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La unipolaridad

Fuentes: La Jornada

El colapso socialista a partir de 1989 parece que fue para la región un acontecimiento menos decisivo de lo que se pensó originalmente. Los países del área en ese lapso fueron sujetos a un proceso de reforma económica y política sin precedentes, aunque el resultado en términos de crecimiento y bienestar está muy lejos de lo ofrecido.

Los misioneros neoliberales estadunidenses tomaron los aspectos más débiles del pensamiento de Marx, emularon su determinismo histórico pero carecieron de su visión homérica del conflicto de la historia. Marx supo que el capitalismo es históricamente inestable. Pero aquellos imaginaron que había llegado a un equilibrio que duraría por siempre.

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América Latina había comenzado su transición desde las dictaduras y el corporativismo hacia la democracia liberal y la economía de mercado cuando empezó el desmantelamiento del muro de Berlín. El subsiguiente rápido colapso de la Unión Soviética y sus estados clientes del este europeo aceleró estos desarrollos, reforzando la popularidad de la idea de que el capitalismo liberal en ascenso podría transformar la región.

Durante la mayor parte de las tres décadas anteriores la hegemonía estadunidense en América Latina había sido repetidamente cuestionada por movimientos revolucionarios que, aunque no tenían inspiración directa en el estilo burocrático del socialismo soviético, podían acceder al apoyo financiero y logístico de esa potencia. Sin el apoyo soviético, el socialismo cubano parecía ir a la desintegración. La adhesión a la filosofía de la economía de mercado y la democracia electoral parecían ligar a la región más firmemente a la influencia estadunidense.

Tras 15 años, el colapso del bloque soviético parece haber sido un episodio bastante menos decisivo en la historia de la región que como se pensó originalmente. Los mercados han generado algún progreso. La infraestructura se ha modernizado y la inflación rampante se ha controlado. Los gobiernos electos son la norma y no la excepción, como ocurría hace 30 años. Pero el crecimiento ha sido decepcionante. Los problemas sociales siguen siendo graves y la desigualdad persiste. La insatisfacción popular aumenta, el sentimiento antiestadunidense es grande y diversos gobiernos promueven relaciones más cercanas con las potencias asiáticas, como China e India, así como Rusia. El crecimiento chino ha producido un auge de los productos naturales que si dura ofrecerá nuevas perspectivas para Brasil, Argentina y Venezuela.

En 1989 todo se veía distinto. Había abundancia de capitales y con la eliminación del principal riesgo político se esperaba que se abaratara. Las privatizaciones proveían un medio para reducir la pesada maquinaria estatal que había sido capturada por grandes intereses locales y para captar inversiones junto con la tecnología y esquemas de administración. Las nuevas compañías privadas revitalizarían, además, los mercados internos de capitales. La liberalización comercial iniciada a mediados de 1980 proseguía, culminando con el TLCAN en 1994 y los planes para extenderlo al continente. El socialismo perdió terreno. El cambio en el balance geopolítico llevó a la pérdida del poder de los sandinistas en Nicaragua en las elecciones de febrero de 1990 y los movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala optaron por la paz.

Pero este orden liberal apenas se establecía cuando aparecieron las tensiones. Una a una, las economías más grandes ­México (1994), Brasil (1999) y Argentina (2001)­ abandonaron los tipos de cambio fijos que habían reducido la inflación y atraído capital foráneo. Cada uno adoptó un ancla fiscal para lograr la estabilización, sin revivir el crecimiento. Entre 1998 y 2003 la región pareció retroceder, con niveles de ingreso y estándares de bienestar en declive. Por ello, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) llamó a este periodo «la media década perdida». La privatización es casi universalmente impopular debido a la incapacidad de los gobiernos para regular de modo adecuado la provisión de los servicios.

Las democracias constitucionales se han establecido, pero en América Latina han probado ser poco efectivas. La debilidad de los partidos políticos tradicionales en la región se evidenció. Aunque esos partidos prosperaron en Chile y Brasil, en otros países el sistema se ha roto. Partidos como el APRA peruano, el PRI mexicano y AD venezolano han probado ser muy duraderos y ponen en duda las predicciones de su desaparición.

El sistema, en general, ha fallado en crear e aplicar las necesarias políticas para enfrentar los problemas sociales. Donde se han introducido reformas ha requerido decretos ejecutivos, incluso eludiendo las instancias legislativas. En países como Colombia, Bolivia y Venezuela los presidentes han intentado eludir el proceso político mediante actos de gobierno sustentados en el referéndum que permiten una mayor cercanía con los votantes. El declive de los partidos tradicionales ha generado la fragmentación política, dificultando la formación de mayorías legislativas y llevando al estancamiento de los acuerdos. Esta inestabilidad ha llevado a crisis de gobierno. En los pasados seis años los presidentes de Paraguay, Perú, Ecuador, Argentina, Bolivia y Haití han interrumpido sus mandatos constitucionales.

Acontecimientos recientes en la economía global han ayudado a revivir políticas nacionalistas más agresivas y algunas explícitamente populistas. Hasta ahora ningún gobierno se ha desviado demasiado de la ortodoxia fiscal y monetaria liberal aplicada desde principios de la década de 1990, pero en general hay un mayor margen de maniobra y de experimentación. La fuerte demanda de materias primas de la región y el aumento de los precios han mejorado el desempeño externo de los países y reducido la dependencia del mercado de capitales y del FMI.

Es pronto para saber si este auge de los productos primarios durará, pero las fuerzas de la izquierda observan el modo en que el presidente Hugo Chávez está operando en Venezuela. Apoyado en sus grandes reservas petroleras y los elevados precios, Chávez ha tenido acceso a un sustancial excedente y ha usado los recursos para financiar amplios programas sociales y aumentar la popularidad del gobierno entre los sectores más pobres de la población.

Si China sigue creciendo y consolida sus intereses estratégicos en América Latina como fuente de recursos naturales, esto puede tener implicaciones geopolíticas. El aumento de la influencia china puede ser una sorpresa para muchos en Washington, pero no debería serlo.

A lo largo de su historia América Latina ha resentido la tensión de los intereses en competencia de las grandes potencias mundiales. Sólo si se cree que la caída del muro de Berlín marcó, como dice Francis Fukuyama, «el fin de la historia», puede descartarse otra etapa de este tipo de competencia.