político y en los ámbito social y ciudadano, la libre creación de partidos políticos que aceptaran las instituciones socialistas, la igualdad nacional entre checos y eslovacos, el derecho de huelga y la existencia de sindicatos independientes, y la libertad religiosa. El nuevo ambiente de libertad contó con el apoyo decidido de la sociedad checoslovaca. Florecieron asociaciones, surgieron nuevos periódicos, una muy real euforia socialista y democrática se extendió por todo el país. En el terreno de la política exterior, se siguieron manteniendo los lazos de amistad con la Unión Soviética y con el resto de países socialistas.
Sin apenas tiempo para poder desarrollarse, probablemente por los pocos pero sustantivos indicios existentes, la «Primavera de Praga» fue vista con aprensión en Moscú. Cuando Breznev, el máximo dirigente de la URSS, visitó Praga en febrero de 1968 obligó a Dubcek a cambiar uno de sus discursos. Las presiones sobre la dirección política checoslovaca fueron múltiples y crecientes. El Kremlin intentaba que fueran los propios dirigentes del PCCh los que frenaran, o anularan incluso, el proceso de transformación iniciado. En mayo de 1968, mientras se celebraban en la propia Checoslovaquia maniobras militares del Pacto de Varsovia, se diseñó un primer plan de agresión. Dos meses más tarde, el 14 y 15 de julio de 1968, los partidos comunistas de la URSS, Polonia, Bulgaria, Hungría y la RDA, los cinco países de la alianza que más tarde formaron parte de la invasión, se reunían en Varsovia. Del encuentro, surgió una carta dirigida al comité central del partido checoslovaco en la que «los cinco partidos hermanos» manifestaban su preocupación por el desarrollo de la situación y apelaban a los peligros que el camino emprendido podía significar para el conjunto del bloque socialista. Añadían, con indecente incoherencia, que no era su propósito intervenir en asuntos que interesaban exclusivamente a Checoslovaquia y a su partido comunista, ni pretendían violar los principios de independencia e igualdad de los países socialistas. Pero advertían amenazadoramente, protegidos con falsos abrigos internacionalistas, que los países de Europa del Este, incluyendo Checoslovaquia, estaban vinculados por tratados y acuerdos.
Lenguaje ignominioso, gastada retórica, vieja música mil veces interpretada y apenas escuchada. En su respuesta, el Presidium del comité central del PCCh señaló que la alianza y amistad del partido y de Checoslovaquia con la URSS y los otros países socialistas tenía profundas raíces en el sistema social, en las tradiciones y en las experiencias históricas compartidas, al igual que en sus intereses y sentimientos más profundos. La carta-respuesta del PCCh finalizaba con una petición. La dirección del partido quería que se le escuchara lo más rápidamente posible, querían conversar sobre las medidas positivas que asegurasen la continuación de la colaboración amistosa entre sus respectivos pueblos, deseaban manifestar nuevamente su voluntad de desarrollar y consolidar las relaciones mutuas de amistad, en el interés común de la lucha contra «el imperialismo, por la paz y la seguridad de las naciones, por la democracia y el socialismo». No fueron oídos, no pudieron convencerles, ni siquiera fueron tenidos en consideración.
En agosto de 1968, Dubcek y sus compañeros renovadores del PCCH dieron otro paso adelante publicando en la prensa ciudadana los nuevos estatutos del partido que incluían conceptos nuevos como socialismo humanitario y democrático. Para los inmovilistas dirigentes del PCUS y de otros partidos comunistas afines, para un sector del propio partido checoslovaco, las nuevas categorías, el nuevo lenguaje, eran indicio de claudicación, de traición, de abandono, de inadmisible restauración de la cultura burguesa. La sentencia ya había sido promulgada, la primavera de Praga estaba condenada. Los tanques del Pacto de Varsovia cargaban sus depósitos. Danubio era el nombre en clave del plan de ataque militar.
Veinte de agosto de 1968, once de la noche. Con el beneplácito de los gobiernos de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia, Bulgaria y Hungría, 200.000 soldados (o acaso muchos más) y unos 5.000 tanques del Pacto de Varsovia atraviesan la frontera checoslovaca. Precedidos por las tropas aerotransportadas, los tanques invasores entran en Praga seis horas más tarde. Cinco de la mañana, 21 de agosto.
