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La sociedad del control soberano y las manifestaciones callejeras en Brasil

Fuentes: Observatorio de Impensa

Texto traducido al español con la inestimable colaboración de Luis Carlos Muñoz Sarmiento a partir de una versión publicada en portugués en el semanario ‘Observatorio de Impensa’

El escenario de la lucha por el poder es, también y, quizás sobre todo, el campo semántico de la producción de sentido. Los sentidos dominantes en una sociedad son, precisamente, los de aquellos que detentan el poder. ¿Y qué es el sentido? El sentido no es más que lo que nos da sentido, lo que entendemos como importante en todas las dimensiones de la vida: el significado del amor, de la religión, del trabajo, de la política, del arte, de la amistad, de la vida social, de todo lo que nos hace y nos deshace, al hacernos.

No existe, sin embargo, nada de más impalpable que el sentido. No lo vemos. No es concreto y se desvanece en el aire apenas al leerlo, oírlo, pensarlo, soñarlo, producirlo, por no hablar de que nunca es coherente y puro, razón por la cual no hay el sentido, pero aglomerados de sentidos, a la vez económicos, políticos, subjetivos, ideológicos, siempre impuros, contradictorios, errantes.

Este aspecto resbaladizo, difuso e inmaterial de los sentidos nos propicia las siguientes preguntas: ¿dónde está el sentido de algo? ¿Se oculta o, por el contrario, está en la superficie, a la vista? De dónde obtener el significado de un texto literario, de una manifestación callejera, de una película? En las Investigaciones filosóficas (1953), el filósofo Wittgenstein (1889-1951) así se posiciona en estos temas de sentido: «El significado de algo es el estado civil de las contradicciones y su estado en el mundo civil, siendo este es el problema filosófico»; el problema del significado, valga decir.

Desde el punto de vista de Wittgenstein, si quisiéramos comprender realmente el sentido de algo no hay otro lugar para buscarlo que en las contradicciones de nuestro propio presente histórico. La sociedad está organizada y desorganizada en las relaciones de poder, que son las relaciones de producción, las relaciones de fuerza, las cuales establecen los sentidos dominantes, los sentidos dominados y también aquellos que están aptos para romper, en el proceso, con la estructura semántica de un determinado momento histórico, poniendo así en peligro los sentidos hegemónicos.

El modelo semántico de producción de una determinada sociedad es, pues, el eje de su producción sin fin de significados dominantes, los cuales nos dominan. La humanidad, en el curso de su historia, ha producido tres modelos principales de sociedad, comprendidas como fábricas de sentidos. Son ellos: la sociedad de la soberanía, la sociedad disciplinaria y la sociedad de control. Cada modelo ha producido y produce sentidos hegemónicos, los de las clases dominantes; y sentidos alternativos, los de las clases dominadas.

Veamos caso por caso.

La marca principal de la sociedad de la soberanía es la polarización entre el soberano y sus súbditos, polarización que se produce también en el campo de la trascendencia y de la inmanencia, de la vida y de la muerte, del modelo de la producción económica en el ámbito de la ley, en todos los dimensiones sociales al fin y al cabo. La sociedad de la soberanía produce sentidos polarizados y, a través de ellos, moldea, por consiguiente, una población polarizada.

En la práctica, todavía, el eje principal de una sociedad de tipo soberano es entre la muerte y la vida. El soberano es aquel que tiene el derecho de imponer la muerte sobre sus súbditos. La muerte es la soberana fundamental de la sociedad de la soberanía, no siendo casual que Michel Foucault, en Vigilar y castigar (1976), nos la haya presentado, la muerte y la sociedad de tipo soberana, a partir de la descripción del ritual de tortura aplicado al condenado Damiens -quien, en 1757, fue torturado hasta la muerte por haber supuestamente asesinado a su padre.

Así es la descripción de Foucault:

«(… ) En el patíbulo que allí será alzado, pezones atenazados, brazos, muslos y pantorrillas, su mano derecha sostenía el cuchillo con el que cometió el dicho parricidio, quemada con fuego de azufre y, a las partes en que será atenazado, se aplicarán plomo derretido, aceite hirviendo, alquitrán en llamas, cera y azufre fundidos juntos y luego su cuerpo será desmembrado y tirado por cuatro caballos y sus miembros y el cuerpo consumido por el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento» (Foucault, 2009, p. 9).

