Más que nada el objetivo es sembrar miedo. Exitoso, horrendo y añoso juego burgués del miedo. Se trata de espantarnos poniendo ante nuestros ojos la imagen de nosotros mismos. Nos hacen mirar la calle, lo que pasa en las calles, en el «afuera» donde (dicen) habitan las peores amenazas, donde anda el pueblo. La «cámara […]
Más que nada el objetivo es sembrar miedo. Exitoso, horrendo y añoso juego burgués del miedo. Se trata de espantarnos poniendo ante nuestros ojos la imagen de nosotros mismos. Nos hacen mirar la calle, lo que pasa en las calles, en el «afuera» donde (dicen) habitan las peores amenazas, donde anda el pueblo. La «cámara de seguridad» impuso una frontera ideológica entre el bullicio de la plebe amenazante y la sacrosanta tranquilidad de la propiedad privada. Negocio redondo, es el desparpajo de cierto voyerismo o espionaje, generalizado para tranquilidad del stablishment. Tecnología visibilizadora para hacer invisible la mayor fuente de inseguridad que es el propio capitalismo. «Sonría lo estamos vigilando»… ¡lo que hay que ver!
La maldad no está en las cámaras sino en aquellos que las usan para profundizar y esparcir el miedo y convertirlo en el gran negocio que, con las «cámaras de seguridad», inaugura un género nuevo del terror, del horror y de la «crispación» mediática. Transmiten esa película de «corte clásico» que es la realidad misma cuando es llevada a las pantallas como territorio de violencia y anarquía perfecta que espanta al «buen burgués» y lo anima a financiar grupos de vigilancia, grupos de choque, más policías, más rejas, más «seguridad» y más fascismo redentor. Las paradojas son brutales: hay más «cámaras de seguridad» apuntando contra los trabajadores que contra sus explotadores.
En las «cámaras de seguridad» también se hace visible un relato delincuencial de clase que exagera perversamente el nivel de las amenazas para hacer sentir indefenso al ciudadano que ahora debe vérselas con entidades cuya maldad, cinematográfica, ha escapado de los cines y se ha instalado en los paisajes apocalípticos que recrean en sus «cámaras de seguridad». Visibilizan las atmósferas y las estéticas del mundo proletario que siempre es amenazante en el imaginario burgués. Las cámaras se consiguen a crédito para un «Realty show» a la vista… y las hay «infrarrojas» para no perderse un segundo de miedo, ni por las noches. Vigilando a las «hordas».
Encima de eso, ahora los relatos de terror noticioso, apoyados en «cámaras de seguridad», se vuelven negocios enormes, incluido el de vender las propias cámaras. El demonio de la «inseguridad» lleva el drama de vivir tranquilo a un nivel de complejidad audiovisual hipertrofiada con palabrería estridentista de noticieros. Hay ribetes apocalípticos, donde se reproduce aquel juego burgués, diseñado para mantener asustados a los pueblos, mientras el sistema le mete la mano en los bolsillos, a las riquezas naturales y a las conciencias. Es el paraíso del fetichismo audiovisual donde todo es susceptible de convertirse en amenaza. Inoculaciones nazi-fascistas. Todo es susceptible de horrorizarse, incluyendo a quien mira obsesivamente las imágenes de las «cámaras», antes de salir de compras a la esquina del barrio. ¿Es la era de la camarización del Estado?
Se promueven las «cámaras de seguridad» como herramientas de una operación servil a supersticiones y leyendas urbanas, plagadas con temores y pesadillas inoculados por la ideología burguesa para su beneficio y tranquilidad. Las «cámaras de vigilancia» son como novelas de terror, cuento de miedo, ampliamente desarrolladas por el recurso del claroscuro, a los contrastes de colores y los tonos penumbrosos, efectos expresionistas para convertir ese «afuera», esa «realidad» en extensión, densa y sugerente, ideada para un «público» horrorizado en su butaca de la historia donde experimenta, gracias a su «cámara de seguridad» descargas de adrenalina, dilatación de pupilas, aceleramiento cardíaco y respiratorio, sudor frío… una vida intensa para justificar la defensa de las mercancías acumuladas. Como lo manda el capitalismo. Nada es como se ve.
El discreto encanto del sensacionalismo, que alientan las «cámaras de seguridad», se acrecienta con la emoción callada de estar a salvo y poner a salvo la «propiedad privada» con el sólo poder de mirar (policialmente) y esto explica que la gran competencia comercial en esta industria haya generado una escalada indiscriminada de contenidos truculentos a lo largo de los años. Fetichismos de la mirada. La «realidad» inyectada con alharacas amenazantes, justifica el gasto y el mantenimiento de las «Cámaras de Seguridad» y el mantenimiento de los fantasmas como un género codificado por la industria fabricante de cámaras regido por sus reglas mercantiles y por la ideología de la clase dominante. La relación entre mirar y temer.
El «miedo a los delincuentes», que son sinónimo de «pobres» en no pocas cabezas, escenificado por la «Cámara de Seguridad» y los noticieros de la oligarquía, constituye un «Cartel del Terror» donde se inventa una monstruosidad que sólo se conjura con la Cámara convertida, a su vez, en fetiche. Entonces el burgués asustado se convierte en fascista y financia a todo aquello que le cuide los «bienes». Es un escándalo que eso no nos escandalice suficientemente. Insistamos, la fuente de inseguridad más monstruosa… es el Capitalismo.
Como recurso para la propaganda política burguesa, basada en «vendernos» su miedo rentable, las «Cámaras de Seguridad» son un negocio millonario que se invisibiliza con dispositivos para hacer visible la idea del «crimen» que más conviene al discurso del «poder». Se vuelto moneda corriente usar todos los estereotipos basados en supuestos «hechos reales». Las «Cámaras de Seguridad», con su hipotética neutralidad u objetividad, son como películas armadas con un montaje escalofriante, y como fuentes documentales que avalan, en tono de investigación judicial, la tragedia consustancial de la sociedad que consiste en tener que soportar a todos esos «pobres» amenazantes, maleducados, irrespetuosos y criminales. En suma se trata de convertiré en espectáculo electoral, el espectro de la criminalidad, como expresión de la lucha de clases, para que, del miedo burgués, salga las logística y el dinero que traigan «paz burguesa» al sacrosanto estado, familia y propiedad oligarcas. En pantalla. Las cámaras de seguridad, en manos de la burguesía, se han convertido en una especie se «Ángel de la Guarda», abiertamente racista y belicista, con alas de «Tea Party».
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