El periodista Javier Gallego ha resumido en pocas palabras el estado de ánimo de buena parte de la militancia de la izquierda, y de muchas de las personas: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”1. No es original, cita al presidente de la Primera República, Estanislao Figueras. Así que no es nuevo lo que nos sucede. No basta sólo con unidad pero, sin ella, no hay nada que hacer.
A la izquierda del PSOE debería haber una sola papeleta: la izquierda está tan dividida y atomizada que, si no supera esta situación no puede aspirar a ser una alternativa capaz de ganar y transformar la sociedad. Ninguna fuerza puede hacerlo sola.
Si se plantease bien, la unidad ayudaría a estimular la participación política y a la recuperación de las organizaciones de la izquierda. Las direcciones deberían reflexionar sobre cuál es el estado de las bases: hay una fuerte desilusión y un alejamiento creciente de la militancia. Su obligación no es alimentar el choque, ni abrir más las heridas, sino buscar puntos de encuentro que permitan construir esa unidad.
Lo que necesitamos no es nuevo, se hizo en muchas de las candidaturas de los Ayuntamientos del Cambio. Una candidatura unitaria, donde todas las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE estén en pie de igualdad, sin privilegios para nadie, y abiertas a todos los movimientos sociales y las personas que quieran participar. Que el programa se elabore de forma colectiva y democrática, y que las listas se elijan con primarias proporcionales. Hay objetivos claros que comparten todas las fuerzas: la defensa de la sanidad pública y de los servicios públicos básicos, así como del derecho a la vivienda o a un empleo digno. ¿Por qué no se ha hecho eso desde el principio?
Si no se puede empezar por ahí, al menos trabajemos para ir en esa dirección. Y en ese sentido, Sumar debería ser una oportunidad. Pero eso exige valorar esa unidad más que los porcentajes de reparto de escaños o recursos, o tacticismos electorales. ¿Cómo queremos convencer a la mayoría de la clase trabajadora y de la sociedad para que nos den su apoyo y se organicen políticamente, si no somos capaces ni de ponernos de acuerdo?
A las elecciones autonómicas y municipales de mayo ya deberíamos haber acudido de forma unitaria pero, a pesar del tiempo perdido, tiene que ser posible para las Generales. Y debería acordarse antes del 28M. Sería la mejor ayuda para esta campaña electoral.
Eso no quiere decir que todo se resuelva con la unidad, pero es condición previa. Sería el primer paso.
Unidad no es uniformidad
La unidad no debe usarse para acallar las críticas. No se trata de aparcar las diferencias, sino de aprender a convivir con ellas. ¿Cómo se hace eso? Combinando la unión en la lucha en torno a reivindicaciones que acordemos de forma común, con el derecho a la libertad de crítica de las distintas fuerzas y de las personas, y con métodos democráticos para resolver las diferencias. Y buena voluntad.
La unidad no se decreta, se construye. Y es uno de los retos de la izquierda transformadora, no sólo en el Estado español, sino a escala internacional. Las fuerzas políticas, incluso las más pequeñas, tienden a reproducir las estructuras jerárquicas de las instituciones y la sociedad, y sus métodos, propiciando que las direcciones actúen más para preservar su control de las mismas que para contribuir el crecimiento de un gran movimiento político y social de la clase trabajadora y de los sectores populares. Y así, paradójicamente, no sólo debilitan la militancia y el movimiento social, sino que cada vez se tiene menos apoyo electoral.
De hecho, la necesidad de aprender a trabajar y convivir con la diferencia no es un problema sólo de las fuerzas políticas, sino que también aparece en los movimientos sociales y sindicales.
No permitir que la derecha gobierne es un objetivo central, pero también necesitamos que la izquierda transformadora conquiste la mayoría y, para eso, hay que impulsar un gran movimiento político y social. Y para que éste cuaje, es imprescindible elaborar una propuesta programática y unos métodos de funcionamiento que ilusionen, que den ejemplo de qué clase de sociedad queremos construir.
