La Habana 26 de julio – Madrid 9 de agosto de 2010 Hay días señalados para la memoria histórica y momentos de la historia que relumbran con poderosa luz. Aquella, la del conocimiento científico usado a conciencia para tratar de exterminarnos, sea en aquel 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, tres días después en […]
La Habana 26 de julio – Madrid 9 de agosto de 2010
Hay días señalados para la memoria histórica y momentos de la historia que relumbran con poderosa luz. Aquella, la del conocimiento científico usado a conciencia para tratar de exterminarnos, sea en aquel 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, tres días después en Nagasaki o pasados sesenta y cinco años planee su vuelo sobre el territorio de Irán. Y de aquel Movimiento Mundial por la paz que nació en Sendai a los dos años de la deflagración de la primera bomba atómica, esa voluntad ciudadana internacional contra el uso que hizo la ciencia para asolar Hiroshima y Nagasaki, de ese movimiento rebelde apenas queda destello en las tierras de Europa.
Europa, razón y escenario de dos guerras mundiales, es hoy pasto para domesticados bueyes, con un estómago educado para el consumo insaciable y un cerebro tan frío como desmemoriado puesto al servicio de la maquinaria de guerra de la O.T.A.N. Para poder dejar de sentir por unos instantes los letales efectos provocados por tanta devastación ideológico-climática de fabricación europea, hay que atravesar el Atlántico y arribar a ciudades como Santiago de Cuba, Santa Clara o Bayamo para ver y saber que si otro mundo es posible, lo será por el uso revolucionario del conocimiento y de ese amor firme hacia el género humano que materializa actos de paz. Paz que no te la regalan comprando un paquete de galletas, ni vendrá gratuitamente caída del cielo cual maná de marca Marshall. Es y será fruto colectivo del trabajo humano.
Mucho CO₂ ha llovido desde el fin de la II Guerra Mundial sobre los campos y ciudades del planeta, cuantioso uranio empobrecido que recubre las bombas de destrucción masiva anda suelto en las tierras devastadas de Iraq, la fragmentada Yugoslavia y el destrozado Afganistán… demasiado veneno producimos día a día por un salario que no nos libera del hambre, veneno que consumimos compulsivamente pagando un precio intolerable: la muerte anónima y silente, indigna, de personas iguales a ti, una tras otra hasta llegar a cifras que insultan nuestra inteligencia.
Millones, somos miles de millones, casi la humanidad entera, quien lejos de construir un memorial universal para que jamás se repitan las terroríficas masacres de Hiroshima y Nagasaki, bien las reactualiza día a día desde el peligroso convencimiento en un progreso y crecimiento infinito cual condición «natural» de las sociedades humanas, bien las olvida desde la mítica creencia en un desarrollo de las fuerzas productivas que per se garantizaría el futuro de la vida en la Tierra.
Pero como todo conocimiento sobre la realidad es situado, contingente al momento histórico y a la vez resultado de los procesos humanizadores que nos preceden, dispongo de ciertas condiciones objetivas que me legitiman para hablar de las muertes de Hiroshima y Nagasaki desde una crítica visceral al imperialismo del siglo XXI. Por tanto, abandono a conciencia el terreno trillado por cuantos políticos e intelectuales desapasionados son capaces de hablar y escribir sobre infames exterminios de seres humanos, patrimonio también de la humanidad, sin que se les revuelva el estómago hasta el vómito y actúen, en consecuencia, rebeldes e indignados.
Porque sabemos, cínico sería negarlo, que el imperialismo que nos gobierna conoce de nuestra extrema debilidad organizativa para un combate internacionalista articulado en lo local, regional y mundial. Tanto es el poder que delegamos en sus manos, tanta la atención prestada por nuestras miradas a su terrorífico rostro que, como moscas en la miel, caemos en la vieja trampa del escudo jalonado con la cabeza de Medusa: convertir en piedra insolidaria el amor de nuestros corazones, que puesto que laten son en potencia y acto revolucionarios. Pensar parece que no es sentir en nuestra carne el dolor «ajeno», sentir la muerte «ajena» parece que impide, siguiendo esta lógica, pensar racionalmente.
