Las tres leyes de reforma agraria aprobadas a marchas forzadas en el Parlamento durante el confinamiento impuesto a raíz de la pandemia están en el origen de esta protesta. El Bharatiya Janata Party (BJP) de Modi insiste en que estas leyes son necesarias para modernizar un sistema de producción agraria arcaico y anticuado. La población campesina, sin embargo, considera con razón que el desmantelamiento de las regulaciones, de los controles de precios y de los compromisos en materia de contratos públicos son una amenaza para sus medios de subsistencia. Temen que la apertura del sector a las empresas del agronegocio y a los intereses financieros comporte una mayor polarización del régimen de propiedad de las tierras. Esto implicará a su vez el desplazamiento a gran escala del campesinado y de la clase trabajadora agraria a un sector informal que ya representa más del 90 % de la mano de obra total y que es incapaz de ofrecer un empleo o una remuneración suficientes.
La exigencia sostenida de derogación de las leyes
Desde finales de noviembre de 2020, centenares de miles de agricultores y agricultoras, procedentes en su mayoría de los Estados de Punyab, Haryana y del oeste de Uttar Pradesh, acampan en la periferia de Delhi, obstaculizando y bloqueando las principales vías de acceso a la capital. Al tiempo que rechazan los ofrecimientos del gobierno de suspender temporalmente las nuevas leyes, no han dejado de exigir su derogación.
El 26 de enero de este año, día de la República india, unas 500.000 personas desfilaron a lo largo de itinerarios que habían sido acordados previamente. Se trataba de simbolizar el hecho de que ese día es tan suyo como de los demás. No obstante, varios miles de personas lograron por sorpresa recorrer un itinerario no reservado ni planificado. Eran agricultores y agricultoras que se concentraron en el Fuerte Rojo, en el centro de Delhi. Se izó una bandera religiosa sij y hubo algunos choques entre manifestantes y la policía.
Narendra Modi rompió entonces su silencio para declarar que el incidente del Fuerte Rojo era un insulto al país e insistir en que las reformas seguirían su curso. La policía detuvo a cientos de manifestantes y denunció a periodistas que cubrían estos acontecimientos. Las autoridades bloquearon acto seguido los campamentos campesinos con alambradas, puntas de acero clavadas en el suelo y muros de hormigón. Sin embargo, cuando el gobierno de Uttar Pradesh amenazó con expulsar a la gente antes de la medianoche del 28 de febrero, miles de personas más acudieron a los lugares ocupados, primero de Uttar Pradesh, y después de Punyab y Haryana. En un momento crítico, justo cuando el gobierno tenía previsto emprender la ofensiva, la lucha campesina recibió un nuevo impulso potente. Las ocupaciones y la resistencia se mantienen hasta hoy.
Mirada retrospectiva sobre las grandes luchas obreras
¿Cómo valorar las posibilidades de victoria del movimiento campesino? Basta compararlo con la última movilización de amplitud similar: la huelga del sector textil de Bombay (Mumbai) en 1982-1983, en la que participaron 224.000 trabajadoras de las fábricas de la ciudad. Pararon el sector, reclamando un aumento salarial, la mejora de las condiciones de trabajo y la derogación de las leyes laborales restrictivas. Las leyes les negaban el derecho a afiliarse a otro sindicato, más combativo, dirigido por Datta Samant [dirigente sindical asociado inicialmente al Partido del Congreso; después se opuso frontalmente al mismo a raíz de su actividad sindical; fue asesinado en 1997], en vez del único sindicato reconocido oficialmente, el Rashtriya Mill Mazdoor Sangh. Dirigido por el Partido del Congreso y favorable a los propietarios, este sindicato integrado no había hecho casi nada por el personal asalariado.
La huelga de 1982-1983 fue sobre todo una reacción defensiva frente a unas condiciones terribles, y no tanto la expresión der una creciente conciencia de clase que pudiera modificar las relaciones de fuerzas entre el trabajo y el capital. A causa de la huelga se perdieron más de 58 millones de jornadas de trabajo, frente a los 29 millones de jornadas perdidas en el transcurso de la huelga de mineros británicos de 1984-1985. Sin embargo, a pesar de su fuerza numérica, las circunstancias objetivas no eran favorables a los trabajadores y trabajadoras del textil. La huelga se había convocado contra los propietarios de las empresas, grandes y medianas, e indirectamente contra el Estado.
