Hay una Venezuela pre Chávez y una Venezuela pos Chávez Parece una frase hecha, de esas que se usan para todo, como aquella de «hay un mundo antes 11-S y otro mundo después del 11-S», como un antes y un después del cine mudo al sonoro, el antes y el después al avión y así […]
Hay una Venezuela pre Chávez y una Venezuela pos Chávez Parece una frase hecha, de esas que se usan para todo, como aquella de «hay un mundo antes 11-S y otro mundo después del 11-S», como un antes y un después del cine mudo al sonoro, el antes y el después al avión y así encontraremos aplicaciones en todos los órdenes de la vida.
Y hay «antes» y «después», que sin embargo después vuelven al «antes». ¿O no hubo en Alemania, en Europa un «antes» y un «después» a la construcción del Muro de Berlín en 1961 y una vuelta al «antes» con su caída en 1989, la posterior reunificación alemana y la caída de los regímenes del mal llamado socialismo real que estaban detrás de él?
Pero esa es la gran diferencia con la Venezuela y la América Latina pre Chávez y pos Chávez. Ni Venezuela ni América Latina pueden volver a ser las mismas tras el paso del Huracán Chávez.
Muchos ingenuos políticos, analistas y medios de comunicación de la derecha de España, EEUU y otros países ya venían frotándose las manos desde hace tiempo ante el empeoramiento de la salud de Hugo Chávez, oliendo como hienas la sangre. Y ahora, tras su muerte, están excitadísimos. «Todo vuelve a la normalidad», nos vienen a decir, «Venezuela recuperará los 14 años perdidos».
La variopinta oposición venezolana nucleada alrededor de la llamada Mesa por la Unidad (MUD) y los poderosos medios de comunicación que la respaldan, han utilizado política y electoralmente desde 2010 la enfermedad de Chávez de una forma infame.
Al preparar sus elecciones primarias en febrero de 2012, de las cuales surgiría Henrique Capriles como candidato único de esa coalición compuesta por casi 20 partidos y movimientos, la oposición bajó el tono, abandonó el tradicional discurso beligerante que la caracterizaba y por primera vez se comprometió a mantener en pie «y profundizar» las reformas sociales impulsadas por Chávez desde 1999.
Fue un cambio de suma importancia para su estrategia. Lograron empezar a ser escuchados por algunos de los sectores de clase media baja e incluso de trabajadores disconformes con aspectos concretos de la política bolivariana que, a pesar de sus críticas, hasta ese momento seguían votando a Chávez. Porque lo que ofrecía la hasta entonces fragmentadísima oposición era una temible vuelta atrás, la anulación de todas las reformas, de todas las reivindicaciones sociales obtenidas en esos años.
Ese cambio de discurso, esa cara amable de la oposición, hizo que la MUD saliera de esas primarias fortalecida, por primera vez con un candidato único. Y la oposición creyó que ya tenía el triunfo en sus manos, Capriles ya se veía como nuevo inquilino del Palacio de Miraflores. Pero, para reforzar su candidatura, para intentar arañarle votos al chavismo, utilizó la salud de Chávez en clave electoral, de futuro.
Cada vez criticaba menos el programa del PSUV y más el futuro de ese programa. «No pueden votar a alguien que no podrá cumplir sus promesas, ni se sabe si llegará a las elecciones». Ese fue el mensaje subliminal de la oposición, razón última de la cantidad de mentiras, rumores de médicos y enfermeras que supuestamente habían estado al lado de la camilla del presidente. Había que crear ese clima, que la gente se resignara a que Chávez no volvería y.que dado su carácter personalista no habría nadie que lo pudiera sustituir dentro de su movimiento.
La MUD se presentaba así como la verdadera opción, la tolerante, moderada, la que en sus propias filas albergaba a partidos de la más rancia oligarquía con otros de corte socialdemócrata. ¿Qué mejor garantía? Y además, EEUU y la UE recibirían con los brazos abiertos a ese nuevo gobierno.
Pero los cálculos fallaron. La MUD obtuvo 6,5 millones de votos, un indudable buen resultado, pero Chávez consiguió más de 8 millones…después de 14 años en el poder.