De ahí la existencia de tanta oferta de cooptación en nuestras filas para otorgar (o no) algún puesto de trabajo directa o indirectamente relacionado con guerras sucias o limpias, de ahí la demanda de lentes miopes con las que corregir ciertas sanas miradas reclamantes de auténtica igualdad, justicia y democracia plena sin excepción de nadie. De ahí el bloqueo a Cuba, el acoso e intento de derribo a la Venezuela bolivariana, el último golpe de estado en Honduras, la hipócrita condena de las NN.UU. y la U.E. sobre el ataque sionista a la flotilla de solidaridad con el pueblo palestino de Gaza; como así mismo negar una solución pacífica a la existencia de la República Árabe Saharaui Democrática en el Sahara occidental ocupado; y en portada de prensa la arrogante y real amenaza imperial de una guerra nuclear más devastadora que la de Hiroshima y Nagasaki… en tanto que allí mismo, este seis de agosto de 2010, representantes de setenta y cuatro países se dan golpes de pecho para inspirarse en una solución al problema de la cuadratura del círculo: un mundo capitalista pacífico y sin armas nucleares.
En suma, su miedo a que despertemos del dulce sueño proporcionado por el narcotizador desarrollo, sustentado en una energía fósil a punto de agotarse, les obliga a morir matando. Como demuestran los hechos en el capitalismo realmente existente. Por eso es bueno recordar aquí que fue precisamente el presidente de los EE.UU. Harry S. Truman el inventor del término «desarrollo», (recuerden, aquel que ordenó con total impunidad descargar la Little Boy y la Fat Man sobre Japón) decretando unilateralmente sobre la existencia de los habitantes de las tres cuartas partes del mundo de 1945 la condición de «subdesarrollados», siempre y cuando los poderosos del cuarto restante dejaban atada y bien atada para los tiempos venideros una correlación de fuerzas favorable a sus intereses. Frenar los logros en la lucha por la descolonización de tantos pueblos sujetos a las metrópolis coloniales requirió de ese parroquiano, peor útil concepto que tuvo la virtud de fructificar hasta en el terreno del socialismo real de aquel entonces. Y por supuesto justificar «legalmente», en aras al supuesto desarrollo humano, tantos crímenes imperiales como gigantescos beneficios privados continúan extrayendo del trabajo explotado y de la Tierra exhausta.
Pero como no pretendo con estas palabras dar cuartos al pregonero, ni alentar creencias milenaristas de sombríos augures sobre nuestro futuro, al contrario, quiero, necesito, necesitamos desde esta Europa ensoberbecida por auto-considerarse el ombligo modernizador del mundo, desaprender con urgencia lo aprendido en esta era del desarrollo Truman y del pos-desarrollo Obama: el individualismo voluntarista, la mendicidad de derechos, las pedagogías para las masas que no sean de ellas mismas, la adictiva autocomplacencia en tan legítimas como fragmentadas y a veces inútiles militancias, las tácticas y estrategias del accionar político que burocratiza-esteriliza las relaciones sociales, el miedo a morir trabajando por un futuro siempre mejor… Sé que es posible aprender a vivir de una manera otra porque en Cuba viven de esa otra manera. Este país es escuela privilegiada donde poder iniciarse con humildad en estos fundamentales aprendizajes para la vida en donde el dios mercado no bendice los alimentos que te llevas a la boca.
Porque desde lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki precisamos más que nunca construir una voluntad colectiva internacional para la paz mundial que ni manipule ni sea manipulable y para ello es imprescindible la formación y el estudio sin tregua, dar vida a cuantas escuelas sean necesarias donde, aparte de aprender que la explotación individualista de los prejuicios y de la ignorancia es lo que perpetúa todas y cada una de las desigualdades, seamos capaces de revolucionar el orden y el poder establecidos. Que lo son desde la aceptación acrítica de ideologías deterministas cuyo padrenuestro diario y mediático es: el mundo que nos ha tocado vivir es el que es y debemos adaptarnos a las circunstancias porque es imposible cambiarlo.
Si así fuera, ¿para qué tanto empeño en modernizarlo, en desarrollarlo sólo en beneficio de un ínfima minoría? Datos objetivos avalan un desigual y criminal reparto de la riqueza que ¡la produce la inmensa mayoría! Entonces, ¿hay vida humana en el planeta sólo para eso? ¿No será ese padrenuestro la coartada perfecta de las clases dominantes para continuar siendo dominadoras? Y a la inversa, ¿no será la ideología determinista, ese machacón rezo de los mercaderes planetarios, lo que nos impide sentir la explotación a la que están sometidos nuestros cuerpos?
Desde lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki urgimos, más que en los dos siglos pasados, de una práctica anclada en la memoria histórica de lo que la humanidad es hoy en su inmensa mayoría: trabajadoras y trabajadores asalariados que, para dejar de serlo requerimos destruir el sistema del que formamos parte y con ello a nosotros mismos, no sólo para poder ser humanos plenamente pacíficos sin posibilidad de vuelta atrás, sino para que el mundo que conocemos pueda seguir siendo con nosotros dentro.
