El proceso que culmina con la condena y prisión de Lula agrava la crisis terminal de la Nueva República y cataliza la derrocada del lulismo. Los dos fenómenos se confunden y refuerzan recíprocamente. Ellos revelan la absoluta imposibilidad de conciliar capitalismo, democracia e igualdad social en las economías de origen colonial sometidas a violentos procesos […]
El proceso que culmina con la condena y prisión de Lula agrava la crisis terminal de la Nueva República y cataliza la derrocada del lulismo. Los dos fenómenos se confunden y refuerzan recíprocamente. Ellos revelan la absoluta imposibilidad de conciliar capitalismo, democracia e igualdad social en las economías de origen colonial sometidas a violentos procesos de reversión neocolonial.
La quiebra del pacto político materializado en la Constitución de 1988 transforma la política nacional en un pantano. La punición de Lula, cuando los procesos contra Renan Calheiros, Romero Jucá Filho Michel Temer y Aécio Neves permanecen indefinidamente encajonados, muestra los atropellos, la selectividad y la impunidad que caracterizan un sistema judicial arbitrario que, en el mejor estilo «para los amigos, todo, para los enemigos, la ley», funciona con rigor máximo para los pobres, con total liviandad para los ricos y de manera casuística para los que no son amigos del rey.
Las presiones sobre el Supremo Tribunal Federal, tanto las oriundas de las Fuerzas Armadas por la punición de Lula como las provenientes de las fuerzas partidarias por la impunidad de los políticos corruptos, revelan la precariedad de las instituciones que deberían dar sustento a la República. La indiferencia, pero, sobre todo, la pasividad de la población en relación a la prisión del ex presidente, indican el profundo descreimiento de las masas en el sistema político.
Finalmente, la ausencia del principal candidato del pleito presidencial del 2018 compromete, todavía más, la ya ínfima legitimidad del sistema político.
La crisis del padrón de dominación es estructural e irreversible, pues, en las condiciones de una profunda crisis económica, la polarización de la lucha de clases inviabiliza la conciliación entre el capital y el trabajo.
Para los de arriba, la democracia brasilera es excesiva y debe ser reducida. La guerra abierta contra los trabajadores como forma de recomposición del padrón de acumulación de capital exige que la voluntad política de la clase trabajadora sea anulada. La preocupación política del andar de arriba es cómo contener la rebeldía de los de abajo.
Para los de abajo, el espacio democrático es insuficiente y debe ser ampliado. La materialización de la lucha por derechos sociales requiere el fin de los privilegios seculares responsables por la reproducción del régimen de segregación social. Fue ese el mensaje inequívoco de la juventud que protagonizó las Jornadas de Junio de 2013, de la primavera de las mujeres de 2015 que contribuyó a la caída de Eduardo Cunha [1], de los estudiantes que ocuparon los centros en 2016, de los trabajadores que hicieron la huelga general de abril de 2017, de la población que salió a las calles en marzo de 2018 para protestar contra el asesinato de Marielle Franco y Anderson Gomes, y de los funcionarios públicos paulistanos, con los profesores de la red municipal al frente, que, con sus manifestaciones masivas derrotaron el proyecto de reforma de la previsión social.
La prisión del ex presidente acelera la agonía del lulismo como referencia política de la clase trabajadora brasilera. Incluso con la presencia de tres candidatos a la Presidencia de la República y de todas las direcciones del movimiento social que gravita en torno al PT, en el momento decisivo la masa trabajadora no compareció en el Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo [2]. El liderazgo en las encuestas electorales para la Presidencia de la República no se tradujo en solidaridad concreta. Los trabajadores no perdonaron las traiciones que los dejaron desarmados para enfrentar la ofensiva del capital contra sus derechos.
Destituido de la energía que brota de las calles, el lulismo fue reducido a la absoluta impotencia. Pensando mucho más en su propia conveniencia de que en los intereses estratégicos de los trabajadores, Lula extrajo las consecuencias prácticas de la situación. En el momento clave, siguió las instrucciones de sus abogados y se presentó dócilmente a la Policía Federal. Sin el coraje para ultrapasar los límites del orden, Lula cayó en los brazos de sus enemigos. Su destino depende ahora del éxito de la operación de los derechistas, a la espera de que «un gran acuerdo nacional, con el Supremo, con todo» pueda salvarlo de una larga temporada en la cárcel.
