(Este texto constituye mi aportación a la discusión colectiva que se está manteniendo en foro Espacio Público bajo el enunciado «El euro en entredicho»).
El debate sobre el euro se encuentra en un nuevo estadio. Parece, solo parece, que de momento el euro no colapsará y no lo hará porque, como hemos podido comprobar, las autoridades europeas están dispuestas incluso a vulnerar normas legales que se han dado a sí mismas (los estatutos de independencia del BCE) para mantenerlo con vida.
Pero una cosa es mantener vivo y con respiración asistida al euro para que éste siga cumpliendo su función fundamental de cara a la mejor circulación de bienes, servicios y capitales al interior de la Eurozona -esto es, su función de medio de cambio común que impide cualquier estrategia de devaluación competitiva que pudiera beneficiar coyunturalmente a las economías con déficits por cuenta corriente-, y otra cosa es que en la agenda europea estén previstas las reformas institucionales que permitan recomponer Europa como el espacio que hacía de la generación de bienestar su signo de identidad frente al capitalismo liberal anglosajón.
Esto se pone de manifiesto cuando comprobamos cómo los avances institucionales previstos en la agenda europea quedan limitados tanto al refuerzo de los mecanismos financieros de supervivencia del euro como al incremento de la restricción sobre la capacidad de intervención fiscal de los Estados sobre sus economías, ya sea por la vía del endurecimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento como por la de la supervisión de los presupuestos de los Estados miembros antes de su aprobación en sede parlamentaria nacional.
Si, por un lado, damos por buena que esa es la línea directriz de la evolución a medio plazo de las reformas institucionales de la Eurozona, porque no hay nada en el horizonte que apunte a que sea otra pudiera ser la línea. Y si, por otro lado, damos también por buena la lectura de que nos enfrentamos a medio plazo a un contexto de capacidad de intervención menguante de los Estados sobre la actividad económica en los países periféricos, la resultante se convierte en una ratonera. Y ello porque los márgenes de maniobra estatales para reducir no sólo los desequilibrios existentes sino, sobre todo, los factores desequilibrantes que han generado esta división entre centro y periferia son cada vez menores, ya sean factores de naturaleza específicamente europea como aquellos derivados de la dinámica global del capitalismo.
Eso nos conduce a un horizonte marcado por el empobrecimiento y la depauperización de las clases medias, de emigración creciente de mano de obra cualificada, de deterioro y ampliación de la brecha tecnológica en la capacidad productiva instalada, de persistencia de tasas de desempleo insostenibles en el tiempo, de aproximación al límite de sostenibilidad de la capacidad de pago de la deuda pública y privada, es decir, nos aproxima al escenario de mezzogiorno que plantea el ponente.
Ante ese escenario la discusión en torno a cuestiones técnicas como las elasticidades o a otras más amplias como las causas precisas de la crisis se vuelve social y políticamente irrelevante. Si de algo pecamos a veces es de la tendencia a la parálisis por el análisis; a la obsesión por descubrir causas últimas y remotas de fenómenos que, precisamente y en este caso, ya habíamos anticipado que se producirían antes de que se creara la moneda única. Resulta curioso que estemos, no ante una profecía autocumplida, sino ante los resultados de un ejercicio de predicción por parte de muchos economistas críticos que se ha demostrado más preciso que los de decenas de centros de investigación de presupuestos astronómicos y que, sin embargo, no demos como válido ese éxito y sigamos enrocados pensando en cómo reformar una estructura que ha sido creada precisamente para los fines que está cumpliendo, tal y como anticipamos.
Es por ello que creo que la única cuestión sobre la que deberíamos estar discutiendo ahora es sobre cómo salir de este atolladero. A ningún ratón se le ocurriría discutir si la trampa en la que está atrapado es o no reformable y mucho menos si, además, tiene al gato con la zarpa preparada a la salida y si, para más inri, el ratón fue capaz de anticipar los detalles de la trampa y la naturaleza del gato y, a pesar de todo, verse abocado a caer en ella.
Pues bien, sirva la sencilla metáfora para ilustrar que somos como ratones atrapados en una trampa que se están jugando su supervivencia y tienen sólo dos opciones: aceptar que las cosas son como son, porque carece de las fuerzas necesarias para destrozar la trampa y seguir soportando la presión hasta que el cepo termine con esa lenta agonía, o tratar de escapar aún sabiendo que en el intento se van a incurrir en costes inevitables.
Eso significa que la opción por la salida del euro debería dejar de ser tratada exclusivamente desde los problemas que genera, que son muchos y que no se pueden ni se deben rehuir, sino que también habría de ser tratada desde la perspectiva de la ventana de oportunidades que puede abrir para reconstruir este país.
En estos momentos, y a mi humilde modo de ver, el esfuerzo de los economistas críticos de este país debería estar orientado a pensar en cómo liberarnos de esta trampa al menor coste posible (porque hay opciones para ello) en lugar de alertar, haciendo de correa de transmisión de los intereses de las élites industriales y financieras europeas, de la catástrofe que ello supondría, como si lo que está ocurriendo no fuera suficientemente grave ya; en analizar cuáles son las oportunidades que se abrirían una vez fuera del euro y cómo sería posible aprovecharlas; en plantear qué horizonte queremos y podemos construir y en alianza con quién o quiénes.
En definitiva, creo que deberíamos estar haciendo pedagogía de que en la Europa del Capital la Europa de los Pueblos no tiene espacio y de que, por lo tanto, más vale abandonar un barco enrumbado hacia la empobrecimiento de las clases populares europeas que seguir oprimidos esperando que el gato cambie de naturaleza… porque no la cambiará.
Alberto Montero Soler (Twitter: @amonterosoler) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
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