La enfermedad aparta de la escena política al ex presidente de Brasil en pleno trabajo de mediación en el PT de cara a las elecciones de 2012 El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, comenzó ayer su primera sesión de quimioterapia en el hospital Sirio-Libanés de São Paulo, donde sigue tratamiento tras […]
La enfermedad aparta de la escena política al ex presidente de Brasil en pleno trabajo de mediación en el PT de cara a las elecciones de 2012
El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, comenzó ayer su primera sesión de quimioterapia en el hospital Sirio-Libanés de São Paulo, donde sigue tratamiento tras habérsele detectado un tumor en la laringe. Aunque los médicos se muestran optimistas y destacan el buen estado de ánimo del carismático dirigente del Partido de los Trabajadores (PT), los más allegados reconocen que una preocupación ronda estos días por la cabeza del antiguo sindicalista: su temor a perder la voz.
Y lo cierto es que no son pocos los que en Brasil comparten ese miedo. No solo por la hábil oratoria que Lula ha demostrado todos estos años, con la que ha conseguido que los brasileños se sientan identificados con su discurso. También porque su enfermedad llega en un momento en que su voz y su palabra eran especialmente necesarios para mantener los equilibrios internos dentro y fuera del PT, de cara a las elecciones municipales de 2012. Una capacidad mediadora determinante igualmente en las relaciones entre los socios de gobierno y el Palacio do Alvorada, ocupado desde hace diez meses por su heredera política Dilma Rousseff.
La cita electoral del próximo año era uno de los asuntos que más preocupaba a Lula pese a la evidente debilidad de la oposición. Una actitud fácil de entender en un sistema político como el brasileño, donde los partidos funcionan como meras maquinarias electorales que se activan con el anuncio de unos nuevos comicios y donde cada llamada a las urnas amenaza con hacer tambalear ajustados equilibrios. Por ello, el ex mandatario ya había adelantado su intención de centrar sus esfuerzos en coordinar la campaña, prestando una especial atención a la política de alianzas. Ahora, las nueve semanas que durará su tratamiento médico han desbaratado estos planes.
Uno de los principales retos para el PT es arrebatar al liberal Partido Social Demócrata de Brasil (PSDM) la alcaldía de São Paulo, en sus manos desde hace dieciséis años. Para conservarla, el PSDM baraja un posible acuerdo con el recién creado Partido Social Demócrata (PSD), formación que aglutina a ex afliados de distintas organizaciones y que, por el momento, mantiene una actitud ambigua hacia el gobierno de Brasilia, alternando las críticas con la disposición colaboradora. Henrique Meirellas, presidente del Banco Central durante la presidencia de Lula y promotor del PSD, es uno de los nombres que se barajan como posible candidato de este eventual acuerdo electoral.
Con todo, la principal preocupación del ex presidente brasileño no está en quién liderará la candidatura contraria, sino en cómo evitar la división con que el PT afronta la elección de su propio candidato para la capital paulista. Hasta cuatro nombres se postulan para encabezar la lista petista, aunque dos son los que se proyectan con más opciones, la senadora Marta Suplicy y el ministro de Educación, Fernando Haddad. Hasta la fecha, esté último era el candidato que se presentaba con más opciones, precisamente por ser el auspiciado por el propio Lula. La incógnita está en cómo evolucionarán las correlaciones de fuerza sin la mediación y la autoridad moral del ex mandatario, en un momento en que, además, su favorito afronta duras críticas desde los medios de comunicación por supuestas irregularidades en la pruebas del Examen Nacional de Enseñanza Media.
El caso de São Paulo no es aislado. El partido también afronta dividido la designación de candidatos en otras ciudades importantes, como Rio Grande do Sul. En otros casos son las relaciones con sus aliados las que marcan los problemas en el seno del PT. Aunque en Rio do Janeiro es difícil que los petistas presenten un candidato alternativo a Eduardo Paes, aspirante a la reelección por el Partido Movimiento Democrático de Brasil, en otras ciudades la situación no está tan clara. Así en Fortaleza, el PT todavía no ha decidido si presentará candidato propio o apoyará al del Partido Comunista, mientras que en Pernambuco el propio Lula ha tomado partido por el ministro de Integración Nacional, Fernando Bezerra, del Partido Socialista Brasileño, ante las diferencias entre los petistas y sus aliados.
Pero la mediación de Lula no resultaba fundamental solo para los preparativos de las próximas elecciones. Su capacidad conciliadora también ha resultado determinante en los equilibrios en el seno del Palacio de Planalto, sede del poder ejecutivo, donde las relaciones de Dilma con sus socios de gobierno no siempre han sido fluidas. Especialmente, cuando las buenas relaciones se asentaban sobre la base del mirar hacia otro lado: en estos once meses, seis ministros de su gobierno se han visto obligados a dimitir, cinco de ellos por presuntos casos de corrupción que se remontan a la época de Lula.
Con todo, este afán mediador que Lula ha venido desplegando hasta ahora no ha sido del todo desinteresado. Al igual que su intensa actividad pública, dentro y fuera de Brasil, el ex mandatario y sus más próximos nunca han ocultado su tentación ante la idea de volver a liderar la candidatura del PT en las elecciones presidenciales de 2014. Unas aspiraciones que la enfermedad deja provisionalmente en el aire.
Mientras tanto, el PT trata de buscar esa figura capaz de realizar el necesario trabajo de fontanería que lime asperezas dentro y fuera del partido. Una labor nada fácil. Dos nombres suenan con especial insistencia. Uno es el actual presidente del partido, Rui Falcão, el otro José Dirceu, jefe de la Casa Civil de Presidencia en el gobierno de Lula hasta que un escándalo de corrupción le obligó a presentar la dimisión para ser sustituido por Dilma en ese cargo. Sin embargo, la falta de canales fluidos de diálogo con los partidos aliados limita por el momento su margen de actuación de ambos.
Paradójicamente, la mudez obligada de Lula podrá ser utilizada por Dilma Rousseff para afianzar su proyecto político, rompiendo el tutelaje impuesto por su antecesor, incluidas las cuotas de poder para los distintos partidos dentro del gabinete. De hecho, la presidenta ya venía trabajando desde hace tiempo en una importante remodelación de su gobierno que vendría a concretarse a principios de 2012. Su objetivo es superar la visión patrimonial que los distintos partidos tienen de los ministerios que detentan, para ganar en cohesión y coherencia política de la acción del gobierno. De esta forma, Dilma reforzaría además sus propias opciones a la reelección en 2014.
En cualquier caso, ahora, todo Brasil reza porque la voz de Lula vuelva a escucharse. Un deseo que el ex presidente pudo comprobar desde la habitación del hospital al ver por televisión como los jugadores del Corinthians, su equipo de fútbol, saltaban el pasado domingo al terreno de juego con una pancarta en la que se podía leer Forçalula. Una fuerza necesaria para superar el tumor. Si esa guerra se vence, cualquier batalla parece alcanzable. Lula tiene ejemplos muy cerca. No en vano, la propia Dilma logró ser la primera mujer presidenta de Brasil, después de derrotar a su propio cáncer.
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