El principio liberal de aprender de la historia Existen dos maneras de aprender de la historia. Una es la liberal y se basa en el principio de la reconciliación producido por los opresores. La cosa funciona así. Se vive un revés social con golpes, represión, eliminación de derechos; abandono; miseria y mucho sufrimiento de la población, […]
El principio liberal de aprender de la historia
Existen dos maneras de aprender de la historia. Una es la liberal y se basa en el principio de la reconciliación producido por los opresores. La cosa funciona así. Se vive un revés social con golpes, represión, eliminación de derechos; abandono; miseria y mucho sufrimiento de la población, sobrecargada con la sobreexplotación de su fuerza de trabajo; humillada y mortalmente herida.
Siempre que somos afectados por un golpe, sus verdaderos planificadores invierten en el principio de la reconciliación, cuyo objetivo fundamental es: desviar a los golpeados de la lucha de clases, haciéndolos perder tiempo con las diversas ilusiones o incluso con campos de batalla equivocados, simplemente porque desestiman que lo que viene primero es la unión por clases sociales.
Daremos un ejemplo a partir del golpe de 1964. Después del golpe, vino la resistencia y mucha represión, con cárceles, asesinatos y exilio de militantes que pudiese influenciar una reacción clasista al golpe.
El blanco principal fueron los militantes de izquierda: los marxistas. ¿Por qué? Porque, por lo menos en aquella época, jerarquizaban el principio de la lucha de clases, sin vergüenza alguna de afirmar, con Karl Marx y Friedrich Engels: «¡Obreros, unidos!»
Al mismo tiempo en que reprimen cualesquier personas u organizaciones que puedan, directa o indirectamente, instigar una reacción clasista al golpe, sus planificadores usan dos dispositivos simultáneos y contrapuestos:
1. Producen falsos escenario de reacción al golpe.
2. Fomentan un cotidiano al estilo «la vida continúa a pesar de…», cuyo objetivo es seducir a las mayorías para que éstas se involucren con supuestas novedades en el plano de la vida concreta.
Al primer dispositivo es posible llamarlo lucha de clases quijotesca, a partir de la cual los molinos de viento son confundidos con gigantes de tal manera que, pensando combatir a los últimos, en realidad luchamos contra molinos de viento.
El santo y seña, bajo el punto de vista de los planificadores del golpe, en lo que dice respecto a los escenarios quijotescos de la reacción al golpe, es: no identificar a los sujetos ocultos del golpe.
A partir de ahí, entra el segundo dispositivo, cuyo objetivo es: hacernos amar y desear a los verdaderos responsables del golpe.
En el caso del golpe de 1964, este segundo dispositivo tuvo como válvula de escape, en el campo de los derechos civiles, la idea de la liberación sexual. Esta tuvo como modelo precisamente el estilo publicitario/propagandístico del estilo americano de vida (en realidad, de muerte), supuestamente despojado, jovial, alegre, liberado, «desrreprimido», «sin prejuicios de género o étnicos».
Es el «amor libre», propaganda gringa usada para que fantaseemos de «desrreprimidos» e invirtamos nuestras mejores energías, al mismo tiempo en que el golpe prosigue reprimiendo, matando, exilando la lucha de clases en los escenario quijotescos producidos como trampas para atrapar marxistas, que pasan entonces a ser vistos como chatos, anacrónicos, conservadores; para aquéllos que se dejaron llevar por las ilusiones del «amor libre».
El principio liberal de «aprender de la historia» es ese a partir del cual la historia en cuestión es la que parte del punto de vista del segundo dispositivo, condenando al primero. Asume, pues, el argumento de que «aprender de la historia», para que seamos felices en el «amor libre», es actuar como Don Quijote: confundir gigantes con molinos de viento.
En fin, aprender de la historia, en este caso, con su principio liberal, es: «No a la lucha de clases bajo el punto de vista de los trabajadores» y más: «¡Identifíquese con el estilo de vida de los planeadores del golpe!».
El golpe de 2016
En el caso del golpe que nos toca, en la actualidad, el de 2016, es necesario de antemano decir lo siguiente: nuestra reacción a él se da como efecto de los dos dispositivos llevados a cabo por el golpe de 1964: el de la reacción quijotesca y el de la afirmación de un estilo de vida como efecto de publicidad/propaganda de los planificadores: los Estados Unidos.