Los cantos de sirena no bastaron. A pesar de la incertidumbre que lógicamente se adueñó de gran parte de la población ante la constante ausencia de Chávez durante la campaña electoral y los indudables errores de sus colaboradores más cercanos y de la dirección del PSUV para gestionar esa situación, los venezolanos acudieron masivamente a las urnas para garantizar la continuidad del proceso iniciado en 1999. Apostaron por él, a sabiendas ya en ese momento de que muy posiblemente no sería quien personalmente pudiera seguir conduciéndolo.
¿Qué Venezuela deja Chavez?
Una Venezuela muy distinta a la que existía cuando llegó al Palacio de Miraflores a inicios de 1999, arrasando en las urnas. Para ese entonces había madurado ideológicamente y coherentizado su discurso político aquel Chávez joven teniente militar que en 1992 se había alzado contra el implacable plan de ajuste y privatización que el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez -el amigo de Felipe González venía aplicando desde el mismo momento de llegar a su cargo en 1989. En ese mismo 1989 tuvo lugar el Caracazo, el levantamiento popular que fue reprimido brutalmente. Según cifras oficiales murieron 300 personas, pero otras fuentes elevan el número de muertos hasta 3.500.
Andrés Pérez fue depuesto 14 meses después de la asonada militar de Chávez y otros altos mandos, que daría nacimiento al movimiento bolivariano. Chávez se asumió como el responsable máximo de esa insurrección y fue encarcelado por ello.
A pesar de ese fracaso, el pueblo llano no olvidaría a quien había intentado acabar con un gobierno ultraliberal, elitista, corrupto y represivo y en 1998 le daría masivamente su voto.
Chávez no salió de la nada, hizo una verdadera revolución en su país. Contradictoria o limitada en no pocos casos, especialmente en su modelo económico y productivo, con muchos temas programáticos sin definir, pero revolución sin duda.
Catorce años son muchos sí, pero no tantos para dar vuelta el país, para intentar sacarlos de décadas de dictaduras militares ultraderechistas y gobiernos liberales y socialdemócratas corruptos, represivos, en los que los grandes beneficios del petróleo nunca llegaban al pueblo, sino a una pequeña élite dominante.
Mucho hubo que hacer para sin tener un partido organizado y con historia detrás, poder desarticular el arcaico sistema político, crear la Asamblea Nacional, dar voz a los movimientos sociales y visibilizar a millones de personas.
Mucho esfuerzo también costó lograr que la Unesco declarara pocos años después a Venezuela como el segundo país de Latinoamérica libre de analfabetismo -después solo de Cuba-, gracias en gran medida al intercambio con la isla de petróleo a bajo precio por la ayuda de miles de experimentados educadores y médicos cubanos.
En las regiones más postergadas tradicionalmente de Venezuela se crearon universidades populares. Y los resultados empiezan a verse, como en zonas de Maracaibo de población mayoritariamente indígena, donde ya se han licenciado numerosos alumnos en ramas directamente ligadas a la actividad local, en Agronomía, Veterinaria, Medicina, Educación.
Mucho trabajo también hubo que hacer para llevar la atención sanitaria de todos los niveles hasta los últimos rincones de Venezuela. Este país se puede enorgullecer de haber dado a luz en 2004 junto con Cuba a la Operación Milagro, que ha permitido operar ya gratuitamente de cataratas y otros problemas de la vista a millones de latinoamericanos.
Según la Cepal, el índice de pobreza en Venezuela ya había bajado en 2009 al 27,8%, desde el 49,7% que tenía en 1999 y la desigualdad social se redujo en ese mismo periodo un 17,9%
En la Venezuela que Chávez heredó, inundada en 1999 de chabolas alrededor de todas las grandes ciudades, se combate diariamente para proporcionar una vivienda digna a la gente. Fueron casi 146.000 las viviendas construidas en 2011, la última estadística disponible.
La reforma agraria sigue su curso, aunque seguramente mucho más lenta de lo que podría ser. En las millones de hectáreas desocupadas confiscadas se intenta, a través del estímulo de «la vuelta al campo» y la creación de cooperativas y sistemas de distribución estatales, paliar uno de los graves problemas que tiene Venezuela, como muchos países de la región, incluida Cuba: la gran dependencia de la importación de productos, muchos de ellos de primera necesidad.
