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Las exportaciones invisibles

Fuentes: Rebelión

  Después de 1994, el orgullo nacional, tan limitado por veces a las conquistas futbolísticas, fue reforzado por el insistente registro de los superávits comerciales. No obstante, ya es imposible ocultar que, a partir del llamado Plano Real, un nuevo pacto de clase gobierna los destinos de la política económica con efectos perversos para la […]

 

Después de 1994, el orgullo nacional, tan limitado por veces a las conquistas futbolísticas, fue reforzado por el insistente registro de los superávits comerciales. No obstante, ya es imposible ocultar que, a partir del llamado Plano Real, un nuevo pacto de clase gobierna los destinos de la política económica con efectos perversos para la nación: capital productivo, financiero, agrario – nacional y internacional – aliado a una pequena parte de la clase trabajadora que especula con los títulos de la divida pública por medio de los fondos de pensión. Desde luego, no solamente el superávit comercial fue reforzado, pero también sucesivos y inéditos superávits fiscales son exhibidos como símbolos de la salud financiera de la república. Hasta los economistas que mantenían despierta la llama de la crítica, finalmente se quedaran rendidos a la oportunidad que la coyuntura mundial ofrece para dar su educada contribución intelectual al gobierno de Lula y disputar «internamente» la conducción de la política económica contra los «neoliberales» que están siendo derrotados por los hechos. Nada de nuevo en el procedimiento: ya se volvió un hábito nacional entre los intelectuales contribuir educadamente con el gobierno, cualquier que sea su origen y opción. Los economistas – a partir de la educación que obtienen actualmente en las universidades – son maestros en la arte de encontrar virtudes en los gobiernos, tema acerca del cual los comunes mortales se revelan absolutamente incapaces.

Con el talento de reproducir falsas ideas de manera simples y comprensibles a los ojos del pueblo – «la inflación es el peor enemigo del pueblo» o «la estabilidad económica es un imperativo por en cima de las ideologías», por ejemplo – los economistas magnificaran el superávit de la balanza comercial, revocando la desconfianza que la economía política clásica siempre mantuvo con relación a la paradoja apuntada por William Petty en el siglo XVII. Petty es un irlandés que publicó en 1662 el Tratado de los Impuestos y Contribuciones, en una época que escribir acerca de temas como tributación en la Inglaterra podría llevar a la perdida del cuello, ya que el país pertenecía a un «mundo al revés», como lo llamó el historiador marxista Christopher Hill aquel período. Desde entonces los ingleses jamás olvidaran que una balanza comercial positiva no era necesariamente una demostración de riqueza económica, así como abandonaron la idea mercantilista que acumular metal era sinónimo de solidez.

Al contrario, Petty, al analizar la relación entre Inglaterra y Irlanda dejó claramente establecido que los exportadores acumulaban riqueza y producían una paradoja: en la exacta medida en que enriquecían, también empobrecían al país. Esta lección permaneció valiosa para Adam Smith, quien alimentó desconfianza aun más fundamentada con relación a los exportadores, pues sabia de la importancia de la solidez del mercado interno con relación a las posibilidades eventuales ofecidas por el mercado externo. Además, Smith sabía que con la misma fuerza con la cual los exportadores saben ganar dinero, ellos también desconocen el camino de enriquecer su país, lección que aprendió con Quesnay. ¡Eso simplemente no era – como actualmente no es – parte de sus negocios! De cierta forma, los exportadores están encuadrados en lo que Quesnay ha llamado de la «república general del comercio exterior», cuyos miembros apenas se acuerdan de la existencia de la nación cuando se trata de imponer a los demás países una legislación que les desfavorezca. Guardadas las debidas precauciones, Petty fue certero al afirmar que «… una grande parte de los patrimonios, reales y personales, es poseída, en Irlanda, por personas que allá no residen y que llevan para fuera las ganancias conseguidas, sin ningún reembolso, de modo que el país, exportando mas que importa, crece, pero a la vez queda más pobre, en la forma de una paradoja.»

