La Venezuela que vio el crecimiento del liderazgo de Chávez a partir de la segunda mitad de la década de los noventa, y el país que ahora se sacude frente a las evidencias que informan sobre la enfermedad que padece el presidente, se presentan como dos realidades bastante distintas. Aquí, la simple constatación del breve […]
La Venezuela que vio el crecimiento del liderazgo de Chávez a partir de la segunda mitad de la década de los noventa, y el país que ahora se sacude frente a las evidencias que informan sobre la enfermedad que padece el presidente, se presentan como dos realidades bastante distintas. Aquí, la simple constatación del breve transcurrir de estos años no da cuenta de las transformaciones operadas, de la cantidad de acontecimientos en buena medida inesperados, de la intensidad de los momentos transcurridos, de las reorientaciones afectivas experimentadas por millones de personas, mutaciones sociales, institucionales, cuyos alcances definitivos aun están por examinarse con rigor.
Otra constatación producto de la evaluación del lapso considerado; aunque las circunstancias que crearon las condiciones para la emergencia del liderazgo de Chávez son previas a su propia persona, es claro que el carácter del proceso, y buena parte del apoyo popular que conserva la revolución, son expresión de la vinculación afectiva que se ha gestado durante este tiempo entre el presidente y una parte considerable de la población. Esta última verificación no niega, por cierto, más bien es la vía para hacer más comprensible, los crecientes niveles de conciencia, el entusiasmo enorme por la participación política, o la consistente defensa de la nación ante las agresiones internacionales.
El país de finales de la década de los noventa había presenciado un proceso que tuvo como centro el agotamiento definitivo de la democracia de Punto Fijo. El liderazgo que encarna Hugo Chávez no podría transcender socialmente si es que no existieran algunas condiciones previas que prepararon el escenario para la emergencia del chavismo. Una de ellas, sin duda determinante, fue la deslegitimación completa de toda la institucionalidad del Estado, sus partidos políticos dominantes, en últimas el modelo de democracia creado a partir de 1958, con el Pacto de Punto Fijo; un acuerdo de partidos que definió las estrategias políticas para preservar aquel experimento de las asechanzas de la izquierda, excluida del acuerdo, y de la derecha militarista. En todo caso, las causas más protuberantes para explicarse el desprestigio de la democracia representativa, fueron las reformas neoliberales que se comenzaron a implementar con titubeos desde la década de los ochentas, y sistemáticamente a partir del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. De modo que fueron las reformas neoliberales las que debilitaron el modelo liberal. Las partidos hegemónicos de entonces Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (socialcristiano), quienes durante décadas ensayaron políticas signadas por la intervención en la economía, e intentos relativamente efectivos de distribuir la renta petrolera, de pronto frente al desconcierto de las mayorías y como respuesta a las crisis general de los años ochentas, optaron por ensayar políticas de mercado. Esto también ocurrió con otras organizaciones «centristas» de todo el continente.
Las instituciones surgidas de la Constitución de 1961, los partidos hegemónicos, actores principalísimos de aquella trama «representativa», encargados de vehiculizar las demandas populares, eran objeto de un rechazo casi unánime por parte de unas mayorías descontentas. Para aquellos momentos de la década de los noventa, lo que ha llamado el historiador norteamericano Steve Ellner como la tesis del «excepcionalismo venezolano», ya había sufrido algunos golpes contundentes. Aquella tesis proveniente de estudiosos de la realidad nacional, fundamentalmente politólogos, sostiene que en Venezuela se había desarrollado un sistema capaz de brindar oportunidad a su población. Su «estabilidad ejemplar» en medio de un continente sumergido en problemas de violencia social y desestabilización casi permanentes, lo garantizaba los efectos de la distribución petrolera y la alteridad en el poder de un juego bipartidista cuyas actuaciones hacían gala, según varios analistas sostenedores de la tesis, de madurez política. Incluso sus más optimistas propaladores mantuvieron que el punto de la comparación con el modelo democrático liberal fraguado en Venezuela, no eran las naciones latinoamericanas, sino Europa. Esta versión armónica de un país excepcional, sin problemas de racismo, ni lucha de clases, ni en general exclusiones inveteradas, tuvo además proyección social. De ahí la perplejidad de las capas medias incapaces en una proporción apreciable, de procesar lo que ha estado ocurriendo durante estos años.