Una parte importante de los beneficios obtenidos por el petróleo se utiliza para pagar los productos importados. Venezuela parece en ese sentido ir a paso de tortuga en su intento por diversificar la producción, por dejar de tener a toda la economía girando alrededor de la industria del petróleo. La cultura del petróleo sigue omnipresente.
El proceso bolivariano tiene el indiscutible mérito de repartir por primera vez en la historia de Venezuela los ingresos del petróleo en beneficio de la población. Chávez ha llevado una hábil estrategia en la OPEP para acordar con otros grandes productores la reducción de la producción para mantener los precios y así multiplicar los beneficios. Pero la política extractivista sigue siendo el gran maná del modelo económico venezolano.
Aunque internamente en el PSUV es motivo de discusión, la postura mayoritaria en él no parece entender que el cuestionamiento a ese modelo es algo urgente y necesario para ser coherente con un proceso progresista. La mayoría argumenta que ante las grandes necesidades sociales que aún tiene Venezuela, todo lo que queda por hacer, es imposible apostar todavía por una economía sostenible.
El movimiento bolivariano pretende construir el «socialismo del siglo XXI» pero no se plantea el ecosocialismo aunque haya sectores minoritarios internos que lo defiendan.
Tanto Chávez, como Morales o Correa, han reivindicado en muchos foros la necesidad de la lucha por un mundo sostenible, y han dado ciertos pasos en ese sentido, pero pocos y hasta por momentos parecieran creer que su «grano de arena» a esa lucha pasa por la defensa, nada menos, que de los agrocombustibles. Grano de arena a más devastación medioambiental en realidad , más dependencia de los Monsanto y más dificultad para garantizar el abastecimiento y el precio de los precios de productos agrícolas de primera necesidad para la población.
Estos procesos progresistas han chocado con ese gran problema: haber heredado países con unas economías diseñadas para depender eternamente de sus riquísimas -pero finitas- fuentes de energía. Y cambiar el modelo no es fácil. Pero sería un paso de gigante reconocerlo así y fijarse un plan a corto, medio y largo plazo para diversificarlo y revertirlo.
Rafael Correa lo sintetizó así alguna vez, ante las luchas de indígenas y campesinos contra las devastador exploraciones petrolíferas y mineras en zonas verdes de alto valor ambiental: «No podemos ignorar que estamos sentados sobre un gigantesco mar de petróleo».
Correa también visibilizó a millones de indígenas y campesinos, les dio derechos políticos y sociales, pero no tiene respuesta para ellos, que hoy se sienten protagonistas del proceso y le exigen coherencia, que no perpetúe el destructivo modelo productivo que heredó.
Con estas contradicciones, con estas limitaciones, el movimiento bolivariano sigue su marcha y ahora tendrá que demostrar que sigue vivo después de la muerte de Chávez, que pese a su fortísima personalidad, a su omnipresencia en todos los aspectos de la vida de Venezuela durante estos últimos 14 años, ha dejado un legado sólido.
En estos años se ha construido un partido, el PSUV, con miles y miles de militantes y simpatizantes, enraizados totalmente con los movimientos sociales, con los consejos municipales, comunales, de campesinos, trabajadores, estudiantes, con todas esas estructuras de las que se ha podido dotar la ciudadanía y que la hace sentir orgullosa protagonista. Si la vida interna de todo partido da lugar siempre a familias, a tendencias, a barones, no podía ser menos en el PSUV.
Contradiciendo muchos de los pronósticos, Chávez, a último momento, cuando preveía sin duda su fatal destino cercano, anunció oficialmente que su delfín era Nicolás Maduro y no Diosdado Cabello, ese ex compañero de armas que lo había acompañado desde la asonada contra Andrés Pérez en 1992 y el que lo había rescatado físicamente de manos de sus secuestradores, cuando el golpe de Estado de 2002 y con el que siguió evolucionando día tras día, a diferencia de otros ex camaradas de armas que quedaron por el camino.
