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Las clases sociales en España

Fuentes: ffulla.blogspot.com

El capitalismo monopolista introduce numerosas novedades en el mapa de las clases sociales en España. Por un lado, consuma la división de la burguesía en dos fracciones bien definidas e integra en una de ellas a los grandes terratenientes. Por otro, amplía enormemente la clase obrera o proletaria a costa, sobre todo, del campesinado, modifica […]


El capitalismo monopolista introduce numerosas novedades en el mapa de las clases sociales en España. Por un lado, consuma la división de la burguesía en dos fracciones bien definidas e integra en una de ellas a los grandes terratenientes. Por otro, amplía enormemente la clase obrera o proletaria a costa, sobre todo, del campesinado, modifica la composición interna de la pequeña burgue­sía, del proletariado y del semiproletariado, y cambia también la relación de las distintas clases con varios grupos sociales. La distribución y los rasgos básicos de las clases y grupos sociales son los siguientes :

La burguesía monopolista

O sea, la élite de la burguesía y de los terratenientes y sus gestores y agentes directos en la economía, la política y la cultura, que detenta los mayores recursos del país. Aunque el número de sus componentes es muy reducido, es capaz de marcar con su sello tanto la economía como las instituciones centrales del Estado, sus leyes y su política fundamentales, la cultura y la llamada opinión pública. Unas veces, como bajo el franquismo, este sello es de hierro candente, otras, como ahora, es mucho más suave, aunque no menos real. Esta gran burguesía tiene aquí varios componentes, según que sus intereses estén más ligados a la banca, a la propiedad de la tierra, a la industria o al comercio, según su vinculación a unos o a otros grupos extranjeros, y según provengan o no de los políticos y militares vencedores en la guerra civil y del sector público franquista. En cualquier caso, no presenta diferencias internas por origen nacional y el chovinismo castellano-español es un rasgo ideológico común a sus distintos componentes, ya que la opresión de las nacionalidades no castellanas y una férrea centralización del Estado han sido requisitos necesarios para imponer su dominio. El Partido Popular es actualmente su partido más representativo, si bien la defensa de sus intereses fundamentales recae en una mayoría de altos funcionarios civiles y militares, en jerarquías de la Iglesia católica, en la Asociación de la banca, la dirección de la CEOE y la de varias asociaciones profesionales, culturales, deportivas y medios de comunicación.

En los últimos cien años ninguna causa reaccionaria ha prospe­rado en España sin contar con el apoyo de la vieja oligarquía o de esta burguesía monopolista que es su heredera directa. Así, la mayoría de esta clase no dudó en recurrir a la guerra civil y a una represión implacable para consolidar su dominio, si bien una parte de ella aprendió más recientemente a manejar la situación con medios menos brutales, a distinguir entre sus intereses fundamentales y los secundarios, y a hacer concesiones cuando el momento lo impone. Esta diferenciación de tendencias políticas, en su seno va ligada a varios factores. Uno de ellos fue la agudización de la lucha de clases al final del franquismo. Otro factor no menos importante es el internacional, y para entender cómo actúa hay que fijarse en la endeble situación de la burguesía española en la política y economía mundiales. A esto se debe su petición de apoyo a la Alemania y la Italia fascistas en un primer momento y su cesión de parcelas de soberanía a los EE.UU. más tarde, a cambio de protección para consolidar su ámbito propio de poder. La supeditación a la potencia imperialista más fuerte en cada período es, pues, una tendencia constante en la gran burguesía española, pero en la medida en que sus intereses no son idénticos a los de sus sucesivos padrinos, la defensa de ellos puede llevar a esta clase o a una parte de ella a adoptar una posición intermedia en los grandes conflictos internacionales. Esto es evidente hoy en día por los vínculos creados con las clases dominantes de otros países europeos. Pero incluso el franquismo, gracias al desinterés de Berlín por extender su dominio directo en España, no llegó a convertirse en un títere de las potencias fascistas y pudo tender puentes hacia los EE.UU., a medida que los ejércitos del Eje iban retrocediendo en el frente soviético.