Esta percepción empezó a venirse abajo en 1989, cuando Carlos Andrés Pérez implemento un radical programa de ajustes, propicio levantamientos populares, el Estado reprimió con exceso a las poblaciones alzadas, luego presenciamos dos golpes de estado, la salida del poder a través de formas legales de Carlos Andrés Pérez, una desestabilización permanente, protestas populares, crisis general, en los años noventa llegaba al poder Rafael Caldera (1996), quien no pertenecía a ninguno de los partidos del establecimiento, aunque en los años cuarentas fue uno de los principales fundadores de COPEI.
Pero el punto al que quiero llamar la atención es aquel según el cual, en 1998, había una grave crisis institucional. El Estado no podía vehiculizar ya las demandas populares. Y la sociedad asistía a un descalabro en la economía que ya llevaba más de quince años. En aquellas circunstancias, los discursos de los principales candidatos presidenciales, (se trata de la campaña en que por primera vez ganó Chávez en 1998), fueron todos muy centrados en salidas prontas. Todos esos candidatos eran también personalistas, hay que recordar la debilidad de los partidos, de las instituciones, de la política, esto ofrece salidas comprensibles al fortalecimiento de líderes fuertes y carismáticos. Sólo que Chávez tenía un manejo del discurso, vinculando el presente con el pasado de independencia, llamando la atención del pueblo sobre sus fuerzas, el carácter heroico de su pasado, etc. Desde un principio Chávez utilizó la palabra revolución para nombrar el proceso que estaba liderando, y lo hizo en momentos en que esa palabra tenía «mala prensa». De esta forma, el crecimiento de su liderazgo superó buena parte de los prejuicios interiorizados como «sentido común», durante mucho tiempo.
Pero incluso y aunque con mucha menos trascendencia, el candidato que le llegó a disputar el primer lugar a Chávez en el último tramo de la campaña, recurría a la poderosa simbología de la epifanía de la independencia, pero expresada de otra manera, cuando decidió en lugar de un mitin que cerrara el proceso electoral, recorrer Caracas a caballo acompañado de varias centenares de personas también a caballo, incluyendo a una reina de belleza de las que había ganado uno de los certámenes internacionales. Demás está decir que en la capital venezolana la imagen de caballos como forma de transporte desapareció del imaginario «urbano» hace muchos años, como no ocurre en otras capitales de Latinoamérica. El candidato Salas Romer quiso entonces asociar su figura además de hombre fuerte de provincia, con los próceres de las guerras de independencia.
En lo que respecta al modelo de sociedad que se procura establecer con avances y retrocesos en estos años, ese modelo está aún en proceso de definiciones. Esto no es necesariamente un defecto. El socialismo que se constituyó como paradigmático del siglo XX, el socialismo de economía estatal, partido único, burocratización de la vida, etc., constituyó un experimento que muy pronto desdeñó las promesas libertarias de las tradiciones socialistas fraguadas durante el siglo XIX. La pérdida del referendo por la reforma de la constitución en 2007, que suponía en general un aprestamiento del Estado y de la sociedad para acelerar la marcha socialista diseñado según criterios fundamentalmente del presidente, implicó, entre otras cosas, que ya Chávez no contaba con el monopolio sobre lo que debe ser y no debe ser socialismo. Se trata de un debate que se escenifica en Venezuela todos los días, y desde distintas perspectivas.
