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La voz eterna

Fuentes: CTXT

El último documental sobre Camarón de la Isla arroja luz sobre algunos aspectos confusos de la vida del cantaor, lo que fortalece su dimensión humana

Los 94 minutos del metraje de Camarón, flamenco y revolución consiguen con creces reflejar las trazas esenciales de la personalidad artística y humana del cantaor de San Fernando. Desde la veracidad y la inevitable subjetividad, su director -Alexis Morante- se ha guiado por la admiración y el cariño hacia la figura de Camarón de la Isla, un artista que convirtió la emoción en arte. Tomar partido por lo indiscutible, lejos de devaluar la propuesta, contribuye a engrandecer la leyenda de uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

El acierto del documental radica en la sencillez de su planteamiento. Es un biopic lineal sobre la vida y obra de José Monje Cruz que finaliza con su malograda muerte, y del que, salvo algunos archivos de la familia, todo el material audiovisual ya estaba disponible en la red. La evolución de la trayectoria personal y artística de Camarón se va narrando en paralelo a los grandes cambios políticos y sociales del país.

Las imágenes áreas de un caballo blanco trotando aparecen en distintos momentos del documental, y este animal se convierte en una constante narrativa y estética del filme. Esta aparición ecuestre evoca a la portada dibujada por Miquel Barceló del disco Potro de rabia y miel que combina un corcel blanco con un burro. Camarón acudió, con gran tronío, subido en un pollino a la ermita del Rocío cuando ya era un artista venerado: ¿un acto de humildad o un mensaje mordaz a aquellos viajeros de la falsa Andalucía que acudían a la romería presumiendo de genealogía?

La equilibrada y respetuosa propuesta de Morante arroja luz a muchos aspectos confusos de la biografía de Camarón. Del mismo modo que no se sublima, tampoco se oculta nada del complejo periplo vital del cantaor: su prematura orfandad a los 11 años, su debut artístico en la Venta Vargas al año siguiente, su idilio con las drogas y su accidente de tráfico que provocó una muerte y que le supuso una condena de un año en la cárcel por imprudencia temeraria. También se aborda el malentendido amarillista que la prensa buscó al acusar a Paco de Lucía de apropiarse de los derechos de autor de su compañero y hermano, Camarón. Esta transparencia en la exposición de la vida de Camarón consigue fortalecer la dimensión humana del cantaor, a pesar de que muchos seguidores y mitómanos le hayan querido erigir en un dios.

«En los años 50, el flamenco era lo subterráneo, lo popular, lo de las callejuelas, donde algunos cantaban para matarlos y otros lo hacían para morirse». La voz en off del actor Juan Diego se convierte en el hilo conductor del documental. Su garganta ronca y su marcado acento andaluz añaden aún más credibilidad y consistencia a la narración de los hechos. El guion, escrito al alimón entre Alexis Morante y Raúl Santos, consigue transmitir el espíritu sencillo que mana de la rica y compleja cultura popular andaluza y se adapta a la perfección a la declamación de Juan. La filosofía de la sencillez forma parte de Andalucía y de su subconsciente colectivo, y ha encontrado en el flamenco su vehículo más eficaz para expresarla, y en la voz de Camarón su estandarte más locuaz. La memoria, difusa y oculta en muchos aspectos, del pueblo andaluz se mantiene viva gracias a sus artistas flamencos.

Queda patente la vocación de libertad de este gitano que nació rubio y con una piel demasiado blanca para su etnia. Quizás venir al mundo con esta apariencia poco gitana se debió a que estaba destinado a hacer una revolución en el flamenco. Su libertad expresiva le llevó de forma inevitable a la incomprensión: «mi manera de sentir la gente todavía no lo ha entendido, pero yo no le echo cuentas a nadie. Yo voy a mi aire». Por eso, su disco más transcendental, La leyenda del tiempo, fue muy denostado, incluso por los propios gitanos, y en su lanzamiento sólo consiguió vender 5.000 copias.

Sin embargo, todos los gitanos tienen que reconocer a Camarón su crucial contribución al despertar de su orgullo racial. La historia de los gitanos está unida a la incomprensión y al desprecio. En España se tradujo en una continua promulgación de leyes que los maltrató, los encarceló, los asesinó e impidió incluso que hablasen su idioma bajo la amenaza de la amputación de la lengua. Era inevitable que José Monge se convirtiera en un icono para muchos gitanos y en un modelo a seguir. Para la historia del pueblo caló ha dejado el simbólico disco Yo soy gitano, el disco más vendido de Camarón, que supuso un punto de inflexión en su carrera musical. El productor Quincy Jones había apostado por él para convertirlo en una estrella mundial, pero el destino tenía otros planes para él. Murió joven para convertirse en un mito universal y formar parte del olimpo de los genios que murieron de forma prematura en su mejor momento creativo.

Aparece en el documental la desfasada discusión, pero aún vigente en algunos ambientes, de que el flamenco lo inventaron los gitanos, y que por ese motivo sólo son ellos los que de verdad pueden transmitir este arte. Parece que muchos hechos desechan esta falacia: Camarón encontró en un payo, Paco de Lucía, el aliado ideal para llevar el flamenco a la estratosfera, y utilizó canciones de su buen amigo Enrique Morente. En realidad, el flamenco evolucionó y creció por la interacción, compadreo y los matrimonios entre payos y gitanos surgidos en los patios de San Fernando, en las corrales de Triana y en otros territorios de convivencia que siempre han existido en Andalucía.

El flamenco desde hace mucho tiempo es un lenguaje universal que no entiende ni de orígenes, ni de clanes, ni de razas. Su magia surge cuando consigue transmitir emociones y ejecutar lo irrepetible. Cualquier ser humano de este planeta está capacitado para ejercer el flamenco si en su arte hay verdad. Se puede ser muy gitano o con mucho pedigrí flamenco, pero, si se alberga un alma oscura, la expresión flamenca se apagará sin remedio porque será incapaz de conquistar el espíritu de sus semejantes.

La revolución que hizo Camarón con el flamenco le llevó al reconocimiento mundial. Amaba y conocía profundamente un arte que estaba investigando de manera permanente. Cuando decidió dar el salto creativo sufrió una inevitable incomprensión porque estaba empujando el flamenco hacia delante. Lo explica el Lebrijano en el documental: «Si queremos salvar el flamenco, si queremos llevar el flamenco a una masa grande, busquemos una nueva forma. Porque lo que no se puede hacer es cantar como Manuel Torres siempre por seguiriyas. Eso ya está hecho». Es inevitable establecer una analogía con el momento actual que vive el flamenco. Las propuestas artísticas de El Niño de Elche, Rosalía, Rocío Márquez y Soleá Morente, entre otras muchas, sufren los reveses de aquellos que no quieren perder los privilegios que conllevan controlar el contubernio del flamenco y de aquellos artistas que sienten que les han arrebatado el cetro de la innovación.

Fuente: http://ctxt.es/es/20180815/Culturas/21196/Camaron-Flamenco-documental-Manuel-Monta%C3%B1o.htm