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La tarta

Fuentes: Rebelión

 La realidad ha tomado un tono grisáceo desesperante porque andamos a tientas en la oscuridad. Nos sentimos en la cuerda floja a un paso de caer al vacío, mientras en un foso gigantesco gritan los desahuciados de sus casas por no poder afrontar alquileres o hipotecas, las madres sin ayudas que han dejado a sus […]

 
La realidad ha tomado un tono grisáceo desesperante porque andamos a tientas en la oscuridad. Nos sentimos en la cuerda floja a un paso de caer al vacío, mientras en un foso gigantesco gritan los desahuciados de sus casas por no poder afrontar alquileres o hipotecas, las madres sin ayudas que han dejado a sus hijos en instituciones de acogida, la gente abandonada que malvive en algún barrio de la ciudad bajo cuatro palos y un plástico, los parados que ya no duermen por la noche, o los niños que no pueden desayunar.
 
El otro día escuché a Sebastián Mora, secretario general de Cáritas, hablar del incremento en cuatro puntos porcentuales de la pobreza en España. Detrás de ese porcentaje hay personas que hasta ayer llevaban una vida normal, con su trabajo, su casa y su familia. Tan pronto estás de un lado como del otro. Nadie está a salvo de caer. Eres el trabajador social que atiende al que ha perdido todo y un segundo después te conviertes en solicitante de esa misma ayuda. Bolitas negras dentro del bombo del absurdo recorte, sujetas a la suerte de un sorteo infernal.
 
Para Mora la disyuntiva no estriba en políticas de austeridad versus políticas expansivas, sino políticas para las personas, frente a políticas -añado- dirigidas a cuadrar cifras que sólo sirven de armazón técnico de un injusto reparto. Porque, al fin y al cabo, ¿qué quiere decir que España ha incrementado productividad? Pues sencillamente que un empleado produce más porque trabaja más horas, ganando lo mismo o menos, extenuado y explotado por desempeñar no sólo sus tareas sino también las su compañero despedido dos meses antes. ¿Y qué se esconde detrás del dato de la mejora de la competitividad? Pues que a las empresas les resultan más baratos sus empleados, porque sus sueldos son menores. Ahorran en el capítulo de costes salariales y así pueden abaratar los precios de venta y competir al estilo chino. Un trocito minúsculo de la tarta de la riqueza en el plato de los trabajadores, mientras el pedazo de pastel de las grandes empresas sobresale del plato.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.