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Las banales, adictivas y riesgosas «redes sociales»

Fuentes: Socialismo o Barbarie

En el año 2005, el neoyorquino Thomas Montgomery, un hombre casado, de 45 años, quien aparentemente llevaba una vida normal con su esposa y dos hijas adolescentes, decidió que su existencia era muy aburrida y requería un cambio, así que se armó de una nueva personalidad y se inscribió a una red social de videojuegos […]


En el año 2005, el neoyorquino Thomas Montgomery, un hombre casado, de 45 años, quien aparentemente llevaba una vida normal con su esposa y dos hijas adolescentes, decidió que su existencia era muy aburrida y requería un cambio, así que se armó de una nueva personalidad y se inscribió a una red social de videojuegos en línea llamada Pogo.com, con tal de hacerse de nuevos amigos, convirtiéndose en un asiduo adicto a dicho sitio.

Se presentó como un joven soldado de 18 años, un marine, destacado en Irak, cinta negra en karate, con cicatrices en el hombro izquierdo y en la pierna derecha, pelirrojo, 1.85 metros de estatura, 95 kilogramos de peso y un pene de 23 centímetros.

Obviamente tan «ruda y atractiva» personalidad atrajo de inmediato a chicas como Jessica, muy adicta también a Pogo, quien decía tener 17 años y vivir en el estado de Virginia occidental.

Los dos comenzaron a chatear para conocerse mejor. Tras un breve, amistoso periodo que luego se convirtió en romance, en el cual ambos supuestamente se amaron como nunca antes habían amado y estaban dispuestos a casarse, un inesperado final llegó, cuando un amigo de Montgomery, Brian Barret, que participaba en los «chats» que sostenían aquellos, le confesó a Jessica quién era realmente el supuesto joven mariner: un tipo cuarentón, calvo y pasado de peso.

La chica se desilusionó por la inesperada revelación, pero además ella y Barret, además de burlarse de Montgomery, iniciaron también un noviazgo virtual. Montgomery quedó tan frustrado y al mismo tiempo tan enojado con Barret, por haberle dicho la verdad a su amada Jessica y habérsela «bajado», que un buen día acudió a su domicilió y lo mató de tres tiros cuando aquél se disponía a abordar su vehículo para ir a su trabajo.

Y fue cuando Jessica, dándose cuenta de las graves y fatales consecuencias que su falta de tacto y precipitado actuar habían provocado en la conducta de Montgomery, decidió quitarse la careta y mostrarse como quien realmente era: Mary, de 45 años, madre de dos chicas, una de las cuales se llamaba Jessica, y cuya personalidad su madre, Mary, había suplantado.

Casos de tan funestas consecuencias como el narrado aunque no son todavía tan comunes, permiten apreciar no sólo lo superficiales y adictivas, sino lo riesgoso que las así llamadas redes sociales pueden llegar a ser.

Y podríamos definirlas simplemente como las relaciones que se establecen entre personas a través del Internet, mediante una computadora, como si no bastara que de por sí la comunicación directa entre dos o más personas se ha hecho menos frecuente con el tiempo, a pesar de que supuestamente vivimos en un mundo cada vez más comunicado.

Muy convenientemente el sistema capitalista salvaje ha logrado que las relaciones entre las personas sean a través de celulares, de laptops, de computadoras, de ipad’s… ya ni siquiera el teléfono tradicional, por el que se escucha la voz de la otra persona, está empleándose, y en el caso de los celulares, son preferidos los mensajes de texto a una conversación, por muy corta que ésta pueda ser (además, esto ha alentado la alta demanda de todos los gadgets requeridos para relacionarse a través de las redes, con lo que el capitalismo ha creado un nuevo nicho consumista).

De esta forma, la cohesión social tan esencial para los necesarios cambios requeridos con tal de lograr una transformación, por ejemplo, del sistema económico, hacia uno más justo, se ha disipado y dichas redes han convertido las relaciones sociales en una suerte de gigantesca vecindad o barrio virtual en donde nada trascendente sucede, excepto por los comentarios banales, los chismes, la superficial cotidianeidad que los participantes comparten a diario… nada que pueda poner en peligro al sistema.