Sin menospreciar los avances, tampoco se deberían sobrevalorar los logros del actual Gobierno. Que su existencia sea un paso adelante en relación con lo que hubiera supuesto un Ejecutivo del PP y Vox, no puede ocultar que su actuación no alcanza para detener el deterioro en las condiciones de vida de la clase trabajadora. A pesar de las medidas positivas que UP ha arrancado, no se ha evitado que se siga desahuciando y que la vivienda continúe siendo un derecho inaccesible para muchas familias (y la ley que se va a aprobar no lo va a resolver); el Ingreso Mínimo Vital no llega a la mayoría de quienes lo necesitan, que hoy son más que hace cuatro años, y su cuantía es insuficiente; los servicios públicos, empezando por la Sanidad, continúan deteriorándose, y los salarios no dejan de perder poder adquisitivo. Todo eso está pesando en muchos activistas, entre quienes cunde el desánimo, y que son imprescindibles para levantar la movilización.
Sin duda, si gobernase la derecha, con las mismas cifras económicas dirían que todo es inmejorable, pero lo cierto es que la situación no es buena y va a ir a peor. La profunda crisis ecológica sólo anticipa una crisis social. La transformación de la industria con la digitalización y la caída de la disponibilidad de combustibles fósiles, de minerales, o la creciente falta de agua, —y la manera en que el capitalismo afronta estos problemas— van seguir golpeando las condiciones de vida a la clase trabajadora y de los sectores populares y cada vez con más fuerza. La inflación es sólo una manifestación de esta crisis.
Es un error poner las esperanzas en que los fondos públicos de la Unión Europea van a propiciar una cambio positivo en la economía. Sólo están aplicando la transición económica que quieren las grandes corporaciones y la dirección del PSOE está plenamente de acuerdo.
Hay que construir una alternativa
La izquierda transformadora debe construir una alternativa propia: un sistema económico fundamentado en producir para atender las necesidades sociales de forma sostenible y con participación democrática. Ya tenemos puntos de partida para esa alternativa en la agricultura ecológica —y la sequía “pertinaz” ya nos está avisando de la que se avecina— o en el desarrollo de las energías renovables de forma descentralizada y democratizadora, por citar dos aspectos. La rehabilitación de vivienda podría ser la clave, por citar otro, que abriese la puerta a un nuevo tipo de industrialización alternativa a la del coche, hoy en declive.
Todas esas medidas encajan con reivindicaciones muy veteranas como la reducción de la jornada laboral, sin disminución salarial, por mencionar a una de ellas.
Pero, para poder actuar en esa dirección, es necesario que el control del ahorro social deje de estar en manos de un oligopolio privado y, para ello, se debería nacionalizar el sistema bancario y convertirlo en un servicio público. De todo eso hay que hablar y transformarlo en propuestas para llevar a los barrios, a las fábricas y a los pueblos.
Hacer realidad el derecho a la vivienda, a la sanidad, la energía, la educación, los cuidados, a un salario y unas condiciones de trabajo dignas, la sostenibilidad ecológica y a una alimentación saludable, entra en conflicto con una economía basada en el afán de lucro y cuyo funcionamiento está determinado por las decisiones de un oligopolio de grandes corporaciones privadas que sólo tienen una pretensión: más beneficios. En otras palabras, es necesario levantar una alternativa al capitalismo.
Reivindicar esta política no está reñido con defender la unidad del movimiento de la clase trabajadora y de los sectores populares, sino que es parte de ese proceso. Es la lucha unitaria, con libertad de crítica y métodos democráticos, lo que puede combinar fuerza con capacidad de construir esa alternativa, con la habilidad de corregir los errores que el movimiento cometa y de llevar la transformación de la sociedad a buen puerto. Necesitamos personas que lideren, pero como parte de un proceso colectivo fuerte y decisivo. Nadie puede sustituir esa labor colectiva. Y ésta empieza con la unidad.
Mientras, desde la base de las organizaciones, sin cerrar los ojos a las dificultades, debemos poner lo que esté en nuestra mano para fortalecer el trabajo militante, la actuación unitaria, el espíritu crítico y los métodos democráticos, así como la elaboración de ideas, para contribuir a impulsar la recuperación del conjunto del movimiento de la clase trabajadora y de sus organizaciones. La corriente volverá a ser favorable, y hemos de poner nuestro grano de arena para que empiece un nuevo ciclo de ascenso de la lucha por transformar la sociedad.
1 https://www.eldiario.es/carnecruda/lo-llevamos-crudo/cojones_132_10133585.html
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