1. La sociedad como caldera; el gobierno como sistema de realidad virtual Gabinetes burgueses o Burós Políticos socialistas son, desde el punto de vista de la informática, sistemas de realidad virtual que prevén y controlan escenarios para optimizar sus intereses. Sociedades son, mecánicamente hablando, calderas que estallan cuando su presión social excede los parámetros de […]
1. La sociedad como caldera; el gobierno como sistema de realidad virtual
Gabinetes burgueses o Burós Políticos socialistas son, desde el punto de vista de la informática, sistemas de realidad virtual que prevén y controlan escenarios para optimizar sus intereses. Sociedades son, mecánicamente hablando, calderas que estallan cuando su presión social excede los parámetros de tolerancia establecidos.
Por eso, todos los gobiernos controlan con sensores la presión de las calderas, para asegurarse de que la población sea gobernable. Lecturas equivocadas pueden llevar a estallidos imprevistos de diferente tipo que acaban con gobiernos (de la Rúa en Argentina, Aznar en España) o regímenes políticos (República Democrática Alemana, URSS).
2. Sensores de gobernabilidad de un Estado moderno
La calidad: a) de los subsistemas de detección (sensores) de cambios en el interior y el entorno del poder central; b) del procesamiento de la información y, c) de la velocidad con que el Estado es capaz de reorganizarse frente a esos cambios
In abstracto, los sensores disponibles son: 1) elecciones periódicas generales y referendos/plebiscitos; 2) encuestas de opinión representativas; 3) informes de los organismos de inteligencia; 4) participación de la sociedad civil en los partidos políticos (número de miembros activos y pasivos); 5) foros públicos institucionales, como el parlamento, el Internet y los medios de comunicación privados y públicos; 6) huelgas y paros; 7) manifestaciones pacíficas y violentas y 8) actos bélicos.
3. Superioridad cibernética del Estado burgués sobre el socialista
En un Estado burgués consolidado la clase política utiliza normalmente los primeros siete subsistemas de detección de inestabilidad gubernamental; el octavo no se presenta. Esos siete sensores o canales de flujo informático le proporcionan un cuadro bastante preciso de su situación hegemónica, de tal manera que generalmente no enfrenta graves imponderables o imprevistos políticos.
La superestructura burguesa genera, en consecuencia, un grado relativamente alto de interacción informática con la sociedad civil, que le permite, teóricamente, un alto grado de adaptabilidad a los cambios. Lamentablemente, no se puede decir lo mismo sobre el Estado del socialismo realmente existente, dado que su capacidad sistémica sensorial es muy inferior, tal como indica una breve revisión de los parámetros mencionados.
3.1. La superestructura del «socialismo estatal» (tal como se o llamaba en la RDA) no prevé elecciones periódicas generales, ni tampoco, por lo general, plebiscitos o referendos, sean estos revocatorios o informativos. La clase política se priva, de esta manera, de la más importante fuente de información directa sobre las actitudes del pueblo, comparable a lo que es un censo en estadística.
3.2. Quedan las encuestas de opinión. Casi todos los gobiernos del mundo realizan constantemente muestras representativas sobre una serie de parámetros, para tomarle «el pulso al pueblo». Metodológicamente bien hechas, esas encuestas proporcionan resultados de elevada fiabilidad, siempre que cuenten con la colaboración y confianza de la población.
Y ésta es, precisamente, la condición que está en duda en los sistemas del socialismo realmente existente. Dado que el control del Estado es prácticamente absoluto, la encuesta es vista como una actividad del Estado y para el Estado, aunque la realice, por ejemplo, una universidad. Tal situación pone en tela de juicio la variable clave de la confianza: el anonimato. Aunque se le asegure al encuestado el anonimato, va a dudar de que el Estado no tenga algún mecanismo para identificarlo. Y si la unidad de muestreo son los hogares -prácticamente la única manera de garantizar la representatividad estadística nacional- no hay posibilidad alguna de garantizar el anonimato. Las personas tienden, entonces, a responder con la versión oficial de las cosas, porque es el discurso que las protege. Por tal motivo, las encuestas realizadas por el Estado socialista o el Partido sobre temas sensibles arrojan resultados que son poco fiables para la dirección del proceso.
3.3. La misma problemática aplica a los informes de los organismos de inteligencia. Recuerdo mis conversaciones con el primer secretario de la RDA en México en la fase de la caída del sistema en Polonia, cuando le expresé que la RDA se estaba yendo por el mismo camino. Entre los argumentos que adujo para demostrarme lo contrario figuraba que los servicios de seguridad del Estado reportaban claramente que la mayoría de la población estaba con el gobierno socialista. Bastaba la oferta del gobierno de la RFA, de convertir la mayor parte de los ahorros de los ciudadanos de la RDA a una tasa de conversión uno a uno, para que cambiaran de opinión.