Son contadas las excepciones en donde algunas redes sociales, como Facebook, a la que me referiré más adelante, han logrado convertirse en instrumentos de lucha social para convocar manifestaciones o protestas antigubernamentales, como en Egipto, en donde el joven activista Ahmad Maher creó en aquélla red la página «Movimiento 6 de abril», para exigir la liberación de otro activista, el bloguero Abdel Kareem Nabil Suleiman Amer, duros críticos ambos del cerrado, autoritario gobierno egipcio.

También en China, gracias a redes de blogueros que divulgan algunas noticias censuradas por las autoridades, como el joven Wozy Yin, se ha podido romper algo del férreo control del gobierno contra la libertad de expresión. Incluso aquí en México, de repente un movimiento organizado desde las redes sociales, pretende imponer cierta fuerza, pero considero que son movimientos relativamente temporales y efímeros, ya que la verdadera fuerza de las movilizaciones no se puede dar por un «facebookaso» o un «twiiteraso» y que sólo sean virtuales, sino a través del real conocimiento de causa de los problemas en cuestión, lo cual se da sólo contando con un bagaje cultural y con un verdadero compromiso de clase y que las protestas se materialicen en el mundo real (por ejemplo, puede decirse que el Movimiento Zapatista es una red social verdadera, que tiene su fuerza porque las relaciones entre sus integrantes se dieron de frente, no virtualmente, y por ello ha perdurado).

Y es que otro problema es que el Internet, la Web, que en un inicio pretendía ser un instrumento de relaciones sociales y comunicacionales verdaderamente alternativo, cada vez se torna más en un conglomerado que tiende a ser controlado por un puñado de empresas que están monopolizando e, incluso, restringiendo su empleo (Google, Youtube, Facebook, Twitter, Microsoft, Yahoo…).

Esto porque, por un lado, el sistema político en el que se apoya el capitalismo salvaje no permitirá que la red se convierta en un instrumento de lucha y de reivindicación social que logre en cierto momento un cambio de las estructuras económicas en el que éste, el capitalismo, se sustenta. Por otro, porque a fin de cuentas, el Internet se ha ido adecuando a una función primordial de todo avance tecnológico que se precie de serlo, que es la de servir también de promotor del ciclo económico de producción, circulación y venta de mercancías, o sea, del fundamento retroalimentador del capitalismo salvaje: el consumismo. Sitios que inicialmente promulgaban la gratuidad de sus servicios, actualmente están buscando la forma de hacerlos lucrativos.

Por ejemplo, Youtube, la red de videos de todo tipo que prácticamente ha monopolizado la red, por la cual Google pagó poco más de 1700 millones de dólares, últimamente ha diseñado estrategias para obtener un ingreso, el cual, modesto por lo pronto, pretende ir creciendo, con tal de que ese sitio deje de ser una sangría económica, como por muchos meses lo fue para su empresa propietaria. Lo mismo sucede con las redes Twitter y Facebook, que están diseñando nuevas estrategias y presentaciones de sus respectivos productos para que la cacareada gratuidad ya no lo sea completamente y se generen mayores ingresos.

No sólo se pretendió que el Internet sería digamos que revolucionario, sino que por el inicial entusiasmo que despertó esa singular aportación tecnológica (relacionarse a través de computadoras, lo que confirma la tendencia fetichizadora de la sociedad de consumo, o sea, de relacionarnos a través de objetos y no de nosotros mismos), incluso innovaría la forma en que el ser humano adquiere conocimientos.

Pero tampoco esa visionaria esperanza se ha cumplido, puesto que recientes investigaciones, como la del profesor Gary Small, de la universidad de California, y otros investigadores, como psicólogos, neurobiólogos y educadores, han llegado a la misma conclusión: cuando una persona busca información en la red, su lectura es de hojeada (los títulos, por ejemplo, de artículos o de blogs), su razonamiento es distraído y apresurado y su aprendizaje es superficial.

