Sería un despilfarro limitar la geometría del poder al plano netamente espacial, territorial. Dicha noción debería conjugarse a todos lo ámbitos de la realidad a través de la noción de poder. De hecho, ¿quién puede negar que existen centros o capitales simbólicas de la política, la economía, la cultura, el deporte, la educación? Según el […]
Sería un despilfarro limitar la geometría del poder al plano netamente espacial, territorial. Dicha noción debería conjugarse a todos lo ámbitos de la realidad a través de la noción de poder. De hecho, ¿quién puede negar que existen centros o capitales simbólicas de la política, la economía, la cultura, el deporte, la educación?
Según el modelo que hemos heredado la centralidad de la cultura se encuentra – y no sólo geográficamente -, por ejemplo en La Scala di Milano; la centralidad del conocimiento científico en el MIT; del deporte en el circuito Formula 1 de Mónaco; de la economía en Wall Street; de la política en la Casa blanca, etc.
Pero donde existen capitales o centralidades, obligatoriamente existen suburbios. Es por ello que en tiempos de revolución cabe preguntarnos ¿quiénes ocupan las capitales del poder en nuestro país? No hay dudas que la respuesta a esta pregunta nos dará luces sobre la topología del poder en Venezuela.
Pero dicha respuesta no basta. La cuestión sería entonces de profundizar sobre dónde no está el poder, es decir, pensar sobre los suburbios del poder: aquellos territorios excluidos de las posibilidades que ofrece la centralidad del poder.
Y es que no hay que complicarse: el territorio del poder es bien claro. Analizarlo, radiografiarlo, situarlo, nos daría en un tiempo relativamente breve, elementos para descifrar desencarnadamente dónde se encuentran las capitales del poder. Capitales que – y es ésta la premisa de toda revolución – deben ser tomadas, conquistadas, habitadas por aquellos que hoy día se encuentran en los suburbios del poder
Pero, hay que aclararlo, no se trata de tomar el poder por tomarlo, ya que quienes lo tomen en estas circunstancias, no tardarán en reproducir el modelo existente.
La cuestión radica entonces en cómo concebir una nueva organización del topos o lugar del poder; cómo desdibujar y dibujar la nueva geometría del poder.
Las visiones y alternativas que hoy día se disputan la solución para mapear el poder son, ambas, conservadoras. Tanto la concepción federalista como la centralista caen en el mismo error: ambas parten de una concepción de la geometría del poder entendida como división. Este modelo corresponde a la ya superada visión político-territorial del poder, según la cual se parcela la realidad en pequeños retazos que se traducen en fortines de micro-poder. El poder, desde este punto de vista, se concibe como una torta que hay que dividir, en el mejor de los casos, en partes iguales. Es éste el caso de esa gigante torta llamada Venezuela.
Se hace entonces necesario plantear una nueva topología del poder que no sea mera reproductora de suburbios excluidos, en pro de centralidades conservadas en el tiempo.
Para realizar esta empresa hay que traer a colación una de las más complejas definiciones geométricas con la que cuenta la historia del pensamiento. Se trata de la definición que Pascal ofreció de dios. Para este filósofo dios es un círculo cuyo centro está en todas partes.
El poder, o más bien el lugar del poder, según este paradigma, sería un lugar en todos los lugares. Ello difiere de la centralidad que otorga el poder a una capital situada en el centro, pero también del federalismo que coloca pequeñas capitales por doquier. Si concebimos el poder partiendo de la perspectiva teológica de Pascal nos encontraríamos entonces con una topología del poder transversal, compleja, transcompleja. Hablaríamos de un poder que acabaría radicalmente con la desigualdad instituida por la división existente entre el centro y los suburbios.
Pero hay que colocar un elemento más al cuadro para hacerlo comprensible y definir sus actores y protagonistas. Para ello valga una anécdota. Una vez Luís XVI asistió a una gran cena en su nombre. El anfitrión llevándolo hasta la despampanante mesa que se encontraba en el centro del lujoso palacio, le dijo: «su Majestad, he aquí su lugar, al centro de la fiesta». El rey le contestó: «el centro es donde yo me siente», y se sentó en los suburbios del salón, convirtiéndolo automáticamente en el centro. Es indudable que el poder no es más que un topos o lugar.
En el espacio-tiempo venezolano, no se puede pensar en una geometría del poder, sin sustituir la figura de Luís XVI por el pueblo organizado. Y ello no sólo por razones de índole política: es cierto que no hay nada más fácil que descabezar el poder en manos de una cabeza (capital -caput en latín); pero también lo es, que no hay nada más difícil que neutralizar un poder estructurado en comunidades organizadas cuyo centro está en todas partes.
*Investigador del Instituto de Estudios Avanzados-IDEA