Si bien los intereses de la burguesía monopolista española son en general incompatibles con los de los trabajadores, es preciso tener escrupulosamente en cuenta y tratar adecuadamente las distin­tas tendencias que se manifiestan dentro de esa clase, porque el predominio de una u otra puede significar, como se ha visto, cambios en la forma de Estado, o sea, represión abierta o bien compromisos más o menos duraderos con las clases dominadas.

La burguesía media

La forman los propietarios y gestores de la gran mayoría de las empresas industriales, comerciales o de otro tipo y de un sector de la banca, y engloba también a los campesinos ricos y acomodados. Está económicamente supeditada a la burguesía monopolista a través del crédito, de las políticas de precios, salarios y fiscal, de los planes de estabilización y reconversión, y a menudo también, a través de su integración en la red productiva o comercial de la gran burguesía. Su sector más fuerte y emprendedor ha procurado escapar de la estrechez del mercado español, asociarse con empresas extranjeras, innovar la tecnología y, en los años de expansión, dotarse de bancos propios, para intentar competir con la burguesía monopolista e integrarse en ella, pero por lo común, sólo ha logrado sobrevivir. De ahí que su oposición relativa a la burguesía monopolista tenga una base económica permanente, fruto en cierta medida de la menguada acción imperialista de España y de las limitaciones de su mercado interno.

En cuanto a actitud política, la burguesía media presenta notables variaciones según su actividad económica, su nacionalidad y la situación política general. Así, la mayoría de esta clase o se opuso al franquismo hasta que éste no empezó a tambalearse, procuró sacar el máximo provecho del control a que estaba sometida la clase obrera e incluso una parte de ella cooperó activamente con la Dictadura. En las ciudades, por ejemplo, los grupos que se enriquecieron con la especulación del suelo constituyeron a menudo un sólido apoyo para el anterior Régimen. Tan sólo en el País Vasco y Cataluña aparecen sectores relativamente amplios de esta clase con tradiciones históricas distintas, objetivos definidos y organizaciones propias, como el Partido nacionalista vasco o Convergencia i Unió. Tales fuerzas pretenden dirigir los movimientos nacionales vasco y catalán, arrancar derechos autonómicos amplios sin llegar a la separación y alcanzar la hegemonía en estas nacionalidades. Engeneral, la forma democrática de Estado es la única en que los distintos grupos de la burguesía media pueden aspirar a defender unos intereses propios diferenciados de los de la burguesía monopolista.

En relación a la clase obrera, participan en su explotación, pero, paralelamente, una parte de sus organizaciones y personalidades han cooperado con los trabajadores en la lucha antifascista, tanto en 1936 como posteriormente. Es decir, por su posición social es posible contar con el apoyo activo o pasivo de un sector de estas fracciones de clase en momentos decisivos de la lucha contra la reacción y el capital monopolista, siempre que sus intere­ses propios no sean gravemente lesionados por las fuerzas proletarias y éstas sepan contrarrestar la tendencia de la burguesía media al compromiso a todo precio con los que detentan lo esencial del poder.

La pequeña burguesía

Esta clase de pequeños propietarios trabajadores incluye a los campesinos con ingresos algo superiores a los de un obrero agrícola que emplean mano de obra fija o no, a los campesinos de las explo­taciones familiares, cuyos ingresos son iguales o inferiores a los de un obrero agrícola y que representan la mayoría de esta clase en d campo, y a los pequeños patronos pesqueros. Por otro lado, también pertenecen a la pequeña burguesía los dueños y arrendata­rios de talleres, comercios, bares, pequeños establecimientos hoteleros y de transporte, etc., tanto si emplean como no a un número reducido de trabajadores. Esta clase representa la subsistencia de la economía mercantil simple en el capitalismo, el cual empuja a la extinción algunos de estos grupos, al tiempo que favorece la expan­sión de otros.

