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La transición al socialismo en Venezuela después del 2D

Fuentes: Rebelión

El compatriota Dozthor Zurlent, conductor del programa «Contrastes» que se transmite todos los miércoles a las ocho de la noche por el canal informativo de Radio Nacional de Venezuela, me preguntaba hace poco en un correo personal cuáles serían los «órganos de conducción» apropiados para poner en práctica el «ejercicio directo del poder constituyente del […]

El compatriota Dozthor Zurlent, conductor del programa «Contrastes» que se transmite todos los miércoles a las ocho de la noche por el canal informativo de Radio Nacional de Venezuela, me preguntaba hace poco en un correo personal cuáles serían los «órganos de conducción» apropiados para poner en práctica el «ejercicio directo del poder constituyente del pueblo», que propuse en mi «Carta abierta al Presidente Chávez» publicada por Aporrea el pasado 13 de diciembre.

Le agradezco mucho a Dozthor el envío de sus agudas observaciones, porque me obligan a desarrollar con más detalle la propuesta de relanzamiento del Poder Constituyente formulada en mi «Carta», con ocasión del resultado negativo del referendum aprobatorio de la Reforma Constitucional y la muy probable intensificación de las acciones desestabilizadoras de la derecha que presenciaremos en los próximos meses.

Cuando afirmo que la construcción de una auténtica sociedad socialista sólo será posible mediante la profundización de la participación y el protagonismo del pueblo, lo hago con plena conciencia de que uno de los mayores obstáculos para el avance de la Revolución Bolivariana radica en la ideología individualista y clientelar arraigada en la burocracia que controla el aparato del Estado. Este estamento burocrático puede llegar a convertirse en un auténtico Caballo de Troya capaz de hacer fracasar cualquier iniciativa de transformación social que ponga en riesgo sus privilegios políticos y prerrogativas económicas. En consecuencia, debemos ser muy cautelosos a la hora de definir cuáles habrán de ser los «órganos de conducción» del poder constituyente del pueblo, puesto que cualquier estructura directiva concebida a priori puede convertirse en un atajo por el que intente colársenos de nuevo la lógica verticalista, secuestradora de la soberanía popular, de la burocracia estatal.

Pero ¿qué podemos hacer para neutralizar la voluntad de dominación intrínseca de la burocracia y liberar cada vez un mayor número de espacios institucionales para el ejercicio de la democracia directa y la autogestión económica de las comunidades populares? Creo que el pensamiento de Paulo Freire, con su propuesta pedagógica orientada hacia la construcción dialógica de una conciencia colectiva problematizadora de la realidad, puede sernos muy útil en esta tarea. En principio, la misma profundización del debate en el seno de las comunidades deberá ir generando las nuevas formas de organización política y estrategias de coordinación con los demás actores de la sociedad. Prefiero hablar de «coordinación» y no de «conducción», para cerrarle el paso al virus del burocratismo, reproductor de las viejas formas de dominación que es necesario desmontar (dominación del representante sobre el representado, del funcionario sobre el ciudadano, del profesional sobre el que «no sabe nada», del hombre sobre la mujer, hasta llegar a la explotación que ejerce el patrono sobre el trabajador, que es la relación de dominación fundamental del sistema capitalista).

Creo que el proceso de formación del PSUV ofrece muy buenas lecciones acerca de «cómo no se debe proceder» para no repetir los mismos errores reproductores de ese viejo orden, que intuitivamente ha venido siendo rechazado por nuestro pueblo a través de comportamientos significativos como la abstención electoral. Mi experiencia en el Batallón del que formo parte ha sido la de un grupo bien intencionado de compatriotas al que dos o tres comisionados por las estructuras del poder establecido (cuadros del extinto MVR o funcionarios de la gobernación del Estado) pretendían dictarnos al resto las líneas de lo que debíamos hacer. El desencanto y la disminución creciente de la participación comenzaron a minar la vitalidad de los batallones y la ineficiencia del partido para llevar adelante la campaña por el sí fue el resultado.

