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La verdad de una época bajo los Juegos Olímpicos

Fuentes: Le Grand Soir

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

Los Juegos de Londres han muerto, ¡vivan los Juegos de Río! De creer el fervor popular globalizado, parece posible seguir considerando los Juegos Olímpicos un gran momento de verdad para el deporte planetario. Inexorablemente cada cuatro años nos encontramos en una esquina del globo para medirnos, ser el mejor, establecer un nuevo récord.

«Más lejos, más alto, más fuerte», proclamaba la divisa del padre fundador de los juegos en la era moderna, de condición barón. Sin embargo, como en tantas actividades humanas dignas de interés, aquí abundan los entresijos entre bambalinas, ocultos al publico pasmado por la fiesta, y donde florecen otros valores diferentes de la irrisoria belleza del deporte. El contexto de una época proporciona un pretexto raramente reconocido: ayer, el racismo, el colonialismo, el fascismo o la eugenesia; hoy, el mercado totalitario y su desmesura político-económica. ¿Y mañana?

El ciudadano sagaz no podría contentarse solo con la verdad del deporte, verdad, por lo demás, bastante mermada en estos últimos tiempos por las formas modernas de estimulación del cuerpo. Así, el ciudadano provisto de un cerebro que piensa adecuadamente se pregunta cómo han hecho sus congéneres para convertir al siniestro barón en un humanista al que se reverencia religiosamente cada cuatro años. Entonces, el amoroso ciudadano profundiza a la vez en el esfuerzo físico y en la verdad histórica. Y encuentra bastantes cosas feas. En primer lugar, encuentra que el baron Pierre de Coubertin era Presidente Honorario del Comité Olímpico Internacional cuando este concedió a la República de Weimar la tarea de organizar los Juegos de 1936 en Berlín. A continuación descubre que fue a un dignatario nazi, Karl Diem, a quien se le ocurrió la idea de que la llama olímpica recorriera la distancia entre Olimpia y la sede de los Juegos. ¡Extraña herencia! También fue Pierre de Coubertin quien durante la ceremonia de clausura de estos «Juegos de la vergüenza» declaró solemnemente: «Demos las gracias al pueblo alemán y a su dirigente por lo que acaban de realizar». El culto que el barón consagra a la fuerza física tiene unas raíces profundas mucho menos anodinas que «la gloriosa incertidumbre del deporte». Coubertin consideraba que el deporte era el mejor medio de preparar a la juventud para la guerra: «Evidentemente, el joven deportista se siente mejor preparado para «partir» [a la guerra] de lo que lo estuvieron sus mayores. Y cuando se está preparado para cualquier cosa, se hace de mejor grado».

Peor, Coubertin compartió la «filosofía del Hombre nuevo» y las teorías raciales de su época. Amigo del doctor Alexis Carrel, promotor ferviente de la eugenesia científica (también llamada viricultura entonces) y discípulo de Francis Galton, primo de Darwin para el que se debería aplicar a la especie humana el modelo de la cría selectiva de animales, Coubertin vio en el deporte un medio muy útil tanto de sumisión como de reclutamiento, un instrumento eficaz al servicio del orden y de la disciplina respecto a los indígenas. Así, no puede ser más explícito su «proyecto de colonización deportiva»: «Las razas tiene diferente valor y todas las demás deberían someterse a la raza blanca«.

En la cima de su ambición eugenista afirmó: «Existen dos razas diferentes: la de mirada franca, con músculos fuertes y andares seguros, y la de los enfermizos, de aspecto resignado y humilde, con aire vencido. Pues bien, en el mundo ocurre como en las escuelas: se aparta a los débiles, pues el beneficio de esta educación solo lo aprecian los fuertes«.

Por consiguiente, el humanismo de Coubertin es un mito. Y el mito se convierte en mistificación sabiamente mantenida de Olimpiada e Olimpiada. El 27 de julio de 2012, durante la ceremonia de apertura de los Juegos de Londres, el actual presidente del COI, Jacques Rogge, volvió a saludar el espíritu de fraternidad, de libertad y de tolerancia del eminente embajador de la «cultura de la virilidad».

Hoy los Juegos se desarrollan en un contexto completamente diferente, un contexto que, sin embargo, ofrece nuevos pretextos para prácticas muy ajenas a la práctica del deporte, aunque sea de competición. El contexto es a partir de ahora el de la economía globalizada en la que los actores dominantes del Mercado hacen la ley mucho más allá incluso de las fronteras de una actividad comercial ya desmesurada. En este sentido, los Juegos de Londres fueron el no va más. Para poder organizar los Juegos Olímpicos Gran Bretaña cedió a los exorbitantes deseos del COI. Para defender sus marcas y sus derechos de autor, pero también para poder garantizar auténticas exclusivas a sus generosos patrocinadores, como Coca-Cola, Mac Donald’s, Adidas, BP Oil o Samsung, el COI consiguió que el Parlamento inglés votara en 2006 una Ley de los Juegos Olímpicos, que le confiere inmensos poderes. Así, la Autoridad de la Partida de los Juegos disponía de un ejército de 80 agentes para aplicar la reglamentación en materia de comercio en torno a las 28 sedes en las que se desarrollaron las pruebas. La Ley de los Juegos Olímpicos estableció una sorprendente policía del lenguaje que ha caído con todo su peso sobre la libertad de expresión durante todo el tiempo que han durado los Juegos. Así, estaba prohibido utilizar, modificar, desviar, connotar o crear un neologismo a partir de los términos que pertenecen al campo léxico de los Juegos. Varios comercios como el Olympic Kebab, Olymic Bar o el London Olympus Hotel se vieron obligados a cambiar sus nombres bajo pena de multa. Resulta difícil imaginar una mayor instrumentalización de una competición deportiva para unos fines puramente mercantiles. ¿Cómo los miles de competidores asumen semejante desvío de su papel?

Parece que François Hollande desea presentar la candidatura de Francia para la organización de los Juegos de 2024. Para lograrlo, ¿tendrá también él que saludar la memoria del abyecto Coubertin? ¿Cederá al COI ciertos poderes de regalía como ha hecho Gran Bretaña? ¿A qué nuevas exigencias del COI dará satisfacción? ¿No tiene nada mejor que hacer un hombre de izquierda para defender los valores en los que todavía pretende creer? ¡Hagan juego!

Fuente: http://www.legrandsoir.info/sous-les-jeux-la-verite-d-une-epoque.html