No obstante la diciplina de los economistas, la realidad es obstinada, aún cuando el clima intelectual construido por los conservadores afirma que estamos en lo «¡mejor de los mundos posibles!» Todavía más consistente que la fe de los economistas, el noticiero empieza lentamente a ofrecer demostraciones de que hay problemas serios en el horizonte. Hasta los más apologéticos ya admiten que es imposible desconocer el déficit en transacciones corrientes que por según año consecutivo hace brotar las luces rojas. Para él que no es experto, es importante indicar que este déficit, que súbitamente pasó a ocupar espacio en los cuadernos de economía de los periódicos de São Paulo y del Rio de Janeiro, se compone de pocas variables, entre las cuales están todas las negociaciones de bienes y servicios con otros países. Pero la misma imprenta trata de minimizar los efectos del fenómeno y pasa a reforzar el orgullo nacional: en verdad, afirma, parte del problema corresponde a la «internacionalización de las compañías brasileñas» que estarían inaugurando plantas productivas en el exterior en función del nuevo canario mundial y de la particularidad de la coyuntura supostamente favorable a los países periféricos.

Lo que pasa es que ni ese «enfoque positivo» es capaz de ocultar el dato fundamental, pues ya se sabe que el expresivo crecimiento de la repatriación de ganancias fue responsable por la producción del déficit de US 18.993 mil millones de dólares, que en igual período del año pasado fue de apenas US 9.807 mil millones. Los economistas no desisten y analizan con tal mirada que todo se parece menos grave al indicar que la valorización del real ha impulsado las importacionesm, lo que contribuyó con la reducción del superávit. Mismo la sabiduría convencional no puede ocultar que es la valorización del real – en principio indeseable para los exportadores que prefieren el cambio devaluado – la responsable por la estabilidad monetaria que agrada al haute finance y a los sectores productivos importantes. La valorización de la moneda nacional es también, obviamente, un deseo de las capas medias – en donde reside grande parte de los críticos de la política económica – que pueden viajar tranquilamente para Paris y huir por algunas semanas del detestable clima político y social que consideran existente en Brasil. Los viajes fueran responsables por aproximadamente US$ 3 mil millones de dólares en la ya golpeada balanza de las transacciones corrientes y su tendencia no es otra sino aumentar hasta al final del año. Ya los inetreses han consumido poco más de US$ 3 mil millones.

El Banco Central indicó las razones por las cuales se ha producido esa situación indeseable, en esa orden: la mayor ganancia de las empresas transnacionales instaladas en Brasil, las ganancias derivadas de la apreciación de la tasa de cambio, que ha mejorado las ganancias de las empresas en el momento de la conversión de reales en dólar y, finalmente, la crisis internacional que motivó las empresas multinacionales a repatriar mas rápidamente las ganancias como mecanismo de protección. Con eso se puede concluir que, en mayor medida, es precisamente la política económica considerada la mejor, tanto por el gobierno cuanto por la oposición, la responsable por el «tropiezo» que ya se está imposible de ocultar.

Las eventuales críticas de la oposición al manejo (gestión) de la economía no la vuelve excenta de responsabilidad sobre los destinos del país, pues la grande característica del «debate» actual en la materia económica es precisamente el consenso entre las fuerzas partidistas dominantes de que el rumbo es correcto y que todos deben evitar las «aventuras» del pasado.

¿Y el saldo comercial positivo? Sigue exuberante y ciertamente terminará el año reforzando el orgullo nacional, pero será también incapaz de evitar que las exportaciones invisibles sigan corroyendo, lenta y silenciosamente, la riqueza del país. Los economistas brasileños que nutren especial desprecio por pensadores latinoamericanos jamás leyeran José Carlos Mariátegui, este notable intelectual peruano. Lo deberían leerlo con urgencia. En un pequeño artigo publicado en enero de 1926, Mariátegui analizó la «economía colonial» que dominaba el Peru, señalizando aspectos importantes que valen para toda la América Latina:

