«Si el capital se distribuyese en partes iguales entre todos los individuos de la sociedad, nadie tendría interés en acumular más capital del que pudiese emplear por sí mismo» E,G. Wakefield, England and America, Londres 1833, (citado por Karl Marx en El Capital, FCE, ed. 1958 pag. 652) Las teorías económicas clásica y neoclásica erraron […]
«Si el capital se distribuyese en partes iguales entre todos los individuos de la sociedad, nadie tendría interés en acumular más capital del que pudiese emplear por sí mismo» E,G. Wakefield, England and America, Londres 1833, (citado por Karl Marx en El Capital, FCE, ed. 1958 pag. 652)
Las teorías económicas clásica y neoclásica erraron completamente al prever que la universalización de los mercados y la internacionalización del capitalismo producirían una convergencia de la riqueza de las naciones. Lo que ocurrió en los últimos 200 años fue exactamente lo contrario: en el inicio del siglo XIX, la diferencia de renta entre los países ricos y pobres, era de 1 a 2; un siglo después, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, era de 1 a 4, y al final del siglo XX era ya de 1 a 7. Pero también erraron las teorías de la dependencia y del subdesarrollo, que en el siglo XX, apostaron a la imposibilidad del desarrollo capitalista, en las ex colonias europeas, o en los países que fueron o son objeto de la dominación imperialista de las grandes potencias. En este período, hubo industrialización y desarrollo sustentable en varios territorios que fueron verdaderas «perlas» del colonialismo y del imperialismo europeo y norteamericano. Primero, en los años ´70 y ´80, fueron los «tigres» y los «gansos» del sudeste asiático, y después, a partir de los años ´90, fue el crecimiento exponencial de China y la India, que puso cabeza abajo a todas la teorías ortodoxas y heterodoxas del desarrollo económico. Lo que no deja de ser extraño, porque son estos mismos casos de éxito económico que están explicitando, de forma cada vez más nítida, las grandes regularidades y tendencias de largo plazo del desarrollo mundial, que no entran, entre tanto, en la cabeza de la mayoría de los economistas. Así, por ejemplo, de forma sintética y por tópicos:
1) A pesar de la globalización de los mercados y de la internacionalización de los capitales, que se profundizó en la segunda mitad del siglo XX, el sistema económico mundial sigue funcionando en base a «organismos económicos nacionales», con grados muy diferentes de desarrollo y riqueza.
2) Dentro de este sistema mundial, el liderazgo del desarrollo económico estuvo siempre en manos de un número limitado de economías nacionales que se articulan de forma dinámica y expansiva, con el movimiento imperialista de sus estados nacionales.
3) Estas «organizaciones económicas nacionales» que lideran el desarrollo económico mundial mantienen entre sí fuertes lazos de complementaridad, junto a una competencia intensa y permanente por la primacía económico-financiera, y por la supremacía política regional y mundial.
4) Por eso mismo, en estas «economías líderes», la guerra, o mejor dicho, la permanente preparación para la guerra, ocupan un lugar central, por el lado de la demanda efectiva, de la innovación tecnológica y de la acumulación financiera, además, como factor movilizador y como principio organizador de sus principales política nacionales.
El comportamiento de estos «Estados-economías líderes», al mismo tiempo, no explica la riqueza de países que nunca fueron grandes potencias expansivas y militarizadas. Asimismo, en estos casos, el éxito económico tiene que ver con el «efecto en cadena» de la competencia y del crecimiento de los «Estados-economías» que lideran el desarrollo mundial; y depende de la estrategia de respuesta adoptada por sus gobiernos. Las «economías líderes» son transnacionales e imperiales por definición y su expansión genera una especie de «rastro» (podría traducir como también como surco, CAS) que se amplía a partir de su propia economía nacional. Cada «Estado-economía imperial» produce su propio «rastro» , y dentro de él, las demás economías nacionales se jerarquizan en tres grandes grupos, según sus estrategias político-económicas. En un primer grupo, están las economías nacionales que se desenvuelven bajo el efecto protector inmediato del líder. Varios autores ya hablaron del «desarrollo por invitación» o «asociado» para referirse al crecimiento económico de países que tienen acceso privilegiado a los mercados y a los capitales de la potencia dominante.
Como ocurrió con los antiguos dominios ingleses del Canadá, Australia y Nueva Zelanda, después de 1931, y también con Alemania, Japón y Corea tras la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron transformados en protectorados militares con amarres preferenciales con la economía norteamericana. En un segundo grupo, se ubican los países que adoptan estrategias de catch up para alcanzar a las economías líderes. Por razones ofensivas o defensivas, aprovechan los períodos de bonanza internacional para cambiar su posición jerárquica y aumentar su participación en la riqueza mundial, a través de política agresivas de crecimiento económico. En estos casos, en general, el fortalecimiento económico antecede al fortalecimiento militar y al aumento del poder internacional del país. Son proyectos que pueden ser bloqueados, como ya ocurrió muchas veces, pero también pueden tener éxito y dar nacimiento a un nuevo «Estado-economía líder». Tal como pasó exactamente con los Estados Unidos, Alemania y Japón, en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y está en vías de ocurrir con China, la India y Rusia, en este inicio del siglo XXI. Por último, en un tercer grupo mucho más amplio se localizan casi todas las demás economías nacionales del sistema mundial, que actúan como «periferia económica» del sistema, proveyendo insumos primarios e industriales especializados para las economías que están en los «niveles superiores». Son economías nacionales que pueden tener fuertes ciclos de crecimiento, y alcanzar altos niveles de renta per cápita, como es el caso de los países nórdicos y de la Argentina. Y pueden industrializarse, como es el caso del Brasil y México, y seguir siendo hasta hoy, economías tan periféricas como las de Venezuela o de Chile, para mantenernos en el ámbito del «rastro» inmediato de los Estados Unidos.
Concluyendo rápidamente: la desigualdad del desarrollo y la riqueza entre las naciones es un elemento esencial del crecimiento de la economía de mercado y del sistema capitalista mundial. Sin embargo, existe la posibilidad selectiva de movilidad nacional dentro de este sistema, dependiendo de la estrategia económica y de poder de cada país.