Que el estaño haya sobrepasado su precio más alto desde la Segunda Guerra Mundial y el petróleo esté bordeando los 100 dólares, puede significar una excelente oportunidad para Bolivia. Pero, en otra perspectiva, podría ser la repetición de una historia de frustraciones. Hagamos abstracción, siquiera por unos momentos, de las grescas casi infantiles en que […]
Que el estaño haya sobrepasado su precio más alto desde la Segunda Guerra Mundial y el petróleo esté bordeando los 100 dólares, puede significar una excelente oportunidad para Bolivia. Pero, en otra perspectiva, podría ser la repetición de una historia de frustraciones.
Hagamos abstracción, siquiera por unos momentos, de las grescas casi infantiles en que nos enredamos unos contra otros a propósito de cualquier tema. Tratemos de ubicar, la situación económica mundial y su incidencia en el proceso que vive Bolivia. Este no es, no puede ser, un ejercicio exclusivo de los economistas. Todos estamos obligados a interesarnos en esa perspectiva; además, la historia de los pasados 50 años, nos da los elementos de juicio suficientes para comprender tal proceso.
Si nos situamos en 1957, encontraremos que la reconstrucción de Europa marchaba a toda marcha y Estados Unidos, en su reciente papel de gendarme internacional, buscaba asentar su dominio en el Asia. Los precios internacionales de las materias primas eran bastante altos. Pero, por otra parte, el petróleo es muy barato y permite un alto consumo en el movimiento de los grandes aparatos de guerra.
Aún así, o tal vez precisamente por sus exigencias bélicas en la amplia extensión del Asia, era importante para la potencia norteamericana mantener un control estricto sobre esos precios. Basta recordar el «dumping» del estaño que bajó bruscamente la cotización internacional de este mineral, como respuesta a la nacionalización de las minas en Bolivia. Algo similar haría con los recursos de otros países latinoamericanos.
Una década después, tales precios estaban en caída lenta. Se atisba una crisis que, a comienzos de los años ’70 estallará con el alza en el valor del petróleo. La OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) ha tomado el control de su producto y fijado el precio que, hasta entonces, era manejado por las transnacionales.
Esa crisis produjo una corta etapa de excelentes precios para las materias primas y dinero a bajo costo. Fue el momento de los grandes endeudamientos y los proyectos faraónicos de las dictaduras militares encaramadas en nuestros países. A fines de esos años ’70, la situación se revirtió con gran rapidez.
Estados Unidos había controlado la situación y buscó deshacerse de las dictaduras que había propiciado desde los años ’60.
Hace 25 años, la informática y la computación ya eran la gran industria mundial y, las materias primas, carecían de interés; al menos, esa era la versión que se encargaban de difundir los grandes analistas internacionales.
Pero el consumo de energéticos y, en consecuencia, de hidrocarburos, iba en aumento. Pese a los satélites, la televisión por cable y los celulares, el transporte físico aumentaba sin control… y el petróleo escaló hasta las nubes.
En esa línea, aparecen los indicios de una nueva etapa de mejoramiento en la cotización de las materias primas. Hasta aquí, pareciera que se trata de una secuencia de alzas y bajas que se deben, básicamente, a la especulación de las bolsas.
Pero no es así. Han aparecido factores que, hasta hace veinte años, ni siquiera se tomaban en cuenta. China e India, los dos países con más población en el mundo (más de 2 mil millones de habitantes entre ambos) están desarrollando una economía de mercado que supera, en demanda, la del resto del mundo, exceptuando las grandes potencias.
Cemento, hierro, minerales, han sufrido una elevación de los precios, como resultado de la construcción y el transporte en esos gigantes.
Pero, de otro lado, la economía de Estados Unidos entró en una crisis recesiva, a consecuencia de los enormes gastos que significan sus aventuras en Afganistán e Irak. La Unión Europea, que se beneficia con el aumento en el valor de su moneda, sabe que a corto plazo pagará también las consecuencias de esa situación. Por lo pronto, su desarrollo económico se ha visto frenado.
¿Cuáles son las proyecciones en América Latina? Dependen, por supuesto, de las políticas que desarrollemos en los próximos años. Si nos dejamos llevar por la ilusión de potenciarnos individualmente, repetiremos la experiencia de las décadas anteriores: gastos faraónicos y endeudamiento empobrecedor. La alternativa es concretar la integración regional.
¿Por qué? Tanto Estados Unidos como la Unión Europea nos están dando muestras de que, la integración regional, es el curso correcto que debemos asumir. Lo hacen, por supuesto, tentándonos con el facilismo de los tratados de libre comercio. De ambas vertientes, nos apremian para asociarnos con ellos, solitarios o en conjunto. Lo importante es que relacionemos todo nuestro comercio con los países desarrollados, para continuar en la situación de dependencia.
La integración regional, como alternativa, siempre ha sido la respuesta correcta, pero nunca la asumimos. Nos dejamos arrastrar, en cada ocasión, a los cautivadores programas de las grandes potencias. La integración ha sido sólo un discurso que reservamos para los encuentros internacionales.
Hoy, estamos en condiciones de hacer realidad ese proyecto que fue entrevisto por libertadores hace casi dos siglos.
¿Cómo hacerlo? Partiendo de nuestras debilidades. Por supuesto que debemos usar las fortalezas que tenemos, pero estableciendo la estructura integradora en base a la solución de las carencias y dificultades que nos han dejado las potencias.
Concretamente, en este momento, enfrentamos una crisis energética en toda la región. Es una crisis de crecimiento. Una crisis que no se resolverá concertando tratados con la potencia norteamericana o europea. Sólo es posible hacerlo, usando nuestros propios recursos para cubrir nuestras necesidades. En otros términos: lo que es nuestro, debe servir para nuestro desarrollo.
Hablamos de la región, no de un país y menos aún de una provincia o departamento. Los recursos energéticos deben usarse en el desarrollo regional, a condición de que tal desarrollo sea compartido. Quienes tenemos los recursos primarios debemos recibir apoyo para industrializarlos. Quienes requieren de esos recursos, deben recibirlos en condiciones de hermanamiento. Esa es la base de la integración. De otra manera, manejando nuestros recursos como simple mercancía, nunca saldremos del círculo vicioso de auge y caída de nuestra economía que se repite desde hace centenas.
Bolivia tiene tanto el desafío como la llave de la integración. No sólo por el gas, sino por un recurso mucho más valioso: el agua. Estando al centro del continente, somos proveedores adecuados del energético, siempre que desarrollemos la electrificación, la agricultura y la ganadería, así como la industrialización de nuestras materias primas.
En cuanto al agua, tomando conciencia de que, desde nuestros nevados comienza a correr el agua que nutre las grandes cuencas del Amazonas y del Plata, estamos obligados a implementar una política que haga, de ese recurso hasta ahora malgastado, en un recurso racionalmente manejado. Las grandes represas construidas entre Brasil, Paraguay y Argentina, han mostrado su insuficiencia, pese a lo gigantesco de esos proyectos. ¿Otros más de esas o mayores dimensiones, solucionarán la crisis energética? Todo indica que, al contrario, crearán mayores bolsones de miseria en los mismos países en que se construyan.
Bolivia puede enfrentar exitosamente esa tarea: hacer que el agua sea un recurso racionalmente útil para toda la región.
Estamos en el centro de Sudamérica. Somos la llave para un real acuerdo sudamericano.