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Política externa de Brasil

La simplificación productiva amenaza la integración regional

Fuentes: Peripecias

Si en el ámbito regional el proceso de integración carece de un proyecto común de desarrollo compartido de las naciones sudamericanas que le de un norte y una perspectiva histórica, en los ámbitos bilaterales y en el multilateral la coordinación entre países en desarrollo tiende a enfatizar los intereses en torno a las exportaciones de […]

Si en el ámbito regional el proceso de integración carece de un proyecto común de desarrollo compartido de las naciones sudamericanas que le de un norte y una perspectiva histórica, en los ámbitos bilaterales y en el multilateral la coordinación entre países en desarrollo tiende a enfatizar los intereses en torno a las exportaciones de productos primarios. Esa posición refuerza una especialización regresiva y profundiza, en lugar de reducir, el abismo que separa el grupo de países desarrollados de los dos demás.

Durante la mayor parte del siglo XX, Brasil se consideró a sí mismo el país del futuro, un futuro de modernidad que tenía en la industria su motor económico. El agotamiento del modelo primario exportador fue acompañado por la Revolución de 1930, que promovió una serie de profundos cambios en la sociedad brasileña. Un nuevo consenso económico se formó desde entonces, cuya idea central era la industrialización como el camino para el desarrollo.

Desafortunadamente, desde 1981 ese camino se agotó. Las tasas de crecimiento cayeron a menos de una tercera parte de lo que habían estado en los cuarenta años anteriores y el peso de la industria en el PIB se redujo. Pasados veinticinco años de un cuadro de crisis en el cual, más allá del mal desempeño de la estructura productiva, la inflación y el desequilibrio en la balanza de pagos originado por la deuda externa generaran una circunstancia de permanente estancamiento, donde la suba de las exportaciones aparece como principal elemento de una mejora en el cuadro gris de la economía nacional. Así, en el alba del nuevo siglo, las expectativas de crecimiento económico están depositadas en el comercio exterior, principalmente de productos primarios. Es como si el futuro se encontrase en el pasado.

En esta época, la sociedad brasileña se vio involucrada en el proceso mundial de financiación capitalista, donde las altas finanzas pasaron a ejercer una hegemonía sobre las estructuras del poder económico y político en escala planetaria. Ese proceso tuvo su epicentro en el endeudamiento externo y su contracara con la deuda pública. Por esto se ha consolidado la ascensión del rentismo como condición fundamental de acumulación de riqueza por parte de una oligarquía brasileña asociada al gran capital internacional, propietarios de activos en el país o dueños de posiciones acreedoras sobre el endeudamiento nacional. La acumulación rentista se hace posible por una sorprendente capacidad de las estructuras productivas de soportar el peso de esa transferencia de valor y por la no menos sorprendente capacidad recaudatoria del Estado, que alcanzó a elevar la carga tributaria de 28 a 36 por ciento del PIB entre 1994 y 2004 para hacer frente a los costos de la deuda pública. La política monetaria extremadamente amigable a las finanzas (intereses elevados, cambio libre, baja tributación y débil reglamentación) atrajo inversionistas extranjeros lo que, sumado a los buenos resultados del comercio exterior, mantiene la estabilidad de las cuentas externas.

En los actuales escenarios de negociación comercial, se observa que en el caso de la integración en América del Sur, todas las fuerzas sociales involucradas en el tema la apoyan. Pero la integración aún está restringida al comercio y materias relacionadas, pese a los notables avances en la aproximación con sus vecinos, reflejado en la ampliación del número de miembros asociados, el progreso de las negociaciones con la Comunidad Andina o el ingreso de Venezuela al Mercosur como miembro pleno.

Su agenda está repleta de disputas sobre desequilibrios comerciales, pedidos de salvaguardias y acusaciones de dumping y otras prácticas desleales, que no son más que la música que acompaña el enlentecimiento de los flujos de comercio. En las negociaciones intrarregionales, los productores de bienes industrializados durables y no durables son los más importantes grupos de intereses, con algunas intervenciones localizadas del agronegocio, pues, para esos sectores, el mercado regional es un destino prioritario de sus exportaciones.

En lo que respecta a las negociaciones en que el Mercosur está involucrado como bloque, el tema del acceso a mercados para productos primarios es predominante, lo que refleja la influencia del agronegocio en las posiciones negociadoras. En Argentina ese sector es casi el único sobreviviente del fundamentalismo neoliberal que llevó a ese país a la devastadora crisis de 2001.

Si bien la estructura institucional del Tratado de Asunción permite la participación de la sociedad civil en la definición de las agendas y proposiciones en todas las fases del proceso de integración, la presencia de representaciones del campo popular ha sido poco efectiva, en la medida en que la agenda ha estado ocupada por los temas comerciales y los asuntos de mayor interés de esos sectores, como la libre circulación de los trabajadores, han avanzado muy poco en virtud del insuficiente desarrollo institucional del Mercosur.

Se lega así a una situación donde el triunfo del neoliberalismo no solo ha consolidado la alta finanza como grupo hegemónico de las clases dominantes, sino que también erosionó el compromiso del gran capital del sector productivo con cualquier proyecto de desarrollo nacional. La fracción superior de lo que otrora se ha llamado burguesía nacional está resignada a un papel secundario, esperando que las inversiones extranjeras lideren sus movimientos. Con respecto al comercio exterior, la posición de esa nueva correlación de fuerzas suena como el eco de la vieja concepción ricardiana de las ventajas comparativas del agronegocio y de las exportaciones de bienes industriales estandardizados.

Si en el ámbito regional el proceso de integración carece de un proyecto común de desarrollo compartido de las naciones sudamericanas que le dé un norte y una perspectiva histórica, en los ámbitos bilaterales y en el multilateral la coordinación entre países en desarrollo tiende a enfatizar los intereses en torno a las exportaciones de productos primarios. Esa posición refuerza una especialización regresiva y profundiza, en lugar de reducir, el abismo que separa el grupo de países desarrollados de los demás. Incluso la inclusión de tópicos como los textiles o la siderurgia no cambia mucho este esquema, pues no ayuda a reducir esas distancias. La prevalencia de esas posiciones representa, de hecho, una repetición del pasado primario exportador de América del Sur, lo que, para quien ya cumplió diversas etapas de su industrialización, apunta para el regreso de lo que un día fue el futuro.

Para países pobres o de ingreso intermedio, desarrollo significa diversificación económica, lo que todavía quiere decir industrialización, acceso a nuevas tecnologías y por lo tanto lo opuesto del aprovechamiento de ventajas comparativas. Eso está escrito en el Tratado de Asunción bajo la forma del principio del equilibrio y que torna concreta la idea de que, en las relaciones internacionales, nuestro norte es el Sur.

Este artículo es un resumen de la presentación ofrecida en el Taller de Capacitación sobre Comercio, Integración y Desarrollo Sostenible en América del Sur, organizado por CLAES en abril de 2006.