Con todo y la indeterminación del socialismo venezolano, es claro que se ha venido modificando la propiedad de la tierra, la actividad económica estratégica del país está en manos del Estado, las formas de participación social y política se han ampliado, la sociedad está más organizada en movimientos sociales diversos, (también la oposición). Aunque seguimos siendo una sociedad dependiente de la economía petrolera. Lo específico del sistema político que se edifica, es la amplia participación política (existen mecanismos institucionales que se ejercen), el creciente control del Estado en la economía, la puesta en práctica de formas de propiedad distintas a la estatal y a la privada, la ampliación de derechos sociales, un enorme liderazgo presidencial que a veces contraviene a las formas de participación, etc. Un análisis del país con alguna perspectiva histórica debe considerar el hecho de que se ha asistido a una reinstitucionalización enorme de su vida política, que ha traspasado incluso las presuntas fronteras nacionales. Los experimentos que favorecen la unidad regional, se expresan en instituciones como el ALBA, PETROCARIBE, el Banco del Sur, TELESUR, etc.
Sin embargo han surgido nuevas contradicciones, la mentalidad y la cultura vertical de algunas de las principales figuras del chavismo que ocupan altos cargos en el Estado, colisionan con frecuencia con unas prácticas de participación y organización popular fortalecida en estos años. Algunos movimientos sociales se han mostrado en desacuerdo con varias decisiones, como «la entrega» del jefe de la agencia de noticias Anncol, acusado por el gobierno de Colombia de ser miembro de las Farc-ep, este episodio y la respuesta del gobierno, probablemente pueda enmarcarse dentro de un movimiento de «moderación» táctica que trata de ampliar las bases de apoyo al gobierno con miras a las elecciones presidenciales de 2012, al tiempo en que intentaría neutralizar a las fuerzas internacionales opuestas a la continuidad de la revolución. Falta evaluar sus resultados.
Algunos sectores populares recienten y denuncian cierta conservatización del proceso de cambios, que se expresa en la burocratización del partido, en el personalismo elitista que muestran algunos ministros, en algunas nociones bastante instrumentales que se tienen sobre la participación popular, etc. En este contexto, la enfermedad del presidente ha supuesto la necesidad de replantearse la presente coyuntura. Hasta el momento, aunque es temprano para intentar un balance definitivo, la situación no ha sido en ningún caso favorable a la derecha venezolana. Más bien se evidencia un crecimiento en la favorabilidad popular del presidente.
Con todo, las empresas de comunicación de oposición interna, y algunas de las grandes empresas de comunicación internacionales, intentan inclinar las circunstancias a su favor cuando exageran los posibles enfrentamientos internos generados a partir de la eventual sucesión del presidente Chávez en la conducción del proceso revolucionario. Pero más importante que el ejercicio de conjeturar sobre la evidente guerra sucia contra Venezuela, habría de igual modo que enfocar el análisis en las tendencias geopolíticas «en pleno desarrollo»; en el tipo de correlación de fuerzas que se mueve internamente en Estados Unidos, en la extrema derechización de los gobiernos más importantes de Europa, como «alternativa» aportada por sus clases dominantes para encarar sus problemas, en el aparente control de las rebeliones de los países árabes, pero también en el pantano en que se han convertido las guerras de intervención de Estados Unidos en Irak y Afganistán, en el descarado saqueo de las potencias occidentales en Libia, en el resultado de las reformas que buscan «vitalizar» el socialismo en Cuba, y por último, en la crisis general del sistema capitalista. Se trata de factores que tienen una capacidad para incidir en la producción de nuevas variables que podrían incluso dar termino con la orientación hasta el momento pacífica del proceso venezolano.
Es natural que surjan preocupaciones sobre la salud del presidente y, si fuera el caso, la continuidad de la revolución si su estado se agravara. De momento las informaciones muestran al presidente tomando de nuevo el mando de una tripulación nacional que apuesta por un horizonte pos-capitalista. Todas estas variables puestas en juego inciden ahora mismo en la evolución política de Venezuela. Las elecciones de 2012 son apenas un tramo de un proceso mucho más amplio, pero al contrario de las elecciones que vendrán, fundamentalmente incierto.
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