La inagotable reserva de mano de obra que ha alimentado el ascenso de China como fabricante dominante a bajo precio comienza a agotarse. La política nacional del hijo único aplicada durante décadas ha acabado por chocar con la política de desarrollo industrial de varios decenios para terminar produciendo algo hasta ahora inimaginable: escasez de mano […]
La inagotable reserva de mano de obra que ha alimentado el ascenso de China como fabricante dominante a bajo precio comienza a agotarse. La política nacional del hijo único aplicada durante décadas ha acabado por chocar con la política de desarrollo industrial de varios decenios para terminar produciendo algo hasta ahora inimaginable: escasez de mano de obra. El contingente de mano de obra china comenzará a reducirse en uno o dos años, informaba el lunes pasado el Wall Street Journal.
El resultado, tal como documenta el WJS, se traduce en salarios que suben vertiginosamente: durante el año pasado hasta un 14% en Shanghai, un 18% en Guandong (cinturón industrial de China) y un 28% en la provincia interior de Chongqing, una región de salarios más reducidos en la que han empezado a reubicarse fábricas.
Las implicaciones que esto tiene para la economía norteamericana son potencialmente de envergadura. Con los costos laborales disparándose en China y el yuan revalorizándose poco a poco, mientras en los EE. UU. La productividad aumenta rápidamente y el dólar mengua lentamente, las ventajas económicas que las empresas norteamericanas consiguen deslocalizando la producción comienzan a disminuir. Un estudio del Boston Consulting Group hecho público este mes sobre el retorno de la actividad industrial norteamericana concluye que la «reinversión en los EE. UU. se acelerará» como resultado de estas tendencias.
Una noticia estupenda, ¿no? Bueno, de momento, no empecemos a aplaudir.
El estudio analiza el cambio en los costes laborales y niveles de productividad de los EE. UU. y China durante la última década, y establece una proyección para 2015. Los costes laborales de China suponían el 34% de los gastos laborales norteamericanos en 2005, advierte el estudio, en las dos regiones que el grupo escogió como estimación. Para 2015, según informa el estudio, la brecha entre los costes laborales norteamericanos y chinos ajustada a los diferenciales de productividad se habrá estrechado tanto que los costes laborales de China llegarán a un 69% de los costes laborales norteamericanos.
Entonces, ¿cuál es la trampa? Pues ésta: las dos regiones comparadas por el grupo son el delta del río Yangtsé (que comprende Shanghai) y el estado de Mississippi.
¿Mississippi? ¿El estado que figura en el puesto 49 o 50 prácticamente en todas las estimaciones sobre nivel de vida en los EE. UU.? ¿Mississippi es la nueva normalidad de una Norteamérica competitiva en el mercado global?
«Cometimos un error al escoger Mississippi», reconoció Harold Sirkin, socio veterano y director gerente del Boston Consulting Group, autor del estudio. Pero la Norteamérica evaluada por el grupo, según me dijo la semana pasada, era la definida por los baremos laborales del Sur: «menor normativa laboral, menos sindicalización y costes más reducidos» que otras economías avanzadas. Nuestra economía, dijo, es más flexible, por ejemplo, que la de los europeos del norte. «Con el desempleo al 9%, la economía puede mostrarse flexible de un modo que no habríamos creído posible. La población de Michigan se está reduciendo, mientras que el Sur crece».
Mississippi, allá vamos.
De modo que ¿está ineludiblemente ligado el renacimiento de la industria estadounidense al hecho de retribuir menos a la siguiente generación de trabajadores norteamericanos de lo que ganaron sus padres? Un vistazo presuroso al paisaje industrial norteamericano, -en el que a los nuevos contratados en plantas de automóviles sindicalizadas se les paga aproximadamente la mitad del salario de 28 dólares la hora que ganan los empleados veteranos – sugiere que la movilidad intergeneracional a la baja puede ser el precio a pagar por traer de nuevo la industria a casa.
Aunque acaso no del todo. John Surma, alto ejecutivo de U.S. Steel [Aceros de Norteamérica] , me dijo esta primavera que los costos salariales no son una cuestión esencial en su empresa. «Salarios y prestaciones contabilizan del 15 al 20 % de nuestros costes», afirmó. «Los materiales y la energía suponen hasta un 75 %». Y con los avances de productividad que ha experimentado la empresa – «hace 30 años, eran necesarias diez horas por trabajador para producir una tonelada de acero; hoy sólo hacen falta dos» -, los fabricantes de acero chinos ya no disponen de la ventaja del precio (aunque su gobierno cubra sus pérdidas).
La U.S. Steel es una empresa sindicalizada que se mantiene en buenos términos con su sindicato (los United Steelworkers [Siderúrgicos Unidos]), y si bien el sindicato ha tenido que adaptarse a un clima económico más duro, las condiciones de los trabajadores no se han rebajado a las normas de Mississippi. Pero a muchos fabricantes – contando a algunos situados en Europa y Japón – Mississippi les hace señas. Volkswagen, BMW, Honda y otros semejantes se han mudado al sur, donde los sindicatos brillan por su ausencia y el trabajo sale barato.
Alemania todavía elabora de modo rentable sus productos de alta calidad en el país, con costes laborales que son cerca de un 50 % más elevados que los de los Estados Unidos. Y al Sur norteamericano es adonde va Alemania cuando quiere elaborar sus productos por lo barato, un sitio a medio camino, como si dijéramos, entre China y la economía de alto valor añadido del norte de Europa.
Tal como declara efusivamente Sirkin, del Boston Group: «Estamos en camino de convertirnos en plataforma para la fabricación de bajo coste» destinada a los consumidores del mundo en desarrollo.
Y así van las cosas en la economía norteamericana del siglo XXI, donde son malas hasta las buenas noticias.
Harold Meyerson, columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, «uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación» (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón