Curiosamente el Fondo Monetario Internacional está preocupado por la volatilidad del capital en América Latina. Obviamente que se refiere al capital extranjero de cartera, es decir, eminentemente especulativo que se invierte en los bancos y en las bolsas de valores latinoamericanas pero, dada la libertad de que, por lo regular, goza para definir sus movimientos […]
Curiosamente el Fondo Monetario Internacional está preocupado por la volatilidad del capital en América Latina. Obviamente que se refiere al capital extranjero de cartera, es decir, eminentemente especulativo que se invierte en los bancos y en las bolsas de valores latinoamericanas pero, dada la libertad de que, por lo regular, goza para definir sus movimientos y políticas a su libre arbitrio, emigra en cualquier momento a otro lugar que considere lucrativo, sí así conviene a sus intereses de clase provocando desastres como crisis, depresión y desempleo. Ante todo hay que llamar la atención, y subrayar, que esta especie, que Marx denominó capital ficticio , no produce ni un átomo de valor, ni, tampoco, riqueza material (es decir, mercancías, empleos, tecnología o salarios); sólo coadyuva a cambiar la distribución y centralización del capital en la sociedad en beneficio de unos cuantos -a quienes enriquece todavía más-, que están en la cúspide del 1% del gran capital.
El organismo internacional, en el fondo, está realmente preocupado, no tanto por los indudables efectos negativos (que los tiene y con creces, sobre todo para la población) de este tipo de capital que, por cierto, es hegemónico en el mundo; sino, más bien, por el cuidado que se debe tener frente a los posibles «riesgos» de las ganancias e intereses que se pudieran ver afectados en un mundo convulsionado y en crisis perpetua. Por ello convoca a América Latina a «…controlar los riesgos de los capitales volátiles» ( La Jornada , Martes 26 de marzo de 2013, p. 20).
Obviamente que no es una intervención de tipo keynesiano e intervencionista como en el pasado, sino preventiva y coyuntural para después volver a las fuerzas del mercado como pontifica frenéticamente el neoliberalismo.
Después de afirmar que dichos capitales, ficticios, son «benéficos» para las economías latinoamericanas -aun cuando la evidencia empírica muestra todo lo contrario- considera una serie de medidas supuestamente encaminadas a evitar su volatilidad.
En primer lugar, sostiene que la afluencia de capitales a América Latina responde al hecho de que la región mantiene una dinámica de crecimiento que se va a prolongar. Afirmación, por lo demás, sumamente demagógica, si no es que cínica, dado que en los dos últimos años la región muestra signos de debilitamiento de sus tasas de crecimiento, incluso, en «países muestra» como Chile y Brasil, y no se diga ya México, el actual campeón sin corona de peso completo del neoliberalismo.
En segundo lugar, afirma que su política fiscal mantiene una trayectoria «estable», aunque en muchos países el déficit comercial y de la balanza de pagos sea una cruda realidad responsable, históricamente, del endeudamiento externo que fue tan pernicioso durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado.
Por último, el FMI refiere el carácter joven de la población que crea un clima favorable -léase salarios bajos, abundante oferta de trabajo y altas tasas de explotación- para la inversión productiva.
Por último, los tres factores se traducen en mercados internos dinámicos de consumidores que serán fuente de una vigorosa demanda interna, particularmente, de proveniente de la demanda efectiva de las clases y capas medias y superiores de la burguesía.
Para que se consolide esa estrategia «anti-volátil», el FMI afirma que se necesita más inversión en infraestructura y en «programas sociales» con el fin de que «…se reduzcan al mínimo las consecuencias negativas asociadas a la volatilidad de los mercados financieros». Contradictoriamente el mismo organismo constata que el dinero que fluye a la región genera «cierta volatilidad» en los mercados financieros, con créditos a corto plazo que presionan al alza a los tipos de cambio. Se rebela, entonces, no la existencia de un «círculo virtuoso» sino vicioso del capitalismo que perdura y se profundiza en la actualidad.
De todo lo anterior no se debe interpretar el llamado del FMI en el sentido de ejercer un cierto control de los mercados financieros, obviamente por parte del Estado para reducir la volatilidad, en acto franco de retorno al keynesianismo e intervencionismo estatal. Más bien, hay que deducir que se trata de un mecanismo que siempre está a disposición del capital, en todos los tiempos y lugares (incluso en la época dorada del capitalismo de los treinta años gloriosos ) para solventar sus crisis recurrentes. Porque al final de cuentas, la etapa dominante del capital financiero, en la época del neo-imperialismo, llegó para instalarse de manera permanente y, de esta forma, constituirse como un mecanismo estructural del sistema que sólo se supera con su abolición y su reemplazo por uno nuevo diametralmente diferente y superior.
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