Numerosos fabricantes pretendían transferir su producción a centros con telares eléctricos, situados a las afueras de la ciudad. Aspiraban a obtener una compensación sustancial por la venta de terrenos. A su vez, el gobierno del Estado de Maharashtra estaba interesado en desindustrializar la ciudad para convertirla en un centro comercial y financiero. La intransigencia del Estado reflejaba asimismo su conciencia de que toda concesión al sindicato encabezado por Datta Samant favorecería la combatividad de la mano de obra de los demás sectores industriales. Para el gobierno nacional de India, romper la huelga también encajaba en sus planes económicos más amplios. La evolución del país a una economía más abierta al capital mundial, con una mayor privatización de las empresas públicas y un sector de servicios en expansión, ya se había iniciado en la década de 1980, antes de la crisis económica de 1991, a menudo considerada un punto de inflexión decisivo en el giro neoliberal de India.
La lucha de Bombay fue heroica, pero estuvo aislada, a pesar de cierta simpatía que despertó entre la gente común de la ciudad. Le faltó tanto un apoyo sólido por parte de los demás sectores de la clase obrera como el respaldo interclasista. Las principales federaciones sindicales prefirieron aislarla por miedo a eventuales deserciones en sus filas a favor del sindicato de Datta Samant en caso de triunfar. Se habría producido un cambio más amplio si la huelga ferroviaria de 1974 hubiera resultado victoriosa. Esta huelga tuvo lugar en plena cresta de una ola más amplia de combatividad obrera en India. Se trataba de la mayor huelga jamás vista en el sector público hasta entonces, implicando a 1,7 millones de trabajadores y trabajadoras, el 70 % de la totalidad del personal asalariado en el ferrocarril. Los sindicatos la desconvocaron al cabo de veinte días de acción entre el 7 y el 28 de mayo de 1974. Las autoridades detuvieron a miles de personas, muchas de ellas suspendidas de empleo, y movilizaron a las fuerzas armadas para hacer circular los trenes.
La huelga ferroviaria comenzó cuando J.P. Narayan [1902-1979; dirigía la oposición a Indira Gandhi] lanzó un movimiento de masas. Narayan declaró que la juventud india sería el catalizador de una “Revolución total” contra la corrupción, los antagonismos de clase, de casta y de comunidad. Esta agitación se propagó en las zonas urbanas del norte de India. Se trataba del primer movimiento de masas de este tipo, contrario al Partido del Congreso desde la independencia de India, que reunió a la mayoría de los partidos de oposición. Esta agitación y la huelga de los ferrocarriles contribuyeron a que la dirigente del Partido del Congreso y primera ministra, Indira Gandhi, declarara el estado de emergencia, en junio de 1975, suspendiendo con ello las libertades fundamentales. El final del estado de emergencia y la derrota del Partido del Congreso en las elecciones de 1977 no comportaron un aumento de la combatividad de la clase obrera, pese a que surgieron movimientos sociales de diferentes tipos.
Entre estos últimos figura el movimiento autónomo de las mujeres, iniciado tras la violación colectiva, por parte de unos policías, de una muchacha indígena detenida en Mathura [Uttar Pradesh]. Condujo finalmente a la formación, en 1979, del Foro Contra la Violación –rebautizado Foro Contra la Opresión de las Mujeres– y, más tarde, a la inauguración en 1980 de una red nacional de organizaciones femeninas autónomas. También aparecieron grupos de defensa de las libertades civiles en diferentes provincias para defender los derechos humanos contra los abusos cometidos por el Estado u otros actores. Estas organizaciones trataron de construir redes nacionales en un contexto nuevo. Los tribunales, en todos los niveles del Estado indio, trataron entonces de expiar su pasividad durante el estado de emergencia de Indira Gandhi admitiendo a trámite toda clase de litigios de interés público.
La movilización campesina: balance de puntos fuertes y flaquezas
Para volver sobre la lucha campesina actual, el número de personas movilizadas ha alcanzado en diversos momentos el medio millón o más, pues hay movilizaciones a gran escala cada pocos días entre los lugares de ocupación y las aldeas. El periodo de bloqueo sostenido en las fronteras se mantiene ya desde hace cuatro meses. Si comparamos esta lucha con la huelga del textil de la década de 1980, veremos varias diferencias significativas.
La movilización del campesinado se dirige directamente contra el gobierno central de Narendra Modi –sin pasar por las administraciones de los Estados– e indirectamente contra las empresas de los diferentes sectores del agronegocio. Dado que el gobierno central es el principal oponente, esta lucha ha tenido una repercusión mucho más importante a escala nacional, despertando amplias simpatías en todo el país. Después de todo, cerca de la mitad de la población india trabaja directamente en la agricultura y los sectores conexos o en el suministro de bienes y servicios que dependen en gran medida de los ingresos de las familias campesinas.
