Señala sabiamente Adam Smith al inicio de La riqueza de las naciones (1776) que ésta depende básicamente de «circunstancias» entre las que destaca «la pericia, destreza y juicio con que se aplique generalmente su trabajo» y en segundo lugar «la proporción que se guarde entre el número de los que se emplean en el trabajo […]
Señala sabiamente Adam Smith al inicio de La riqueza de las naciones (1776) que ésta depende básicamente de «circunstancias» entre las que destaca «la pericia, destreza y juicio con que se aplique generalmente su trabajo» y en segundo lugar «la proporción que se guarde entre el número de los que se emplean en el trabajo útil y el de los que no están útilmente empleados». Traducido a lenguaje moderno: la productividad de los factores y su utilización son los determinantes de la riqueza.
A principios del 2006 los datos de la UE confirmaban el descenso de posiciones de España en materia de innovación — n su sentido amplio, que incluye la educación, la tecnología y la capacidad emprendedora- dando motivos para preocuparse por el presente y el futuro de la «pericia, destreza y juicio» con que podremos en el futuro ir «aplicando nuestro trabajo». Respecto a la «segunda circunstancia» señalada por Adam Smith, los recientes buenos datos de la EPA muestran cómo la tasa de empleo (ocupados sobre mayores de 15 años) ha alcanzado un máximo histórico del 52% (impulsada por una tasa del 66% entre la población inmigrante), lo que nos sitúa ya sólo diez puntos por debajo de Estados Unidos.
Olivier Blanchard, del MIT, hablaba del spanish puzzle para referirse a la creación de empleo con baja productividad, y habla ahora de «ambiguo milagro». Las razones de la ambigüedad y fragilidad de nuestro modelo se han visto ratificadas por los datos de innovación, productividad, déficit comercial y diferenciales de inflación. Claro que el PIB crece más que Europa, gracias a la construcción y el consumo. ¿Qué efectos tiene ello sobre las «circunstancias» señaladas por Smith? El nuevo presidente de la Reserva Federal, Bernanke, ha recordado de modo elegante pero claro que la inversión no sólo vale por su aportación a la demanda y al PIB sino también – y, a largo plazo, sobre todo- por su capacidad para canalizar o «incorporar» mejoras de productividad, lo que se consigue con mucha más intensidad con inversión en equipamiento y maquinaria modernizadores que por inversión inmobiliaria. Un estudio reciente de Nordhaus sobre la evolución de la productividad en Estados Unidos detecta en la construcción una de las pocas excepciones importantes a los resultados generales positivos.
Ahora que tanto se habla de solidaridad y cohesión no debería ignorarse las «brechas» que está abriendo el «modelo español de crecimiento». Por una parte, la que actúa contra empresas y personas que se desenvuelven en un entorno de dura competencia y se ven obligados a transferir recursos – vía mayores subidas de precios y costes- a los sectores o grupos beneficiarios de escaseces artificiales y regulaciones. Por otra, la que afecta a las jóvenes generaciones, que empiezan a sentirse defraudadas por la combinación de precariedad laboral y dificultades de acceso a la vivienda. Estas brechas deterioran los incentivos a la mejora de la productividad que requiere la implicación de las personas para que apliquen su «pericia, destreza y juicio» de forma dinámica y creativa. ¿Podremos recuperar la solidez en los fundamentos de la generación de la riqueza apuntados por Adam Smith antes de que lleguen peores tiempos?
JUAN TUGORES, catedrático de Economía de la UB