En los últimos tiempos se nos viene repitiendo insistentemente que las decisiones inversoras empresariales dependen, casi exclusivamente, de los costes laborales. Los salarios, dicen, han de bajar o, en el mejor de los casos, congelarse para, de este modo, animar la inversión, lo que a su vez repercutirá positivamente en la creación de empleo. Estamos […]
En los últimos tiempos se nos viene repitiendo insistentemente que las decisiones inversoras empresariales dependen, casi exclusivamente, de los costes laborales. Los salarios, dicen, han de bajar o, en el mejor de los casos, congelarse para, de este modo, animar la inversión, lo que a su vez repercutirá positivamente en la creación de empleo.
Estamos familiarizados con las «recomendaciones» que, cada cierto tiempo, hace el Fondo Monetario Internacional (FMI) a los gobiernos del sur europeo con el noble objetivo de lograr reducir la elevada tasa de paro estructural. También se ha «recomendado» bajar el salario mínimo para combatir la altísima tasa de paro juvenil mientras se pretende aumentar la edad de jubilación (nótese la profunda contradicción). De forma paralela, a todos nos sonará que el Banco Central Europeo (BCE) ha ido reduciendo gradualmente los tipos de interés, con el fin de animar la actividad económica, facilitando así la capacidad de financiación de las empresas y las familias.
Resulta lógico pensar que a los directores ejecutivos les satisface pagar salarios más bajos a sus trabajadores y una menor tasa de interés por sus préstamos, pero estos dos elementos, sin embargo, no son determinantes a la hora de afrontar una decisión inversora. Las buenas expectativas y un clima empresarial óptimo definen las inversiones. Tras las crisis, la caída de los salarios y de los tipos de interés, al contrario de lo que se podría deducir tras escuchar las recomendaciones del FMI, o los dictámenes de la Troika (Comisión Europea, BCE y FMI), causan, en un principio, el temido pánico inversor y, a posteriori, generan una desincentivación paulatina de la misma que redunda en recesión. Ambas caídas, tanto la de los tipos como la de los salarios, envían a los inversores el mensaje de que algo no marcha bien en la economía.
Uno podría pensar entonces que se trata de algo incoherente: ¿no se debería incentivar la inversión debido a que los directores ejecutivos van a tener que afrontar menores costes laborales y unas reducidas tasas de interés?. Bien, como decíamos, de cara a afrontar una inversión, lo realmente trascendente es la expectativa de éxito del negocio, es decir, la futura demanda, la clientela potencial. Si los directores ejecutivos quieren llevar a cabo una inversión, sopesan si habrá la suficiente demanda para su producto final. Solo en un clima de optimismo, se lanzarán a invertir y , de este modo, aumentará el empleo. En este tipo de decisiones hay un componente irracional que hace que si todos predicen buenos tiempos, efectivamente lleguen buenos tiempos. Una suerte de profecía autocumplida. Ocurre algo similar frente una «próxima» recesión: ante la más mínima señal de la misma, se genera un pánico inversor que efectivamente confirma los malos augurios económicos. Las señales que envía un determinado país que ejecuta devaluaciones salariales combinadas con unos tipos de interés muy bajos, no invitan al optimismo empresarial -algo clave para reactivar la económica-, al contrario, estamos profundizando la recesión económica.
La fuerza de trabajo y el dinero, son , por lo tanto, dos mercancías un tanto particulares. La caída de los precios de ambas, puede provocar que aquellos que están en posición de contratarlas para crear valor, paradójicamente, las querrán en menor número si sus precios bajan. Sin embargo, estamos cansados de escuchar el argumento político de que cualquier partido que proponga una subida de los salarios, nos conducirá al caos económico (suponemos que nuestra realidad económica se corresponde con la sensatez ideológica de nuestros gobernantes) ya que desincentivará de forma dramática la inversión.
Puede resultar interesante para tratar la relación entre salarios y creación de empleo, rescatar someramente los argumentos que el economista Richard Goodwin (1913-1996) utilizaba para defender la tesis de Karl Marx del capitalismo como sistema generador de crisis. Su posición se fundamentaba en que el capitalismo se rige por dos dinámicas [1] :
- La primera determina la participación de los salarios totales en los ingresos nacionales. Esto es, si el empleo crece más alláde un límite determinado, por ejemplo E, el poder negociador de la clase trabajadora aumenta, y lo mismo ocurre con la cuota salarial.
- La segunda dinámica fija el crecimiento del empleo. En este caso, si la cuota salarial rebasa otro límite, por ejemplo (W), el empleo disminuiráy la primera dinámica operará a la inversa, con la consecuencia de una caída de lo salarios.
En el momento en el que lo salarios se encuentran por debajo de W, la segunda dinámica funcionará también a la inversa y el empleo volverá a crecer. Cuando éste llegue a E de nuevo, los salarios se incrementarán. De este ciclo de auge-caída-auge podemos concluir que en la recuperación, la economía está preñada, en cierto modo, de la siguiente crisis. Como señala Yanis Varoufakis, incluir las finanzas en este periodo, daría como resultado un ciclo más inestable con un mayor riesgo sistémico. No digamos ya si introducimos el elemento ideológico, que, como hemos visto más arriba, puede promover la recesión y alterar, de este modo, cualquier previsión económica por parte de los futuros inversores sin haber llegado siquiera a un tope salarial que retrajese el empleo por símismo.
Nos preguntaremos, entonces, para qué demonios está sirviendo, a efectos prácticos, esta devaluación interna en la que nos hallamos: básicamente se busca recuperar competitividad mediante la caída de los salarios, ya que el éxito de ello dependerá de la demanda externa. De hecho, España ostenta un nuevo récord en sus exportaciones en el primer semestre del año que ha significado un crecimiento del sector de un 2,3%, lo cual hareducido un 31,4% el déficit comercial. La Unión Europea supone cerca de un 67% de los clientes de las exportaciones españolas [2] , saquen sus propias conclusiones. En el contexto actual, además, España se está beneficiando mucho de la bajada de los precios del petróleo, algo clave para poder equilibrar su balanza comercial.
La contrapartida de estos grandilocuentes resultados macroeconómicos es que la caída de los salarios reales conlleva una contracción de la demanda interna que no se compensa con el aumento de la demanda externa, la producción tiende a contraerse o a estancarse y el paro puede incrementarse o mantenerse en los alarmantes niveles actuales. Todo ello, sin profundizar en el tipo de empleo que se genera troceando el ya de por sí precarizado existente. Esto se asume como recuperación económica; debemos tener cuidado con aquello del sentido común creado.
Notas[1] Citado en Yanis VAROUFAKIS:El Minotauro global. EstadosUnidos, Europa y el futuro de la economía global,Barcelona, DeBolsillo, 2015, pp. 60-61.
[2] Véase:http://economia.elpais.com/economia/2016/08/19/actualidad/1471596014_317985.HTML
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?La-subida-salarial-como