TASS, la agencia soviética de información, justifica la invasión señalando que dirigentes del partido, y el propio gobierno de la República Socialista de Checoslovaquia, habían solicitado ayuda urgente a la URSS y a los otros estados aliados, sin excluir la intervención de las fuerzas armadas en caso de necesidad.
Muy pocos Estados, sólo algunas organizaciones comunistas apoyaron la invasión. Muchos otros partidos comunistas, de Europa Occidental especialmente, disintieron de la llamada de Moscú y no aprobaron el escarnio. Pero muy pocas organizaciones y sólo una minoría de intelectuales la condenaron abiertamente. Manuel Sacristán (1925-1985), miembro en aquellos momentos del comité ejecutivo del PSUC y del comité central del PCE, fue uno de ellos. Jean-Paul Sartre, Ernst Fisher, Bertrand Russell, Rossana Rossanda, Tariq Alí y Ernst Mandel, por ejemplo, pensaron y obraron también de modo similar.
El traductor de El Capital dedicó desde entonces tiempo y esfuerzos a intervenir sobre lo sucedido. Prologó una antología de escritos de Alexander Dubcek publicada por Ariel que editaron Alberto Méndez y él mismo; discutió con paciencia, tenacidad y no sin incomprensiones en las filas de su partido, intentando que el PSUC y el PCE fueran más allá de la «no aprobación»; respondió un cuestionario de Cuadernos para el Diálogo que le fue enviado por José Mª Mohedano, secretario de la redacción de la publicación democristiana; reflexionó sobre lo sucedido en notas autobiográficas; volvió años más tarde sobre este intento de catarsis socialista en diversas intervenciones públicas y extrajo conclusiones de lo sucedido que el tiempo ha corroborado sustancialmente. La invasión de Praga, la aniquilación de aquel esperanzador intento de cambio democrático no falsario que en ningún momento renunció a la aspiración socialista, fue un momento decisivo no sólo en la evolución política de Sacristán sino en la forma en que desde entonces entendió la urgente renovación del programa, los procedimientos y las finalidades de un marxismo, el que él mismo cultivó, no entregado al poder inexpugnable de los agitadores del caos ni silente ante toda clase de barbarie. La siguiente antología intenta ser una muestra representativa de sus reflexiones y posiciones, y abonar, al mismo tiempo, el recuerdo de una de las revoluciones más prometedoras y socialistas de la segunda mitad de siglo.
1. Días después (24 de agosto de 1968)
Xavier:
Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti [Xavier Folch], no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar.
La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves. Manuel Sacristán
2. La primera autocrítica leninista [1968]
La teoría leninista no implicaba, desde luego, que el proletariado tuviera que delegar en el partido el ejercicio de la dictadura de clase. Pero la práctica de los leninistas -y muy frecuentemente también la sototeoría ideológica destinada a justificarla- realizó esa implicación. Por todo ello este elemento de la regeneración checoeslovaca que parece deprimir a observadores lejanos mal informados y entusiasma, en cambio, a los socialistas de Checoslovaquia, esta veracidad del PCCh que redunda en consideraciones de alcance teórico, merece ser entendida como la primera autocrítica general y auténtica, no retórica, del leninismo.
Esa autocrítica es profundamente leninista: por su tema y por su sentido enlaza con las preocupaciones del mismo Lenin en los últimos meses de su vida.
3. Degeneración de la consciencia socialista (1969)
La persistente falsedad material (político-social) -hubo insensato que anunció el comunismo para el día siguiente, cuando aquel día mismo no tenía pan para todos-, y no la presencia de un sector privado muy inferior al polaco, al cubano o al chino, fue una causa destacada de la degradación de la consciencia socialista en Checoeslovaquia, cuya población, por cierto, era la única mayoritariamente socialista y filosoviética en Centroeuropea. Lo mismo ha ocurrido en los países que la invadieron, y lo mismo ocurriría en los países socialistas más jóvenes si prosiguieran indefinidamente por la vía idealista del entusiasmo en materia de producción y consumo. Ante esa experiencia, uno puede asustarse y «huir hacia adelante», buscar consuelo en la ceguera ideológica o creer que la degradación de la consciencia socialista se arregle a golpe de sermones y de policía, diciendo a la gente que sea espiritualmente comunitaria y repitiéndose que las causas de todo están en las «supervivencias del pasado», que inauguraban ritualmente los procesos moscovitas del 38. Pero la causa de todo no es sólo la supervivencia del pasado, sino también (y en el caso checoeslovaco principalmente) la falsedad de hoy. «Falsedad», naturalmente, no es en este contexto un término de lógico. Quiere decir contradicción disimulada o escamoteada -con inevitable ayuda de la policía- entre la sobreestructura político-moral y la base, lo cual hace de esa sobreestructura una mera ideología e impide superar la contradicción salvo por choque, como ocurrió -muy suavemente, por cierto- en el mismísimo país de Schweick.