La especulación del suelo urbano y el turismo de masas han abierto para una minoría de la pequeña burguesía algunas posibilidades de promoción social hacia la burguesía media, Pero para la mayoría, el desarrollo de las relaciones de producción capitalistas ha significado un constante vaivén entre rachas de prosperidad y rachas de endeudamiento, emigración, cambio de oficio, cuando no el paso directo al proletariado o al semiproletariado. El capitalismo monopolista, promoviendo grandes concentraciones urbanas y despla­zamientos de masas (migraciones, turismo, grandes distancias entre los emplazamientos de la vivienda y el trabajo), hace surgir multitud de nuevas profesiones ligadas a la construcción, al consumo, al intercambio, etc., que, por su misma inestabilidad y pequeño radio de acción, no son a veces un terreno propicio para el capitalista y sí, en cambio, para la pequeña burguesía. Pero por ejemplo, las condiciones favorables para la proliferación de tiendas, talleres, etc., fruto del crecimiento de las ciudades, desaparecen al cabo de un tiempo con la creación por la burguesía de nuevos centros comer­ciales y de servicios que van arruinando a los primeros.

Por otra parte , los campesinos pequeños y medios se ven sometidos no ya a la competencia de las explotaciones agrarias capitalistas, con sus menores costos de producción, o de las importa­ciones de productos agrarios, sino a la explotación combinada de los monopolios de piensos y abonos, de elaboración de alimentos y comercialización. El capitalismo monopolista desplaza, pues, a los campesinos arruinados a las ciudades, en donde una parte de ellos llegan a establecerse como pequeños productores, transportistas o comerciantes, hasta que vuelven a quedar atrapados por sus tenazas, y así unifica con esta expoliación diversificada, como nunca lo había hecho antes la burguesía premonopolista, la situación de las distintas fracciones pequeñoburguesas. El peso numérico de esta clase es aún relativamente importante: unos tres millones, inclu­yendo la llamada «ayuda familiar» (familiares que trabajan en el negocio o explotación) y la mayoría del semiproletariado, de los cuales más de la mitad son campesinos. El trasvase de campesinos a la industria y sobre todo a los servicios y el decrecimiento de sus efectivos totales son los principales cambios que afectan a la pequeña burguesía. En particular, bajo el actual sistema social, la gran mayoría de explotaciones agrarias familiares estarían condena­das a desaparecer a medio plazo si el retroceso del empleo en los demás sectores económicos no frenara esta tendencia.

Su inestabilidad, su dispersión y el tener acceso a una propie­dad a menudo irrisoria, pero que alimenta esperanzas de elevar su posición algún día, dificultan su actuación como fuerza política independiente de las demás clases. Esta es la raíz de la diversidad de sus tendencias políticas e ideológicas. Si durante el franquismo el conservadurismo social, el fanatismo religioso y el chovinismo castellano-español sirvieron para organizar en el Movimiento nacional y en los cuerpos represivos a algunos sectores de esta clase, no es menos cierto que muchos de sus elementos activos se han sumado a partidos de la burguesía media, al PSOE o a las filas comunistas, a pesar de contar con cooperativas, gremios, organizaciones sindicales propias (sindicatos campesinos) y asociaciones político-culturales. Sólo en aquellas nacionalidades no castellanas donde poseen tradicio­nes históricas revolucionarias, han llegado a constituir partidos y movimientos propios, como Esquerra republicana de Catalunya, de orientación nacionalista o claramente independentista y con alguna influencia sobre el proletariado y el semiproletariado.

Es obvio que el grueso de estas pequeñas burguesías únicamente podrá estabilizarse y prosperar económica y socialmente con la desaparición del capitalismo monopolista; y para alcanzar tal objetivo es indispensable la acción conjunta de las fuerzas proletarias y pequeñoburguesas, ya que éstas últimas no disponen ni de la mayoría numérica que habían tenido en el pasado, ni de la capacidad objetiva de transformación, ni del nivel de organización del proletariado.