Cuando el sujeto encarna la trascendencia

La soberana semántica ritualizada, la crueldad, la muerte del sujeto, de tal manera que cuanto más éste sufre más afirma el soberano su poder. La muerte del condenado, expuesta en público es, en contraparte, la propia idea de inmortalidad del soberano, que se hace inmortal bajo pretexto de secuestrar el producto económico común, incluso la economía de la muerte común. Todo, incluyendo la economía, la sociedad, la soberanía, es, literalmente, arrancado de la vida, crea la muerte y funciona a la vez como causa y efecto de la muerte. Todo se sacrifica y se presenta como una ofrenda a los dioses. Todo es finalmente el cordero de Dios.

La vida desnuda, para usar una expresión de Agamben, está expuesta en su muerte hasta el límite a partir del cual, siendo consumida por la tortura, se hace invisible. Por ello, la polaridad entre la visibilidad y la invisibilidad es extremadamente importante para el mantenimiento de la sociedad de la soberanía. El proceso, simultáneo, de visibilidad y de invisibilidad, en el sacrificio, deviene la garantía de la invisibilidad del poder soberano trascendente, de igual forma, aunque en el otro extremo, tanto más poderoso cuanto más se hace presente en la exposición pública de la muerte de la vida desnuda, como su invisible y visible poder de muerte. Así, cuanto más visible sea el ritual de muerte de la vida desnuda, cuanto más sufre visiblemente, más, por otro lado, el poder del soberano se hace más omnipresente a partir de su invisibilidad, en la suposición de que es inmortal.

Todas la sociedades de tipo soberano funcionan como fábricas de producción de sentidos polarizados, a partir del juego entre visibilidad expuesta de la muerte de la vida desnuda y la invisibilidad trascendente del poder soberano, que hace uso de su invisibilidad y a la vez deviene el Señor de los Secretos, el hechicero de la trascendencia, en un contexto en el cual la vida desnuda, disecada públicamente, sirve, en la verdad, para alzar el soberano a la condición de intocable, de indeseable.

La síntesis de las polaridades de la sociedad de la soberanía, a su vez, es la siguiente: el soberano es la trascendencia, Dios; y la vida desnuda es la inmanencia, objeto de sacrificio.

Por otro lado, desde el punto de vista de la vida desnuda, tal síntesis se alcanza cuando la polarización del sistema semántico de la sociedad de la soberanía produce el cortocircuito de la y en la polaridad trascendencia e inmanencia, momento en el cual la vida desnuda, a través de la figura del mesiánico, se hace, sin contradicción, al mismo tiempo trascendente e inmanente, invisible y visible, inmortal y mortal, divina y humana, soberana y desnuda.

Cristo es un ejemplo brillante del cortocircuito de la semántica de la sociedad de la soberanía. Cuando hijo, él encarnó la polaridad padre/hijo, que hace eco en la polaridad soberano/vida desnuda, invisibilidad/visibilidad, la trascendencia/la inmanencia. La amplia tradición mesiánica de la historia de la humanidad, principalmente en la periferia del sistema-mundo, no es más que el regreso del cortocircuito sin fin entre el soberano y la vida desnuda, la trascendencia y la inmanencia, Dios y el hombre.

La sociedad disciplinaria

La sociedad disciplinaria tiene su razón de ser en la II Revolución Industrial y está enmarcada por la división social del trabajo y la división social del saber. Ella se constituye a través de instituciones ancladas en la lógica del confinamiento, como lo es, aún hoy, la familia, el hospicio, la prisión, la escuela, la fábrica, en un contexto en el que cada institución confinante y confinada produce disciplinas corporales, que son por igual disciplinas de género, étnicas, económicas, de clase social, epistemológicas.