Con la esperanza de volverse siembra, antes de abandonar el escenario Lula pasó el bastón a las «nuevas generaciones». En tanto, más allá de su voluntad, la crisis del lulismo, con o sin Lula, es estructural. Ella es determinada, de abajo hacia arriba, por la paulatina pérdida de ilusiones de la clase trabajadora, en cuanto a que soluciones parlamentarias, patrocinadas por la izquierda de un orden capitalista antisocial, antinacional y antidemocrático, puedan resolver los problemas fundamentales del pueblo. Sin capacidad de movilización social, el lulismo no sobrevive como proyecto político.
La creación, el auge y el ocaso del PT se confunden con su capacidad de movilización de la clase trabajadora. Nadando contra la corriente, en la década de 1980, el PT conquistó su espacio en la política brasilera porque colocó el pueblo en la calle. Acomodándose a las determinaciones del orden, trilló su camino para poder en los años 1990 porque rebajó su programa y desmovilizó a los trabajadores. Finalmente, en 2013, llegó al Planalto porque firmó el compromiso explícito, formalizado en la Carta a los Brasileros, de seguir fielmente las exigencias del capital y contener el descontento de las clases subalternas.
En 2013, atropellado por las Jornadas de Junio, el PT perdió toda su funcionalidad para el capital porque no fue capaz de sacar el pueblo de la calle. En 2016 fue del gobierno, sin ninguna resistencia real, porque no convocó al pueblo para defender su presidenta, pues sabía que el pueblo no iría a las calles.
En el proceso de progresiva acomodación a las exigencias del status quo, el PT rebajó su programa hasta su más completa mutación en un «mejorismo» escuálido, que lo transformó en el ala «menos malo» del neoliberalismo. La metamorfosis del PT en un partido perfectamente encuadrado en las exigencias del orden, con todos los vicios y distorsiones de la política burguesa, y la agudización de la lucha de clases minaron las bases del largo ciclo político que transformó el partido de Lula en la principal referencia política de la clases trabajadora brasilera.
En las condiciones históricas extraordinariamente adversas de una sociedad integralmente sometida a la lógica de los negocios, la estrategia de hacer lo posible en condiciones imposibles -la quintaesencia del lulismo- se terminó ahogando. El círculo vicioso del subdesarrollo es implacable. No sorprende que todo lo que parecía sólido se haya desvanecido en el aire. Las narrativas que edulcoraron los gobiernos petistas ocultan la realidad. Los problemas que envenenan sus dimensiones, son incomprensibles si se desvinculan de las terribles contradicciones gestadas en los trece años de Lula y Dilma.
Los elevadísimos índices de abstención y de votos nulos y blancos y el creciente recurso a formas de acción directa como medio de manifestación política revelan que los brasileros no se sienten representados por los partidos políticos convencionales y buscan nuevas formas de expresión de sus voluntades políticas. En esas condiciones, la reducción de la política a la opción binaria Lula o el fascismo es una peligrosa trampa.
Al negar la posibilidad de una tercer vía, desconsiderando cualquier alternativa que cuestione los parámetros del orden establecido, la consigna «Somos todos Lula» deja a la izquierda socialista rehén de una institucionalidad históricamente condenada y de un programa político rebajado y anacrónico. En nombre de la necesidad de un frente electoral entre los partidos de izquierda contra el fantasma del fascismo, se prioriza el campo minado de la disputa parlamentaria de cartas marcadas, en detrimento de la movilización independiente de la clase trabajadora en defensa de sus derechos inmediatos y por las reformas sociales estructurales.