En efecto se ha registrado una mayor actividad cerebral cuando alguien está buscando información en el Internet, pero eso se debe a que se ofrece una saturación de dicha información (hay que ver, por ejemplo, que cuando se busca un tópico en particular, como un dato histórico, en un buscador como Google, se ofrecen a veces millones de resultados de sitios o páginas que pueden contener algo al respecto de lo buscado, imposibles, ni siquiera, de ser revisadas de una ojeada). Por si fuera poco eso, tantos distractores, como la publicidad, o que se puede, por ejemplo, cambiar de tarea con un cliqueo del mouse, reduce también la capacidad cognitiva del cerebro, lo que hace aún menos firme lo que se «aprenda» a través de la red.

Pero regresando a las redes sociales, en un principio pretendían ser una especie de selectos clubes privados (exigían varios requisitos para acoger a los solicitantes de membresías), pero han tenido tan buena aceptación entre los internautas desde su origen, que cada vez se amplían más, así como la facilidad para ser miembro (Facebook es viral y sólo es necesario aceptar una invitación que nos haga uno de nuestros contactos en el correo, que ya sea parte de dicha red, para que seamos miembros, llenando mínimos datos).

Además hay niveles, desde las que son una suerte de vecindad virtual, en donde las relaciones se van multiplicando, como el Facebook, el Hi-Fi (ésta, ya en franca decadencia), el Twitter… que ofrecen sus servicios digamos que gratuitamente, hasta aquéllas más específicas que sirven, por ejemplo, para hacerse de parejas sentimentales (algunas gratuitas, otras pagadas), y que permiten al usuario realizar desde simples, iniciales flirteos, hasta las que de plano son una abierta invitación a encuentros de sexo virtual entre sus miembros, el llamado «sex on line», que también están teniendo un gran auge, quizá porque muchos de los usuarios pueden actuar en el anonimato, sobre todo mujeres (aunque esto de relacionarse por Internet ha resultado poco exitoso, ya que en promedio sólo el 17% de los encuentros realmente funcionan, así que quienes ganan son las redes, quienes cobran por «relacionar» a los desesperados y desesperadas en busca del amor de su vida). También hay redes promovidas por algunas empresas que de esa forma logran gratuitamente convocar a gente que les auxilie para diseñar, mejorar o lanzar al mercado un nuevo producto.

Tal es el caso, por ejemplo, de la empresa Lego Company, la creadora de los bloques plásticos con los que se pueden formar infinidad de figuras y objetos. Tiene un sitio llamado Lego Serious Play, mediante el cual promueve que los usuarios participen jugando con modelos tridimensionales de sus bloques, con tal de que creen nuevas formas, innoven ensamblajes, proporcionen ideas… redundando todo en que la empresa se provea gratuitamente de una vasta cantidad de creatividad colectiva sobre la que tiene plenos derechos. También existen redes como Wikipedia, que es una especie de enciclopedia virtual, formada por las desinteresadas participaciones de sus miembros, que también es gratuita (hay que decir que la gratuidad, generalmente, es sinónimo de cierta seriedad, pues los sitios que cobran por sus servicios, se ponen en entredicho).

Sin embargo, aunque algunas de las redes sociales, como Facebook, Twitter o Youtube, actúan supuestamente para fomentar más la socialización, en realidad están creando una nueva clase de personas, sobre todo de jóvenes, que sólo son capaces de relacionarse así, y no en persona, «face to face», ya que cuando se enfrentan, digamos que en vivo con la persona a la que acaban de conocer, toda la versatilidad y la seguridad que presumen en la red, la pierden y ha habido casos en que «amigos en línea», se han encontrado frente a frente y han tenido que recurrir a sus celulares para establecer una «comunicación», así que en lugar de fomentar una verdadera relación, muchas de las prácticas en la redes la están destruyendo y con ello contribuyen no a cohesionar a la sociedad, sino, muy convenientemente para el sistema político que sustenta al capitalismo salvaje, a dividirla, individualizarla, que no constituya un potencial peligro para la estabilidad social.