La sociedad disciplinaria tiene un doble reto: disciplina individual y colectiva. Es también, según Foucault en La historia de la sexualidad: voluntad de saber,   la sociedad del biopoder a la vez individual, anatómico-político; y colectivo, de la biopolítica de la población. Su lado anatómico-político captura al individuo aislado a través de instituciones igualmente aisladas, esbozando, así, su identidad. A su vez, el lado de la biopolítica de la población se consigue por medio de la multiplicidad de las instituciones disciplinarias. Así, si la vida desnuda no es domesticada por la familia, puede ser por la iglesia o por el saber o por el dinero, por el matrimonio, por el trabajo en la fábrica, incluso por la ideología política, hasta el límite en el cual, resistiendo a ser capturada, puede ser encarcelada o encerrada en el hospicio, razón por la cual las dos instituciones más evidentes de la sociedad disciplinaria son: la cárcel y el hospicio.

La multiplicidad institucional de la sociedad disciplinaria tiene como reto el plus-valor de la disciplina, incluso de los burgueses, a fin de que todos, en conjunto, hagan funcionar el sistema de producción disciplinaria de la II Revolución Industrial.

La síntesis fundamental, a su vez, de la sociedad disciplinaria es la siguiente: hombre-hombre, por ser el primero modelo (el de la civilización burguesa) que se asume, aunque de forma hipócrita, como laico, secular.

La sociedad del control

Esta emerge después de la II Guerra Mundial y está enmarcada por el metamórfico uso de artefactos técnicos y científicos en el corazón de su cotidiano individual y colectivo, entendiendo por «artefactos técnicos-científicos metamórficos» la función polimórfica que realizan, en el contemporáneo. A modo de ejemplo, nos centramos en la televisión. La televisión es un artefacto técnico-científico que sirve, en el interior de la sociedad de control, para entretener, informar, domesticar, masificar y expandir incesantemente las necesidades individuales y colectivas, dirigiéndonos, a través de la publicidad, a desear más y más las mercancías del mundo burgués, imponiendo así la naturalización cotidiana, anclada en el deseo, en la mercantilización general de la vida desnuda, incluso también del burgués.

En la sociedad de control, la televisión sigue cumpliendo un papel importante en la mediación de tipo axial in/out , trazo de los nuevos artefactos tecnológicos metamórficos que las corporaciones, como Microsoft, producen sin cesar, por nombrar sólo la de mayor ubiquidad. La relación in/out se vuelve cada vez más la base de los contactos post-humanos entre humanos y máquinas, de tal manera que ya no sabemos dónde empieza el hombre y dónde este deviene máquina, lo que hace emerger lo que Deleuze y Guattari llamarían de sumisión maquínica , en su doble versión: la molecular-individual , con celulares y computadores cada vez más metamórficos, tornándose medios de medios; y la versión cosmológica , la que captura la dimensión molecular de la sumisión maquínica, sea a través de los satélites que orbitan en el planeta, sea a través de aviones no tripulados, haciendo surgir, en tiempo real, un sistema integral y planetario de conexiones ininterrumpidas, feed/back , de todo con todo.

La anacronía hace la ley aquí

Decir que la relación in/out ha devenido en el fundamento de la sociedad de control es lo mismo que decir que su síntesis ya no se basa en el hombre-dios, como una sociedad de soberanía, ni en el hombre/hombre, como la sociedad disciplinaria, sino en la relación entre el hombre y la máquina: un hombre-máquina o, sobre todo, el hombre y los artefactos tecnológicos, los hombres y la tecno-ciencia, de modo que el feed/back no se hace más entre el interior subjetivo humano y el mundo exterior, comprendido como objeto de nuestro saber.

Con el apoyo teórico proporcionado principalmente por Félix Guattari y Gilles Deleuze y Michel Foucault, las tres novelas de Franz Kafka se constituyen, aquí, como ejemplos paradigmático de los tres tipos de sociedad y al mismo tiempo como tres tipos de estado de excepción: la novela El castillo (1922), puede ser leída como la ficción de la sociedad de la soberanía; la novela El proceso (1914), a su vez, es la ficción de la sociedad disciplinaria; y, en fin, la novela América (1910), por hipótesis, podría ser analizada como la ficción de la sociedad de control, su antelación irónica.

