Recientemente muchos académicos recibieron una carta firmada por 111 miembros de la Universidad de Chicago en la que se relataba que «[la Universidad], sin comunicación previa alguna a quienes integran su comunidad, ha encargado la remodelación del edificio del Seminario de Teología de Chicago al despacho de arquitectos de Boston Ann Beha Architechts con el […]
Recientemente muchos académicos recibieron una carta firmada por 111 miembros de la Universidad de Chicago en la que se relataba que «[la Universidad], sin comunicación previa alguna a quienes integran su comunidad, ha encargado la remodelación del edificio del Seminario de Teología de Chicago al despacho de arquitectos de Boston Ann Beha Architechts con el fin de convertirlo en la sede del Milton Friedman Institute for Research in Economics (MFIRE, Instituto de Investigación Económica Milton Friedman), a la vez que ha retomado con mayor brío la tarea de captación de fondos para este controvertido instituto».
Sería difícil encontrar una metáfora más adecuada que la de su presentación pública como «la conversión de un edificio de seminaristas en un templo de la teoría económica neoliberal». Incluso el acrónimo MFIRE posee un simbolismo nada desdeñable. La M podría muy bien significar el dinero [Money] de la fórmula del profesor Friedman, MV = PT (Dinero x Velocidad = Precio x Transacciones). Y el fragmento FIRE engloba a las finanzas [Finance], seguros [Insurance] y bienes inmuebles [Real Estate], esto es, el sector que saca provecho de la actividad económica sin contrapartida alguna y cuyo enriquecimiento celebran los monetaristas de Chicago.
Los economistas clásicos describieron las rentas e intereses acumulados por el sector FIRE como aquellos ingresos que no proceden del trabajo propio; entre estos ingresos ocupan un lugar preeminente las rentas de la tierra y las plusvalías por la compraventa de suelo (el «capital»), que John Stuart Mill describió como aquello que obtienen los terratenientes «mientras duermen». En cambio, Milton Friedman insistió en que «no existe nada que se pueda considerar una ganancia económica sin contrapartida» (como si la economía no tuviera absolutamente nada que ver con el asunto de los beneficios libres de cargas y sobre cómo apropiarse de los mismos). Y más aún si se tiene en cuenta que el procedimiento más utilizado para esta apropiación consiste en demoler el Estado y vender -eso sí: a crédito- el dominio público.
Como dijo en broma Charles Baudelaire, el diablo se sale con la suya a partir del momento en el que nadie cree que existe. Parafraseándolo, podríamos decir que los rentistas de toda laya ganan la partida económica a partir del momento en el que los reguladores y economistas del sector público dejan de creer en la existencia de los beneficios que aquéllos obtienen (los cuales, puesto que no existen, no tienen que ser gravados fiscalmente, ni regulados ni mitigados en modo alguno).
Para los Chicago Boys la expresión «mercado libre» significa dar vía libre al sector financiero; es exactamente lo contrario de la idea de los economistas clásicos de liberar a los mercados de las rentas y los intereses. Mientras la religión tradicional buscaba establecer preceptos regulativos, el Instituto Friedman fomentará la desregulación. Ocupar físicamente una escuela de teología para convertirla en un «templo de la teoría económica neoliberal» resulta de todo punto irónico si se tiene en cuenta que el castigo de la usura ha sido un rasgo común a todas las grandes religiones. El judaísmo exigía prestar sin interés (Levítico, 25:35-37) y el cristianismo prohibió rotundamente el pago de intereses basándose en los preceptos del Éxodo y el Deuteronomio.
De esta manera, los Chicago Boys han invertido el sentido de la teología tradicional. Recuérdese que en los siglos XVIII y XIX la enseñanza de la teoría económica como disciplina académica se empezó a impartir en forma de cursos de filosofía moral. La fundación de las principales universidades de la mayoría de los países respondía a la voluntad de formar estudiantes para el servicio público. Los cursos de filosofía moral evolucionaron hasta tomar la forma de economía política, ocupándose básicamente de la reforma económica y de la fiscalidad sobre los ingresos que no procedían del trabajo propio y que daban lugar al enriquecimiento de quienes tenían intereses creados como resultado de un privilegio legal. La disciplina de la economía política se redujo a mera «economía» fundamentalmente para despojarla de análisis políticos y de la capacidad para realizar distinciones entre inversión productiva e improductiva, ingreso procedente del trabajo propio e ingreso procedente del trabajo ajeno, y valor y precio.