Se trata de una estrategia simplemente desastrosa, pues el único antídoto efectivamente capaz de detener la escalada autoritaria es la movilización social. En ausencia de los trabajadores en las calles, la ruina del sistema político abre espacios para aventuras autoritarias, sea por medios civiles velados, como los ensayados por Temer en la intervención militar en la seguridad de Rio de Janeiro, sea por medios militares abiertamente dictatoriales, como los sugeridos por Bolsonaro [3] y algunos generales. En tanto, sin colocar en el orden del día la necesidad de cambios capaces de crear las bases reales de una sociedad democrática -programa que extrapola los límites del Frente Electoral-, no hay como sensibilizar a los trabajadores para luchar por las libertades democráticas.
El núcleo de la lucha política gira en torno de la disputa sobre lo que colocar en el lugar de la moribunda Nueva República. Existen tres posibilidades históricas. El partido idealizado por Jucá, defiende el prolongamiento de la agonía de la Vieja República por medio de una gran conciliación nacional que ponga un punto final a la cruzada contra la corrupción. El partido del «Fuera Todos» reaccionario, expresado de manera explícita por Bolsonaro y de manera cada vez menos desvergonzada por los jefes militares, que propone la negación del residuo democrático que todavía resta de la Constitución de 1988 por la «solución militar».
Finalmente, el partido de las calles, que se manifiesta de manera todavía difusa y embrionaria, como ocurrió en las Jornadas de Junio de 2013 y en las crecientes manifestaciones de rebeldía contra el quo, se bate por superar la Nueva República por la vía de la «ampliación de la democracia y de los derechos sociales», combinando Estado de derecho e «igualdad sustantiva». El «Fuera Todos» de abajo hacia arriba, con contenido democrático y socialista, es la única respuesta a la crisis política de enfrentar la raíz de los problemas nacionales y detener el avance de la barbarie que envenena a la sociedad brasilera.
El antídoto a la guerra contra los trabajadores y a los ataques contra el Estado de derecho pasa por cambios económicos, sociales y políticos de gran envergadura, En ausencia de un programa que postule abiertamente la necesidad histórica de una revolución democrática como única respuesta civilizada a la crisis nacional, el debate nacional integralmente pautado por la agenda del capital, se polariza entre «conservadores», que buscan tutelar la agonía de la Nueva República, y «modernizadores», que buscan en soluciones autoritarias una forma de garantir el orden y el progreso.
En momento en que la clase trabajadora comienza a desembarazarse del lulismo, en busca de otros caminos para enfrentar la ofensiva del capital y resolver los problemas nacionales, la decisión de la dirección del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) de transformar la batalla electoral, organizada en torno a la bandera por la libertad de Lula, compromete peligrosamente el mandato histórico de un partido que nació con la tarea de superar el lulismo.
Más que nuca, la tarea prioritaria de la izquierda socialista es construir un programa político, pegado a las luchas concretas de los trabajadores, que coloque en el orden del día, como primer paso a la solución de los problemas fundamentales del pueblo, la urgencia de la lucha por «¡Derechos Ya!» y sus consecuencias necesarias, «¡Fin de los privilegios Ya!»
La gravedad del momento histórico exige que la revolución democrática sea colocada como elemento central de la coyuntura.
Plínio de Arruda Sampaio Jr. es profesor del Instituto de Economía de la Universidad Estadual de Campinas, y militante del PSOL. Autor de «Crónicas de una crisis anunciada. Crítica a la economía política de Lula y Dilma», editorial S-G Amarante, San Pablo, 2017.
Traducción y notas: Ernesto Herrera, para Correspondencia de Prensa.
Notas
[1] Ex presidente de la Cámara de Diputados, dirigente del PMDB, uno de los artífices del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, actualmente preso por corrupción.
[2] En el acto público del 7 de abril, poco antes de partir hacia Curitiba para entregarse a la Justicia, Lula estuvo acompañado de Manuela d´Avila del Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y Guilherme Boulos del Partido PSOL.
[3] Jair Messias Bolsonaro, ex militar, político de ultraderecha, candidato presidencial del Partido Social Liberal, está segundo, detrás de Lula, en todas las mediciones electorales.
Fuente: http://www.correiocidadania.com.br/2-uncategorised/13216-a-urgencia-de-uma-alternativa