El semiproletariado

Los pequeños arrendatarios y aparceros, los campesinos que dedican una parte de su tiempo a trabajar a jornal, los pescadores, pequeños artesanos y vendedores, y otros grupos de trabajadores han constituido durante muchos años la gran masa de esta clase de transición entre la pequeña burguesía y el proletariado, y algunos de estos grupos han llegado a actuar como fuerza relativamente independiente en ciertos momentos de la lucha de clases. Con el desarrollo del capitalismo muchos de sus antiguos efectivos se sumaron a la clase obrera y, sin embargo, desde hace dos décadas o más un nutrido sector de los pequeños campesinos de las explota­ciones familiares están convirtiéndose, a su vez, en semiproletarios al trabajar a tiempo parcial en la industria o los servicios. Ambos grupos de semiproletarios están sometidos a la explotación del capital monopolista o de otras fracciones burguesas, aunque posean algunas tierras o instrumentos de trabajo; tienen, pues, los mismos intereses fundamentales que la clase obrera, si bien su dispersión, sus variadas condiciones concretas de trabajo y su mentalidad dificul tan su organización.

La clase obrera o proletariado

Es la clase opuesta a la burguesía por su lugar en la produc­ción y en las demás actividades económicas de intercambio, consumo, etc. Comprende, pues, a los trabajadores asalariados de la industria la agricultura, la construcción, la minería, la pesca, el transporte, y también a los del comercio, la banca, la hostelería y otras ramasde servicios. Evidentemente no pertenecen a esta clase aquellos asalariados que representan los intereses de los capitalistas en las empresas.

El proletariado, y dentro de él los obreros industriales, ha pasado a ser en dos o tres decenios la clase más numerosa en España, la más concentrada en su lugar de trabajo y la clase oprimida que con más vigor ha luchado por sus intereses y por los del resto ‘del pueblo. Su crecimiento numérico se ha dado junto a importantes cambios en su composición: más de un millón de jornaleros, aproximadamente la mitad de los que había en 1950, se incorpo­raron a la construcción, la industria o los servicios, aquí o en otros países europeos; decreció también el número de mineros y trabaja­dores textiles; mientras aumentaban los efectivos de los obreros metalúrgicos y de otras ramas industriales, de la construcción y el transporte, los empleados de hostelería, banca, oficinas y los técni­cos; y asimismo crecía rápidamente la proporción de trabajadores calificados tanto en la industria como en la agricultura. Cabe observar también la proletarización de algunos sectores de intelec­tuales, debido a la incorporación de técnicos subalternos en la producción y a otros fenómenos provocados por la evolución del capitalismo español, lo cual reviste una importancia considerable en cuanto a aportación de conocimientos indispensables para la lucha política e ideológica. Y es evidente que los intentos de institucionalizar el despido libre, la generalización de los contratos temporales, la introducción de nuevas tecnologías, la expansión del sector tercia­rio o de servicios en detrimento del industrial y otros cambios en curso van a seguir modificando algunos rasgos de la clase obrera y, en particular, elevando la proporción del trabajo mental en relación al estrictamente físico. Pero, ni la microelectronica ni los robots harán decrecer al proletariado o provocarán su extinción o substitu­ción por unas supuestas «clases medias postindustriales» o por otros inventos de los propagandistas del despido libre y la reconversión salvaje. Del mismo modo que la burguesía se ha diversificado y que el proceso de producción, distribución, etc. es cada vez más complejo, igual ocurre con la clase a la que explota. La rapidez con que se producen estos cambios, la multiplicación de las catego­rías laborales, la constante integración en la clase obrera de gentes procedentes de otras clases trabajadoras con otra mentalidad, costumbres y posiciones políticas plantean sobre todo problemas prácticos considerables para la organización sindical y política del proletariado, y dan pie a su diferenciación política en varias tendencias, además de la marxista, aunque ésta ha logrado mantener desde la guerra civil y durante largos períodos una influencia preponderante. Sin embargo, hoy y en un futuro próximo, el problema más serio, el que más debilita la capacidad de lucha económica y política del proletariado, es el problema del paro y. en particular, la desorganización sufrida por los trabajadores de la gran empresa que han desempeñado durante veinte años un papel de vanguardia.

