Ernesto Che Guevara, médico, político, guerrillero, comunista, humano; sin duda alguna, es y será un emblemático personaje del siglo XX que ha marcado y dejado escuela en Latinoamérica y en los pueblos oprimidos de todo el mundo. Su escuela permeo (y sigue permeando) en gran parte de los movimientos de liberación de los pueblos de […]
Ernesto Che Guevara, médico, político, guerrillero, comunista, humano; sin duda alguna, es y será un emblemático personaje del siglo XX que ha marcado y dejado escuela en Latinoamérica y en los pueblos oprimidos de todo el mundo.
Su escuela permeo (y sigue permeando) en gran parte de los movimientos de liberación de los pueblos de todo el mundo, sin embargo, pareciera que en estos momentos en los que el panorama mundial vuelve a dejar entrever un momento histórico de emergencia, el pensamiento del Che se ha visto olvidado y vuelto una serie de consignas anacrónicas e incomprendidas.
En principio, quisiera rescatar un aspecto fundamental para entender la práctica revolucionaria del Che: su accionar político.
Es necesario distinguir este concepto en Ernesto ya que configura todo un esquema teórico y moral que condiciona su desenvolvimiento entre el pueblo y con el pueblo; el Che entendía que todo acto humano en la modernidad es un acto político que implica en sí mismo, la capacidad y necesidad que los humanos tienen para relacionarse con otros humanos, desde el trabajo en el campo o la fábrica, la acción intelectual o la técnica, la guerrilla o el «apoliticismo» tienen una posición y una consecuencia en todos los momentos históricos por los que la humanidad ha atravesado.
Entendía también que esta posición política de los individuos obedece no a una ley divina, sino a una determinada posición de clase que los sujetos asumen consciente o inconscientemente, y que esta posición se resume, a grandes rasgos, a oprimidos y opresores.
Este esquema teórico que el che asumía para su práctica cotidiana, le dejaba entrever que toda acción humana, desde la más cotidiana hasta la más inusual, es una acción en potencia revolucionaria; esto quiere decir, transformadora y liberadora, y que la revolución de los oprimidos en contra del sistema que crea a los explotadores y las condiciones para la explotación es una revolución que, para frenar y extinguir el capitalismo, tiene que atravesar y transformar todos los ámbitos de la vida humana.
Sin embargo, también entendía que los procesos de dominación son mucho más complejos de lo que en forma aparentan, sabía bien que la propiedad privada ha generado potencias imperiales que crean y se combinan con fenómenos como el colonialismo, y las distintas formas de dominación que existen en el mundo, para asegurar la explotación y la subsunción de todo el género humano ante el capital.
Es por esto que la acción revolucionaria del Che se situó siempre en un tiempo y espacio delimitado, sin por esto desatender la necesidad máxima que ante él se le presentaba; la liberación de la humanidad.
Sabía y supo siempre que su accionar revolucionario ayudaría a mejorar las condiciones de los pueblos oprimidos para su liberación, aún cuando históricamente su tarea no fuera contemplar este acto de incomparable majestuosidad.
Supo analizar la realidad concreta, situar y diferenciar objetivos estratégicos y tácticos, diseñar y recrear un pensamiento político militar capaz de hacerle frente al capital y a sus lacayos; supo reflexionar y lanzar las consignas adecuadas a cada momento de la lucha, supo identificar al enemigo, encontrar un rayo de sol dibujado en el negro cielo de la opresión, supo entonces, que su lucha era hasta la victoria siempre, y que la liberación de Cuba, de Latinoamérica, de todos los pueblos del mundo oprimidos, eran tareas que le correspondía necesariamente llevar hasta el final.
Hay aspectos centrales que quisiera rescatar en esta reflexión que ahora comparto; la cual, esencialmente se centra en los textos que devienen del pensamiento revolucionario del Che, textos creados en el contexto de los combates por la liberación nacional y en la experiencia organizativa que vino después del triunfo de la revolución cubana. Textos en los que se plasman un sin fin de manuales, experiencias y reflexiones que nos ayudan a comprender al «hombre nuevo» que se forjaba en Ernesto el Che Guevara.