4. Ciencia social en acto (1969)
[…] una observación breve: los problemas del movimiento socialista obrero y del marxismo son tan importantes, que, en el fondo, lo más interesante del caso checoeslovaco no es su concreción interna, aquí discutida, sino su mero ser, el que se produjera, planteando en la práctica la situación crítica. Si la crisis se hubiera podido desarrollar abiertamente, democráticamente, o sea, ante los ojos y los oídos de la clase obrera y expuesta, por lo tanto, a la intervención directa de ésta, se habría tenido un fecundo efecto de catarsis epistemológica. La invasión ha impedido esta catarsis y ha prolongado una situación en la cual las críticas al desarrollo de los países socialistas (quiero decir las críticas socialistas) proceden o bien de partidos comunistas a los que falta la experiencia del poder (por ejemplo, los partidos comunistas de la Europa Occidental) o bien de partidos comunistas que carecen de la experiencia de un estadio de civilización tan rico y moderno como el centroeuropeo. La experiencia checoeslovaca, de haberse realizado, habría sido por lo menos ciencia social en acto. Eso me parece bueno, aunque probablemente asuste a las neuronas cansinas del dogmatismo gris del burócrata o del dogmatismo abigarrado del que padece el pueril calambre de san Vito.
5. Carta a José María Mohedano, secretario de redacción de Cuadernos para el Diálogo (30 de julio de 1969)
Estimado amigo:
recibí su carta del 24 en la que me anuncia que la entrevista no podrá salir ahora. He pasado cuatro días con fiebres muy altas y hasta hoy no me he levantado. Siento que a pesar de trabajar bastante tiempo y con bastante urgencia no haya podido satisfacer las necesidades periodísticas de usted ni desde el punto de vista del calendario ni desde el de la extensión.
Lo de la convicción ya es cosa aparte. No me propongo convencer a nadie casi nunca. En este caso menos todavía puesto que era imposible un tratamiento global, realmente dialéctico de los problemas suscitados. Me propongo sólo -y porque creo que es útil le he dedicado muchas horas- mostrar que el tipo de pensamiento de moda que se reflejaba en las preguntas excluye él mismo el tratamiento dialéctico, a causa de su manera mecanicista y mítica de proceder, presuponiéndolo ya todo.
Por eso queda fuera de nuestra entrevista lo esencial, algo que usted recoge muy acertadamente en su carta: el tema de la despolitización. Aquí está de verdad el meollo de la cuestión, porque toda dialéctica real acaba en la consciencia y en ésta es donde se puede sacar balance. (Acaba, ¿eh? no empieza).
Por cierto que si usted lo examina con valor, sin asustarse por tener que reconocer muchas cosas tristes del desarrollo del socialismo, tendrá que reconocer (si es que -cosa que ignoro- conoce usted Centroeuropa) que lo característico del intento del PCCH fue que consiguió por vez primera desde 1950 aproximadamente repolitizar en sentido comunista a un alto porcentaje de comunistas y en sentido filosocialista a un alto porcentaje de la población procedente de la antigua burguesía culta urbana, al mismo tiempo que repolitizaba y hasta movilizaba a una aplastante mayoría de la clase obrera. Si usted tiene noticias de la monstruosa despolitización de los proletariados húngaro, alemán, etc. y de la persistencia de ideología reaccionaria en el polaco, por ejemplo, valorará lo que tenía de promesa (de mera promesa, ¿eh?) el intento checo. El gran error de Fidel Castro consistió, en mi opinión, en no darse cuenta de que para decir verdades de a puño cogía, precisamente, la ocasión en la cual acaso se iba a abrir un portillo para que empezara de nuevo una dialéctica política interna al socialismo. Y ello le obligó a cometer el pecado de diplomacia consistente en callar que la RSCH era el país socialista menos degenerado políticamente de toda Centroeuropa.
