Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Rocío Anguiano
El CCFD (1) quiere concienciar sobre las importaciones de soja de Europa en detrimento de la agricultura familiar de los campesinos de América del Sur.
En treinta y cinco años, la producción mundial de soja ha aumentado en un 495%. En 1970 se producían 44 millones de toneladas, esencialmente en Estados Unidos. En 2005 la producción alcanzaba los 216 millones de toneladas, el 40% de ellas en Estados Unidos, el 24% en Brasil y el 18% en Argentina. Tres países garantizan actualmente el 82% de la producción mundial de granos de soja. Además del aceite, la soja proporciona hollejos que sirven para engordar pollos, cerdos y vacas. También se exporta, sobre todo a la Unión Europea para equilibrar las raciones alimenticias de esos mismos animales. De aquí al 2020, la producción mundial de soja podría alcanzar más de 300 millones de toneladas al año y los grandes países de América del Sur podrían convertirse en los principales productores.
Estas cifras las ha hecho públicas el Comité católico contra el hambre y por el desarrollo (CCFD) que, en colaboración con numerosas asociaciones, está llevando a cabo una campaña con el lema «La soja contra la vida». Porque este incremento del cultivo de soja para la exportación expulsa a los campesinos pobres de sus tierras. Esta campaña (a contracorriente con el ultraliberalismo imperante) ha recibido el apoyo de los campesinos sin tierra de Brasil y Argentina, que son las primeras víctimas de la soja. De este modo, el CCFD cuenta con una decena de organizaciones campesinas y asociaciones colaboradoras en Brasil, Argentina Paraguay y Bolivia, que se oponen al crecimiento exponencial de las superficies de soja en detrimento de la agricultura familiar. Y más teniendo en cuenta que este sector está controlado por grandes empresas norteamericanas como Archer Daniels Midlands, Bunge y Cargill, sin olvidarse del grupo privado francés Dreyfus Négoce.
Esta campaña del CCFD, apoyada por numerosas asociaciones y sindicatos, como la Confederación Campesina, pretende, en primer lugar, interpelar a los responsables de las decisiones políticas y económicas en la Unión Europea. Europa importa anualmente 35 millones de toneladas de soja, o sea el 78% de sus necesidades de proteínas vegetales. En Europa no hay muchas tierras adecuadas para una producción rentable de soja. Pero sí las hay para el cultivo de otras proteínas vegetales en grandes cantidades: guisantes, colza, altramuces, girasol, alfalfa. Un reciente incremento de las superficies sembradas con colza para producir biocarburantes ya ha aumentado el volumen de hollejos extraídos de los granos triturados. Hasta ahora, Europa no se ha dotado nunca de una política voluntarista de producción de proteínas vegetales.
Con un 42% de la producción mundial de soja, Brasil y Argentina son los países con mayores posibilidades de aumentar su producción en proporciones considerables de aquí al 2020. Cualquier incremento de las superficies dedicadas a esta planta expulsará de forma acusada a los campesinos pobres de sus tierras y contribuirá a la reducción de los bosques. Solo en 2004, la deforestación de la Amazonia para el cultivo de soja alcanzó en Brasil la cifra del 23%. Desde 1998, la selva amazónica ha perdido 270 000 km3 (la mitad de la superficie total de Francia) por el cultivo de soja y las explotaciones de ganado bovino destinado a la exportación.
«No tenemos nada contra los granos de soja», afirma Catherine Gaudard, responsable de los informes sobre soberanía alimentaria en el CCFD. Y añade que esta campaña de concienciación contra el todo-soja, que se desarrollará en Francia hasta finales del mes de septiembre, se justifica porque son millones los pequeños campesinos en Brasil y Argentina que forman parte de los 800 millones de pobres que sufren malnutrición. Según Gérard Durand, productor de leche en el departamento francés de Loira-Atlántico y responsable de los informes internacionales en la Confederación Campesina «allí donde la soja se extiende, la vida se apaga porque este sistema privilegia el comercio sobre la soberanía alimentaria y la necesidad de alimentar a los pueblos de forma autónoma. La campaña pretende, por lo tanto, interpelar al público pero también y sobre todo a los poderes públicos franceses y europeos. Así, la Unión Europea que dispone del 32% de los votos en la Sociedad Financiera Internacional, filial del FMI, debe dejar de aprobar la financiación de proyectos cuyo fin sea el desarrollo de cultivos de renta que solo benefician a las multinacionales del agrobusiness.
(1) El Comité católico contra el hambre y por el desarrollo
http://www.humanite.fr/journal/2006-08-18/2006-08-18-835148
Rocío Anguiano es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.