Todo en la novela El castillo huele a la sociedad de la soberanía. El simple hecho de que la narración ocurra en la sombra de un castillo, sin que ni el soberano ni el mismo castillo se hagan realmente visibles, reales, indicia la relación principal de la sociedad de la soberanía, el visible pueblo y el invisible soberano. Ya la novela El proceso, como la no menos irónica ficción da la sociedad disciplinaria, se estructura no por azar en bloques institucionales. Kafka la escribe jugando con los delirios disciplinares, mezclándolos a través del recurso de los encajamientos: la institución familiar es a la vez forma y contenido para la jurídica, que es igualmente forma y contenido para la creencia en la autonomía de la obra de arte, como si todo fuera sexo dentro de sexo, caja dentro de caja, prisión dentro de prisión: la sociedad del hospicio de la sexualidad hecha y deshecha para que la fábrica pueda funcionar a todo vapor.

América , a su vez, es una visionaria ficción de la sociedad de control no sólo porque los espacios narrativos ocurren en Estados Unidos, sino también porque, sobre todo en razón del último capítulo, en ella es el deseo humano mismo que se convierte en motivo de la ficción, en un ambiente que no se basa más en el encerramiento institucional, ni en la invisibilidad omnipresente del soberano, sino en las aberturas cósmicas que anticiparán la omnipresencia (no menos soberana) del panóptico cosmológico de la actualidad.

La novela del escritor brasileño João Guimarães Rosa (1908-1967), Grande Sertão: veredas , juega, a su vez, con los bastidores de la sociedad de la soberanía, teniendo en cuenta la emergencia de la sociedad de control. Publicada en 1956, ya dentro de la sociedad de control , Grande Sertão: veredas es una novela de la sociedad de la soberanía en la periferia del sistema-mundo, lo que hace emerger las siguientes preguntas: ¿por qué una ficción de la sociedad de la soberanía sería producida en los albores de la sociedad del control? ¿Será Grande Sertão: veredas una novela anacrónica?

La respuesta a estas preguntas es todavía simple: la anacronía de Grande Sertão: veredas es en realidad la evidencia de que, en la larga historia de la tradición del oprimido, la anacronía nunca acaba. Ello ocurre porque la sociedad de la soberanía nunca fue un pasado remoto. Estuvo presente en la sociedad disciplinaria y está igualmente presente en la sociedad de control.

La soberanía, la disciplina, el control

Si Grande Sertão: veredas puede ser analizado como la ficción del anacronismo de la sociedad de la soberanía es porque constituye una novela que hace eco, de algún modo, a la frase inicial de la novela de Kafka, El proceso: «Alguien había difamado a Joseph K. (2003, p. 7)», pues todas las acusaciones en contra de cualquier vida desnuda es también una acusación que se basa en el prejuicio de que la vida desnuda es fundamentalmente anacrónica, terrorista, razón por la cual sea posible afirmar que la vida desnuda se puede definir como aquella que lleva consigo el estigma de todos los estados de excepción, ser anacrónica, ultrapasada, fuera de época, argumento que lleva al siguiente fragmento del libro Los espectros de Marx ( 1994 ), de Jacques Derrida:

«[…] Algún otro espectro nos mira, nos sentimos mirados por él fuera de toda sincronía, incluso antes mismo y más allá de cualquier mirada de nuestra parte, de acuerdo con la técnica anterior (que puede ser del orden de generación, más de una generación) y absoluta asimetría, de acuerdo con una desproporción absolutamente incontrolable. La anacronía hace la ley aquí (Derrida, 1994, p. 22)».

Grande Sertão: veredas es una novela de la precedencia y de la asimetría de la vida desnuda. Esta también puede ser analizada como la periferia del sistema-mundo. En este sentido, con Derrida, se puede decir que su ley es la anacronía: la ley a la vez sobre la vida desnuda y la ley de la vida desnuda, pues, si todos los estados de excepción inscriben la historia trágica de sus poderes en el cuerpo de la nuda vida, esta también trae en sí la potencia de desnudarse de las marcas anacrónicas de la larga historia de la tradición de los oprimidos.

