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La vida de Brown

Fuentes: La Jornada

El justo y honorable James Gordon Brown, ministro de Hacienda del Reino Unido (a quien se menciona como favorito para suceder en el cargo a su actual jefe, el primer ministro Tony Blair), nació en Glasgow el 20 de febrero de 1951, o sea que a la fecha tiene 54 años cumplidos. En términos meramente […]

El justo y honorable James Gordon Brown, ministro de Hacienda del Reino Unido (a quien se menciona como favorito para suceder en el cargo a su actual jefe, el primer ministro Tony Blair), nació en Glasgow el 20 de febrero de 1951, o sea que a la fecha tiene 54 años cumplidos. En términos meramente estadísticos y habida cuenta de que la esperanza media de vida para los hombres en Gran Bretaña es de 75.94 años, a este alto funcionario le tocaría fallecer el 29 de enero de 2027, aunque si se considera su alto nivel socioeconómico es muy probable que permanezca en este mundo después de esa fecha. Sea como fuere, cuando Brown utiliza la expresión «toda una vida», es razonable suponer que tenga en mente la propia: siete u ocho décadas. «Toda una vida», dijo el domingo, refiriéndose al tiempo que se requiere para eliminar la pobreza, particularmente en Africa. Tal declaración fue hecha en el marco de los preparativos de la cumbre del G-8 (los siete países más ricos del mundo más Rusia), que se realizará esta semana. Previamente, Brown había anunciado un acuerdo de ese club de acaudalados para perdonar las deudas externas de 18 de los países más miserables del planeta, unos 40 mil millones de dólares. Es la medida «más exhaustiva» jamás concebida para aliviar la pobreza mundial, se felicitó el ministro, y expresó a continuación que «no es el momento para la timidez, sino para la osadía».

O sea que esto es lo más osado que pueden lograr los más poderosos del mundo: regalar algo menos del equivalente a la fortuna de Bill Gates (46 mil 500 millones de dólares) a los miserables.

Dejemos de lado el hecho de que, si se concreta la medida, la mayor parte de esa bonita suma no llegará nunca a su supuesto destino, porque una porción se perderá en burocracia y buenos salarios en el honorable seno de los organismos internacionales y otra servirá para fabricar y consolidar a segundones africanos y latinoamericanos de la lista Forbes. Hay algo que no cuadra en el esquema: en la versión del propio Gates, su fundación ha destinado ya a las «buenas acciones» 27 mil millones de dólares, lo que lo convierte en el «mayor filántropo del mundo». Esa caridad millonaria, por sí misma, sería más de la mitad de la medida «más exhaustiva» lograda por las siete naciones más acaudaladas del orbe (más Rusia), pero hasta donde se sabe la generosidad del dueño de Microsoft no ha producido cambios perceptibles en los indicadores mundiales de pobreza.

Gates nació en 1955 y si fuera un estadunidense promedio tendría que morir en 2030, aunque tal vez su fortuna le alcance para comprar la vida eterna. Pero para erradicar la pobreza, dice el ministro de Hacienda de su majestad, se requiere de 70 u 80 años, cosa que ocurriría entre 2075 y 2085, por lo que ni él ni el multimillonario de Seattle alcanzarán a ver el fruto de sus esfuerzos caritativos.

Pobrecitos. Pero lo más inquietante es que los habitantes actuales de Burkina Faso, Malí, Mozambique Níger, Ruanda, Tanzania y Zambia (seis de los 18 países beneficiados por la generosidad del G-8) viven, en promedio, tres décadas menos que los ingleses y los gringos, así que ni los ahora recién nacidos de esas naciones llegarán a atestiguar el fin de su miseria.

¿Eso es lo «más exhaustivo» que puede lograrse? ¿Ofrecer menos de 10 por ciento del presupuesto estadunidense de defensa (423 mil 604 millones de dólares) para empezar a realizar las acciones que harán posible que los nietos de los miserables actuales logren indigestarse con una Big Mac? Consuélense, andrajosos: el justo y honorable míster Brown acaba de anunciarles que en unas cuatro generaciones sus países superarán la pobreza que hoy día los está matando. El esfuerzo de imaginación a futuro bien vale la pena.

El concierto Live8 realizado en Hyde Park, Londres, que tuvo entre sus asistentes al propio Gates, fue elogiado por Brown. Dicen que Bono y Paul McCartney estuvieron maravillosos, y que el primero afirmó que «no buscamos caridad sino justicia», y pidió a los líderes del G-8 que «hagan historia haciendo que la pobreza sea historia». Qué bonito. Pero el ministro de Hacienda de su majestad sostiene que la pobreza tiene mucho futuro por delante antes de empezar a convertirse en historia.

Algunos llamarán realismo a esto, que no es más que cinismo. Si los gobernantes de las naciones ricas realmente tuvieran voluntad política tendrían que hacer frente, ahora y de manera efectiva, a la pavorosa y pestilente desigualdad mundial contemporánea. Tal vez dentro de 80 años la pobreza haya terminado de matar a todos los pobres y a sus hijos y a sus nietos, y si eso ocurre los ricos van a estar también en problemas. Un sujeto educado en la Kirkcaldy High School y en la Universidad de Edimurgo, como es el caso del justo y honorable Mr. Brown, tendría que saberlo. Para ejercer su alto cargo y hablar en nombre del G-8 habría tenido que desarrollar, además, delicadeza y sensibilidad para abstenerse de anunciarles a los condenados de la Tierra que morirán tan desnudos, enfermos, marginados y olvidados como nacieron. Si así fuera, tal vez su preparación académica, su alto cargo y sus siete u ocho décadas de vida tendrían algún sentido y alguna relevancia.