Desde fines de enero Venezuela sufre una ola de violencia que ha provocado, hasta el momento, más de 40 muertos y miles de millones de pérdidas por destrozos de infraestructuras públicas (escuelas, hospitales, viviendas subsidiadas por el Estado). Un recorrido por su capital durante unos días, nos permite rescatar testimonios muy valiosos que certifican que […]
Desde fines de enero Venezuela sufre una ola de violencia que ha provocado, hasta el momento, más de 40 muertos y miles de millones de pérdidas por destrozos de infraestructuras públicas (escuelas, hospitales, viviendas subsidiadas por el Estado). Un recorrido por su capital durante unos días, nos permite rescatar testimonios muy valiosos que certifican que las denominadas ‘guarimbas’, parecieran una especie de ‘kale borroka’ burguesa, o algo mucho peor.
Plaza Altamira. A pesar de que en la capital venezolana podemos encontrar urbanizaciones más pudientes, no hay territorio más simbólico para la derecha criolla que la famosa Plaza Altamira. Desde que el gobierno bolivariano comenzó su andadura, la también llamada Plaza Francia ha sido bastión de los grupos reaccionarios. Fue lugar de reunión de militares golpistas, núcleo de apoyo a los paros patronales, y hoy día, centro de encuentro de un puñado de jovencitos de clase acomodada -en su mayoría-, que juegan a ser rebeldes practicando la denominada ‘guarimba’, la ‘kale borroka’ criolla.
En el centro de la plaza, junto a la fuente, destaca la estatua de una virgen, rodeada de fotografías de las personas asesinadas en las ‘guarimbas’ de las últimas semanas, además de la presencia de una docena de militantes derechistas que rezan fervientemente. Sorprende la instrumentalización que hace la derecha de los más de 40 muertos, tratándolos como si fueran «sus» muertos, teniendo en cuenta que una gran mayoría fueron del bando chavista.
Pero este clima sobrecargado de religiosidad política se quiebra cuando vemos pasar a un ‘chamo’ (joven) con una franela (camiseta) blanca, con unas letras rojas que rezan: ‘yo también maté a Chávez’. La crueldad del mensaje corta la respiración, como lo hicieron en su momento otros lemas ‘inolvidables’ acuñados por la burguesía en tiempos de la enfermedad de Chávez, como aquel que decía ‘Viva el cáncer’. Estos, se intercalan con otros más frívolos, como los que se pueden ver en los carteles que han pegado en los troncos de los árboles: «yo también quiero viajar a Europa», «yo quiero una urbanización (barrio de lujo) propia» o «Maduro, no me llega la plata ni para hacerme las tetas».
‘ Guarimbas’ . Las barricadas que se pueden ver en algunos barrios acomodados de Caracas, compuestas por unas pocas bolsas de basura cruzadas en medio de la carretera, no parecen especialmente sofisticadas, pero sin embargo parece que nadie se atreve a quitarlas. Y esto ¿por qué? Una buena respuesta nos la dio una profesora de la Universidad Central de Venezuela. El otro día, cuando pasaba por una conocida urbanización caraqueña le preguntó a la policía municipal (controlada por la oposición) por qué no apartaban las barricadas de la calle y dos agentes le respondieron: «Señora, tenemos que garantizar el derecho a la protesta». ¿Alguien se imagina esta escena en las calles de Bilbao, Madrid, Berlín o Londres?
Otra buena anécdota nos la proporcionó una vecina del municipio de San Antonio de los Altos (cercano a Caracas), ‘casualmente’ también gobernado por la derecha. Un día sí y otro también menos de una docena de jovencitos y señoras mayores de ‘clase bien’, se plantan en medio de la carretera para protestar contra el ‘régimen’, provocando atascos de varias horas en la hora punta de salida del trabajo. Esto sucede ante la mirada cómplice de la policía local, se queja nuestra testigo. Agrega además que cuando llega la Guardia Nacional, la mayoría de las veces les invita pacíficamente a abandonar la vía. Pero por qué tan poca contundencia por parte de la policía, preguntamos sorprendidos. Para evitar que sean señalados como represores, nos responde. El mundo al revés, como diría Galeano. No me imagino una policía tan empática y solidaria con las causas populares en el País Vasco ni en Nueva York.
La otra razón fundamental por la que las barricadas no son en muchos casos apartadas es el miedo a ser disparado por un francotirador. Nos recuerdan que varios de los muertos en las guarimbas han sido asesinados de un tiro en la cabeza proveniente de las azoteas cercanas. Esto, sin duda, va más allá de una simple ‘kale borroka’.
Un periodista local nos precisa quienes son exactamente los grupos violentos que están operando en la guarimba. Por una parte, tenemos a los ya citados niñatos de clase acomodada, que juegan a la contrarrevolución con la complacencia del latifundio mediático internacional, que por arte de magia los convierte en héroes populares contra un régimen represivo. Por otro lado, están los paramilitares-francotiradores, asesinos profesionales y verdaderos autores materiales de la mayoría de las muertes. Finalmente, aparecen los ‘malandros’, delincuentes comunes que cobran sus honorarios por generar violencia y caos.
Acciones violentas . Como es bien sabido, cualquier grupo que práctica la violencia con fines políticos, elige sus objetivos militares previamente y en función de un análisis ideológico. Hace unas semanas, por ejemplo, los grupos que hicieron uso de la violencia contra la celebración de la cumbre de exaltación capitalista en Bilbao, atacaron símbolos del sistema como los bancos y las tiendas de marcas multinacionales. En Venezuela, los grupos violentos de la derecha hacen lo propio, atacando símbolos del proceso de cambio como son las nuevas universidades públicas, los centros de salud, las viviendas de protección oficial, etc.
Los intentos por incendiar consultorios médicos, incluso cuando los médicos cubanos estaban en su interior, no solo es un rasgo de la xenofobia de estos grupos sino también del desprecio al nuevo sistema de salud público. La destrucción de varias instalaciones de la Universidad Bolivariana y el reciente apaleamiento de un estudiante de izquierdas por parte de más de 50 militantes de derechas en la Universidad Central de Venezuela, llegando incluso a rociarlo con gasolina para intentar quemarlo vivo, es una buena muestra del salvajismo de estas bandas. La quema de una planta del Ministerio de la Vivienda y el posterior desalojo urgente de la guardería ubicada un piso más abajo, se retrata por sí sola. La caracterización de estos actos y de aquellos que los practican como ‘fascistas’ no parece por tanto exagerada. Lo que resulta sumamente significativo es el silencio de los grandes medios internacionales.
Resulta también sorprendente la paciencia con la que los sectores populares están aguantando las agresiones. Un habitante del populoso barrio de San Agustín nos asegura que cada día están más ‘arrechos’ (molestos) con las guarimbas. Espera que con la Conferencia de Paz entre gobierno y oposición se calme la situación. Si no, dice, tendrán que terminar bajando de los cerros.
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