En primer instancia y para después partir a los dos conceptos en los que se centrará la exposición, quisiera describir cuál fue la experiencia central que marcó el pensamiento del Che, cabe resaltar que un examen de la revolución cubana es y debe ser mucho más extenso que la guerra de guerrillas; sin embargo, sería materia de un estudio mucho más específico que al que me atengo en este momento. Sólo me limitaré a mencionar que en el plano estratégico del proceso de liberación cubana, se vio necesario pasar de la acción civil pacífica, a una guerra de guerrillas que se gestaría en el interior de la sierra cubana; esta guerra de guerrillas tenía como objetivos tácticos el acumular fuerza (humana y moral) para debilitar la fuerza militar del aparato de estado y librar la batalla en contra de Batista (lacayo del imperialismo estadounidense); esto obedece a crear las condiciones para que la guerra de posiciones culminara con la conquista estratégica de distintos puntos centrales para el triunfo de la revolución.
La guerra de guerrillas tiene diversas características, facetas distintas, aún cuando exista siempre la misma voluntad esencial de liberación. La guerra responde a una determinada serie de leyes científicas. No se pasa a la guerra de guerrillas a menos de que existan las condiciones objetivas y subjetivas para esto, esta estrategia puede resultar contraproducente para el proceso revolucionario sino se estudia detenidamente el momento por el que atraviesa la consciencia política del pueblo.
Antes de seguir, quisiera resaltar que para pasar a la estrategia de guerra de guerrillas es primordial que el revolucionario entienda:
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Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.
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No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.
La guerrilla no es sólo una fuerza mínima de fuego, sino que es la vanguardia legitimada del pueblo. El concepto de vanguardia se refiere a la parte más avanzada de la clase oprimida, es la parte que es capaz de evaluar y determinar qué estrategia y táctica deben de seguir las masas para la lucha revolucionaria. La vanguardia no debe confundirse con un liderazgo amputado de los oprimidos, al contrario, la vanguardia es aquella fracción de los oprimidos que asume la tarea de acompañar en todo momento y hasta el final la lucha por la liberación y el cese de la explotación; el revolucionario de vanguardia sólo se convierte en este cuando no pierde el contacto directo con el pueblo y su actuar se ve condicionado por las necesidades objetivas y subjetivas de la revolución.
Numéricamente, la guerrilla (como vanguardia) es inferior al núcleo opresor, sin embargo, moralmente la guerrilla cuenta con el apoyo de todo el núcleo oprimido; esto surge cuando las vías civiles y pacíficas se muestran insuficientes para los anhelos de liberación del pueblo. La diferencia entre la guerrilla del pueblo y un grupo de bandoleros no radica en su práctica etérea, sino en la praxis revolucionaria que se fundamenta en la propia esencia del «por qué luchar».
Ante esto, es necesario explicarnos cómo el pensamiento del Che nos ayuda a responder esta pregunta fundamental en nuestros días:
¿Por qué lucha un revolucionario?
Podemos decir que un revolucionario lucha, necesariamente por amor y utopía, detrás, en y delante de él.
Y de aquí pasaré a la siguiente parte de la exposición, que es justo el tema que se me hace necesario retomar en estos tiempos.
Los conceptos de amor y utopía, que en el Che son tan constantes, son conceptos que van más allá del sentimentalismo mistificador, sino que engloban en toda su extensión, lo que Sánchez Vázquez denominaría categóricamente como «la filosofía de la praxis». El amor y la utopía se entrecruzan en el camino de la liberación; y es justo esto lo que los fundamenta; la utopía es la liberación total de la humanidad, el amor, es el amor a los pueblos y su liberación.
Pero este amor a la liberación no debe traducirse en un romanticismo o idealización del pueblo, este amor es el que hace que su praxis revolucionaria sea una praxis consciente de que para la liberación es necesario combatir; y este combate implica necesariamente un pensamiento capaz de sentir las necesidades y peligros a los que el pueblo se enfrenta; implica necesariamente la transformación de las condiciones objetivas y subjetivas del territorio y la consciencia para que la lucha revolucionaria logre su objetivo, la liberación de los pueblos.
El revolucionario lucha por la victoria final, por cambiar el régimen social que mantiene al pueblo del que es parte (a la humanidad) en el oprobio y la miseria. La lucha revolucionaria tiene en sí misma inscrita la victoria; sin embargo ésta se vuelve inalcanzable sino se construye.
