En su obra clásica, «Teoría General de La Ocupación, El Interés y El Dinero», publicada en lo profundo de la Depresión de los años treinta, John Maynard Keynes formuló su famosa observación de que «Los especuladores no pueden hacer daño, siendo apenas burbujas en el fluir constante del tiempo. Pero la situación es peligrosa cuando […]
En su obra clásica, «Teoría General de La Ocupación, El Interés y El Dinero», publicada en lo profundo de la Depresión de los años treinta, John Maynard Keynes formuló su famosa observación de que «Los especuladores no pueden hacer daño, siendo apenas burbujas en el fluir constante del tiempo. Pero la situación es peligrosa cuando la empresa se vuelve burbuja en el remolino de la especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país es el resultado de las actividades de un casino, el trabajo probablemente quedará mal hecho».
La visión de Keynes, forjada por la Depresión, ha sido rutinariamente reafirmada durante los 70 años siguientes de la historia capitalista global, y no menos durante los actuales movimientos de decadencia, resurgimiento y renovada caída en el valor del dólar en los mercados de divisas globales. Y, como subrayó Keynes, el tema principal en este caso no es sólo la conducta de los mercados financieros, que nunca ha sido más racional o redentora en lo social que Las Vegas o Montecarlo (como fue obvio durante la burbuja de Wall Street bajo Clinton). La cuestión real es más bien cómo la conducta de los mercados financieros define los límites de políticas económicas aceptables sobre cosas que importan más allá de los confines del casino, como el desempleo, la distribución de ingresos, y las posibilidades económicas de nuestros hijos.
En un trabajo publicado en abril pasado en CounterPunch, escribí que «entre enero de 2002 y diciembre de 2004, el dólar cayó en un 34 por ciento en relación con el euro, y un 22 por ciento en relación con el yen japonés. La perspectiva es que el dólar seguirá decayendo por lo menos durante 2005». Fui exacto entonces al describir lo que había sido la perspectiva en aquel momento. Pero en realidad, entre abril y agosto, los eventos han hecho que la perspectiva sea cada vez menos segura. Entre el 1de mayo y el 1 de julio de este año, el dólar subió un 7,7 por ciento frente al euro y en un 6,3 por ciento frente al yen. Luego, entre el 4 de julio y el 15 de agosto el dólar volvió a caer un 3,7 por ciento frente al euro y un 2,1 por ciento respecto al yen, antes de volver a subir a aproximadamente sus niveles de julio el 1 de octubre.
Uno de los puntos principales de mi ensayo de abril fue la exploración de los factores que actuarían contra la continua declinación del dólar que ocurrió entre 2002 y 2004 y que, de modo más general, producirían un camino futuro más incierto para el dólar que lo que se afirmaba generalmente en esa época. El factor primordial y más directo que había mencionado era que los propios forjadores de la política de EE.UU. no permitirían pasivamente el colapso del dólar. Dije entonces que el instrumento político crucial de EE.UU. para apoyar el dólar en contra de la opinión cada vez más sombría de los especuladores globales con divisas era elevar las tasas de interés , es decir edulcorar los beneficios por intereses de los compradores globales de obligaciones si siguen manteniendo sus riquezas en obligaciones denominadas en dólares estadounidenses. El Presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, hizo precisamente eso en los meses siguientes, elevando la tasa principal de la política monetaria de la Fed (el interés de los fondos federales) de un 2,75 a 3,75 por ciento a partir de abril, y con promesas de que vendrían más aumentos.
También dije que cualquier movimiento entre los responsables de la política europeo para alejarse de la agenda política neoliberal que ha prevalecido durante aproximadamente dos decenios asustaría a los mercados monetarios y haría bajar al euro respecto al dólar. El neoliberalismo en Europa, incluyendo los bajos déficit gubernamentales y los elevados tipos de interés, han conspirado para mantener el desempleo a un nivel de un 10 por ciento durante la mayor parte de los últimos 20 años en la mayoría de los países europeos.