En fin, dejémoslo, la cosa está de todos modos perdida por ahora. Precisamente porque lo está se agravará. Y precisamente por eso le hago un último ruego: que si realmente va a publicar alguna vez la entrevista la feche en 15 de julio de 1969, o 16 o 17, que ya no me acuerdo el día en que yo mismo se la envié. Pues se puede temer que con el paso del tiempo la situación en Checoslovaquia sea una tal victoria de la reacción que nuestra entrevista carezca ya de sentido si no se da la fecha. Fechada, siempre servirá para recordar por qué mecanismo el neostalinismo consiguió convertir a una población entera -empezando por el proletariado- que era la única socialista de Centroeuropa en una población reaccionaria,
Con amistad. Manuel Sacristán
6. Libertad ciudadana y veracidad política. Diez años después (1978)
En cuanto a los rasgos característicos de la revolución política checoeslovaca de 1968, los dos principales son en mi opinión la devolución de la libertad política a la gente y la recuperación de la veracidad por el PC; lo que le permitió una autocrítica auténtica del régimen burocrático, así como plantear sinceramente la situación de la teoría política socialista a la vista de las luces y las sombras de la experiencia empezada en 1917 en Rusia. Por ejemplo, el PCCH no vaciló en reconocer que en el sistema burocrático «los instrumentos de la lucha de clases se dirigen contra los trabajadores» en ocasiones (Programa de Acción del PCCH). Y, como ejemplo de lo segundo, se puede leer un paso del informe de Dubcek al pleno de abril en el que, después de atribuir al partido el acierto de haber dado «vía libre a este proceso y haberse puesto a la cabeza del mismo», reconoce que «la dirección del partido no tenía ni podía tener un plan preciso y concreto acerca del modo de proceder».
La inevitable falta de una perspectiva sólida y plausible obligaba a intentar resolver los problemas experimentalmente, por así decirlo, en el gran laboratorio social de todo un pueblo. No hará falta subrayar los riesgos de una situación así. Sin embargo, tampoco se puede pasar por alto lo que se ganaba con ella: el final del optimismo hipócrita propio de la propaganda de todo poder despótico.
(…) Existía sin duda el riesgo de ofensiva burguesa, con sus cabezas de puente en el seno de los mismo órganos dirigentes del estado y del partido. Pero no disimular esa posibilidad, sino resistir a ella y vencerla, era la condición obligada para pasar del autoritarismo burocrático a un régimen de transición socialista.
Hay que recordar que los comunistas checos habían previsto casi medio año antes de la invasión (que ocurrió el 21 de agosto de 1968) cuál iba a ser el pretexto de la acción militar contra ellos, si es que llegaban a emprenderla sus enemigos.
7. Había que apoyar [1978]
La cuestión es: claro que yo pienso que el experimento de Dubcek, cualquiera que hubiera sido su resultado, era lo que había que apoyar y modestísimamente lo apoyé. De las pocas cosas agradables de esos dramas es que papeles míos sobre Dubcek hayan circulado entonces por Checoeslovaquia.
Cualquiera que fuera el resultado, digo, porque garantía no había ninguna. Lo que pasa es que si, como yo pienso, el rasgo característico malo de la tradición estalinista es precisamente la falsificación ideológica, entonces por desgraciado que hubiera sido el resultado final de la experiencia de los comunistas checos mayoritarios, por lo menos iba a poner de manifiesto una verdad sociológica: se iba a saber de una vez qué era aquella sociedad. Es decir, se iban a ver manifestaciones de voluntad no reprimidas, de la clase obrera y de otras clases sociales claro.
De modo que aun en el supuesto de que hubiera salido mal yo estaba a favor y creo que había que estar a favor.
Referencias:
1. Archivo personal Xavier Folch. 2. «Cuatro notas a los documentos de abril del partido comunista checoeslovaco», Intervenciones políticas, Barcelona, Icaria, 1985, p. 90. 3. «Checoslovaquia y la construcción del socialismo», Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1995, pp. 60-61. 4. Ibidem, pp. 61-62. 5. «Correspondencia», Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán. 6 «Entrevista con las JCC sobre Checoslovaquia», Intervenciones políticas, ed, cit, p. 277-278. 7. Manuel Sacristán, Seis conferencias. El Viejo Topo, Barcelona, 2005, p. 50.