La simpatía interprofesional es mucho mayor que en el caso de la huelga de trabajadoras del textil, ya que los agricultores y las agricultoras en huelga tienen lazos sociales con las fuerzas armadas, la policía y las burocracias gubernamentales de escalafones inferiores, sin olvidar a la gente trabajadora de las ciudades, desde los autónomos hasta las empleadas del hogar. Contrariamente a la experiencia de las trabajadoras del textil, esta movilización ha logrado poner al gobierno central un poco a la defensiva.
La composición social diferente del movimiento campesino también llama la atención. La acción no la impulsan quienes están desprovistos de los medios de producción o que podríamos calificar de miembros de la clase obrera clásica, como era el caso en la huelga de 1982-1983. Corre a cargo más bien del equivalente campesino a lo que a veces se denomina la pequeña burguesía. Esto no significa que la lucha no sea progresista, que sin duda lo es. En las décadas de 1970 y 1980, e incluso en la de 1990, los campesinos ricos dirigieron los movimientos del mundo rural y constituyeron una importante fuerza de apoyo a determinados partidos políticos regionales. No obstante, ante la creciente crisis agraria, al parecer se han producido tres cambios.
En primer lugar, el poder de los partidos regionales se ha erosionado. En segundo lugar, la capacidad de movilización y el liderazgo de estas capas más acomodadas han pasado a manos, en gran medida, de los pequeños y medianos agricultores organizados en sindicatos, en muchos casos dirigidos por fuerzas de izquierda, particularmente en Punyab. En tercer lugar, el aumento de la migración y la precariedad del trabajo en las capas inferiores y debilitadas del campesinado han hecho que este haya tomado conciencia del peligro que suponen las poderosas empresas agroindustriales, la pérdida de los contratos públicos y la desaparición del precio de apoyo mínimo.
Las posibilidades de éxito de este movimiento son desde luego mayores que las que tuvieron las trabajadoras del textil, por mucho que la victoria no esté ni mucho menos asegurada. Una diferencia importante es que numerosas trabajadoras del textil tuvieron que volver a sus pueblos en sus Estados de origen para sobrevivir, dejando atrás a una parte bastante más débil para buscar apoyo económico y la solidaridad, por medio de manifestaciones, huelgas relámpago, etc., de otros sectores industriales y de servicios de Bombay y del Estado de Maharashtra. En la lucha actual del campesinado, las líneas de comunicación, de reabastecimiento de material y de refuerzo numérico entre los sectores sociales que permanecen en las zonas agrícolas y los lugares de ocupación están mucho más cercanas y son más sólidas.
¿Puede, por tanto, vencer por sí solo? Ni siquiera una victoria implicaría una ruptura importante de la hegemonía del ala derecha del hindutva (nacionalismo hindú). Tampoco alteraría suficientemente la correlación de fuerzas en general entre el capital y el trabajo. Para ello hace falta una lucha colectiva mucho más prolongada y más amplia y la creación de una alternativa política nacional. Claro que si triunfa, el movimiento campesino detendrá durante bastante tiempo los impulsos neoliberales de las empresas agroindustriales en la agricultura india. Una derrota, en cambio, acelerará esta dinámica y consolidará todavía más los vínculos entre el BJP y el capital.
La clave no reside en la continuación de la ocupación ni en la organización de manifestaciones periódicas, de marchas y de actos de solidaridad, sino en una acción de huelga masiva. Esta forma de lucha mermaría directamente la autoridad del gobierno y afectaría a las grandes empresas que le apoyan allí donde más daño les hace, o sea, sus ingresos. Las federaciones sindicales centrales –con la salvedad, por supuesto, de la Bharatiya Mazdoor Sangh, controlada por el BJP– apoyan la lucha campesina y organizan actos de solidaridad. Sin embargo, estas federaciones están controladas por sus respectivos amos políticos, lo que dificulta la consecución de la unidad de base entre las fuerzas de trabajo. En efecto, la manera en que más de 40 sindicatos agrarios y otros organismos han logrado colaborar debería servir de lección para las federaciones sindicales.
Texto original: https://alencontre.org/asie/inde/inde-ou-va-la-lutte-des-agriculteurs.html
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/la-situacion-de-la-movilizacion-campesina/