Yo estoy aliviado con el resultado electoral. Siento escalofríos solo al pensar que pasaría si hubiese ganado un candidato de la derecha. Imagino a lo peor del mundo celebrando, la sonrisita de Trump, a Macri y a Santos brindando con sus secuaces, a Almagro orondo y feliz. Y además, siendo individualista, no quiero ni imaginar […]
Yo estoy aliviado con el resultado electoral. Siento escalofríos solo al pensar que pasaría si hubiese ganado un candidato de la derecha. Imagino a lo peor del mundo celebrando, la sonrisita de Trump, a Macri y a Santos brindando con sus secuaces, a Almagro orondo y feliz. Y además, siendo individualista, no quiero ni imaginar a los escuálidos de mi edificio, lanzándome socarronerías, ironizando a mi costa y algunos de ellos hasta poniéndose agresivos y haciéndome sentir todo su odio acumulado ¡No, qué va, menos mal que ganó Maduro! ¡Menos mal que el Gobierno pudo rodear la tormenta y huir hacia adelante apelando más a la astucia que a la razón política! Pero hasta ahí, no puedo sentirme victorioso cuando las evidencias revelan la profunda decepción que el pueblo, alguna vez enamorado de Chávez, ahora ha expresado con contundencia. Quien tenga oídos que oiga, no hay peor ciego que quien no quiere ver.
Ayer 20 de mayo, casi a la medianoche, sentí compasión por la escueta minoría que celebraba inocente en Miraflores como si hubiese ganado el cielo, mientras en las calles aledañas a mi vivienda en el centro de Caracas se sentía el silencio del pueblo mayoritario que manifestó sin atenuantes su gran descontento con los gobernantes que hoy se muestran exultantes por su pírrica victoria. Cuando Chávez ganaba una elección, el oeste de Caracas tronaba con los cohetazos, bocinazos, gritos, música, y hasta en el este había gente celebrando. Usemos las matemáticas, que son poesía concreta del Universo.
Maduro obtuvo 5.823.728 votos, con una abstención de 53,9% (lo de la «proyección» de Tibisay Lucena referida a la participación parece un chiste). Primero que nada, ese resultado del candidato patriota representa poco menos del 30% del padrón electoral. Es decir, solo 3 de cada 10 electores potenciales apoyan al chavismo. Pero hagamos la comparación con procesos anteriores para constatar cómo el amor del pueblo se nos ha ido yendo como agua entre los dedos. En las elecciones presidenciales de 2013 Maduro obtuvo 7.587.579 votos, hemos perdido, en cinco años, al menos dos millones de votos, si incluimos el crecimiento del padrón. Pero hay algo peor: en 2012, cuando Chávez ganó su última elección, obtuvo la bicoca de 8.191.132 sufragios. Ayer Maduro obtuvo 2.367.404 votos menos, siendo que el número de electores previstos en 2012 era de cerca de dos millones menos que el padrón de 2018. Y vayamos, para más inri, a las elecciones presidenciales de 2006, cuando Chávez obtuvo 7.309. 080 votos. 12 años después, Maduro obtiene millón y medio de votos menos. El padrón electoral de entonces era de cerca de 16 millones de electores ¡cuatro millones menos que ayer! ¡La pérdida absoluta de apoyo popular es poco menos que espeluznante!
En cuanto a los índices de participación, la comparación es igualmente reveladora y preocupante. En 2013 fue de 79,68%, casi 25% más que ayer 20 de mayo. En 2012 fue de 80,49%, en 2006 de 74,69 ¡No me venga nadie a decir que una participación de 46,1% es un exitazo! El argumento de que eso fue por problemas del transporte es tan manipulador y ridículo como el de Falcón, de que él perdió porque había puntos rojos alrededor de los centros electorales ¡Yo tengo 70 años y casi 60 de comunista, no me voy a estar calando vainas de los políticos! ¿Por qué no aguzar los oídos y escuchar la voz trepidante del pueblo? ¿Por qué irrespetarlo con argumentos fútiles? Es verdad que hemos tenido que enfrentar los estragos de la guerra económica y el sabotaje (y del burocratismo, la corrupción y la ineficiencia), pero el pueblo lo dice en la calle: ¡Guerra es guerra, o el Gobierno corre o se encarama! No quiere promesas de futuros paraísos, quiere acciones, hechos, realidades.
Los extremistas abstencionistas de la derecha andan pregonando también una victoria, como si la alta abstención fuese porque el pueblo los apoya. Es el espíritu del editorial de El Nacional del 21 de mayo, que dice, entre otras barrabasadas, que «Lo sucedido ayer es más que luminoso y, por lo demás, histórico. Es como esos días en que la marea se retira y deja ver toda la basura que las aguas han ocultado. Los ciudadanos han protestado de la manera más pacífica ante un mamotreto que se le quería imponer como modelo de elecciones, se han retirado para no contaminarse y para no sumergirse en inmensas olas de mierda». La verdad es que el pueblo está volviendo poco a poco a aquella situación de la Cuarta República en la que aborrecía de la política y de los «políticos». De a poco está dejando de querer a todo el mundo, se siente desamparado y no se conforma con migajas ni dádivas. Acaso quiere cosas que no se compran con el dinero: franqueza, honestidad, verdad, y aquella cercanía sincera que le ofreció Chávez. Si el chavismo no se da cuenta de lo que está pasando, si sigue embriagado con sus victorias pírricas, si no se deja de comiquitas y pone su corazón a latir al son del pueblo profundo, si no se sale de su burbuja, de su arco iris de celofán, si no rompe ese deleznable espíritu de secta, si no vuelve al lenguaje creativo y veraz del Gigante, si los alucinados siguen bailando sobre las pistas del dolor, la resaca será martirizante cuando el cántaro reviente. Sí, quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga.
Las elecciones no resuelven nada y lo que viene es joropo.