La Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) parece haber llegado a un punto muerto. Un «inventario» realizado en Ginebra la última semana de marzo finalizó sin directivas ni un plan de reuniones de altos funcionarios o ministros de Comercio. El objetivo de concluirla para fines de este año ni siquiera se […]
La Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) parece haber llegado a un punto muerto. Un «inventario» realizado en Ginebra la última semana de marzo finalizó sin directivas ni un plan de reuniones de altos funcionarios o ministros de Comercio. El objetivo de concluirla para fines de este año ni siquiera se mencionó.
La Ronda de Doha comenzó en noviembre de 2001. En ese momento los países en desarrollo se opusieron aduciendo que aún no habían comenzado a asimilar la Ronda Uruguay y sus numerosos problemas. Así que las nuevas negociaciones se denominaron oficialmente «Programa de Trabajo de Doha» e informalmente, para hacerlas más aceptables, «Programa de Doha para el Desarrollo».
En los nueve años transcurridos desde entonces el contenido de desarrollo prácticamente desapareció de las negociaciones y lo que estuvo en juego fueron las verdaderas intenciones de los países desarrollados: abrir los mercados de los países en desarrollo y, a la vez, proteger sus intereses, especialmente en agricultura y servicios.
Los últimos textos preliminares acerca de cómo se liberalizarán las importaciones agrícolas e industriales no son equilibrados. Exhortan a los países en desarrollo -salvo a los menos adelantados- a asumir más compromisos reales que los países desarrollados y, por otro lado, éstos pueden seguir utilizando sus enormes subvenciones agrícolas, que permiten la captura de mercados a las empresas de Estados Unidos y Europa, desplazando a la producción de los pequeños agricultores locales.
Pero a los países en desarrollo se les exige que reduzcan drásticamente los aranceles de sus productos manufacturados en algunos países hasta en un sesenta por ciento de manera que la mayoría de sus nuevos impuestos de importación estarían por debajo del trece por ciento.
Pese a la ventaja que ya tiene, Estados Unidos pretende que algunos países en desarrollo en particular China, India y Brasil también acepten llevar a cero los aranceles de algunos sectores, como productos químicos, maquinaria industrial y electrónica.
Un alto funcionario chino declaró que Beijing ya había realizado importantes concesiones en los textos preliminares y que esas demandas extra de Estados Unidos eran inaceptables ya que destruirían las industrias más importantes de esos países.
Mientras tanto, analistas estadounidenses señalan que el gobierno de Barack Obama enfrenta un Congreso y una opinión pública que se muestran reacios a que el país cumpla con el compromiso de reducir su nivel máximo de subvenciones agrícolas y aranceles industriales. Por eso va más allá de los textos preliminares y exige a ciertos países en desarrollo que abran aún más sus mercados.
Los países en desarrollo alegan que esto va más allá del mandato acordado, en tanto Estados Unidos insiste con sus reclamos irracionales. Así que nos encontramos en un punto muerto.
En el «inventario» realizado en la OMC, el embajador de Sudáfrica, Faisal Ismail, fue el que con mayor elocuencia diagnosticó el estancamiento. «Consideramos desconcertante que Estados Unidos, que no quiere trabajar sobre la base de esos textos multilaterales, siga siendo el actor de mayor peso en la Ronda de Doha», afirmó y señaló como la principal razón del actual estancamiento de las negociaciones a la exigencia de sus grupos de presión empresariales de mayores compromisos de acceso a los mercados de sus socios comerciales, en especial de los principales mercados emergentes.
El embajador sudafricano, citando a Albert Einstein, calificó de locura el hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Advirtió que de continuar por este camino se corría el riesgo de echar por tierra más de ocho años de trabajo. Propuso que los principales actores terminen con su enfoque mercantilista y adhieran a los principios de equidad, ajustándose al mandato sobre desarrollo de la Ronda de Doha y a los acuerdos ya realizados, y reconozcan el valor de un sistema multilateral de comercio estable.
Brasil dijo que los textos preliminares encierran un delicado equilibrio que debe respetarse o, de lo contrario, debería reajustarse toda la propuesta. «Esos reajustes no pueden implicar nuevas concesiones unilaterales de los países en desarrollo», afirmó.
India, por su parte, expresó que nada indica que las dificultades políticas que han impedido avanzar en los últimos seis meses desaparezcan súbitamente. Exhortó a los países miembros de la OMC a continuar con las negociaciones, pero advirtió que su propósito no debe ser el cumplimiento de «las exigencias irreales de uno o más miembros acerca de nuevos accesos a los mercados» sino llegar a «un resultado equilibrado» de acuerdo con el mandato sobre desarrollo. «No es posible que algunos países en desarrollo sean los banqueros de la Ronda», añadió.
Tras el «inventario» en la OMC, que finalizó sin planes de futuras reuniones de funcionarios nacionales en Ginebra, como había venido ocurriendo, ni de pequeñas reuniones ministeriales, la meta fijada por la Cumbre del G-20 de concluir la Ronda de Doha este año está muerta.
Como ha ocurrido a menudo en la accidentada historia de las negociaciones de la Ronda de Doha, el resto del mundo todavía está «esperando por Estados Unidos». Antes la espera era para que aceptara algunos compromisos para liberalizar su agricultura, ahora es para que abandone sus irracionales exigencias a otros países.
Con Estados Unidos sumergido en sus propios problemas internos, la espera será larga, tan larga que la Ronda de Doha puede desaparecer de la agenda mundial.
Martin Khor, fundador de la Red del Tercer Mundo, es director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.