La cada vez más estrecha relación de la universidad con empresas privadas ha sido denunciada por autoras comprometidas con una universidad pública e independiente de los intereses del mundo de los negocios (véase, por ejemplo, Washburn, J., 2005, University Inc.). Sin embargo, no es tan habitual encontrar análisis críticos en los que se denuncie la […]
La cada vez más estrecha relación de la universidad con empresas privadas ha sido denunciada por autoras comprometidas con una universidad pública e independiente de los intereses del mundo de los negocios (véase, por ejemplo, Washburn, J., 2005, University Inc.). Sin embargo, no es tan habitual encontrar análisis críticos en los que se denuncie la transformación misma de las universidades en empresas capitalistas. Actualmente, la iniciativa privada está creando centros universitarios altamente rentables dedicados a la venta de servicios y programas de formación universitaria. En gran medida, esto es la consecuencia lógica de que la educación superior reciba mayor demanda y de que haya una contracción del gasto público en el sector. Así, son muchas las empresas que han encontrado grandes nichos de mercado en el ámbito de la educación universitaria. Entre las universidades- empresa más expansivas del planeta encontramos el Apollo Group o Sylvan Learning Systems. Para ilustrar la dimensión del negocio del que estamos hablando, basta decir que el Apollo G. cuenta con unos beneficios anuales de 300 millones de dólares. Por su parte, Sylvan L.S., como si de un gran banco se tratara, ha adquirido grandes universidades privadas en países como México o Chile. Resulta también significativo que conocidas empresas transnacionales, como Microsoft, Coca-Cola o McDonalds, estén creando sus propios centros universitarios y de formación profesional, muchos de los cuales ofrecen títulos homologados en diferentes países.
Pero lo que quizás es más llamativo es que las mismas universidades públicas, en un proceso de reestructuración institucional sin precedentes, estén mutando hacia organizaciones con conductas parecidas a las de las empresas lucrativas. De hecho, hoy en día, muchas universidades cotizan en mercados bursátiles (véase el Global Education Index), atraen clientes a través de la publicidad o participan en ferias comerciales internacionales. Destaca la activa participación de muchas universidades, sobre todo de las que provienen del mundo anglosajón, en operaciones de comercio internacional. Estas universidades están obteniendo ingresos cada vez más elevados atrayendo estudiantes extranjeros (que pagan tasas elevadísimas), ofreciendo cursos a distancia (con unos costes de producción muy inferiores a los de la educación presencial) o creando franquicias y campus-sucursales en otros países. Uno de los destinos más habituales de estas operaciones son los países del Sur. Los efectos del comercio universitario en estos países es objeto de un encendido debate. Si bien en foros como la OMC o la OCDE se sostiene que los países del Sur pueden aprovechar el comercio para mejorar sus sistemas educativos, la realidad podría ser más bien otra. Tengamos en cuenta que el comercio universitario representa un intercambio desigual que agrava la fuga de cerebros o tendencias a la homogeneización cultural; también dificulta la creación de sistemas universitarios públicos, elitiza el acceso a la universidad y relega las tradicionales dinámicas de cooperación universitaria a un segundo plano. La comercialización de la educación, que se desarrolla en una economía global cada vez más liberalizada, dificulta también el control público de la calidad educativa. No es de extrañar que en los últimos años, como denuncia un informe reciente del Observatory on Borderless Higher Education, se hayan acentuado los casos de fraude universitario. Éstos, cómo no, afectan sobre todo a la población de los países más empobrecidos y a los miembros de las clases más humildes.