A pesar de esa sintonía por momentos Chávez lo relegó, potenciando a otros de sus colaboradores pero volvía luego a darle gran protagonismo. Muchos aseguraban que era el candidato de Chávez y también el de las fuerzas armadas y posiblemente para salir al frente de esa rumorología fue el inédito pronunciamiento de fidelidad a Maduro y el proceso bolivariano que hizo ante las cámaras y puño en alto en nombre del socialismo el alto mando militar.
Las fuerzas armadas escenificaron así el apoyo a quien Chávez quiso como su sucesor, a Maduro, otro estrecho colaborador de años, que fue asumiendo cargos de gran responsabilidad en el gobierno y el partido, con fuerte respaldo de las bases y los trabajadores del PSUV, más abierto ante los críticos internos. A pesar de que Maduro tiene la ventaja de haber sido señalado por Chávez como su sucesor, de ser quien realmente viene llevando las riendas del país en estos últimos tres meses y que lo seguirá haciendo hasta las elecciones, todavía no está dicha la última palabra sobre su candidatura.
En estos últimos meses todo bulle en el PSUV y será importante ver el tipo de debate interno que se da en él, las reflexiones que surgen, los proyectos que se planteen para reforzar las reformas de fondo iniciadas y, sobre todo, para encarar las muchas pendientes.
Y en cuanto a la oposición, a pesar de que desde que se presenta unida a través de la MUD y que su candidato Capriles desde hace un año no ha tenido prácticamente rival ante los múltiples mítines que pudo dar en sus giras por todo el país debido a la enfermedad de Chávez, sabe bien que sus posibilidades de victoria ante las próximas elecciones son pocas.
La imagen de unidad que pretendió y pretende seguir dando, se deteriora a pasos agigantados. La Comisión de Estrategia para la Unidad Democrática, que eligió la propia dirección, ha publicado hace pocas semanas un documento duro, autocrítico, enumerando los numerosos errores cometidos durante la pasada campaña electoral. Y cada vez hay más reproches públicos entre los líderes de las distintas formaciones que conformar la coalición. Los dirigentes de partidos como las tradicionales Copei, socialcristiana, o Acción Democrática, socialdemócrata (el partido de Carlos Andrés Pérez) parecen ser los que hacen el balance más crítico sobre la experiencia de la MUD.
Responsabilizan a Capriles en buena medida por la derrota electoral, critican a los parlamentarios ante la Asamblea Nacional de otros partidos de la MUD y, sobre todo, reclaman un profundo debate interno para intentar hacer avances en el plano ideológico y político, una de las grandes debilidades de la coalición para poder ofrecer una alternativa al proyecto bolivariano.
Esas formaciones políticas y otras como Un Nuevo Tiempo, una escisión de Acción Democrática de 1999 -el partido de la oposición individualmente más votado en las tres últimas elecciones- no aceptan sin más renovar la confianza en Capriles como candidato de la MUD para las próximas elecciones y exigen abrir el debate. Temen, y no sin razón, que a menos que el PSUV, los dirigentes del movimiento bolivariano o las fuerzas armadas cometan algún error de peso en el periodo preelectoral o muestren fisuras internas, la derrota de la MUD se puede dar como segura. El chavismo seguirá sin Chávez, con matices, con cambios, con adecuaciones, con avances y estancamientos por momentos, pero el proceso que Chávez logró poner en marcha ha calado en el pueblo venezolano, es parte de él.
De la madurez no solo del pueblo venezolano, sino fundamentalmente de los del PSUV y de las fuerzas armadas, dependerá sin duda que Venezuela no pueda volver ya nunca más al «antes» Chávez.
A pesar de los exabruptos de Chávez, de su injustificada agresividad verbal con la oposición política y mediática, de su dificultad para reconocer la genuinidad de los movimientos que dieron origen a la primavera árabe y su erróneo apoyo a gobiernos autoritarios y regímenes totalitarios, nada de eso tendría que impedir a la izquierda revolucionaria reconocer que Chávez fue el más importante revolucionario de la historia contemporánea de Venezuela. Y, sin duda, de los que más luchó y más logró por la dignidad y la lucha de los pueblos de América Latina de todo el siglo XX y lo que va del XXI.
* Roberto Montoya es miembro del Secretariado de Redacción de VIENTO SUR