Más que una novela de la sociedad de la soberanía, Grande Sertão: veredas (porque la anacronía hace la ley en todo lugar), es la ficción de la sociedad del control integrado, una especie de inconsciente anacrónico, el espectro de la omnipresencia de la vida desnuda en los tiempos y en los espacios, teniendo en mente la no menos anacrónica tradición de los oprimidos.

La sociedad del control integrado es la actual pues un modelo de sociedad no termina con el inicio de otro. La sociedad disciplinaria era también soberana y la de control es al mismo tiempo soberana, disciplinaria y de control. Todo al mismo tiempo ahora, sin contradicción alguna, de acuerdo con la forma de Marx para definir el capital, DMD, a través del cual todas las combinaciones, las más absurdas, son posibles.

En la larga historia de la tradición de los oprimidos no se elimina nada. Todo es amalgamado. La única ventaja del actual modelo de sociedad en relación con los precedentes, lo que no es poco, está implicada con el protagonismo de su tecnología de dominación, de su infra-estructura económica, motivo por el cual lo actual gestiona, al menos tecnológicamente, lo anterior. Por ello, dentro de la sociedad disciplinaria, enmarcada por tecnologías de poder de confinamiento institucional, el poder soberano también se hacía presente en el corazón mismo de la disciplina, así como en la actualidad las tecnologías de control asumen la gestión tanto de las formas disciplinares como las soberanas de poder, imponiéndolas en grados diferentes por el mundo exterior.

El control despótico de la máquina

La idea de la sociedad de control integrado incorpora también tres modelos de estado de excepción, razón por la cual es posible concluir que hay tres modelos de excepción: la excepción de la sociedad de la soberanía, la excepción de la sociedad disciplinaria, la excepción de la sociedad de control.

La idea básica de este artículo es la siguiente: estamos en una sociedad del control integrado, motivo por el cual todo lo que vemos tiene elementos de polaridad de la sociedad de la soberanía, así como trazos de confinamientos de la sociedad disciplinaria, bajo el dominio de la tecnología de poder de la sociedad de control, con sus artefactos in/out a partir de los cuales el hombre deviene la propia vida desnuda en relación con la soberanía de la máquina, no siendo circunstancial, bajo ese punto de vista, la reverencia que hacemos a los artefactos tecnológicos omnipresentes en la vida cotidiana, los cuales tienen los corporativos nombres de Ipod, Smartphone, Ipad.

El escenario, a su vez, de la sociedad de control integrado más aterrador es lo que ya estamos viviendo: la boda «feliz» entre la sociedad de control y la sociedad de la soberanía, con la disciplina cumpliendo un papel secundario. En todas las partes del mundo es posible presenciar valores típicos del Antiguo Testamento en ambientes futuristas típicos de la sociedad de control.

Esta situación es tanto más evidente cuanto más la relación in/out esté determinada por la máquina, el soberano, en un contexto en el que el hombre, cuanto más se piensa como si lo soberano fuera, más lo es a través de la sumisión a la máquina. La industria cultural, en especial la anglosajona, es la línea de frente de la producción mundial de la sociedad del control soberano.

Nada demuestra este modelo social despótico, el futurismo de la bestia, que los aviones no tripulados, los drones, que incorporan las más avanzadas tecnologías del panóptico molecular y cosmológico, para imponer el infierno en comunidades humanas atacadas por bombas que sugieren una relación directa con la invisibilidad trascendental del poder soberano pues caen del cielo sin que podamos divisar sus agentes, como si el mismo Dios del Antiguo Testamento estuviera actuando sin descanso contra los pecadores cuyo pecado original adviene de lo hecho anacrónico en sus vidas desnudas, restos de restos, se encontraren, como habitantes, en territorios llenos de recursos minerales que alimentan y se inscriben en los artefactos tecnológicos típicos de la sociedad de control, como lo es el propio dron.