La realidad plurinacional de España representa, sin duda, otro factor de diferenciación en la clase obrera. El proletariado de cada nacionalidad no presenta históricamente las mismas tradiciones de lucha, ideológicas y de organización, y ha existido en ciertos momentos, y subsiste aún, el peligro de que los reaccionarios provo­quen o aviven conflictos, utilizando la situación de los inmigrantes en algunas nacionalidades, las diferencias de lengua y las ideas chovinistas que ellos mismos propagan. Pero, por otro lado, estos grupos nacionales tienen más en común que lo que tienen entre sí los distintos grupos nacionales de la pequeña y mediana burguesía, ya que el capitalismo ha tendido a unificar sus condiciones de explotación como no lo ha hecho con ninguna otra clase trabajadora, ha provocado el crecimiento del proletariado catalán o vasco con trabajadores del resto de España, y ha dado pie en los últimos cuarenta años a crear organizaciones sindicales y políticas esencialmente comunes a las distintas nacionalidades. Y, en particular, ha contribuido a fomentar la unidad entre los grupos nacionales la unión de sus elementos más avanzados dirigiendo en algunos períodos lucha contra la opresión nacional o sumándose a ella activamente.

Por último, la inmigración de trabajadores africanos, sudamericanos y asiáticos en situación regular es un hecho de dimensiones muy reducidas en contraste con lo que ocurre en una gran parte de Europa occidental. Aquí se ponen de manifiesto a la vez la debilidad comparativa del capitalismo español y el carácter rapaz de ese régimen social que es impotente para dar empleo a millones de parados, pero que sobreexplota a trabajado del Tercer Mundo aprovechándose de su precaria situación legal.»

Los intereses del proletariado son opuestos a los del conjunto de la burguesía, tal como se ve diariamente en la lucha por el puesto de trabajo o el salario; e incluso este conflicto puede ser a veces más grave en la pequeña y mediana empresa. Ahora bien, no es la burguesía media sino la monopolista la que determina principalmente las condiciones de explotación de los obreros, por no hablar ya de los mecanismos de opresión política. De ahí que el proletariado, para progresar hacia su emancipación, no pueda limitarse a defender sus intereses ante cualquier fracción de la burguesía, sino que tenga que esforzarse también por encabezar la oposición que la burguesía monopolista despierta entre las restantes clases, sean éstas trabajadoras o no. Y no hay ninguna otra fuerza social en España que pueda cumplir este papel, ni por su situación económica, ni por su concentración física, ni por su número, ni por sus tradiciones y experiencias revolucionarias.

El lumpenproletariado

Esta última clase social vuelve a engrosar sus filas con la recesión económica, alimentándose de trabajadores jo’venes y de todas las edades y orígenes, desprovistos de medios de subsistencia regulares. Se trata de otra consecuencia de la imposibilidad para el capitalismo monopolista de garantizar establemente el empleo cuando no existe la válvula de escape de la emigración. Hasta el presente han fracasado todos los intentos de organizar algún sector significativo de lumpenproletarios para exigir el derecho al trabajo, reinserción social de delincuentes, drogadictos, etc.; mientras, de los desheredados de esta clase se siguen nutriendo las filas para realizar tareas sucias del capital y de algunas instituciones estatales.

Un caso peculiar es el de los gitanos, como grupo étnico seminómada, descendiente de la última gran emigración asiática a la Europa medieval, que subsiste practicando la compra-venta, el trabajo artesanal, el peonaje industrial o realizando faenas eventua­les en el campo y el monte, y al que los distintos regímenes españoles les han intentado asimilar por la fuerza, con el resultado práctico de reducir a muchos de sus miembros a la condición de lumpenprole­tarios, de marginados sociales. La diferenciación de algunos núcleos sedentarios de pequeña burguesía gitana, que detentan comercios y talleres, no es más que una tendencia secundaria. El fin de la opresión para este grupo étnico va ligado a un cambio social en España, aunque, por su marginación forzada, los prejuicios racistas existentes y sus peculiares costumbres, está, en general, desvinculado de la lucha de clases que practica el resto del pueblo.

