Venezuela pasó a ser, junto con Argentina, la locomotora del desarrollo latinoamericano en este año de 2007 que culmina, cerrando con un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 8,5 por ciento, según la CEPAL. Los críticos de Venezuela, que no son muchos pero que disponen de las mejores vitrinas de opinión, le ponen sordina […]
Venezuela pasó a ser, junto con Argentina, la locomotora del desarrollo latinoamericano en este año de 2007 que culmina, cerrando con un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 8,5 por ciento, según la CEPAL.
Los críticos de Venezuela, que no son muchos pero que disponen de las mejores vitrinas de opinión, le ponen sordina al desarrollo venezolano inducidos por visiones ideológicas que alteran sus conductas éticas sobre imparcialidad informativa, y cuando necesariamente tienen que referirse al incremento del PIB, lo relativizan acotando que se debe a los altos precios del petróleo, lo cual no es falso, pero sucede que desde 1928, cuando el petróleo pasó a ser el factor más importante de la economía venezolana, eso es así.
Si los mismos analistas tuvieran la misma tirria contra Chile, por ejemplo, bien pudieran silenciar su, por el contrario aplaudido desarrollo, diciendo que se debe a los altos precios del cobre, lo que analógicamente resultaría igualmente cierto. Pero es que Venezuela está a la izquierda y Chile a la derecha, y a estos analistas les pagan por ensalzar al capitalismo, si mientras más salvaje, mejor; y así resulta muy difícil pedirles imparcialidad, cuando precisamente les están pagando para que no sean.
En Colombia, también por ejemplo, con un PIB inferior al de Venezuela, y por debajo inclusive del resto de países latinoamericanos de su homologación, se dice que el éxito de su gestión económica es lo que mantiene incólume la imagen del presidente Uribe. Lo cual también puede ser cierto.
Aparte de este maniqueísmo informativo, la referencia del crecimiento del PIB ya no es tan contundente como años atrás cuando no se había concienciado que una cosa es el desarrollo económico de los países y otra muy distinta el desarrollo humano o social; en otros términos, una cosa es que se tenga mucha riqueza y otra cosa es que esa riqueza se tenga bien distribuida.
En este sentido avanza también el informe del Banco Mundial sobre Venezuela al revelar que su índice de poder adquisitivo se ubicó en el cuarto lugar de los países latinoamericanos con un valor en dólares de 9.888, muy por encima del promedio mundial que es de 6.100 y superior, inclusive, al promedio latinoamericano que asciende a 9.064. En el campo interior el INE venezolano, que es el equivalente del DANE entre nosotros, reveló que el desempleo bajó a 6,3 por ciento en tanto que las ventas crecieron este año que termina en 18 por ciento.
Ya quisieran los uribistas disponer de estas mismas cifras para alabar al mesías. Lamentablemente para ellos y por nosotros, esto no va a ser posible; primero, porque el PIB colombiano es capturado en muy alta proporción por los cuatro o cinco grupos económicos que dominan el mercado nacional y, segundo, porque el modelo económico que nos rige está hecho precisamente para potenciar y privilegiar la ganancia individual sobre el beneficio general.
No por aguar fiestas, ni más faltaba que también mi propia subjetividad me llevara a desear el mal a mi país tan sólo por estar mal dirigido, pero podría apostarse cien a uno a que la consistencia de los precios altos del petróleo que le da sustento al crecimiento del PIB venezolano, resulta más sustentable que la base del crecimiento económico colombiano muy parecida a la teoría de la naranja exprimida.
Mal hacen los enemigos gratuitos de Chávez en menospreciar a Venezuela como vecino, como país que intenta equiparar su desarrollo económico con su desarrollo social e, inclusive, como régimen político que intenta devolverle al pueblo su soberanía y autoridad para ser, después de Dios, el único dueño de su destino.
A todos estos analistas que por medrar a la sombra del Imperio desconocen hechos tan contundentes que, pese a eventuales sesgos analíticos tienen que ser admitidos por organismos como la CEPAL y el Banco Mundial, bien pudiéramos decirle al paso como El Quijote a Sancho: «Ladran perros, luego cabalgamos».