Los economistas clásicos veían las rentas y los intereses como una transposición de la conquista de la tierra y la privatización del dinero y las finanzas de la Europa feudal a un sistema institucionalmente basado en la deuda y en los costes generales originados por las estructuras monopolistas. Los economistas clásicos buscaban el modo de gravar fiscalmente los ingresos que no procedían del propio trabajo, de regular los monopolios naturales o de transformarlos en dominio público.
Huelga decir que esta historia del pensamiento económico no va a impartirse en el Centro Friedman. Lo primero que hicieron los Chicago Boys cuando se hicieron con el poder tras el golpe de Estado militar en Chile en 1973 fue clausurar todos los departamentos de teoría económica del país (y de hecho todos los departamentos de ciencias sociales ajenos a la Universidad Católica en los que tuvieran influencia). Se habían percatado de que unos «mercados libres» para el capital requerían disponer de un control completo del currículum educativo y de los medios de comunicación cultural en general.
Los adalides del mercado libre caen en la cuenta de que sin una autoridad semejante a la de la Inquisición no pueden existir mercados libres «estables». Esto es, un mercado libre para que los depredadores financieros campen a sus anchas; unos depredadores que supuestamente son considerados como los mayores donantes potenciales de fondos para el Centro Friedman de la Universidad de Chicago. Los monetaristas de la Escuela de Chicago han conseguido hacerse con el cargo de censores de los comités editoriales de las principales revistas de economía que cuentan con evaluadores externos; y no hay que olvidar que, actualmente, para un economista la publicación de sus artículos en estas revistas se ha convertido en una precondición para el progreso en su carrera académica. Todo esto ha tenido como consecuencia que la llamada ciencia económica se haya visto restringida a la mera exaltación de la teoría de la elección racional «libremercantilista» y a la propagación de la miope ideología del «análisis económico del derecho» como opuesta a las ideas de justicia moral y regulación económica que han constituido las bases de gran parte de la religión occidental.
Tuve un anticipo de este espíritu inquisitorial cuando asistí a los cursos de la Laboratory School de la Universidad de Chicago. Recuerdo lo que rezaba el gran cartel que colgaba encima de la pizarra de la clase de ciencias sociales del Sr. Edgett en 1953: «Que todos sepan qué hicieron los Rosenberg» [1]. Cuando la Ley de Libertad de Información permitió conocer los contenidos de los archivos del FBI, mis compañeros de clase disfrutaron de lo lindo leyendo los informes que habían realizado sus profesores de la Universidad de Chicago, y los del Shimer College adjunto a la misma, acerca de sus comportamientos y puntos de vista políticos.
¿Quién podría haber previsto en ese momento que la teoría económica acabaría volviéndose aún más derechista y autoritaria, más explícitamente opuesta a la idea misma de los derechos humanos y de la justicia distributiva que la mismísima teología? ¿O simplemente que la teología se trocaría exactamente en lo contrario de lo que había sido? Los economistas clásicos eran reformistas que, al fin y al cabo, pretendían liberar a los mercados de la existencia de rentas no generadas por el trabajo propio; ingresos exentos de cargas consistentes en las rentas de la tierra que se arrogaban las aristocracias hereditarias europeas y en las rentas monopolistas administradas por las sociedades comerciales coloniales creadas por los Estados europeos para sufragar sus deudas de guerra. Pero los Chicago Boys pretenden desregular los monopolios y fulminar las leyes que restringen la usura, favoreciendo así a los rentistas en detrimento de la economía «real» del trabajo y el capital. Su objetivo primordial tiene que ver con las exigencias de propietarios y financieros de que se reduzcan los gravámenes fiscales sobre sus ingresos y activos garantizados: créditos bancarios, acciones y bonos. Y, con el fin de aumentar el volumen de actividad del mercado de compraventa de valores a crédito, los Chicago Boys defienden la privatización del dominio público, algo que empezaron a realizar en Chile a partir de 1973.