El amor, en el pensamiento del Che, y en sí mismo para todo revolucionario, es un amor al pueblo del que es parte, el revolucionario no es ajeno al pueblo, ni un mesías redentor que contenga en sí mismo toda la verdad; es, al contrario, un ser con consciencia de que la liberación de los pueblos, sólo la pueden realizar los pueblos mismos; es a su vez orientador ante las adversidades que el terror nos sitúa, es un ser orgánico inserto en las masas que se transforma con ellas, es un aprendiz y facilitador, es un ser con una ternura y vocación de entrega, entrega al pueblo, a la revolución. Este amor, a resumidas cuentas, es el amor a la libertad, libertad que sólo puede ser real, si los otros son libres también.
El Che entendía que la liberación del género humano no era una utopía inalcanzable, sino que se fraguaba en todas las acciones cotidianas de los individuos que conformamos los pueblos; por esto se deja entrever en su pensamiento un internacionalismo revolucionario que se sintetiza en la icónica frase de José Martí: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.»
De aquí podemos desprender la siguiente parte de nuestro análisis:
¿Qué significa para el Che la utopía?
El concepto de utopía al que se refiere el che Guevara, puede ser, sin duda, un concepto clave para entender todo el planteamiento político militar de los procesos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX.
Natural es que la utopía del Che no sea una utopía idealista, sino que es una utopía que mientras más se acerca a la realidad, más se acerca a sí misma, esto es, se desprende de todo fetiche para convertirse en imagen desnuda del futuro venidero. La utopía en el pensamiento del Che no es una utopía inalcanzable, ya que hunde sus raíces en el presente, presente que conoce y examina, y que por tanto, es posible de transformar.
A la vez, su pensamiento no hace apologías a la cristalización de los procesos revolucionarios, sino que al contrario, los distingue por etapas que consuman siempre en la liberación total de la humanidad, el comunismo, en la utopía. La utopía que defendemos es una utopía de la realidad, de negar en ella misma toda idealización que rompe la revolucionaria relación de teoría y praxis.
El Che siempre deja en claro que esta utopía, la liberación total de la humanidad, es un proceso en construcción constante, y que sólo con el trabajo de todos los individuos/pueblos puede ser posible. A la vez, sabe que el triunfo de una revolución no significa que por ello se agote la lucha de clases, al contrario, sabe que se debe de profundizar y caminar hacia la utopía.
Pero también se reconoce en sí misma que una derrota parcial de las fuerzas populares, no constituye, de ninguna manera, frustración definitiva de las ansias de libertad de los pueblos, y de la necesidad de esta utopía para enraizar la lucha revolucionaria por la liberación total, en el seno de todos los pueblos oprimidos del mundo.
El pensamiento internacionalista del Che, entonces, no es un dogmatismo fosilizado y descontextualizado; sino es entendido y sintetizado por la lucha de la nación en la globalización, como un camino que conducirá, con el trabajo de todas y todos, a la liberación humana. Por ende, sabe que la lucha por la liberación total es constante, ante esto, el Che asume la solidaridad y responsabilidad con las generaciones pasadas, presentes y futuras, para salvaguardar la construcción del camino a la utopía, rompiendo las ideas lineales, deterministas e historicistas que sólo cristalizan la lucha revolucionaria de los pueblos.
A manera de conclusión, y para seguir con la reflexión que nos hemos propuesto realizar apuntaría lo siguiente:
¿De qué nos sirven las palabras sin transformación? ¿No es una contradicción irreparable? ¿No es, entonces, nuestra tarea histórica, darle a estas palabras su revolución necesaria? ¿No esperábamos en el correr de la historia que llegara este momento de vengar el pasado y salvar el futuro? La utopía del Che concuerda irremediablemente con la praxis; «Hasta la victoria siempre» no es sólo una consigna vaga, esa «eternidad» encerrada en el siempre utópico «siempre» niega la utopía en sí misma, le desmonta todo fetiche y la desnuda tal como lo que es; una necesidad máxima de liberarnos desde nosotras y nosotros, los pueblos oprimidos.
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