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La violencia gubernamental en la narrativa latinoamericana contemporánea

Fuentes: Rebelión

La violencia del Estado ha dejado una marca indeleble en América Latina, desde dictaduras militares hasta prácticas cotidianas de abuso policial y desapariciones forzadas. La literatura funciona como testigo y denuncia de estas realidades, permitiendo explorar cómo el poder institucional atraviesa cuerpos, comunidades y memorias. Tres autores contemporáneos —Mariana Enríquez, José Baroja y Sara Uribe— ofrecen relatos que, desde diferentes perspectivas, muestran la crudeza de la violencia gubernamental y sus consecuencias en la vida cotidiana.

El horror de lo cotidiano: Mariana Enríquez

Bajo el agua negra, de Mariana Enríquez, traslada la violencia a un entorno urbano y ambiental hostil. La historia relata cómo policías arrojan adolescentes a un río contaminado, un acto que combina brutalidad física con un espacio que multiplica el sufrimiento. El Riachuelo, en su condición de río estancado y tóxico, se convierte en una metáfora de la descomposición social, de la negligencia estatal y de la invisibilidad de los pobres en las políticas urbanas.

Enríquez utiliza elementos de horror y realismo para mostrar la intersección de violencia institucional, marginalidad y abandono ambiental. La fiscal Marina Pinat representa la resistencia frente a un sistema que falla, exponiendo la impotencia de quienes buscan justicia. La obra evidencia cómo la violencia estatal no es un hecho aislado, sino un entramado de abusos, corrupción y deshumanización que afecta a los sectores más vulnerables.

Dolor y control: José Baroja

En Dolor, Baroja sitúa al lector en medio de la tortura de Álvaro por parte de policías que actúan bajo órdenes superiores. La violencia física es apenas la superficie; la narrativa de Baroja revela una violencia más profunda, estructural, que deshumaniza tanto a la víctima como a los perpetradores. Álvaro lucha por conservar su integridad mientras los policías cumplen su labor de manera mecánica, mostrando cómo la obediencia institucional puede convertirse en un instrumento de opresión.

El estilo directo y visceral de Baroja logra que el lector sienta la tensión y la desesperanza de cada golpe, cada empujón y cada humillación. La violencia no es solo física: es psicológica, social y política. La historia evidencia cómo los mecanismos de poder priorizan la obediencia, el resultado y la impunidad sobre la justicia y la humanidad. En este cuento, la tortura es un microcosmos de la violencia estructural que atraviesa la región.

Ausencias que duelen: Sara Uribe

En Antígona González, Sara Uribe aborda la desaparición forzada y sus efectos devastadores sobre las familias y las comunidades. La violencia no siempre es visible, pero se percibe en la ausencia de cuerpos, en la desesperanza y en la memoria fragmentada de los sobrevivientes. Uribe emplea un estilo poético y fragmentario, que combina testimonios, citas y reconstrucciones, creando un archivo literario que refleja la discontinuidad, la impunidad y el dolor de la violencia estatal.

La obra demuestra que la violencia gubernamental no solo hiere físicamente: borra vidas, altera percepciones de justicia y deja huellas profundas en la sociedad. La desaparición forzada es un crimen que prolonga su efecto a través de la espera, la incertidumbre y la resignación, y Uribe logra transmitir esta sensación de vacío y de impotencia, transformando la literatura en un espacio de memoria y denuncia.

Convergencias y reflexiones

Aunque distintos en estilo y enfoque, los tres relatos comparten un hilo conductor: la violencia del Estado no es un hecho aislado, sino una realidad estructural que atraviesa cuerpos, comunidades y territorios. Enríquez expone cómo la violencia se entrelaza con el espacio urbano y el abandono ambiental; Baroja nos muestra la brutalidad directa y el control físico; Uribe evidencia la persistencia del daño a través de la desaparición y la memoria fracturada.

Estos cuentos destacan la literatura como un instrumento de resistencia y visibilización. Nos permiten confrontar las formas más crudas de la violencia, reflexionar sobre la responsabilidad colectiva frente a la impunidad y generar empatía con las víctimas. Al leerlos, comprendemos que los efectos del abuso gubernamental no se limitan a lo individual: se extienden a la sociedad, deformando el tejido social y dejando huellas difíciles de borrar.

Conclusión

La narrativa contemporánea latinoamericana que aborda la violencia gubernamental cumple un papel crucial: no solo denuncia, sino que registra y cuestiona los sistemas de poder que perpetúan el sufrimiento. Mariana Enríquez, José Baroja y Sara Uribe, desde sus distintas aproximaciones, nos recuerdan que la literatura puede ser un espacio de memoria, reflexión y resistencia. Sus relatos nos confrontan con la crudeza de la violencia, nos obligan a mirar hacia los márgenes de la sociedad y nos invitan a considerar cómo, a pesar del dolor, la palabra y la escritura pueden ser herramientas para resistir y transformar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.