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La revolución tranquila

Fuentes: Rebelión

1. La revolución pacífica Cautelosa, modestamente, los bolivarianos llaman «proceso de cambio» a lo que están haciendo en Venezuela; pero es una revolución. Una revolución pacífica, dicen algunos, y la fórmula parece, más que una paradoja, una contradicción in términis, una de esas «fusiones de contrarios» que solo son posibles en los sueños. ¿Cómo puede […]

1. La revolución pacífica

Cautelosa, modestamente, los bolivarianos llaman «proceso de cambio» a lo que están haciendo en Venezuela; pero es una revolución.

Una revolución pacífica, dicen algunos, y la fórmula parece, más que una paradoja, una contradicción in términis, una de esas «fusiones de contrarios» que solo son posibles en los sueños. ¿Cómo puede ser pacífica una revolución? ¿Cómo se puede poner fin sin violencia a la suma violencia de la explotación? ¿Cómo pueden abolirse sin recurrir a la fuerza unos privilegios de clase obtenidos y mantenidos por la fuerza? No en vano el Manifiesto Comunista empieza recordándonos que «la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases», para proclamar luego abiertamente que el objetivo de la revolución es la abolición de la propiedad privada, y concluir diciendo que dicho objetivo «solo puede ser alcanzado derrocando por la violencia el orden social existente».

Si por revolución pacífica entendemos no violenta, la fórmula no parece viable, aunque el propio Lenin acariciara la idea: «Si existe una sola posibilidad entre cien (de un desarrollo revolucionario pacífico), vale la pena intentar realizar esa posibilidad» (Sobre los compromisos, 1917), dijo poco antes de la Revolución de Octubre. Pero el intento, como es bien sabido, fracasó. ¿Por qué? El propio Lenin lo diría poco después, en el VIII Congreso del PCR, en marzo de 1919: «Señores capitalistas, vosotros sois los culpables. Si no hubierais ofrecido una resistencia tan feroz, tan insensata, insolente y desesperada, si no os hubierais aliado con la burguesía de todo el mundo, la revolución habría asumido formas más pacíficas».

Los capitalistas venezolanos también están ofreciendo una resistencia feroz, insensata e insolente; aunque, por desgracia, no tan desesperada como la de los capitalistas rusos de hace cien años, pues cuentan con el apoyo de la CIA y de las multinacionales. La revolución bolivariana, por tanto, no puede ser pacífica, si por pacífica entendemos inerme y sin violencia alguna; pero tal vez consiga ser incruenta. Es imprescindible tener las armas listas, pero tal vez no sea necesario usarlas.

Normalmente, la burguesía cuenta con el ejército, el clero, los políticos corruptos y los intelectuales vendidos al poder para anestesiar o reprimir a la clase obrera. Pero, por una serie de circunstancias (dignas, por cierto, del más atento análisis), en Venezuela la situación es tan atípica como esperanzadora. Los bolivarianos no solo cuentan con el apoyo del pueblo, sino también con el del ejército y el clero progresista, así como de un importante sector de los intelectuales. Sus enemigos son solo los explotadores y los grandes medios de comunicación (que, como en la «España democrática», como en casi todo el mundo, están en manos de gángsters). Sin interferencias externas, la victoria de la revolución bolivariana habría sido rápida y aplastante.

Pero Estados Unidos no puede tolerar que triunfe el proyecto emancipatorio venezolano. Y no es el petróleo la principal causa, como no lo es en Iraq. Lo que más preocupa, y con razón, a la plutocracia estadounidense es la posibilidad de que Venezuela se convierta en una nueva Cuba, en un segundo foco revolucionario capaz de «contaminar» a toda Latinoamérica. Para Washington y sus aliados, el nuevo «eje del mal» es el eje Habana-Caracas, y la violenta campaña mediática internacional contra Cuba y Venezuela de los últimos meses (en la que los medios españoles, sobre todo el diario «El País», han desempeñado un papel especialmente inicuo) es una buena prueba de ello.

¿Qué están dispuestos a hacer la CIA y el Pentágono para impedir el triunfo de la revolución bolivariana? Cualquier cosa, no nos quepa la menor duda. Pero, afortunadamente, en estos momentos no pueden permitirse el lujo de hacer todo lo que quisieran. La heroica resistencia bélica del pueblo iraquí y la heroica resistencia pacífica del pueblo cubano, entre otras cosas, limitan considerablemente las posibilidades de agresión directa de la mayor y más despiadada potencia militar de todos los tiempos.

