Recomiendo:
0

De un neonomadismo a un nuevo sedentarismo

La voz del emigrante

Fuentes: Pueblos

La multitud, esa palabra mínima y precisa que describe a millares de seres humanos, aglomerados, reunidos, marchando, desplegando su virtualidad a través del movimiento, aparece en Negri [1] recuperada del pasado donde fuera empleada por Hobbes y Spinoza, para ser puesta de nuevo en el mundo contemporáneo, donde termina articulada a las ideas de pueblo y ciudadano.

Según el planteamiento de Virno, los conceptos pueblo y multitud estuvieron vivos en las discusiones del siglo XVIII. El pueblo es lo uno, el soporte de la «voluntad general», y está en el otro extremo pero conectado directamente con el Estado. En cambio, la multitud es plural, descree de una supuesta unidad en los criterios políticos y no se sienta a la mesa en el momento de firmar acuerdos con el Príncipe, debido a que la desobediencia aparece como una de sus principales características. Mientras el pueblo se entiende como unidad política, la multitud es diversidad en los más amplios aspectos de la existencia social.

Este concepto cobra un nuevo cariz cuando la multitud de emigrantes entra en la escena de las grandes ciudades globalizadas. La multitud, como turba de pobres, campesinos y artesanos sin trabajo, llegó también a las ciudades del siglo XIX donde generó temor, desconfianza y malestar entre sus antiguos habitantes. La multitud, como turba que reclama un lugar [2] al interior de los Estados nacionales de la modernidad, pasa de ser esa turba perturbadora a masa obrera, trabajadora de la máquina industrial o inscrita como hoy en el marco de los servicios generales de las empresas: de mensajero a acompañante de ancianos, de albañil a camarero, el emigrante es casi obligado -muy a pesar de su preparación intelectual o laboral- a realizar las actividades que cualquier sociedad necesita. Su presencia a lo largo de la historia se muestra como crucial, y el proceso de adaptación por parte de los recién llegados a la antigua comunidad resulta arduo y difícil.

Una clase social reclama derechos

En el principio de la industrialización, la nueva masa trabajadora realizó resignadamente las tareas que le eran impuestas, pero esto duró poco. Más demoró en asentarse el nuevo paradigma de la industrialización, que ciertos individuos y grupos entre la multitud sentir que su posición en la nueva división social del trabajo era injusta y debía mejorar. La formación de movimientos socialistas, sindicalistas y anarquistas hizo parte del nuevo rostro de la multitud: su reclamo esencial era el movimiento, la posibilidad de participar de manera más justa en los beneficios que la riqueza generaba.

Esa multitud que fuera nómada sin tierra encontró en la modernidad industrializada y comercial un escenario para ponerle fin a su nomadismo. Su fuerza de trabajo era un valor prioritario, y con éste se negociaba en el mercado ya que garantizaba el movimiento de la nueva maquinaria del mundo industrial. Esa multitud se convirtió en multitud obrera, multitud empleada, y descubrió que si la virtualidad de su movimiento, de su fuerza, era lo que el capital necesitaba para reproducirse, podía también, deteniendo su movimiento en virtud de la huelga, conquistar mejoras y hasta cambios sustanciales en sus condiciones de vida. Digamos que la multitud encontró que su cese o su movimiento afectaban las nuevas circunstancias sociales construidas para el mercado de bienes, y que de esta cesación o demora en su actividad podía sacar partido.

Del otro lado, la respuesta no se hizo esperar: si la multitud encontraba que el cese en sus movimientos vinculados a la producción resultaba ser una ventaja, la carrera en la investigación técnica se tendría que orientar hacia máquinas que requirieran menos conglomerado obrero y que en lo posible agilizaran un crecimiento de la producción. Fue así como el capital descubrió que la amenaza del desempleo era también una fuerza con la cual contener a la multitud.

Sólo que la multitud no se mantuvo inmóvil y congelada en los formatos de los Estados nacionales. Especialmente en los países del Tercer Mundo, las escasas posibilidades de un empleo aunque mal remunerado, en oposición a las ofertas de bienestar y hedonismo propaladas por la sociedad de consumo, estimularon el fenómeno masivo de la migración, tal como lo atisbó Attali [3] al comienzo de la década de los noventa. Esa multitud, que desde la periferia ruge por romper los cercos puestos a sus propias subjetividades, revela -en palabras de Toni Negri- esa amarga servidumbre, esa batalla frente a la esclavitud de estar amarrado a una nacionalidad, unos signos de identidad y una población. Mientras el capital habla únicamente de globalización de la economía, surge del otro lado la concepción de que ser ciudadanos del mundo no es apenas una expresión sino además un derecho reclamado ya bajo la formulación de una ciudadanía global hoy efectiva para los ricos de la Tierra.

