Alí Primera, el cantor de las verdades de nuestro pueblo, vio la luz de la vida el 31 de octubre de 1942, en Paraguaná, Estado Falcón. Hecho cantor por la fuerza de la ternura y el dolor, su voz y su vida jamás descansaron en la desigual batalla de la razón contra la explotación capitalista, […]
Alí Primera, el cantor de las verdades de nuestro pueblo, vio la luz de la vida el 31 de octubre de 1942, en Paraguaná, Estado Falcón.
Hecho cantor por la fuerza de la ternura y el dolor, su voz y su vida jamás descansaron en la desigual batalla de la razón contra la explotación capitalista, y el terrible poder de sus ideas de distorsión.
Cuando la lucha parecía imposible frente a la maquinaria ideológica de los gobiernos de la Cuarta República, imbuido de luz profética, no paró de cantar.
Casi solo contra el mundo, asumió para sí la lucha contra la barbarie capitalista en el país, dirigiendo su verbo luminoso y esclarecedor a la conciencia del pueblo trabajador.
Afanado en despertar conciencias, cantó al obrero, al campesino, a nuestro indígena, al hombre sencillo de nuestro pueblo.
En medio de las peores condiciones políticas, cuando la izquierda venezolana se encuentra derrotada militar, política e ideológicamente; cuando todos callan, la voz de Alí sostiene la esperanza y la pasea por el país y más allá, también.
Mientras otros tienen que ocultarse para escapar de la persecución y muchos saltan tempranas talanqueras de principios y valores revolucionarios, Alí no para de cantar a la conciencia y al deber de su pueblo.
Su voz no tiene cabida en la televisión de la oligarquía, ni en sus poderosos «circuitos radiofónicos», pero Juan Bimba tararea sus canciones, en las fábricas, en los autobuses y en los mercados.
Alí canta en barrios y universidades; su voz, siempre luchando, siempre tratando de vencer al silencio, agita los espíritus obreros en los portones de las fábricas y en los sindicatos, mientras el adversario descarga, sin freno, todo su poder ideológico sobre el pueblo venezolano.
La muerte, siempre cómplice del enemigo, lo sorprende, muy temprano, en una autopista a la entrada de Caracas, el 16 de febrero de 1985, pero, paradójicamente, llegó para confirmar lo que Alí decía: «Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos».
Así, su voz orientadora, al frente de un caudal de pueblo iluminado, se suma al río de la Revolución Bolivariana.
Sus esperanzas y demandas se asientan ahora en terrenos de la revolución, y no para descansar sino, para en espacio amigo, acicatear a los revolucionarios con su ejemplo de lucha sin descanso por el mundo posible del socialismo.
Fuente: http://abn.info.ve/noticia.php?articulo=205122&lee=5