Olvídense de los especuladores y de los agrocombustibles. La verdadera causa de la continua crisis alimentaria son las corporaciones del sector porque exprimen a la agricultura, señaló el profesor holandés Jan-Douwe van der Ploeg. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación reunió en septiembre a varios especialistas para discutir las […]
Olvídense de los especuladores y de los agrocombustibles. La verdadera causa de la continua crisis alimentaria son las corporaciones del sector porque exprimen a la agricultura, señaló el profesor holandés Jan-Douwe van der Ploeg.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación reunió en septiembre a varios especialistas para discutir las causas del aumento del precio del trigo. «La demanda mundial de cereales y la producción parecen estar equilibradas», concluyeron. «No hay indicios de una inminente crisis alimentaria», añadieron. «Razonamiento fútil», señaló el profesor de sociología rural de la holandesa Universidad de Wageningen. «Casi 1.000 millones de personas pasan hambre, otros 1.000 millones sufren desnutrición crónica y 1.000 millones más están obesas», apuntó Van der Ploeg. «¿Acaso eso no es una crisis alimentaria?», preguntó. «Siempre hubo hambre, pero desde hace 50 años, el fenómeno es global y permanente», añadió.
Detrás de la crisis alimentaria hay otra agrícola, señaló. «Cada vez es más difícil para los agricultores sobrevivir debido a los bajos precios y las fluctuaciones de los mercados. Es una paradoja, para los consumidores es cada vez más costoso y los productores no pueden recuperar la inversión», añadió.
¿Quién se queda con la diferencia? «Los imperios de comida», aseguró Van der Ploeg. «El mercado está cada vez más dominado por conglomerados comerciales industriales como Ahold, Nestlé, Cargill y muchos más que controlan la producción, el procesamiento, la distribución y el consumo de alimentos», explicó. «Ellos manipulan los mercados y exprimen la riqueza del campo. En ese contexto, pequeños desequilibrios en los mercados se traducen en grandes fluctuaciones de precios», añadió.
Los imperios no suelen controlar los recursos, pero sí las redes. «Productores y consumidores dependen de sus puestos de venta. Fijan los estándares y los precios», indicó Van der Ploeg. Le piden a los gobiernos que no distorsionen los mercados y liberalicen el comercio, pero son los imperios los que lo distorsionan. «Si les conviene subir el precio de los espárragos, el pollo, las habichuelas o las flores en los países pobres, lo hacen aunque la población se muera de hambre», añadió.
No es necesariamente malo, señaló Anoesjka Aspeslagh, portavoz de la división de supermercados de la multinacional Ahold. «Nuestra demanda crea miles de empleos e ingresos para las personas de los países exportadores. En especial porque colaboramos con los productores para mejorar las condiciones de trabajo y los estándares de vida», añadió.
Pero el profesor Van der Ploeg destaca los efectos secundarios del sistema imperante. «Perú, por ejemplo, se convirtió en el mayor exportador de espárrago. Pero es un país muy desértico y los agricultores locales pierden el valioso recurso hídrico. Además, la situación no es estable. Ahora la producción se desplaza a China», apuntó.
Pero Aspeslagh discrepa con esa opinión. «No somos tan poderosos como la gente cree. No fijamos los precios ni otros estándares, estamos tan sujetos al mercado y a las normas del gobierno como cualquiera. Nos conviene tener una relación estable con los productores y ponernos de acuerdo en los precios. Si China pasa a ser más barato, no nos mudamos enseguida. No funciona así», explicó.
«Pero los supermercados se convirtieron en los actores más poderosos del imperio de alimentos», señaló Myriam Vander Stichele, del Centro de Investigaciones sobre Corporaciones Multinacionales, con sede en Ámsterdam. «Pasaron a tener un papel muy fuerte como guardianes de consumidores y de la industria de alimentos procesados», apuntó. «Hasta las multinacionales de la banana debieron aceptar precios bajos y contratos a corto plazo», añadió. «Además, muchos supermercados ahora también producen, lo que los hace más poderosos», remarcó.
Su poder no es sólo económico sino también político. «Ejercen una enorme presión contra los estrictos entes normativos. Realmente hay una falta de regulación en los contratos entre supermercados y otras compañías», añadió.
El poder de los imperios alimentarios es preocupante, advirtió Van der Ploeg, porque sólo les interesa el flujo de dinero. «Tienen que pagar sus deudas, contraídas para adquirir otras compañías y monopolizar grandes segmentos de la cadena de suministro mundial. Expansión es la palabra clave», señaló. La deuda hizo que algunas empresas casi sucumbieran ante su propio peso, como ocurrió con Parmalat», explicó. El imperio italiano quedó con una deuda de 19.500 millones de dólares.
El régimen imperial, o corporativo, del sector de alimentos también perjudica a los agricultores. Los imperios de alimentos prefieren la agricultura industrial a gran escala por sus resultados predecibles y estandarizados.
Las granjas industriales suelen ser menos productivas y menos eficientes que las pequeñas que reemplazan, pero también extremadamente vulnerables a los vaivenes económicos. «Las corporaciones dependen mucho de la estabilidad, de la disponibilidad de crédito y del crecimiento continuo», señaló Van de Ploeg. «Cuando eso desaparece, quiebran», añadió.
Gobiernos e investigadores se apuran a reclamar innovación tecnológica para mejorar la producción, en especial en las naciones en desarrollo. «Sus soluciones simplistas son casi autistas. No se dan cuenta de que los sistemas con tecnología de avanzada son la razón de que la competencia perjudique a los productores», se lamentó. «Por suerte, cada vez son más los agricultores que reconocen que su actividad es algo más que producir mercancías. Lo piensan desde un enfoque integrado y multifuncional y se vuelven menos dependientes de recursos artificiales», añadió.