Grupos y otras categorías sociales

Además de estas clases, se debe tener en cuenta la existencia de varios grupos sociales. Unos, como los dirigentes y cuadros medios empresariales, están vinculados a la producción y suelen identificar sus intereses con los de la burguesía. Otros, como los funcionarios, el clero, los maestros, los profesionales y otros intelec­tuales, desempeñan funciones políticas e ideológicas, y su actuación es muy importante en la lucha de clases debido a esas mismas funciones. El número de funcionarios civiles y profesionales ha crecido considerablemente y sus categorías se han multiplicado, al mismo tiempo que el Estado diversificaba su intervención en la producción y en otras esferas de la vida social y se extendían los estudios universitarios y técnicos. Como consecuencia, la situación social de muchos componentes de estos grupos se ha degradado y una parte importante de ellos es perfectamente asimilable a la pequeña burguesía o incluso al proletariado.

Las mujeres formaron un grupo social originado con la división sexual del trabajo en la sociedad primitiva y la aparición de la propiedad privada. Aunque hoy en día su pertenencia de clase por actividad productiva o por vinculación familiar no ofrezca dudas, cabe subrayar, primero, la mayor explotación que sufren las mujeres trabajadoras en comparación con los hombres y, segundo, la limita­ción de derechos y las vejaciones de que siguen siendo objeto bajo el presente régimen. El capitalismo español, especialmente durante el último período de expansión económica, acrecentó el porcentaje de mujeres en el mundo laboral y, más aún, en la enseñanza media y superior. La utilización que el capitalismo español hace de ellas como una reserva secundaria de mano de obra poco calificada, explotable sobre todo antes del matrimonio, las distintas formas de discriminación de hecho e incluso legal, los intereses económicos derivados de la explotación la prostitución y la mentalidad sexista con que se sigue educando conjunto de la población, indican que la desaparición del capitalismo monopolista es la primera condición para que las mujeres de clases trabajadoras puedan avanzar hacia su emancipación.

La aparición de la juventud como sector activo diferenciado dentro de cada clase social es un fenómeno determinado por la tendencia del capitalismo a alargar el período previo de incorpora al trabajo, debido a la necesidad creciente de mano de obra cualificada, y por la lucha de los trabajadores oponiéndose a la explotación de los adolescentes y exigiendo acceso a la cultura y a la educación. Se trata, pues, de un hecho histórico muy reciente, sobre todo en España, que ya dio pie a que el falangismo, como . los movimientos fascistas de otros países, utilizase una mística! juvenil para intentar enmascarar la lucha de clases y manipular a los jóvenes. Pero en una época en que aquí era habitual la explota­ción de los adolescentes, el falangismo fracasó, mientras veinte años más tarde, con un mayor nivel de escolarización y la entrada en la Universidad de miles de jóvenes de las clases populares, las organizaciones marxistas alcanzaron una gran influencia en la juventud. Siendo cierto que los jóvenes son el sector más activo de las clases trabajadoras en todas las grandes luchas políticas y socia­les, como ahora mismo se comprueba, ocurre también que la continuidad y estabilidad de sus movimientos y organizaciones amplias están limitadas por varias razones. Algunas son obvias, como el hecho de que sus miembros dejen de serlo por imperativo de edad. Otras radican en los efectos de la misma anarquía del capitalismo sobre la reproducción humana, como la actual caída de la tasa de natalidad que reducirá los efectivos juveniles en la próxima década. Y también debe considerarse la inestabilidad del sistema educativo español, que es el principal marco físico de concentración de la juventud y que ha sido sometido a constantes ajustes desde hace años. El vigente régimen social ha sometido alternativamente a los jóvenes de las clases trabajadoras a la miseria, a la emigración y a una educación rudimentaria o bien al paro masivo, al trabajo clandestino y a una educación desliga da de las necesidades de la sociedad; y, en cualquier caso, los ha privado de ideales y valores colectivos. He aquí otras tantas razones para su lucha.