Así pues, al contar ya con millones de usuarios dichas redes, crecen igualmente los potenciales usos que tanto las empresas que las crearon, como aquéllas de muy variados giros que siguen su evolución, les pueden dar, pues son una excelente fuente de muy valiosos datos, como veremos. Por un lado, para las empresas que proporcionan esos servicios, pues cuentan con vastos archivos de la información supuestamente «confidencial» exigida a las personas que solicitan membresía a sus sitios, a la que pueden emplear como mejor les convenga, por ejemplo, clasificándola para crear perfiles de los usuarios con los cuales se pueden determinar sus gustos y aficiones específicos (es lo que está haciendo Facebook).

Así, pueden vender esa información ya procesada a otras empresas las cuales estarán en posibilidades de bombardear a los usuarios de dichas redes con publicidad customizada (anglicismo empleado para referirse al tipo de publicidad específicamente dirigido a cierto sector social), mediante los anuncios que se cliquean, la cual se supone que es más efectiva a la hora de convencer a una persona para que compre algo ( ya comenté que como todo buen negocio, las operadoras de las redes deben de tratar de obtener una ganancia por la prestación de sus servicios, que aparentan ser gratuitos, pero indirectamente deben de costar algo al usuario, así que manejando y vendiendo dichas operadoras a su antojo la información de sus millones de afiliados, están obteniendo ya buena parte de sus ingresos, como más adelante veremos).

Por otro lado porque valiéndose de esos datos, dichas empresas, las que operan las redes, conocen otro tipo de información confidencial a través de la cual pueden saber, digamos, el comportamiento social y pueden indagar, por ejemplo, cuáles son sus tendencias o qué tan estable o inestable es la sociedad en determinado momento. Y es que el banco de los datos personales de los millones de miembros de una red, se ha convertido en una especie de archivo estadístico que no parte de una simple, pequeña muestra, sino que tiende a abarcar un universo casi comparable a la población entera (sin exagerar, estamos ante verdaderos laboratorios sociales y no se necesita de experimentación, pues son los propios usuarios de las redes los que proporcionan los experimentos con la cotidianeidad que suben a sus respectivas páginas.

Es tan variada la clase de personas que emplean las redes sociales que me he hallado Facebook’s de los piratas somalíes, en donde explican el por qué se dedican a secuestrar barcos y a cobrar recompensas). Incluso ya existen otras empresas que están partiendo de dichos bancos de datos para crear redes sociales que, por ejemplo, permitan hacer «recomendaciones» sobre películas, libros… lo que sea. Uno de ellos, Hunch, cínicamente señala su promotora, la señora Caterina Fake que «el objetivo de Hunch es mapear a toda aquella persona que use Internet en relación a cualquier objeto que exista en la red, sea éste un producto, un servicio u otra persona». Claramente esta declaración señala que en supuestas aras de crear algoritmos computacionales que personalicen la información disponible para hacer, como en el caso de Hunch, «recomendaciones», la gente tendrá que confesarse si desean pertenecer al club, pero además es frecuentemente cuestionada sobre infinidad de tópicos, con tal de que, dice la señora Fake, su algoritmo computacional logre clasificar y definir perfectamente, tanto los gustos, como la personalidad de cada usuario. Y pudiéramos pensar, concediendo de buena fe, que la información recabada no iría más allá de ser usada para hacer recomendaciones, pero si es sustraída por hackers mal intencionados, entonces allí se acaban los buenos usos de los bancos de datos para ser empleados en perjuicio de quienes los proporcionaron de buena gana. Aquí en México, por ejemplo, hace unos meses se hizo obligatorio un programa para registrar los teléfonos móviles (celulares), el RENAUT, con tal de, dijeron las autoridades, evitar extorsiones y el empleo de redes criminales de tales aparatos.

Sin embargo, todo resultó en un completo fracaso, dado que varios de esos registros se hicieron con nombres falsos, pero además, lo más grave, fue que al poco tiempo de que se había medio completado ese fallido registro, la información ¡ya estaba a la venta en el Internet! (antes de ese bochornoso hecho, se divulgó que la información de todo el padrón electoral de los mexicanos ¡ya se vendía también por Internet!).