De modo que no sólo se ha subvertido por completo la idea clásica de mercado libre, sino también el núcleo económico de la religión tradicional. Hoy, los Chicago Boys consideran que quienes merecen la salvación son las finanzas, los poseedores de bienes inmuebles y los monopolios, los cuales libran una cruzada que pretende desandar radicalmente la senda seguida en los últimos siete siglos de reformas económicas clásicas, al menos desde que en el siglo XIII los eclesiásticos debatieron acerca del problema de cómo definir el precio justo (los costes de producción socialmente necesarios) que podían reclamar los prestamistas a cambio de facilitar dinero.
Parece que en el fondo se trata de un problema sobre cómo obtener fondos para financiar la institución, algo que es común a la mayor parte de organizaciones religiosas de hoy en día. La Universidad de Chicago había sido sufragada por John D. Rockefeller, hecho que llevó a Upton Sinclair a calificarla en su libro The Goose Step como «la Universidad de Standard Oil». Cuando fui alumno de la Universidad de Chicago en la década de 1950, Lawrence Kimpton había sustituido a Rober Hutchins en el cargo de rector, y en 1961 se convirtió en gerente general de planificación (y posteriormente en director) de Standard Oil de Indiana [2]. Su actuación más sonada (además de supervisar el proyecto Manhattan de fabricación de la bomba atómica) fue la censura de un número de la publicación de The Chicago Review porque contenía fragmentos de la novela de William Burroughs The Naked Lunch. Significativamente, la razón que adujo fue que la publicación de ese número podría desincentivar las donaciones de fondos para la universidad [3].
Pero también hay que decir que el señor Rockefeller al menos había pagado su diezmo a «los más necesitados». Revelando una actitud muy diferente, la esposa de Herman Kahn, Jane, me contó una vez lo que Milton Friedman había respondido a su sugerencia de que había que mejorar el bienestar público y la atención médica: «Señora Kahn, ¿a santo de qué desea usted subsidiar la producción de huérfanos y de enfermos?». A esto no podría llamársele precisamente el espíritu clásico de la religión.
El Instituto Friedman tiene un serio problema relacionado con la notoriedad que alcanzó en el periodo de Pinochet, el momento culminante de los Chicago Boys en Chile. La privatización de las empresas públicas, la «liberación» de todos los mercados con respecto a las leyes que prohíben la usura y el fomento de la desregulación masiva son la antítesis de lo que predicaron casi todas las religiones, cuyo propósito fundamental al fin y cabo era el de socializar a sus miembros y crear un sistema sociopolítico moral.
El monetarismo «friedmaniano» se ha caracterizado por ser una ideología postmoderna que, al igual que la religión, tiene sus propias vacas sagradas e ídolos (además de una Inquisición). Al igual que en el islam se obliga a los ateos a pagar el diezmo, ahora nos encontramos que en la religión del capital financiero los que tienen que pagar son los trabajadores, bajo amenaza de ser confinados extramuros. Como indica la nota de prensa: «el grueso de la protesta (…) se ha dirigido contra el fuerte sesgo ideológico del Instituto a favor del fundamentalismo del mercado libre de la tradición de Friedman. Por ésta y otras razones, su naturaleza es profundamente contraria a la tradición de la Universidad, basada en la libertad de investigación y en el debate libre de ataduras».
Bueno, no estoy muy seguro de que esa tradición de debate libre de ataduras sea muy reciente. Pero el comunicado incluye la siguiente nota:
«Si se desea recibir más información, puede contactarse con: Robert Kendrick, profesor de música ([email protected]) o Bruce Lincoln, profesor de historia de las religiones ([email protected])».
Notas del t.:
[1] Julius y Ethel Rosenberg fueron comunistas estadounidenses ejecutados en 1953 acusados de espionaje.
[2] The Goose Step: A Study of American Education, publicado en 1923, constituyó una reveladora investigación sobre las consecuencias del control que el capitalismo plutocrático ejercía sobre los institutos y universidades estadounidenses. Standard Oil de Indiana fue fundada en 1889 por John D. Rockefeller como parte del trust de Standard Oil, formado en 1870.
[3] The Chicago Review era la revista estudiantil de la Universidad de Chicago. El texto de Burroughs, escrito en un estilo narrativo no lineal, entroncó con cierto tipo de contracultura y sufrió numerosos casos de censura, supuestamente por su temática desinhibida y su lenguaje obsceno.
Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009).
Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3473
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