Las tijeras van camino de convertirse en una seña de identidad valenciana tan arraigada como el murciélago de la senyera, las fallas, la paella, el all i pebre, la mascletà o la corrupción. No podía ser de otra forma después de que los habitantes de estas eternas tierras perplejas, lleven tanto tiempo habituados a la […]
Las tijeras van camino de convertirse en una seña de identidad valenciana tan arraigada como el murciélago de la senyera, las fallas, la paella, el all i pebre, la mascletà o la corrupción. No podía ser de otra forma después de que los habitantes de estas eternas tierras perplejas, lleven tanto tiempo habituados a la presencia entre ellos de esta herramienta fría y cortante. Porque su introducción no es nueva, su llegada al imaginario comenzó hace ya mucho tiempo de forma subrepticia desde unas extrañas antenas situadas en Burjassot.
Porque el primer artilugio recortador que sorprendió gratamente a los valencianos fue ese que durante siglos ha venido simbolizando el afán del poder por salvar a sus súbditos de las males influencias. Fueron esas tijeras censoras convertidas en reinas y señoras de Radio Televisión Valenciana las que marcaron el camino que luego otras se encargarían de seguir. Y lo hicieron con una elegancia difícil de superar, evitando siempre el torpe recurso del tajo mutilador, tan vulgar, tosco y evidente. En su lugar, recurrieron al arte de la omisión, esto es: evitar siempre que las cámaras y micrófonos recogieran alguna menudencia no prevista en el guión. En suma, instaurando ese recurso tan sutil que consiste en omitir cualquier cosa que pudiera afear ese gran ninot con diseño de Santiago Calatrava, en que se pretendía convertir el ex País Valencià.
Luego llegaron otras tijeras no menos maestras. Fueron, claro esta, las de José Tomás y tantos otros virtuosos del dedal y la puntada que dejaron constancia de su artesana destreza en las trastiendas de Milano o Forever Young. Cortes delicados, suaves, siguiendo milimétricamente las azuladas líneas dejadas por el jaboncillo de marcar en su curvo discurrir por la sisa. Auténticas piezas de arte que solo unas miradas expertas como las de Francisco Camps o Ricardo Costa podían apreciar en toda su belleza. Un deleite que no se podían contener en compartir. Porque detrás de la generosa mano de Francisco Correa o el «amiguito del alma» Álvaro Pérez, no había mayor interés que colaborar con el ex Molt Honrable para educar a los valencianos, hasta hacer de ellos sensibles observadores capaces de valorar y disfrutar con los frutos del delicado oficio de la costura.
Sin embargo, ha sido ahora con la subida de Alberto Fabra a este trono de las vanidades autonómicas, cuando los habitantes de esta millor terreta del mon han sido capaces de apreciar las maravillas que esta modesta herramienta es capaz de generar cuando es diestra la mano que la guía. Porque el nuevo presidente del Consell se ha impuesto con una determinación casi religiosa el trabajo de aplicar las tijeras sobre nuestras miserias más arraigadas. Se engañan quienes piensen que detrás de los recortes aprobados se esconden las presiones del Deutsche Bank por cobrar sus usureros intereses. No. Los firmes cortes lanzados por Fabra solo buscan devolvernos a la buena senda de la modestia, una virtud que inevitablemente pasa por la renuncia al bienestar mundano. Y a los malos pensamientos, como esos que llevan a algunos a pedir que los ricos paguen, envidiosos de su éxito.
En definitiva, el Consell se ha propuesto la difícil misión de convencer a los habitantes de este ex País de que su reino no es de este mundo. Por lo pronto, tras tantas décadas de tijeras, los nuevos tijeretazos parecen haber encontrado a una población resignada a su condición de cordero, capaz de ofrecer mansamente el lomo para la esquila de la poca lana que les queda. Es cierto que en el rebaño siempre quedan algunas ovejas negras. Pero no importa. Esas, por el momento, están muy bien vigiladas por los lobos.
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