“Una mañana, cuando Gregor Samsa se despertó de un sueño agitado, se encontró en la cama transformado en un insecto monstruoso”; es el inicio de La Metamorfosis (1915), una de las obras centrales del escritor checo –nacido en Praga- en lengua alemana Franz Kafka (1883-1924); se cumple un siglo de la muerte del autor universal y de familia judía, quien escribió novelas como El Proceso (1925); El Castillo (1926); relatos como La Condena (1913) y una serie de Cartas (a su padre Hermann o a la periodista Milena Jesenská).
Gregor Samsa llevaba cinco años trabajando de viajero comercial, y nunca había estado enfermo; ya en las primeras páginas de La Metamorfosis puede constarse el conflicto existencial que vive el protagonista:
“Seguro que vendría el patrón con el médico de la aseguradora, reprendería a los padres por el hijo tan vago que tienen y cortaría de tajo cualquier objeción escudándose en el médico, para quien, en todo caso, no había más enfermedad posible que la aversión al trabajo”.
En 1989 la editorial Bromera publicó La Metamorfosis en lengua catalana; la introducción, a cargo del ensayista/poeta valenciano Enric Sòria y de Heike van Lawick, empieza con una reflexión del autor bohemio que tal vez resuma su obra; afirma que si el libro no desvela al lector como haría un puñetazo en la cabeza, entonces ¿para qué sirve la lectura? ¿Sólo para disfrutar del estilo literario?
Cuando Kafka nació, a finales del siglo XIX, Bohemia formaba parte del Imperio Austro-Húngaro (no existía Checoslovaquia); Enric Sòria y Heike van Lawick apuntan elementos del contexto: Praga contaba –a principios del siglo XX- con 450.000 habitantes, de los que el 7% hablaba alemán; en Praga, Franz Kafka estudió Derecho por orden de su padre, de personalidad autoritaria y con quien el escritor tuvo una relación complicada.
En ese contexto, “el mundo de Kafka es el del Estado, y la sociedad que observa es aquella que el Estado organiza: una pirámide de vasallos, galvanizada por la opresión, la obediencia y el castigo: el mundo de Kafka es el de un funcionario horrorizado”, agregan los introductores y traductores; Ya de joven Kafka había recibido la influencia de tres filósofos: Schopenhauer; Nietzsche y Brentano.
Sobre La Metamorfosis, resumen Enric Soria y Heike van Lawick, Gregor Samsa –el escarabajo- es el único individuo de la especie humana del relato (en un sentido integral); por el contrario, la familia del protagonista desarrolla valores maquinales y destructores; de hecho, los familiares de Samsa -“hipócritas espantados por el qué dirán”- se revelan como los verdaderos insectos.
La parte final de El Proceso permite acercarse a los fundamentos de la obra kafkiana; K. se pregunta por el Juez Supremo al que no vio y la Alta Corte a la que no tuvo acceso; uno de los señores le cogió por la garganta, y el segundo acuchilló a K., de 31 años, varias veces en el corazón; “¡Como un perro!”, exclamó.
La noche anterior los caballeros fueron a buscar al protagonista -K.- a su casa; se trataba de dos señores con levita, rostros pálidos, gordos y chisteras pegadas a la cabeza; y K. pensó: “Me mandan dos actores trasnochados de segundo orden (…); quieren acabar conmigo con el menor gasto posible”.
Kafka influyó en filósofos como Jean Paul Sartre y en algunas de sus novelas: La Náusea (1938); el personaje central de La Náusea –Antoine Roquentin- empieza por constatar que no podía escribir -con claridad- nada de lo que sucedió los días anteriores: ya estaban demasiado lejos del presente, y además no se produjo ningún acontecimiento; sin embargo, hubo un día que experimentó miedo “o algo por el estilo; si por lo menos supiera de qué sentí miedo, ya sería un gran paso”.
Otro filósofo en el que Kafka ejerció influencia fue Albert Camus (La Peste; El Extranjero o El Mito de Sísifo); y asimismo en el escritor y periodista uruguayo Mario Benedetti (La Tregua; Primavera con una Esquina Rota), quien tradujo en 1948, del alemán, una parte de las parábolas kafkianas; en un artículo publicado en 1983 en el periódico El País –Vicisitudes de lo Kafkiano– Benedetti escribió:
“Si Marx captó agudamente la utilidad del conservador pero intuitivo Balzac para efectuar un análisis de la sociedad capitalista, también es posible detectar en Kafka el sentimiento de aniquilación del individuo que suele provocar la sociedad burguesa”.
En El Castillo, K. llega de noche a la gran fortaleza para trabajar como agrimensor (el Conde le había mandado llamar); en la aldea, perteneciente al Castillo, encontró alojamiento en un mesón; un joven, que se presentó como hijo del alcaide, despertó a K., y le dijo que nadie tenía derecho a pernoctar en el pueblo sin permiso del noble; “usted no posee dicha autorización, o por lo menos no la ha mostrado”, le espetó el joven.
Y unos párrafos después, en el mismo diálogo: “¡Qué modales de vagabundo! ¡Exijo el debido respeto por las autoridades condales! Le he despertado para decirle que debe abandonar los dominios del señor Conde”.
Numerosos escritores han valorado la obra de Kafka; Vázquez Montalbán, por ejemplo, se refirió a lo kafkiano como la sensación de horror ante la posibilidad de que fuerzas extrañas arrastren a la pérdida de identidad personal; el autor marxista destacaba el relato En la colonia penitenciaria, de 1919, y un dibujo en el que el autor bohemio aparecía anudado a la máquina de la muerte (El escriba sentado, Ed. Público, 2009).
El Periódico digital Rebelion.org publicó en 2004 un artículo del filósofo y sociólogo marxista franco-brasileño, Michael Löwy, titulado Kafka y el socialismo (Löwy es autor del libro Franz Kafka, soñador insumiso); así, “numerosos testimonios contemporáneos hacen referencia a la simpatía que tenía por los socialistas libertarios checos y a la participación en alguna de sus actividades”.
El artículo se hace eco de testimonios sobre la presencia de Kafka en las reuniones de un club juvenil –Klub Mladych-, de cariz libertario, antimilitarista y anticlerical, en el que participaban escritores checos; o acerca de su presencia en una manifestación –en 1909- contra la ejecución del pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Guàrdia.
De hecho, concluye Michael Lówy, “un antiautoritarismo de inspiración libertaria atraviesa el conjunto de la obra novelística de Kafka, en un movimiento de despersonalización y reificación (cosificación) creciente: de la autoridad paternal y personal hacia la autoridad administrativa y anónima”.
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