La situación en realidad se agravó aún más, en lo que dice respecto a la reacción al actual golpe, porque el escenario quijotesco producido como lugar de la lucha contra el golpe de 2016 fue articulado antes, mucho antes, como inepta política gubernamental afirmativa.
Nos explicamos: los gobiernos petistas de Lula y de Dilma implementaron una política de cuotas de inclusión étnica y de población pobre en las universidades públicas y privadas, adoptando totalmente el modelo gringo, más allá del hecho de haber incluido a las mayorías por medio de la cultura del consumo alienante de artefactos tecnológicos bajo el control monopólico de los planificadores de los dos golpes, el del 64 y el actual, a saber: celulares, TV pagadas, redes sociales.
En lo que toca al primer aspecto, la política de cuotas, en sí, fue y es una iniciativa loable, plenamente justificable; relevante; necesaria. La cuestión de base no es, pues, estar en contra de las cuotas. Ellas son el mínimo del mínimo. Haber implementado una inserción académica de una parcela significativa de la población hasta entonces secularmente excluida del conocimiento universitario fue, sin duda, una acción de relevancia histórica.
El problema, pues, no es la política de cuotas, sino su modelo, basado en una concepción quijotesca de lucha de clases. Todo lo que viene de los Estados Unidos tiene «malwares» instalados. Esto es: virus maliciosos cuyo objetivo es transformar la lucha de clases en una pantomima ridícula, espectacular.
La política de cuotas adoptada por los gobiernos petistas, siguiendo la gringa, trajo consigo un arsenal teórico de afirmación de género y étnica producido por las academias yanquis, principalmente la de la Escuela de Chicago, ahora expandida no solo al neoliberalismo económico, sino también al neoliberalismo feminista, negro, homoerótico.
Este neoliberalismo ampliado es el escenario quijotesco a partir del cual hemos reaccionado al actual golpe. Por medio de él, como Don Quijote combatiendo «gigantes molinos de viento», confundimos lucha de clases con una metafísica y neumática lógica confesional, basada en yo soy mujer, yo soy negro, yo soy gay y por eso soy de izquierda.
Con eso, los enemigos de clase se vuelven básicamente aquéllos que no son, o parece que no son, negros, gays, mujeres (los indios, curiosamente, no entran aquí) precisamente porque no adoptan el estilo estadounidense. Esto es: los enemigos son los marxistas que defienden aún la jerarquización de la lucha de clases, en la relación capital versus trabajo, como el principio innegociable para actuar en la totalidad dinámica del capitalismo contemporáneo.
La segunda forma de aprender de la historia
La segunda forma de «aprender de la historia» es actualizar permanentemente la categoría de lucha de clases y definir, en cada época, mediante el uso de la dialéctica, al verdadero enemigo de clase, su modelo de lucha y sus séquitos oligarcas «nacionales».
En el caso actual, se tiene: el verdadero enemigo de clase: el imperialismo gringo; su modelo de golpearnos: dividiéndonos y descalificando la relación capital versus trabajo; sus séquitos oligarcas: poder judicial, Ministerio Público, oligopolio mediático y, en cuarto lugar, diputados y senadores chantajeados por los tres primeros.
Hay también un enemigo de clase inmanente, que somos nosotros mismos, cuando partimos de los referentes de la lucha de clases enmascarada, como la del «yo soy» en lugar de «¡nosotros somos trabajadores!»
El fin de la CLT
El fin de la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), creada mediante el Decreto-Ley N° 5.452, de 1°de mayo de 1943, por el entonces presidente brasileño Getúlio Vargas, hecho efectivo el 11 de julio de 2017 por los senadores golpistas, debería enseñarnos lo que es «aprender de la historia», porque los opresores saben muy bien lo que viene primero: la relación capital versus trabajo, mientras, como Don Quijote, luchamos románticamente contra molinos de viento producidos por los imperialismos de ayer y de hoy.
En este contexto, la política de cuotas implementada por los gobiernos petistas, debería haber tenido como soporte teórico no el multiculturalismo, el pos-colonialismo, el decolonialismo gringos, esos «malwares», sino el marxismo consecuente, actualizado bajo el signo, por ejemplo, de la teoría de la dependencia de Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank, Vânia Bambirra, entre otros, teóricos que mapearon nuestro lugar en el sistema colonial y que investigaron cómo nuestra falta de memoria histórica, en la relación capital/trabajo, nos ha transformado en una farsa de nuestra tragedia.
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