En el nuevo escenario que propongo, el liderazgo del presidente, con el apoyo de un equipo de colaboradores de probada conciencia revolucionaria, debe actuar como «facilitador» del proceso de construcción colectiva del modelo socialista de sociedad hacia el que deberemos ir avanzando progresivamente. Chávez debe aprender a poner en práctica la antigua mayéutica socrática, que no era otra cosa que el arte de «ayudar a parir» de las comadronas. El estilo de mando del jefe militar que da órdenes terminantes a su pelotón, debe reservárselo para tareas puntuales y de emergencia, y no para una tarea tan compleja como la maduración de una conciencia y una práctica socialistas a nivel nacional.

Esto amerita paciencia, autodisciplina para dejar hablar y saber escuchar, y una metodología de sistematización de la experiencia colectiva que permita recopilar y estructurar las propuestas de manera efectiva.

Los problemas locales servirán, en un primer momento, de materia prima, de desencadenantes de un proceso dialógico-crítico que va a permitir a los involucrados cobrar conciencia de su situación socio-política concreta y de la necesidad de construir colectivamente las respuestas teóricas y soluciones prácticas a sus problemas.

Es obvio que un tema como el de la reforma constitucional tendrá que ser el punto de llegada, el lugar de aterrizaje de una primera fase de este proceso y nunca el tema único de una agenda prefabricada. Pero el presiente Chávez, como facilitador principal de esta dinámica, tiene que ir preparado para afrontar diversos cursos de acción, pues es posible que los puntos propuestos por él y por la Asamblea Nacional no resulten los que la gente percibe como prioritarios, o que el momento, la velocidad y los procedimientos que se acuerden para implementar la reforma no coincidan con los que el líder inicialmente había pensado.

La sola activación de una dinámica de esta naturaleza ya implica un salto cualitativo, una reestructuración de las relaciones de poder para hacerlas cada vez más horizontales. En pocas palabras, su puesta en marcha significaría la emergencia de un estado de conciencia socialista en un número cada vez mayor de ciudadanos y comunidades.

No hay que perder de vista que la oposición va a estar actuando simultáneamente (incluso desde el interior de las instituciones del Estado) para desactivar cualquier intento de organización popular desde las bases, para infiltrarlo, para desviarlo, pero estos mismos intentos deberán ser aprovechados como catalizadores de las respuestas tácticas y organizativas del pueblo.

De este mismo proceso de construcción colectiva del poder constituyente y de eventual diseño de una nueva Constitución, irán emergiendo iniciativas concretas de contraloría social, de planificación comunal, de desplazamiento de autoridades ineficientes o corruptas y, lo que es más importante, de reemplazo progresivo de la burocracia clientelar por las estructuras de coordinación popular para la administración de lo público que el empoderamiento de las comunidades irá produciendo.

Lo importante es que el camino sea lo más coherente posible con el fin perseguido: si el fin es la construcción de una sociedad centrada en la participación y el protagonismo popular, en la justicia social y la primacía de lo colectivo sobre lo individual, las estrategias organizativas y los métodos de lucha empleados deben transparentar desde un principio estos valores. Si traicionamos la coherencia entre medios y fines, si permitimos que el vanguardismo sectario o el autoritarismo dogmático se instalen como prácticas de «conducción» del proceso de gestación de la nueva sociedad, terminaremos reproduciendo con nuestra práctica política el viejo orden de dominación, aunque proclamemos a los cuatro vientos que estamos trabajando en pro de la liberación de los oprimidos. Por ello me atreví a sostener en mi última «Carta» que la participación popular no puede limitarse a la recolección de firmas para apoyar una propuesta de transformación social cocinada en los laboratorios de la burocracia. Pues sólo el ejercicio del poder constituyente por las comunidades populares organizadas, hará posible el nacimiento de la más auténtica Constitución Revolucionaria que ninguna manipulación oligárquica ni coacción imperialista podrán arrebatarnos.