Las elites europeas parecen estar hoy igual de comprometidas con el neoliberalismo como en abril. Pero el pueblo europeo ha dejado en claro que ya le basta. La expresión más vehemente de este sentimiento ocurrió cuando los votantes en Francia y en Holanda rechazaron decididamente la constitución de la Unión Europea en mayo pasado. Los especuladores globales con divisas no dejaron de comprender el inequívoco mensaje de los votantes europeos, incluso cuando los políticos europeos expresaron su disgusto ante la irresponsabilidad de la gente. El presidente de la UE en aquel entonces, Jean-Claude Junker, de Luxemburgo declaró que «Esta noche, Europa ya no inspira los sueños de la gente».
Un tercer cambio en el paisaje global monetario desde abril fue algo que no discutí en mi artículo anterior – la decisión en julio pasado de los chinos de permitir que su moneda, el yuan, se ajustara ligeramente respecto al dólar. La administración Bush había estado presionando fuertemente a los chinos para que adoptaran esa medida, considerando que la baja valuación del yuan ayuda a los chinos a seguir empujando importaciones baratas hacia las estanterías de Wal-Mart y el resto del mercado de EE.UU. Esto hace que el déficit comercial de EE.UU, – nuestras compras de importaciones en exceso de nuestras ventas de exportación – crezca correspondientemente. El déficit comercial, por su parte, junto con el déficit presupuestario de 400.000 millones de dólares del gobierno federal, son las fuerzas primordiales que empujan al dólar en su trayectoria descendiente.
Los responsables de la política de EE.UU. se han quejado desde hace tiempo de que los chinos no han verdaderamente aceptado las reglas del capitalismo neoliberal global, otorgándose una ventaja injusta al mantener bajo el valor del yuan. Es absolutamente cierto. Durante décadas, los chinos han estado ignorando los preceptos neoliberales de diferentes maneras, incluyendo ésta, y con este desdeño han producido algo que se aproxima a la tasa más rápida de crecimiento económico sostenido en la historia del mundo. Se podría pensar que el nuevo gesto chino – y hasta la fecha nadie, probablemente incluyendo a los propios chinos, sabe si esta acción corresponde a algo más que un gesto hacia las sensibilidades de EE.UU. – dará resultados de inmediato para empujar al dólar de vuelta al rumbo descendiente que prevaleció entre 2002 y 2004, por lo menos al comienzo. Esto porque como el dólar ahora vale menos respecto al yuan, también tiene menos valor para todos aquellos en el mundo que han estado utilizando dólares para comprar importaciones de China. Sin embargo, si un yuan más caro contribuye a un menor déficit comercial de EE.UU., el resultado neto del menor déficit comercial, podría ser que el dólar vuelva a subir.
Otra posibilidad más es que, con un dólar más barato respecto al yuan, los chinos podrían decidir que van a dejar de comprar tantas obligaciones del gobierno de EE.UU. como lo han hecho durante los años recientes. El propósito de las compras de obligaciones de EE.UU. por China (junto con otro cliente aún más voraz, los japoneses) era impedir que el dólar cayera demasiado rápido, lo que encarecería los productos chinos en el mercado estadounidense. Sin embargo, si los chinos decidieran reducir sus compras de obligaciones de EE.UU, se produciría una seria presión descendiente sobre el dólar contra el euro y otras divisas, no sólo respecto al yuan,
Entonces Alan Greenspan probablemente aumentaría aún más las tasas de interés, en autodefensa. EE.UU., en breve, podría sentirse menos enamorado de la política de tasa de cambio que anhelaba que realizara China.
Una inseguridad semejante, es la base misma de la que vive el casino global de divisas. ¿Va a seguir subiendo el dólar, como lo hizo entre abril y julio, o va a volver a su trayectoria descendiente de los dos años anteriores? Los dados siguen rodando. Como, de nuevo, dijo Lord Keynes en su famosa observación: «en tales cosas, simplemente no sabemos».
A pesar de todo, el problema principal que presenté en abril pasado no fue si el dólar sigue cayendo o no. Mi preocupación esencial fue si una caída del dólar sería una buena o mala noticia. Nada ha cambiado desde abril que debilite mi punto básico de entonces, que es: no existe una respuesta simple a esa pregunta, no por lo menos porque la pregunta misma inevitablemente nos lleva mucho más allá de los alrededores del casino del mercado financiero. No podemos considerar si una baja del dólar es una buena o una mala noticia sin preguntar: «¿para quién?» ¿Wall Street? ¿Los fabricantes estadounidenses? ¿Los trabajadores estadounidenses? ¿Los capitalistas o los trabajadores franceses, holandeses o chinos? ¿Y para los trabajadores surafricanos? Las respuestas no se delimitan fácilmente según líneas políticas bien definidas.