Consciente de que el significado profundo de cuanto vengo diciendo no es mío, sino que yo misma soy camino y vehículo de pasadas y futuras revoluciones, brindo el mejor homenaje que hoy merecen los mártires, inocentes y gloriosos, de Hiroshima y Nagasaki para dignificarlos como merecen: afirmar la existencia de lugares en donde es posible transformar amor y muerte, sufrimiento y derecho efectivo a la felicidad en realidades políticas, económicas y sociales con dimensión en verdad humanas, porque si
Revolución es sentido del momento histórico;
es cambiar lo que debe ser cambiado;
es igualdad y libertad plenas;
es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos;
es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos;
es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional;
es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio;
es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo;
es luchar con audacia, inteligencia y realismo;
es no mentir jamás ni violar principios éticos;
es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.
Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.»
Entonces, la lucha por la paz mundial adquiere múltiples sentidos y razones para ser un acto colectivo de subversión frente a tantos otros actos de quienes siembran el terror con el avieso fin de hacernos responsables únicos de las consecuencias de su terrorismo global, cuyo objetivo final es educarnos en la cultura del miedo, la cobardía y en última instancia delegar la solución de nuestros problemas vitales en los criminales que los provocan.
Por eso, porque les debemos la vida, aquellas gentes asesinadas a traición en Hiroshima, en Nagasaki, nos siguen mirando con la más terrible angustia que pueda mostrar rostro humano, nos enseñan su carne achicharrada por el uranio, su piel roja como rosa radioactiva, sus hijos e hijas, los hijos de sus hijos e hijas condenadas a sufrir enfermedades hereditarias sin cura. Llevados a este extremo sin nuestro consentimiento, de verdad, decidme, ¿merece la pena vivir de la promesa en el bienestar que dicen determinados estados van a darnos a precio de esta u otra futura masacre? ¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando para otro lado, en tanto no nos toque ponernos en la fila de los desheredados de la Tierra? ¿Es que acaso van a exculparte del «crimen» de haber nacido libre e igual a cualquier otro ser humano? ¿Nos creemos verdaderamente liberados de la amenaza de muerte, de no ser objeto de violencia o sujeto de exclusión? Sí, es cierto, ellos saben bien de nuestro sentimiento de impotencia y soledad frente al horror, son los mejores maestros. Ese es su más ignominioso triunfo. Nuestro mayor reto es transformarlo en derrota.
Por eso hoy, con tantos saberes nuestros acumulando polvo en el baúl de los recuerdos, es todavía posible, no tanto encontrar con el candil de Diógenes excelentes respuestas que nos expliquen el pasado para poder seguir tirando en esta vida presente, tanto como que disponemos de un colosal patrimonio de conocimientos con el suficiente grado de poder y fuerza capaces de formular nuevas y mejores preguntas para dar un golpe certero de timón que nos aleje de encallar una y otra vez en esa enfermiza paz de los cementerios y dirigirnos hacia puertos mucho más saludables.
Navegar en la vida y para el porvenir de la vida fue posible con el acorazado Potemkin y con el yate Granma. Estas naves no han sido, ni serán las únicas que construyamos en la historia. Nos va el futuro en ello. Por eso compañera, compañero, desata esos cabos de horca anudados en los pescuezos para que podamos seguir navegando vivos. Hay muchas luces puestas en camino que marcan el rumbo por entre los devastadores ciclones que hemos creado con nuestras propias manos. Hay dos de ellas que nos orientan con un singular y poderoso destello: Hiroshima y Nagasaki.
NOTAS
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A rosa de Hiroshima, poema de Vinícius de Moraes. Escuchando la interpretación musical del brasileño Ney Matogrosso salió este escrito: http://www.youtube.com/watch?v=9YJaaVAQ5lE&feature=related
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Fidel Castro Ruz. Comandante del Ejército Rebelde en Cuba que junto a Ernesto Ché Guevara, Camilo Cienfuegos, Melba Hernández del Rey, Haydee Santamaría y tantos otros revolucionarios insurgentes acabaron con la dictadura de Fulgencio Batista en 1959, impulsores de la existencia de un estado revolucionario socialista en las Américas.
Manuel Menchén Antequera. Uno de los fundadores, en 1959, del Club de Amigos de la UNESCO de Madrid. Espacio de libertad de reunión, expresión, información, de investigación científica, cultural, educativa… que enfrentó a la dictadura franquista con las armas de la palabra, el pensamiento crítico, la lucha por la Paz y los Derechos Humanos. El aparato represor del Estado fascista no pudo destruirlo. Hoy continúa su trabajo en la madrileña Plaza de Tirso de Molina nº 8.
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Cursivas: Del discurso de Fidel Castro Ruz, 1º de mayo de 2000, Cuba.
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