Por constituirse en un modelo al mismo tiempo en gestación y en realización, la sociedad del control soberano (la que transforma los artefactos tecnológicos en soberanos y la humanidad en súbdita) tiene mucho, especialmente la infancia y la adolescencia, como reto, razón por la cual produce sin cesar narrativas literarias y fílmicas para esa audiencia. El objetivo es uno sólo: sedimentar, para el presente y para el futuro, la producción de un perfil humano adaptado al poder soberano de las máquinas de control, lo que ya ocurre en todas partes del mundo.

Shrek (2001), una película dirigida por Andrew Adamson y Vicky Jenson, es quizás el mejor ejemplo de un control soberano en el ámbito de la narrativa fílmica, pues toda su trama asume tecnológicamente un escenario típico de una sociedad de la soberanía, con fábulas, reyes, príncipes y súbditos. Lo que está en juego en los filmes y obras literarias de mayor suceso de público en la actualidad es el trabajo incansable de adaptación de la humanidad al control de la soberanía de las corporaciones anglosajonas, invisibles dioses omnipresentes que colonizan el futuro a partir del más remoto pasado.

A la humanidad de los creyentes

Las manifestaciones populares que salieron a las calles de las principales ciudades brasileñas en junio de 2013 esencialmente deben ser analizadas en el contexto de una sociedad de control integrado y especialmente en vista de lo que está en juego en lo contemporáneo: la producción de una sociedad del control soberano.

El caso actual de Egipto no es la excepción, sin embargo, es la regla general. La brutalidad de las fuerzas armadas egipcias, los protagonistas de un golpe de Estado planificado, no fue ni es una realidad limitada al Oriente Medio ni, mucho menos, específicamente al plano egipcio, sino un esbozo para toda la humanidad, vulnerable como nunca al riesgo de una dictadura global anclada en las tecnologías de control.

Como este artículo no tiene por objeto fomentar nihilismos ni temores, es evidente que el autor no está en contra de las manifestaciones callejeras. Estas, a su vez, no pueden bajo pretexto alguno ignorar este hecho: la sociedad de control integrado, usando todas las tecnologías de poder, la soberana, la disciplinaria y la de control, es especialista en producir falsas revoluciones a partir del mismo legítimo deseo de transformación social. Bajo ese punto de vista, las preguntas que deben ser hechas son: ¿no hay intereses del imperialismo de control soberano estadunidense en derrumbar al gobierno del PT? Está el gobierno del PT totalmente súbdito del de Estados Unidos? ¿Tío Sam perdona un gobierno que tiene trabajo para profundizar el poder de los Brics? ¿Quiere, el imperialismo estadounidense, un país gobernado por un partido que no tiene satanizados a Venezuela, a Irán, a Siria?

Brasil es un país curioso. Nada ni nadie nos acuerda que estamos en un mundo enmarcado por la sociedad de control integrado, que es planetaria. Nada ni nadie nos habla de que el imperialismo existe y que fue lo responsable por más de veinte años de una brutal dictadura militar. Vivimos como si todo lo que nos ocurre pudiera ser resuelto internamente.

Después de las manifestaciones de junio, todavía, noté que no sólo los analistas brasileños ignoran los intereses imperialistas en un país como Brasil, sino también algunos de los más destacados analistas internacionales, como James Petras y Michel Chossudovsk, autores que escribieran artículos analizando las manifestaciones brasileñas a partir de un punto de vista anclado en el argumento de la corrupción, sin que hubieran hecho cualquier comentario que considerase, por ejemplo, posibles intereses estadounidenses en derrumbar el gobierno del PT: sea porque sería más fácil a partir de ahí derrotar la revolución bolivariana, sea porque hay mucho petróleo en Brasil y los gringos desean un gobierno totalmente sumiso, cosa que, aunque el PT esté lejos de ser un gobierno insumiso, ha hecho cierto esfuerzo a favor de la multipolaridad que ciertamente es razón suficiente para decir que, por ello, en las manifestaciones de junio, los Estados Unidos estaban en las calles brasileñas, no siendo circunstancial que los medios corporativos las hayan apoyado desde su inicio.

Volvamos, por cierto, al caso de Egipto. Las revueltas populares conocidas como Primavera Árabe derrocaron a un dictador, Mubarak, y finalmente consiguieron celebrar elecciones «libres». La población votó mayoritariamente por la Hermandad Musulmana, soberana institución religiosa, que vive aún hoy de la síntesis de la sociedad soberana: la que se fundamenta en la relación entre Dios y creyente, lo invisible y lo visible, la trascendencia y la inmanencia.