El trabajo, forma de participación

Encontramos entonces que el fenómeno de la globalización es en el fondo una aspiración bastante antigua del hombre, y que son los Estados y las economías las instancias que rompen el cerco de los límites nacionales, sea por medio de la guerra, sea a través de la ampliación de los mercados económicos, sea -actualmente- gracias a las Industrias Culturales, más en concreto los Medios Masivos de Comunicación. Tenemos que, si bien la globalización resulta ser de las elites, no puede quedar amarrada allí, pues también la multitud se moviliza culturalmente, mediante la educación o por medio de las migraciones.

¿Qué reclaman los pobres de la Tierra para convertir la migración en un proceso que desde las periferias hasta el centro pareciera crecer y desbordarse? Es claro que la democracia moderna y la sociedad del bienestar propagaron un imaginario en el cual la seguridad material proveía al individuo y la sociedad de unos mínimos materiales que desbordaban la resignación ante la pobreza y que reivindicaba la educación religiosa. El triunfo del consumo y el hedonismo minó en las nuevas generaciones esa idea de vivir en los estándares sociales y económicos que su respectiva nación les imponía. Basta recordar cómo era Colombia en la década de los 70, previa al estallido del narcotráfico, inserta todavía en rituales nacionales que configuraban su identidad, como la Vuelta a Colombia en bicicleta o la televisión exclusivamente nacional y pública.

El derecho al trabajo, y sobre todo a unos mínimos materiales, produce movilidades Sur-Norte cuyo efecto y consecuencias apenas hoy emergen en la agenda de las discusiones internacionales. En el caso colombiano, el emigrante que ha padecido la experiencia de perder su noción de centro construida desde el Estado-Nación, arrojado a la experiencia de la inasistencia gubernamental, perseguido por fuerzas oscuras, víctima de los programas de reestructuración, ese individuo pasa a ocupar un puesto en la migración, perdiendo temporalmente lo afectivo pero igualmente ampliándose en lo territorial. En este paso de una condición a otra, encuentra que es desde el trabajo y los beneficios en el primer mundo -incluyendo el reconocimiento económico que obtiene por su labor en los servicios generales, incomparable con lo obtenido en su país de origen- como podrá recobrar su dignidad perdida, su espacio vital abandonado, la identidad nacional de la que se encuentra alejado.

El nómada tecnológico

Por fuera de su Estado-Nación, separado en ocasiones de su lengua materna, se encuentra un nuevo tipo de nómada, armado de las más modernas tecnologías comunicacionales para establecer lazos o formas permanentes de comunicación con su tribu de origen. Las cabinas, conocidas en España como locutorios, cubren las urgencias de esos nómadas emigrantes, tanto como los celulares que necesitan en la soledad de un mundo ajeno para establecer lazos afectivos a distancia y saberse importantes en algún lugar de la Tierra. Pero asimismo naves y rutas se vuelven verdaderos referentes, símbolos que patentizan estos movimientos: las pequeñas embarcaciones o ‘huecos’, cavidades que rompen la homogeneidad convencional de las fronteras. Nomadismo por escasez de recursos o por guerras, he allí las dos formas de movimiento en el mundo antiguo y en el mundo moderno.

El nómada laboral y sus efectos

Con su accionar, los nómadas quiebran las dimensiones y los órdenes de la cultura de los sitios adonde llegan. El uso de los espacios resulta otro y los nuevos nómadas reviven sitios olvidados por los lugareños, convirtiéndolos en nodos de encuentro. Para Michel Maffesoli [4], la forma del nomadismo continúa en nuestra «modernidad tardía», mientras Negri habla de mestizaje. Ambas son nuevas maneras de resistencia global a los dominios del capital imperial. El movimiento nómada de la multitud por el mundo termina por romper los purismos religiosos, étnicos o nacionales.

Desde esos purismos se erigen a lo largo de la historia diversas maneras de control social sobre los individuos. En el caso de los emigrantes, son ellos el ejército en reserva del capital internacional; asumen aquello que los hijos de la sociedad del bienestar no quieren realizar; trabajan por un valor distinto del que tienen establecido los nacionales. Con su sed de trabajo, los nómadas emigrantes aparecen dispuestos a sacar provecho del excedente de oportunidades que el Primer Mundo pueda tener. Vuelven las calles del Norte en territorios culturales del Sur, introduciendo sus tiendas, sus actividades, sus acentos. En este avance se reproducen en el nuevo cosmos que habitan, y sus hijos nacen con los derechos de los nacionales, rompiendo así la memoria que con el pasado tienen sus progenitores y transformando a la vez las condiciones de esa cultura a la que acceden.


Este artículo ha sido publicado en el nº 39 de Le monde diplomatique, Edición Colombia.

[1] Negri, Toni. El exilio. Barcelona: El Viejo Topo, 1998.

[2] Las imágenes cinematográficas reflejan una multitud que llega a los principales puertos de la América del Sur y del Norte en las primeras décadas del siglo XX. Esa multitud de habla italiana, inglesa, francesa, polaca, alemana, se incorpora a las opciones productivas que el capital propuso en ese momento.

[3] Attali, Jacques. Milenio. Barcelona: Seix Barral, 1991.

[4] Meffesoli, Michel. El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos. México: FCE, 2004.