Traducido por Juan Vivanco
Desde hace días se suceden las manifestaciones populares en varios países del Sur. Los motivos del descontento son semejantes en todos los casos: los precios de los alimentos básicos han experimentado una fuerte y rápida subida, y las poblaciones, ya empobrecidas por la globalización, son incapaces de asumir esta carga añadida. ¡Los pueblos tienen hambre! Las causas del estallido son múltiples, pero globalmente obedecen a dos incentivos económicos. Por un lado, una especulación de repliegue sobre los géneros alimentarios tras la crisis de las hipotecas de riesgo, y por otra la producción de agrocarburantes y el calentamiento climático. Sin embargo, hay periodistas que responsabilizan en sus artículos a las autoridades africanas de las catastróficas políticas alimentarias, como si no supieran que las políticas agrícolas del Sur están sometidas a las directrices del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los Acuerdos de Asociación Económica (AAE). Quienes condicionan la opinión pública hacen gala de una ligereza sospechosamente escorada. Por ejemplo, en la prensa escrita belga leemos: «Muchos países del continente [africano] importan alimentos en vez de producirlos porque las autoridades locales dan prioridad a los cultivos de exportación para cobrar divisas que les permitan comprar lo que no producen» [1]. Curiosa síntesis. Tan curiosa como simplista, porque como quien no quiere la cosa exculpa las políticas neoliberales de privatización y planes de ajuste estructural (PAE) impuestas desde hace treinta años por las instituciones financieras internacionales y los gobiernos del Norte al resto del mundo.
Durante la crisis de la deuda de principios de los ochenta, las instituciones de Bretton Woods impusieron a los países del Sur unos PAE [2]. Estos mecanismos, ortodoxamente neoliberales, afectan a todos los sectores sociales. En efecto, para los teóricos neoliberales los beneficios de la mundialización se notarán cuando cada región produzca aquello en lo que más sobresale, dejando a las demás regiones la producción de la mayoría de los artículos que necesita. Viene a ser la teoría de las ventajas comparativas enunciada en 1817. Por ejemplo: un país especialmente apto para el cultivo del cacao debe renunciar a producir los cereales, los aceites vegetales y las legumbres necesarios para la alimentación de sus habitantes, y debe cambiar en el mercado mundial su producción por todo lo que le falta. Se tata, pues, de renunciar a los cultivos seculares y esenciales de géneros alimentarios, y a la soberanía alimentaria de los pueblos, para seguir el juego de los economistas. Un juego peligroso que no ha tardado en mostrar sus limitaciones, como se puede comprobar en sus repetidos fracasos (en Haití, Senegal, Burkina Faso…). Peligroso porque pasa por alto la destrucción de la biodiversidad en beneficio de los monocultivos de exportación, así como el impacto ecológico desastroso del transporte necesario para todas esas mercancías. Además, ¿cabe pensar, sin una política voluntarista de control de precios, que un país productor de cacahuete, cuyo precio en el mercado mundial apenas ha variado durante 20 años, podrá importar los tractores y el petróleo que necesita para mantener su producción en el mercado? Si el barril de Brent marca un máximo detrás de otro y los precios de los productos manufacturados superan con creces los del triste cacahuete, no es difícil imaginar una catástrofe, que se traduce en la ruina y la hambruna del campesinado local y la emigración inevitable de buena parte de esa población a los suburbios pobres.
¿Qué clase de teoría es esta, elaborada por círculos intelectuales pretendidamente serios, que desdeña la biodiversidad, la soberanía alimentaria de los pueblos, las destrucciones causadas por las catástrofes naturales o humanas propiciadas por el monocultivo, la esencia caótica del mercado[3] y la contaminación generalizada?
Una estrategia deliberada de transformación social a escala mundial
En su primer informe de 1999 sobre los PAE, Fantu Cheru [4] explica que van «más allá de la simple imposición de un conjunto de medidas macroeconómicas a escala interna; son la expresión de un proyecto político, de una estrategia deliberada de transformación social a escala mundial que se propone convertir el planeta en un campo de acción donde las sociedades transnacionales puedan operar a sus anchas. En resumen, los PAE sirven de correa de transmisión para facilitar el proceso de mundialización que pasa por la liberalización, la desregulación y la reducción de la función del estado en el desarrollo nacional». Reducción de la función del estado. Lo dice un relator especial de las Naciones Unidas, pero Fantu Cheru no es el único relator de las Naciones Unidas que menciona en sus informes las consecuencias nefastas de los PAE. Podemos encontrar críticas detalladas en los trabajos de otros expertos de la ONU en derecho a la vivienda, derecho a la alimentación y derecho a la educación [5], ámbitos en los que las instituciones financieras internacionales imponen la privatización para dejar vía libre al apetito insaciable de las multinacionales. Los gobiernos de los países del Sur (de África en particular) [6] se han visto obligados a aceptar los PAE y ceder buena parte de su soberanía a causa de una deuda contraída por dictaduras o con sus potencias coloniales (una cosa no excluye la otra) y transferidas a los estados independizados. Por lo tanto, afirmar que los gobiernos del Sur tienen capacidad para tomar decisiones estratégicas sobre la alimentación denota una falta de honradez intelectual, o al menos una falta de información, indigna del periodismo que cabe esperar en democracia. Echarles la culpa a los africanos es un gran embuste que no ayuda precisamente a crear un clima fraternal entre los pueblos.