Al parecer, no habría ninguna razón para un golpe de Estado en Egipto. Las oligarquías de la sociedad del control soberano, la anglosajona, la sionista, la de las dictaduras del petrodólar, lograran con éxito poner en el poder en Egipto un títere apto para su proyecto no sólo para el Medio Oriente sino también para la humanidad toda: la imposición de la sociedad del control soberano en su versión más deplorable, el fundamentalismo religioso. ¿Por qué, entonces, el golpe de Estado? Por una sutil cuestión geopolítica: el presidente electo, Mursi, no estaba cien por ciento sumiso a las oligarquías anglosajonas ni sionistas. El diálogo que Mursi ensayó con Hamas, con Irán, con el gobierno de Siria fue más que suficiente para planear un golpe de estado contra él, en nombre de la revolución y, por lo tanto, con el pueblo en las calles.

Para la oligarquía planetaria comprometida con el proyecto de imponer una sociedad del control soberano, Mursi tenía que ser derrocado. En Egipto, hay que decirlo, las izquierdas cayeron en la trampa porque fueron tomadas por una agenda local, muy legítima, pero limitada a la dimensión nacional, incapaz de elegir los interlocutores reales: el poder de los bancos y la sumisión de la humanidad a los artefactos de la sociedad del control soberano, en un contexto más complicado debido a que los disturbios se combinan con precisión quirúrgica al uso de las redes sociales, tecnología de control totalmente dominada por los Estados Unidos.

Tenemos todas las razones para rebelarnos ante el mundo, pero ninguna es más urgente y necesaria que la revuelta contra el control soberano de la sociedad, llevada a cabo por una oligarquía que utiliza tecnologías de invisible control soberano para someter a toda la humanidad, con el reto de convertirnos en expertos para estimular revueltas románticas motivadas por agendas nacionales, sin ninguna relación, en general, con un punto de vista que sea capaz no de trascender lo local, lo nacional, abandonándolo, sino que lo haga a partir de un punto de vista que considere el panóptico cosmológico del poder de la sociedad del control soberano, que trabaja teniendo en cuenta la Tierra y sus regiones como un todo.

En este escenario, nuestros principales interlocutores no son los rostros de nuestros gobernantes inmediatos, sino los verdaderos rostros del peor poder que jamás ha visto la humanidad: el poder de las élites belicistas, financieras y corporativas anglosajonas, capturadas por el fundamentalismo sionista del pueblo escogido, hermana siamesa de las monarquías del Golfo Pérsico. Esta es la oligarquía que utiliza la industria cultural y tecnologías de la comunicación para imponer un control despótico del planeta, los verdaderos dictadores, aunque sean electos «democráticamente», sin embargo, a través del apoyo del poder absoluto de la abstracción del dinero.

Como la primera de las batallas se produce en el nivel semántico, en la lucha por los sentidos de la lucha misma, además de la comprensión geopolítica, es, supongo, necesario hacerse de forma translocal , como ha sugerido Boaventura de Sousa Santos, teniendo en cuenta lo mejor posible en la contramano de lo peor posible: la emergencia de la sociedad del control soberano, que convive muy bien con ciberespacios, ciberguerras, con tecnologías de comunicación moleculares y cosmológicas, alimentando el reto de imponer los sentidos de sus mortales decisiones soberanas, en la era de la sociedad de control integrado.

Nuestra lucha será inevitablemente derrotada si no nos rebelamos contra la semántica de la dictadura de los medios de información (que no de comunicación) corporativos, especialmente los anglosajones, que juegan hoy con los sentidos, incluso los revolucionarios, con el claro objetivo de capturarnos y hacernos luchar contra nosotros, torturándonos y matándonos en la plaza pública planetaria, mientras los dueños del mundo devienen cada vez más invisibles, divinos, trascendentales, soberanos y, a través de nosotros, deciden sobre el estado de excepción de nosotros mismos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.