Por lo tanto, bajo el neoliberalismo, los trabajadores de EE.UU. han sido terriblemente afectados por el déficit comercial del país y por la globalización en general, ya que los coloca cada vez más en competencia por puestos de trabajo con trabajadores en otros sitios. Por ello, los trabajadores de EE.UU. se benefician con un dólar más débil, ya que un dólar débil facilita la venta de productos estadounidenses en mercados extranjeros y dificulta la competencia de productos importados con los fabricados en EE.UU. Pero los trabajadores de EE.UU. se beneficiarían mucho más con un compromiso anti-neoliberal hacia políticas de pleno empleo en EE.UU., algo similar a lo que los votantes franceses y holandeses parecían estar endosando efectivamente en mayo. Un programa de pleno empleo en EE.UU., así como en Francia y en Holanda, beneficiaría también a los trabajadores en otros países, incluyendo a aquellos en los países pobres. Si los gobiernos en los países ricos se comprometieran a crear puestos de trabajo para sus residentes, sus diferencias sobre políticas comerciales y tipos de cambio – la lucha por empobrecer al vecino para crear más puestos de trabajo en casa arrebatando puestos de trabajo a los países vecinos – pasaría a ser un problema de segundo rango.
Sin embargo, aunque los tipos de cambio y la política comercial siguen siendo un problema de primer rango, EE.UU. confronta una trampa seria e inevitable, que es la fuente legítima de tanta angustia por la caída del dólar de 2002 a 2004. Incluso sin la ayuda de la compra por japoneses y chinos de obligaciones del gobierno de EE.UU. a sus recientes altos costes, EE.UU. puede probablemente contrarrestar la presión descendiente sobre el dólar a largo plazo generada por nuestros persistentes déficits comerciales y presupuestarios. Pero la Fed tendrá que seguir elevando los tipos de interés en EE.UU. para lograrlo. Una continua elevación de tasas de interés impulsará entonces a EE.UU. hacia la recesión, en especial porque la burbuja del mercado de la vivienda en EE.UU. se basa en el fundamento de intereses bajos que ahora comienza a resquebrajarse.
La amenaza de recesión, cuelga por lo tanto pesadamente sobre el resto de la era Bush-2/Greenspan, con problemas fundamentales que van mucho más allá de ser simplemente los altibajos del dólar. Pero esto no sorprende, considerando que Bush/Greenspan, igual que con Clinton/Greenspan, nunca han dudado en mantener una agenda fundamentalmente neoliberal. El verdadero problema es, por lo tanto, el que los votantes franceses y holandeses arrojaron a las caras de las elites europeas en mayo pasado: ¿hasta cuándo van a seguir teniendo la última palabra los neoliberales, y continuar definiendo los límites de una política económica aceptable?
La respuesta a esa pregunta, en última instancia, tiene que ver con la política y no la economía. El neoliberalismo continuará empeorando las circunstancias materiales de la vida para la abrumadora mayoría de la gente en todo el mundo. Pero los Alan Greenspan del mundo también saben cómo impedir catástrofes económicas totales. Los oponentes al neoliberalismo, por lo tanto, no pueden esperar simplemente hasta que Greenspan y compañía (incluyendo a su sucesor, que será nombrado próximamente) cometan un error y permitan que ocurra una calamidad. La transición histórica lejos de 25 años de dominio neoliberal sólo vendrá cuando los votos del ‘no’ al neoliberalismo, como en Francia y en Holanda, puedan ser transformados en programas y movimientos positivos y efectivos en todo el globo.
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Robert Pollin es profesor de economía y co-director fundador del Instituto de Investigación de Economía Política en la Universidad de Massachussets-Amherst. Su innovador libro «Contours of Descent: US Economic Fractures and the Landscape of Global Austerity», acaba de ser publicado en rústica por Verso con un nuevo epílogo. Para contactos: [email protected].
Una reciente entrevista con Pollin puede ser leída (en inglés) en el sitio PERI.
http://www.counterpunch.org/pollin10062005.html