En varios momentos, como en la célebre película de Robert Altman («Vidas cruzadas»), la deuda financiera y la deuda ecológica se entretejen en el escenario de la realidad actual. Los países del Sur tenemos una deuda financiera -muchas veces mal habida, injusta e inmoral- con el mundo rico, pero somos acreedores de la deuda ecológica. […]
En varios momentos, como en la célebre película de Robert Altman («Vidas cruzadas»), la deuda financiera y la deuda ecológica se entretejen en el escenario de la realidad actual. Los países del Sur tenemos una deuda financiera -muchas veces mal habida, injusta e inmoral- con el mundo rico, pero somos acreedores de la deuda ecológica. Es «una deuda que nos adeudan» los países del Norte.
Siguiendo el argumento desarrollado ya en 1994, por el colombiano José María Borrero, en «La deuda ecológica», se trata de una obligación con el Sur, que responde a cuatro factores básicos: las exportaciones de bienes primarios mal pagadas; los servicios ambientales gratuitos o no valorados en forma monetaria, que entregan los países del Sur por la venta de productos primarios (nutrientes, ciclo del agua, fijación de carbono, etc.); la contaminación de la atmósfera por la excesiva emisión de gases de efecto invernadero, provocada por las naciones industrializadas; y la apropiación desproporcionada de la capacidad de absorción de dióxido de carbono que tienen los océanos y bosques del planeta. En definitiva, un conjunto de responsabilidades que tienen que asumir para subsanar la condición actual del mundo físico.
La relación entre la deuda externa (financiera), de la cual los países del Norte son «acreedores», y la deuda ecológica -nunca reconocida por los países industrializados-, es muy estrecha: las necesidades de divisas destinadas al servicio de esa deuda externa aumentan la necesidad de extraer recursos naturales y producir alimentos para convertirlos en exportaciones, y con ello obtener dinero para pagar nuevas deudas. Un círculo vicioso que acarrea un alto costo ambiental. Su resultado: la acelerada deforestación, la pérdida de diversidad biológica y la expansión de las superficies desertificadas. Un panorama bastante seco y gris para la Tierra.
El Ecuador y el Estado Plurinacional de Bolivia propusieron su cobro, en la cumbre de cambio climático, celebrada en Copenhague, en diciembre de 2010. El Grupo de los 77 países «en desarrollo» y China han recogido estas ideas, que han sido incluidas en los movimientos de «justicia ambiental», para influenciar en las negociaciones sobre cambio climático.
En el planeta, la deuda financiera y la deuda ecológica enfrentan a enormes poderes económicos que son reales y no personajes de una película de ficción. Ambas deudas requieren grandes decisiones y acciones firmes en el plano internacional, que rebasen los intereses particulares de países o grupos de países y reflejen una búsqueda sincera del bien común de toda la humanidad.
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