3.4. El parámetro de organización de la ciudadanía en el Partido único del Estado debe ser visto también cum grano salis, con un grano de sal. En el año del colapso del socialismo en la RDA, el partido único (SED) contaba todavía con 1,7 millones de miembros, es decir, el 10 por ciento sobre una población total de 17 millones de ciudadanos. 600 mil ya habían abandonado el partido en años anteriores, manifestando la crisis estructural que se estaba gestando en el interior del todopoderoso órgano de poder, sin que éste encontrara la capacidad de renovación que hubiera podido parar la tendencia erosiva.
Después de la anexión de la RDA a la Alemania capitalista, el partido-heredero de la SED, el PDS, no tuvo más de 100 mil miembros. Es decir, el 95 por ciento de los «socialistas» del partido único del Estado proletario y campesino dejaron de ser socialistas activos en el partido respectivo después del colapso. Es evidente que la abrumadora mayoría de esos «socialistas» habían sido miembros del Partido único socialista por razones pragmáticas, no por convicción política socialista. Dado que la misma experiencia se repitió en todos los partidos socialistas respectivos la inferencia es clara: la gran mayoría de los miembros de esos partidos no son revolucionarios, sino ciudadanos que aceptan las reglas del poder del statu quo y que, al colapsar el régimen, se acomodan con el nuevo régimen burgués.
3.5. Como explicamos anteriormente, los sensores de la presión social que constituyen los foros públicos de debate, como el parlamento, el internet y los medios de comunicación, están ausentes en la superestructura socialista histórica. Y lo mismo es válido para el mundo obrero, cuya «temperatura» social se expresa a través de huelgas y paros. En el socialismo histórico los sindicatos son «correas de transmisión» (Lenin) de la voluntad del Partido-Estado, es decir, aparatos del Estado y no expresiones de la lucha y del sentir de la clase obrera. Huelgas y paros, que son la manifestación espontánea y orgánica de la gente trabajadora, son prácticamente prohibidas en esas relaciones de producción y, en consecuencia, los diagnósticos del Estado sobre la situación y la satisfacción de la fuerza de trabajo tienen que basarse inevitablemente en fuentes secundarias de información que son mucho menos confiables que las primarias.
3.6. Este problema se repite con el detector que constituyen las manifestaciones, pacíficas o violentas. La forma orgánica de la población civil de expresar su crítica o el malestar -una vez agotadas las instituciones- son las manifestaciones. La superestructura socialista no permite ese tipo de manifestaciones desde el ciudadano, privándose nuevamente de una importante fuente de información.
3.7. Desde la cibernética cognitiva-informática, el Estado socialista actúa, en resumen, como un ser humano, cuyos sistemas de percepción óptica, sonora, térmica, cinética, gravitacional, táctil, etcétera, han sido mutilados o son atrofiados, operando a mínima escala de su capacidad potencial. No hay que ser científico para saber que las posibilidades de supervivencia de tal sistema no son muy elevadas.
4. ¿La supervivencia del Estado cubano no contradice este análisis?
Queda un interrogante por contestar: Si la superestructura del socialismo histórico es tan «ciega» o cibernéticamente atrofiada, ¿por qué Cuba ha sobrevivido hasta el día de hoy? La respuesta sería multifactorial, pero tres pueden adelantarse.
4.1. Este déficit sistémico ha sido compensado parcialmente y enfatizo, parcialmente, por la gran capacidad estratégica, táctica y dialéctica de Fidel.
4.2. Durante la mayor parte del proceso Cuba tuvo la protección militar y un extraordinario apoyo económico de la Unión Soviética. Un análisis comparativo demostraría, sin duda alguna, que este apoyo económico fue muy superior, en términos relativos, al que la URSS concedió a su aliado europeo más importante, la República Democrática Alemana (RDA).
4.3. Durante la prolongada fase heroica de la Revolución, la abrumadora mayoría de la población estaba plenamente identificada con el proceso. Por el cambio generacional, la caída de la URSS, la revolución científica-tecnológica y el resultante proceso de acumulación intensiva y de globalización, así como por los efectos retardatarios de la agresión imperialista sobre el desarrollo económico y político endógeno de Cuba, esta identificación hoy día está mucho más diferenciada que en la fase heroica.
4.4. Sin embargo, las tres condiciones que contrarrestaron parcialmente el déficit sistémico interactivo, son parte de una etapa histórica que no volverá. Por lo tanto, no garantizan el futuro del proceso después de la muerte del Comandante.
5. La falacia ortodoxa
Sectores ortodoxos del Partido van a argumentar que el cuestionamiento de los sensores políticos es equivocado por liberal, porque los sindicatos expresan la voluntad de los trabajadores, el Partido expresa la voluntad del pueblo y nadie en Cuba tiene problemas para decir lo que piensa. Esto podría ser cierto… o podría ser falso. La única forma de saber si se trata de una verdad o una falacia es someter el argumento de manera científica a la evidencia empírica. Ésta es, por supuesto, una tarea del Partido que dirige el país.
Sin embargo, un elemento debería hacerle pensar en la ortodoxia y sacudir sus certezas metafísicas sobre el futuro. Si Fidel, quien es uno de los grandes dialécticos de la isla, compartiría sus certezas: ¿Qué necesidad hubiera tenido de plantear la reversibilidad de la Revolución?