2. La revolución dialéctica

Como los seres vivos, como las especies mismas, la sociedad y la economía son sistemas complejos adaptativos, capaces de modificarse en función de las circunstancias para mejorar sus expectativas de supervivencia y desarrollo. Las maniobras adaptativas son continuas, pero, salvo en situaciones críticas, no suelen ser bruscas ni aparatosas: en general, responden a estrategias recurrentes que se confunden con el flujo mismo de la existencia. Solo en ciertas situaciones de máximo riesgo o de extrema tensión, los seres vivos, las especies, las sociedades y las economías cambian radicalmente de estrategia adaptativa.

Una revolución (en el sentido marxista del término) es una estrategia de supervivencia colectiva radicalmente nueva, provocada por condiciones (socioeconómicas) extremas. Una estrategia que nace de la desesperación y la convierte en esperanza, en la única esperanza posible para los desposeídos, para los que no tienen nada que perder más que sus cadenas. Y, por lo tanto, una revolución no es un paso hitórico más,sino un salto brusco, en alguna medida imprevisible e incontrolable. El consabido esquema ensayo-error-rectificación-acierto, base de todo aprendizaje, deja de ser cíclico, deja de ser una espiral de expansión lenta pero segura, y se vuelve lineal (al menos a corto plazo), se convierte en un grafo sin bucles, en un camino sin cambios de sentido, en un experimento con escaso margen para las repeticiones y rectificaciones necesarias. El proceso revolucionario, arrastrado por su propio impulso inicial, por el enorme empuje necesario para «romper las cadenas», adquiere una peligrosa inercia, corre el riesgo (y hasta ahora casi siempre ha caído en él) de volverse mecánico, adialéctico.

Cuba, gracias a unas circunstancias físicas y políticas peculiares (1), logró moderar su «inercia postruptural», lo que permitió, entre otras cosas (y entre otras causas), que su revolución fuera mucho menos violenta que otras. Venezuela, en circunstancias aún más peculiares, podría haber logrado poner en marcha una revolución dialéctica, en la que la teoría y la praxis transformadora tienen tiempo de confrontarse y corregirse mutuamente. Una revolución tranquila, pausada, si no del todo pacífica. Pues la única paz posible, y la única deseable, es la Irene de los griegos, la Paz hija de la Justicia, y mientras no haya justicia en el mundo, no podrá haber auténtica paz, ni internacional ni intranacional.

3. La Nueva Internacional

Mientras en Iraq y Palestina se libra la madre de todas las batallas, en Cuba y Venezuela se sufre y se resiste el padre de todos los asedios. Un implacable asedio económico, político y mediático contra el que debemos luchar sin descanso, y no solo por solidaridad, sino por nuestro propio futuro. Frente al imperialismo genocida, frente a la homologadora globalización del expolio y el exterminio, todos somos palestinos e iraquíes, cubanos y venezolanos, vascos e irlandeses… Una Nueva Internacional de pueblos dignos y valerosos (que no necesita número, pues es a la vez primera y última en su género) está tomando forma para desesperación de los imperialistas y sus cómplices, de los fascistas y los socialdemócratas. Intentarán desarticularla por todos los medios. No lo conseguirán. Nuestra red espaciotemporal ya es demasiado tupida, demasiado fuerte para desgarrarla. Hoy en Latinoamérica es posible un Chávez porque hay un Castro y ha habido un Allende (y porque hubo un Bolívar, un Martí, un Zapata). Los bolivarianos surgen en una tierra abonada y reclamada por los zapatistas, las FARC, el MST…

Los imperialistas saldrán de Iraq y de Palestina con el rabo entre las piernas, como salieron de Vietnam, y no entrarán en Venezuela, como no han entrado en Cuba. Euskal Herria e Irlanda serán naciones libres e independientes… Y de esa pluralidad de pueblos insumisos, soberanos, nacerá la única unidad deseable, la única posible.

(1) Cf. mi artículo «El tamaño de la revolución» (Gara, 19 10 03, y www.nodo50.org/contraelimperio).