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La trampa de la deflación

Fuentes: La Jornada

Obama implantó su esquema para la recuperación económica estadunidense: un 60 por ciento del programa de rescate se aplica a la reactivación de la economía real, el aumento del empleo y a aquellos con menores ingresos. Por el contrario, en Europa, la canciller alemana permaneció anclada en la disciplina presupuestaria de la zona euro. Su […]

Obama implantó su esquema para la recuperación económica estadunidense: un 60 por ciento del programa de rescate se aplica a la reactivación de la economía real, el aumento del empleo y a aquellos con menores ingresos. Por el contrario, en Europa, la canciller alemana permaneció anclada en la disciplina presupuestaria de la zona euro. Su plan promueve el estancamiento y la deflación -con un presupuesto competitivo- asumiendo esto como ayuda al euro atacado desde los mercados financieros. Para eso Angela Merkel alienta sanciones y exclusiones de distinta forma en la zona, pero el problema del euro no es sólo monetario, sino que va más allá. Los insuficientes acuerdos de Bruselas del 9 de mayo extienden las consecuencias de la mala gestión de la crisis griega a toda el área euro: la cautela financiera trae un panorama incierto sobre la caída de la moneda común, amén de otras cuestiones. Se supone que la reducción del nivel de actividad económica fortalezca la posición del euro, pero esta opción puede ser desastrosa y derivar en una prueba contraria a la meta deseada

Las dilaciones teatrales de la canciller, según Der Spiegel, devinieron en retrasar cuatro meses la aplicación de mecanismos europeo de acción, alimentando la especulación financiera sin precedentes en Grecia, exhibiendo, asimismo, la poca capacidad zonal para defender su moneda y -especialmente- para reactivar su economía. Este retraso infló desproporcionadamente el costo de la operación de rescate que, de todas formas, se veía enorme e inevitable desde el principio. Será un costo importante, extendido en el tiempo y que en última instancia conlleva la intervención: se impone a los países un largo proceso deflacionario como eje central para mejorar la competitividad. En el caso de Grecia, los 110 mil millones inyectados de ninguna manera apuntan a reactivar su economía -golpeada con medidas de austeridad salarial, fiscalidad excepcional, draconianos recortes presupuestarios y desregulación salvaje-, sino que son el seguro de los acreedores europeos, principalmente de la banca franco-alemana. En virtud del acuerdo del FMI-UE-Grecia, se espera sin dudas la recuperación económica, con medidas para purgar el país, que lo conducen a la recesión y la deflación, tenidas éstas como opciones terapéuticas. El indicador financiero ratio-deuda, 15 por ciento por encima del producto interno bruto (PIB) griego en la actualidad, será superior al 50 por ciento del PIB en los próximos años.

Se afirma acerca de los países «de la franja vitivinícola» (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España) que viven fuera de todo recate: se trata de un intento por culpar a las víctimas. Sin embargo, sus déficit públicos se triplicaron en el último trienio en consonancia con la crisis internacional. Y esto es válido aún para España, con todo y su superávit presupuestario de 2 por ciento del PIB hasta 2007. Hoy en día la zona euro sufrió un choque asimétrico, principalmente de origen externo. Hasta 2007, los «países del vino» fueron el motor de la zona, con tasas de crecimiento y productividad superiores a las de sus socios de las grandes economías. En la actualidad, la demanda de sus productos a nivel internacional se contrae. En todas partes, las monedas se depreciaron como un choque necesario para amortiguar el impacto de la crisis y estabilizar las economías, excepto en Europa, donde por el contrario se optó por la deflación, esperando que cierta debilidad temporal en la economía devenga en el fortalecimiento de la moneda y las finanzas. En Estados Unidos, Reino Unido, China o Japón, las monedas están al servicio de la economía; no es así en Europa, donde la economía está al servicio del dinero.

Sin embargo, es precisamente el momento histórico de Europa atlántica para afirmar su presencia, aumentando la cooperación entre países miembros y cohesionando el espacio económico único. Pero, en lugar de esto, la Unión Europea renuncia a la competencia positiva, apalancando a los países de la región en crisis con el mecanismo de contraer más déficit al recurrir al Fondo Monetario, concediendo préstamos según las condiciones del mercado, e imponiendo la deflación como método terapéutico. Obama trata de ganar la confianza del mercado impulsando su economía; Europa comunitaria tratando que se renueve la confianza con paquetes exclusivamente monetarios y -en particular- a través de la deflación, es decir, la garantía de la no recuperación. La deflación supone un peligro de infección mayor que el incumplimiento de pago: éste está limitado en el tiempo, pero aquéllas son por periodos indefinidos, ilimitados.

La opción adoptada se remonta a los principios fundamentalistas ultraliberales del siglo XVIII, como los de David Hume (1752), pero no tiene ninguna relación con prácticas de monedas contemporáneas. En Estados Unidos, Canadá y Alemania, las autoridades centrales están ayudando a sus gobiernos locales deficitarios, no sólo con sus deudas, sino también a mantener la actividad en las zonas afectadas. Esto sería la menos que los estados miembros de la zona euro tendrían derecho a esperar de su liderazgo. Lo anterior podría lograrse sin cargas abultadas para los contribuyentes europeos, mediante una simple garantía de deuda emitida por los países de la Unión -lo que permitiría reducir el costo de la refinanciación- o por medio de eurobonos, a disposición de las naciones en crisis. Una tercera vía sería la financiación directa por el Banco Central Europeo (BCE) a los estados en crisis. En la actualidad, esta posición se adopta ante la monetización de valores propiedad de bancos privados, pero, sin embargo, se omite hacerlo si son demandados por las entidades emisoras de los estados. Esta es una toma de partido con sesgo ideológico de los especuladores hacia países con problemas. Si, en virtud del acuerdo del 9 de mayo, el BCE -por primera vez en su historia en conflicto con su constitución-, acepta valores del gobierno, aunque sólo en los mercados secundarios, es probable que se aliviaran las presiones especulativas. Sin embargo, esto no elimina necesariamente la bomba en la que el edificio europeo se asienta: la opción alemana deflacionaria, como terapia de tratamiento.

Traducción: Rubén Montedónico
http://www.jornada.unam.mx/2010/06/20/index.php?section=opinion&article=039a1eco