Como dije, tanta información está también tendiendo a fomentar lo que ya se define como cybercrimen, gracias a que esos datos son aprovechados por redes criminales que de esa forma conocen mucha información social e íntima de los usuarios y se valen de ellos para esquilmarlos o incluso cuando se trata de sitios pagados, que se clonen los datos de las tarjetas de crédito usadas para liquidar los servicios extras que se proporcionan o que se suplanten personalidades, el llamado phishing. Por ejemplo, se estima que en Estados Unidos, en el año 2003, los fraudes por clonación de tarjetas y suplantación de identidad, ascendieron a poco más de $52,000 millones de dólares, afectando a 9.1 millones de estadounidenses, muchos de los cuales se quedaron sin un centavo en el banco o adquirieron astronómicas deudas por sus tarjetas clonadas, así que como puede verse es un excelente negocio y va en aumento, debido, sobre todo, a esos sitios pagados, muchos de los cuales son fraudulentos, una mera forma de obtener los datos de sus «clientes». En el caso de otros, se debe a que cuentan con pobres sistemas de seguridad que dejan muy vulnerables los datos de los usuarios (los sitios pornográficos son muy dados a ser simples trampas para tontos, por ejemplo).

Además, es a través de redes como el Facebook, que muchos traficantes humanos están obteniendo sus víctimas, pues los usuarios, sobre todo adolescentes, exponen en sus páginas todo tipo de información, sobre todo sus fotos de todo, de sus personas, amigos, su casa, su habitación, el nuevo auto de sus «papis»… ellos mismos vulneran sus intimidad y ya son varios los casos en todo el mundo de acoso por parte de «desconocidos» que han venido a saber todo sobre sus víctimas a partir de su Facebook. Y a través de Youtube, grupos criminales difunden videos de sus víctimas, siendo torturadas y hasta asesinadas (se han mostrado degüelles o hasta decapitaciones), lo cual produce el efecto extra de desensibilizar aún más a una sociedad de por sí muy indiferente a tanta violencia cotidiana que se está viviendo… o igualmente a aterrorizarla, muy conveniente también para el sistema político, pues también el terror se ha convertido en una muy conveniente forma de control (ver mi trabajo «La muy oportuna ‘descomposición’ del Estado mexicano, pretexto para militarizar y recrudecer la represión gubernamental», en este mismo blog, en donde abundo sobre este particular tema).

Así pues, tan controvertidas están resultando las redes, que una de ellas en particular, la ya mencionada Facebook, incluso se ganó que la compañía Sony Pictures le haya hecho una película, «La red» (The social network), basada en muy igualmente controvertidos aspectos de la vida de su fundador, Mark Zuckerberg, el joven antisocial (irónicamente, Zuckerberg padece el síndrome de Asperger, una muy suave y poco notoria forma de autismo que vuelve antisociales a quienes la padecen) quien a través de engaños, estafas y mala fe, logró hacer a un lado a los otros iniciales fundadores de la empresa, con tal de apoderarse casi de la totalidad de los derechos intelectuales de Facebook, así como, por supuesto, de las ganancias que el muy buen negocio le está dejando con sus más de 500 millones de usuarios por todo el mundo, a la que se incorporan cientos diariamente. Las revelaciones fueron hechas al escritor de best-sellers Ben Mezrich por un tal Eduardo Saverin, antiguo, defraudado socio de Zuckerberg, decepcionado por el malévolo, traicionero comportamiento de éste. Se muestran además los malos manejos que Facebook hace de la información y páginas de sus usuarios.

Aunque Zuckerberg ha desestimado a la cinta, diciendo que todo es falso y con el afán de desacreditarlo, su empresa cínicamente ha aceptado que puede manejar la información de sus miembros a su antojo y ha evadido hábilmente los candados legales y mandatos judiciales que han tratado de que evitar que lo haga.

Pero como suele suceder una vez que Hollywood mete las manos en escándalos así, muy probablemente la cinta aumente exponencialmente la fama de Facebook y en general de la redes y contribuya aún más a la socialización virtual de un mundo cada vez más aislado en términos de reales y corporales relaciones interpersonales.

 

Contacto: [email protected]

 

Fuente: http://www.socialismo-o-barbarie.org/calamidades_capitalistas/101108_banalesyadictivas_redessociales.htm