«Esta dependencia de la economía peruana se deja sentir en toda la vida de la nación. Con un saldo favorable en su comercio exterior, con una circulación monetaria solidamente garantizada en oro, el Perú, a causa de esa dependencia, no tiene, por ejemplo, la moneda que debería tener. A pesar del superávit en el comercio exterior, a pesar de las garantías de la emisión fiduciaria, la libra peruana se cotiza con 23 o 24% de descuento. ¿Por quê? En esto, como en todo, aparece el carácter colonial de nuestra economía. El saldo del comercio exterior, a poco que se analize, resulta ficticio. Las naciones de la Europa tienen «importaciones invisibles» que equilibran su balanza comercial: remesas de los inmigrantes, beneficios de las inversiones en el extranjero, utilidades en la industria del turismo, etc. En el Perú, como en todos los países de economía colonial, existen, en cambio, «exportaciones invisibles». Las utilidades de la minería, del comercio, del transporte, etc., no se quedan en el Perú. Van, en su mayor parte, en forma de dividendos, intereses, etc., al extranjero. Para recuperarlos, la economía peruana necesita pedirlas en préstamo.»

Mariátegui proponía la peruanización del Perú que, según él, solamente podría ser producto de una Segunda Emancipación. No ha logrado, obviamente. En el Brasil, igual propósito (la brasilerización del Brasil) se volvió más difícil, pero también más necesario, pues el orgullo burgués con la situación económica no puede ocultar la naturaleza colonial de la economía, mismo que la Embraer exporte aviones de manera creciente en los últimos años. En el fondo, la mayor parte del superávit comercial brasileño no es conquistada con productos de densidad tecnológica, sino a partir de la exportación de productos agrícolas y minerales. Todavía, aún el superávit, tan festejado en los últimos años, no es capaz de competir con las exportaciones invisibles que sabotan el proyecto nacional y exhiben claramente los caminos por donde la riqueza que es acá producida es transferida para los países centrales.

¿Cuál será la respuesta de las clases dominantes al «tropiezo» actual? Ciertamente mantendrá la tendencia a la elevación de la tasa de interés consagrando la superexplotación de los trabajadores por medio de elevado desempleo, expulsión de millones de brasileños para fuera del país y resistencia en las negociaciones salariales en los sectores más organizados políticamente. Desde luego, tal medida mantendrá el poder de compra del real a costa de más endeudamiento público con creciente presencia de capitales extranjeros en su composición. Las elites programam una nueva «quiebrad del estado», destinada a mantener el control sobre los puestos estratégicos de la administración pública, la elevación de la naturaleza rentista de la acumulación privada y la austeridad sobre los servicios esenciales a la población. No hay dudas de que la campaña en contra los «elevados gastos del gobierno» con la máquina pública será activada por la oposición con apoyo de los medios de comunicación. Finalmente, el secreto de la ingeniaría económica no podría ser mas claro: austeridad en todo a lo que se refiere a los servicios públicos (seguridad, educación, ciencia y tecnología, transporte, cultura, salud, etc.) y elevados gastos con el costo financiero del endeudamiento programado.

¿Hay alternativa al acuerdo partidario tácito producido por el terrible consenso construido en torno al Plano Real en 1994? La alianza de clase consolidada entonces se nos da muestras de evidente agotamiento, aún cuando analizada por el limitado enfoque del cuello del balance de pagas. Puede parecer poco, pero la perdida de la timidez en la crítica a un programa que refuerza la economía exportadora, perpetua la superexplotación de los trabajadores y transfiere la riqueza para fuera del país, es un primer paso importante para superar la difícil situación en que está involucrado el país. Pero la crítica necesaria no puede ser aquella que pretende abrir espacio para que el economista crítico de hoy se transforme en el ministro tacaño de mañana. Por lo tanto, la crítica necesaria saca el análisis de la economía de administración hecha por manual de la política económica y la devuelve al fértil terreno de la economía política.

El autor es prof. de Economia en la UFSC y Presidente del Instituto de Estudios Latinoamericanos/IELA