Recomiendo:
0

Las grandes preguntas tras el crack

Fuentes: Rebelión

La «gran depresión» que arranca con el crack de 2008 marca el fin de un sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las […]

La «gran depresión» que arranca con el crack de 2008 marca el fin de un sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las rentas del trabajo sino por la renta financiera e inmobiliaria, no por el pago del esfuerzo individual y colectivo, sino por el endeudamiento y la apuesta bursátil. El proyecto fue restaurador en lo social y lo ideológico porque trató de generar crecimiento hundiendo salarios y precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi tres décadas porque se ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una fracción de las clases populares: aquellos con salarios regulares y capacidad adquisitiva suficiente para adquirir productos financieros e invertir en bienes inmuebles. Además, creó un sistema en el que la subjetividad y la inventiva ya no debía ser anulada por las cadenas de montaje y los directivos sabelotodo, sino todo lo contrario. Surgió un segmento de asalariados cualificados que se identificaban con lo que hacían distanciándose del resto de sus compañeros, de las reivindicaciones laborales clásicas. Son hombres y mujeres que se autoexplotan hasta romperse la salud. Pero a pesar de que la dinámica del máximo beneficio succiona su subjetividad, no por ello se identifican automáticamente con el resto del cuerpo laboral. El endeudamiento combinado con un trabajar sin fin ha terminado y con ello todo un sistema de reproducción cultural. El capitalismo feo español ha sufrido el cambio de forma más radical pues su sociedad del trabajo fue liquidada por la gran coalición monetarista que triunfó en la transición instalándose en fechas tempranas una economía de rentas, de rentas de todo menos de trabajo ¿qué va a pasar ahora?

Los bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo, estuvieron a punto de perder el inmenso poder acumulado a lo largo de un cuarto de siglo. Los gobiernos occidentales utilizaron los impuestos de los ciudadanos para rescatarlos. Ahora pasan a la ofensiva e intentan forzar un ciclo similar al que acaba de concluir. Esto es imposible y ellos lo saben muy bien. La tasa de beneficios del sector financiero tenderá a caer con la inevitable regulación de la banca. Puede ser que haga falta una réplica del crack del 2008 para provocar los cambios, pero los bancos saben que la cosa no va a seguir como hasta ahora. Por eso se abalanzan sobre las universidades aprovechando el Plan Boloña, por eso se abalanzan sobre las Cajas de Ahorros para deglutirlas, es decir, para convertir inversión en derechos políticos. El enorme endeudamiento de los Estados provocado por su rescate abre un largo período de stagflación en el que también los bancos van a tener que tragar aguas amargas, muy distintas a la horchata gratis de la que se vienen hartando hasta ahora. El problema es el resto de la sociedad que ahora no tiene dinero para financiar las infraestructuras que necesita para su reproducción: la sanidad, la educación, la reconversión energética, el cambio climático, el envejecimiento de la población, la planificación de unas ciudades cada vez más grandes. No va a haber dinero para nada al menos durante media o tal vez incluso una generación entera y esto en medio de una civilización derrochadora de recursos. Los gobiernos seguirán bombeando recursos públicos hacia el sector privado en espera de que a este le salga rentable crear empleo. Se intentarán hundir aún más los salarios, se forzarán aún más las exportaciones para sanearse a costa del vecino, habrá escaramuzas proteccionistas para intentar evitarlo sin que se note etc. Pero ni siquiera las inevitables reformas fiscales servirán para continuar mucho tiempo con esta transferencia de los de todos a las empresas privadas. Será un juego de suma cero incapaz de sacar a la economía mundial de lo que se atoja como un largo período de «crecimiento estacionario», de cuasi estancamiento. Al no contemplarse las subidas salarias y al decaer la demanda ficticia sustitutoria, la economía mundial va a malvivir durante un período indeterminado de tiempo. Antes o después la economía tendrá que dejar de ser la suma de rentabilidades individuales, antes o después habrá que hablar de una economía-de-toda-la-casa. Esta no tiene que ser necesariamente progresista. También es posible una economía-de-toda-la-casa reaccionaria, es decir, conservadora de las actuales estructuras de poder y de propiedad.

¿Cómo van a responder las poblaciones?. Las dos últimas veces que se dio una situación similar, en el último cuarto del siglo XIX y en el período de entreguerras, nacionalismo y antisocialismo/comunismo le abrió el campo ideológico a la reacción. En los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia y las dos breves primaveras de España y Francia, se decantó hacia la derecha mientras América prácticamente entera lo hizo hacia la izquierda. Pequeños autónomos y grandes propietarios consiguieron desmontar el sufragio con ayuda del ejército. Hoy parece que el patrón se repite. Ecos reaccionarios nos llegan de algunos países del Este destrozados por las curas neoliberales de los noventa y músicas similares cuajan en los intersticios de los partidos del centro-derecha occidental. La primera reacción al crack de 2008 por parte de los gobiernos de Francia y de Rusia fue duplicar el gasto militar: una medida que apunta a la versión reaccionaria de la economía-de-toda-la-casa. Pero son escaramuzas. Es improbable que este patrón se pueda generalizar por mucho que se siga invocando el peligro terrorista para asustar a las clases medias o el problema migratorio para narcotizar a las clases populares. No hay dinero y no lo habrá si no se trastocan los actuales poderes de clase. El rechazo del autoritarismo está fuertemente implantado entre amplios sectores de las clases asalariadas occidentales y no hay nada por ahora que pueda generar la capacidad de movilización de los nacionalismos de entreguerras. Sólo ahí donde los autónomos tipo «Joe el fontanero» de MacCain alcanzan porcentajes muy elevados, como en la Italia de Berlusconi, en la costa mediterránea del Partido Popular o en las profundidades de los Estados Unidos, hay materia prima para algo parecido.

¿Cómo van a responder las poblaciones? El distanciamiento entre clases medias y clases populares, la clave del futuro político del mundo occidental, se agudizará en un primer momento con la privatización de muchos de los servicios públicos que no se van a poder financiar por falta de recursos. La esperanza de vida entre ricos y pobres aumentará, las ciudades se degradarán junto a las universidades públicas, los espacios comunes que hoy comparten clases medias y populares -barrios, plazas, colegios- irán disminuyendo poco a poco. Pero esto sólo podrá ir lejos en las zonas más lindas del capitalismo, aquellas con una alta concentración de trabajadores y autónomos (muy) cualificados y un alto poder adquisitivo: las grandes ciudades, el eje que atraviesa Europa desde el sur de Inglaterra hasta el norte de Italia pasando por el Benelux y el valle del Rin. En el resto del territorio la clase media no tendrá recursos para pagarse estos servicios y caerá en una espiral de empobrecimiento. En los parques abandonados a su suerte se encontrará con las clases populares aún más empobrecidas que ellas ¿Para hacer el qué? Tal vez para formar un nuevo bloque social con capacidad de forzar una versión no autoritaria de una nueva economía-de-toda-la-casa, de-todo-el-planeta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.