Un ejemplo para entender las consecuencias negativas de los PAE: Haití
Los motines que han estallado hace poco en Puerto Príncipe y otras ciudades haitianas han acabado en un baño de sangre. En total, unos cuarenta heridos, catorce de ellos por arma de fuego, y por lo menos cinco muertos. Sin embargo, estas manifestaciones eran el resultado previsible de una brusca subida del precio del arroz (del orden del 200 %). Si el 82 % de la población vive en condiciones de precariedad absoluta, con menos de dos dólares diarios, no debe extrañar semejante reacción ante el aumento de precio. Haití gasta el 80 % de sus ingresos por exportación en importar géneros para cubrir sus necesidades alimentarias [7]. Pero no siempre ha sido así. Antes de que los Duvalier padre e hijo extendieran su manto de plomo dictatorial (de 1957 a 1986), el país se bastaba a sí mismo para alimentarse. Pero también aquí se confirmó la propensión de las instituciones financieras internacionales por las dictaduras, y el pueblo haitiano, además de los sufrimientos personales (torturas, ejecuciones sumarias, clima de terror permanente creado por los tontons macoutes) tuvo que apechar con una deuda externa que en septiembre de 2007 ascendía a 1.540 millones de dólares [8]. El sector agrícola es el que acusa más duramente las exigencias de los acreedores, y como la mayoría de la población es rural las consecuencias han sido graves. ¿El origen? Sobre todo en la rebaja de los aranceles impuesta a los países del Sur, pero pocas veces respetada por Europa y Estados Unidos. Así es como se ha producido el encadenamiento fatal: llegada de un arroz producido en el extranjero a menor coste (por estar subvencionado), éxodo a las ciudades de muchos campesinos arruinados e imposibilidad de reacción del mercado local ante la fuerte subida de precios en el mercado internacional. Aquí, como en otros lugares, los beneficios de la liberalización son inexistentes para la mayoría de la población y, por el contrario, los perjuicios son graves.
Un tsunami de origen demasiado humano
Cuando los bomberos pirómanos pontifican, la prensa se apresura a difundirlo. Todos los periodistas europeos citan al unísono la frase poco feliz de L. Michel [9]: «Un tsunami económico y humanitario». Se diría que la crisis tiene una causa extrahumana, semejante a una catástrofe natural. Sin embargo, como hemos explicado antes, las causas de la crisis son el resultado de unas políticas dictadas por los medios financieros a los gobiernos del Sur. Una de las causas de la crisis es también nuestra voracidad energética. Los agrocarburantes compiten en el mercado con los géneros alimentarios. La especulación creada en torno a este alimento transformado en carburante empuja los precios de los cereales y el azúcar hacia nuevos máximos. Hasta Peter Brabeck, presidente de la multinacional Nestlé, se muestra preocupado por la situación en una entrevista concedida al periódico suizo NZZ am Sonntag del 23 de marzo de 2008. Según dice, si se pretende cubrir el 20 % de la demanda petrolera con agrocarburantes, no habrá nada que comer [10].
Ha llegado, pues, el momento de abandonar este modelo nefasto de (sub)desarrollo y dejar que las poblaciones cultiven prioritariamente para su mercado interior. Actualmente, con los conocimientos adquiridos en el ámbito de una agricultura respetuosa con el medio, podemos plantearnos la autonomía alimentaria en todo el planeta y hacer valer un derecho humano fundamental, el de estar bien alimentado. Las consecuencias positivas no se dejarían esperar, primero en la salud de las personas y luego en la educación, con una mejora de la calidad de vida en todas las latitudes.
Notas
1. La libre Belgique, artículo de M.F.C. (con AFP y Reuters), jueves 10 de abril de 2008, p. 4.
2. Véase E. Toussaint, La finance contre les peuples: La bourse ou la vie, , cap. 8, p. 187 coedición Syllepse/CADTM/CETIM, 2004.
3. Benoît Mandelbrot ha ideado, desarrollado y utilizado una nueva geometría de la naturaleza y el caos. Menos conocido es que la geometría fractal es el fruto de los estudios económicos de Mandelbrot durante los años sesenta. Para más información, véase : Fractales, hasard et finance, de Benoît Mandelbrot, 1959-1997 (traducción de A. García Leal, Fractales y finanzas: una aproximación matemática a los mercados: arriesgar, perder y ganar, Tusquets, 2006).
4. Experto independiente de la antigua Comisión de Derechos Humanos de la ONU (sobre los efectos de los PAE en el ejercicio efectivo de los derechos humanos – informe E/Constantinopla.4/1999/50 del 24 de febrero de 1999).
5. Véase el opúsculo editado por el CETIM Dette et Droits Humains, diciembre de 2007.
6. Por ejemplo, en Congo, el 30 de junio de 1960, día de la independencia, la deuda directa ascendía a 921.096.301,44 dólares (Tomado del artículo de Dieudonné Ekowana).
7. Lo que deja poco margen para todo lo demás, que sin embargo es necesario para el desarrollo del país. El dúo infernal FMI/BM no ha podido alardear de ningún éxito de sus políticas en este país.
8. Según el Banco Mundial y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen, Bébé Doc malversó entre 300 y 800 millones de dólares.
9. Comisario europeo de Cooperación y Acción Humanitaria.
10. Lo mismo que el todavía primer ministro italiano Romano Prodi, escéptico sobre los beneficios de los agrocarburantes y alarmado por el efecto negativo que puede tener este sucedáneo del petróleo en la producción de alimentos.